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La Moralidad Colectiva
-conferencia pronunciada en Madrid el 15-4-98 en el "Instituto de España" como parte del curso "España posible del siglo XXI" -

 

Julián Marías
(edición: Sylvio Horta)


     Buenas tardes, hoy vamos a hablar de un problema en relación con el horizonte del próximo siglo que es: la moralidad colectiva.

     Ustedes saben que la moral es un asunto personal, por tanto es asunto individual, desde cada persona y, bueno, he tratado en otros lugares ese problema, algunos de ustedes conocen mi Tratado de lo mejor que plantea el problema moral en una perspectiva un poco nueva. Pero, el hombre vive en una sociedad, el hombre tiene una vida individual pero articulada con la vida colectiva y entonces la vida moral está condicionada naturalmente por la situación social en que se vive, por el conjunto de usos, de vigencias, de presiones sociales, de modelos, de ejemplos: todo eso influye enormemente.

     Siempre queda -yo creo que hay que insistir en esto- en que, por ser asunto personal, lo decisivo es la libertad. Es decir, el hombre es responsable, el hombre hace su vida, elige su vida, la realiza en la medida en que las circunstancias lo permiten, pero el proyecto...; el proyecto es propio, el proyecto es personal, cada uno proyecta su vida, la imagina, intenta realizarla -la realiza o no, la realiza mejor o peor-; y hay el influjo de las circunstancias sociales y de algo muy importante en lo cual no se suele reparar demasiado: el azar.

     El azar interviene enormemente en la vida individual: la mayor parte de las cosas que nos pasan están condicionadas por el azar.

     Por el azar, por lo pronto, nacemos en un cierto lugar, nacemos en un cierto momento histórico, vivimos en unos lugares o en otros, a veces no por una decisión muy personal sino por el influjo de las circunstancias. Conocemos a ciertas personas que dejan una huella buena o mala, importante en muchos casos en nuestra vida y esto es azaroso. Nos ocurren accidentes. La palabra accidente es justamente lo que sobreviene y que no tiene que ver directamente con nuestro proyecto y que en cierto modo lo perturba; y sin embargo el azar no significa una abolición de la coherencia del proyecto, porque cada persona reobra sobre el proyecto desde el azar, lo absorbe, lo transforma, lo digiere podríamos decir, hace con él su vida, y lo hace a su manera, es decir: el azar, que es exterior -evidentemente es exterior a la persona individual-, sobreviene de fuera y no se cuenta con él y además en cierto modo perturba-; sin embargo la persona reacciona sobre él, lo adopta, lo transforma, lo interpreta, lo ajusta y lo convierte en un ingrediente externo pero asimilado de su vida.

     Por eso, la libertad es siempre fundamental y decisiva. La libertad hace además que el hombre sea responsable: yo soy responsable no del contenido último de mi vida ni de lo que me viene de fuera, pero sí de lo que yo elijo, de lo que yo prefiero, de lo que yo decido dentro de las posibilidades.

     Ahora bien, la sociedad ejerce una gran presión. En unos sentidos es una presión difusa: es la presión que ejercen las vigencias, los usos sociales, que en cierto modo configuran nuestra vida y le quitan espontaneidad, le quitan una cierta autonomía, al mismo tiempo la regulan y le dan facilidades. Es evidente que la sociedad me da resueltos muchos problemas -¿qué diré yo?-, los usos habituales de cómo se viste uno. Bueno, si yo tuviera que inventar el traje que me voy a poner, me sería bastante complicado, me daría mucho que hacer, y hay un uso social, la gente se viste de un cierto modo... En los hombres por ejemplo, la elección es muy limitada (no sé, si uno quiere la chaqueta cruzada o no, con una tira de botones y en otros casos hay más margen…, pero hay un estilo general).

     Hay por ejemplo también los usos -y son tan importantes- alimenticios: uno no inventa lo que va a desayunar, hay desayunos habituales en cada país, en cada sociedad hay un uso habitual de desayunar. Yo recordaba, por ejemplo, en los Estados Unidos es muy frecuente desayunar huevos - yo los desayunaba y me parecía muy bien. Pero era difícil a la hora del almuerzo o de la cena conseguir huevos, no era frecuente, porque no se usaba, en general la gente tomaba los huevos por la mañana, en el desayuno Si en un lugar cualquier de España piden ustedes para desayunar sardinas... van a tener problemas seguramente; si toman un café con leche o algo parecido la cosa es mucho más fácil…

     Por tanto, eso automatiza de cierto modo la vida pero la facilita. Y esto es una presión, repito, ambiente, una presión difusa, pero que en cierto modo condiciona los modos de vida. Especialmente porque en nuestra época -y sabrán ustedes que yo insisto con cierta frecuencia en eso- los cambios recientes de los procesos sociales se han alterado mucho, se han acelerado y han adquirido una importancia que no tenían antes: porque existe un factor que es la comunicación que es enormemente poderoso.

     Entonces ustedes piensen que un hombre de nuestra época recibe una serie de interpretaciones de lo real que tienen un carácter moral muchas veces. Se presentan formas de vida, se presentan formas de relaciones humanas, de familia, de moral política, de una serie de fenómenos y el hombre recibe, en cierto modo, interpretaciones que se presentan a una luz determinada, es decir, que son presentadas favorablemente o desfavorablemente según los casos, se presentan muy frecuentemente como normales porque son frecuentes.

     Hay una identificación muy peligrosa en nuestro tiempo que es considerar que lo que es frecuente es normal y lo que es normal es lícito y lo que es lícito legalmente es moral. ¡No!, son identificaciones inaceptables. Puede haber cosas frecuentes que no son normales, puede haber cosas que son normales, pero a pesar de ser normales no son lícitas y pueden ser lícitas legalmente, pero moralmente no. Por tanto hay que ver en cada caso de qué se trata.

     Sobre todo se reciben ejemplos, se reciben modelos, modelos humanos, modelos de conducta que se presentan en los periódicos, en la radio, en la televisión, en el cine, en todos los medios de comunicación. Esto, evidentemente, ejerce una influencia sobre los individuos, muy particularmente sobre los niños y sobre los jóvenes, que reciben toda una serie de impactos, diríamos, que van haciéndoles ver que ciertas cosas parecen normales, parecen lícitas, parecen aceptables, y a veces no lo son.

     Si ustedes consideran la diferencia que hay, por ejemplo, entre los diferentes países verán que esto es notorio. Es evidente que el sistema de presiones que experimenta un español es ligeramente diferente (no demasiado diferente...) de lo que experimenta un alemán o un inglés o un italiano; es algo diferente en otro sentido de lo que experimenta un americano del norte o del sur (que no es lo mismo); y si nos comparamos ya con otras formas de cultura, como por ejemplo con un país islámico, con la China o con un país del sureste asiático, las diferencias son ya realmente muy grandes. Y evidentemente condicionan si no la libertad -porque hay un reducto último de la libertad-, sí lo que podemos llamar la moral colectiva, lo que socialmente es aceptable, lo que parece bien, lo que parece mal.

     Ustedes no olviden que la palabra moral se deriva del sustantivo latino mos, mores, que quiere decir costumbre. Es decir que las costumbres tienen un carácter moral, son vividas como algo que tiene una condición moral y evidentemente la moralidad queda afectada por esas costumbres. A veces se habla de "malas costumbres", se habla de "buenas costumbres" frente a las cuales, insisto, el hombre es siempre libre. El hombre puede en definitiva aceptar las vigencias o resistir a ellas. Tiene que tenerlas en cuenta: una vigencia es algo que tiene vigor y que por tanto tengo que tenerlo en cuenta. Hay cosas que no tengo en cuenta, de que no me ocupo: si me preguntan qué opino de tales cosas, digo "no opino nada". Simplemente en mi vida no cuentan. Sin embargo, hay ciertas cosas con las cuales hay que contar. Y ésas ejercen presión y tienen vigor . Pero puedo resistir siempre, puedo aceptarlas, incluso con entusiasmo o tibiamente, o puedo resistirlas y puedo ir contra las presiones sociales, contra las vigencias. Pero no es muy fácil, no es muy fácil; y de hecho la vida colectiva, que es lo que hablaba yo en ese momento, queda afectada por este sistema de presiones.

     Si consideramos la situación actual y más concretamente en España -que es de lo que hablamos en este curso- es curioso lo siguiente: lo que se muestra, lo que se presenta, diríamos, como modelo o como ejemplo, en los medios de comunicación escritos o hablados o visuales -da igual para esto-, es siempre minoritario.

     Este es una especie de problema curioso. Si piensan ustedes por ejemplo en la televisión. En la televisión ven ustedes ciertas personas o ciertos grupos de personas que aparecen, cuyas imágenes se muestran, que hablan, que expresan opiniones, sus maneras de ver las cosas etc. Son muy pocas personas, muy pocas. Sería curioso saber cuántas personas aparecen de modo frecuente en la televisión en un país determinado. ¿Cuántas? no son muchas. Cuántas caras conoce el español medio por haberlas visto en la televisión, no son muchas, pocas, por supuesto una fracción ridícula, una fracción mínima comparado con los casi 40 millones de españoles. Esto es muy importante.

     Lo mismo digo de los que hablan por la radio o de los que escriben en los periódicos o los libros: son siempre muy pocas personas, es una minoria.

     Y parece que esto tiene poca importancia. Pero no, tiene mucha. Tiene mucha porque es lo que se ve, es lo que consta. Es, diríamos, el punto de referencia que tiene el hombre o la mujer individuales (y digo el hombre y la mujer, no por esa manía que hay ahora de "los compañeros y compañeras", sino porque no es lo mismo y son modelos en diferentes sentidos y hay modelos masculinos y modelos femininos que son diferentes).

     Pues bien, podremos pensar que es una pequeña fracción que no cuenta. Ah, sí cuenta, porque es lo que se ve, es lo que se recibe. Ustedes piensen, por ejemplo, que en otras sociedades había las personas que eran, digamos, públicas: la gente las veía, por ejemplo, en los teatros, en algunas ceremonias, en el ingreso en la Academia, en la ópera, eran pocas personas. Yo recuerdo, por ejemplo, e incluso no me refiero ya a la época romántica que yo no la he vivido, pero cuando yo era muy joven, por ejemplo, ¿qué diré yo?, había en Madrid, en España entera, pero en Madrid habia unas cuantas señoras que eran famosas por su belleza o por su elegancia. Y esto constaba; constaba y la gente las conocía: eran pocas, aparecían evidentemente en ciertas ceremonias o en los teatros o espectáculos. Eso no existe ya, eso ha desaparecido. Este tipo de modelo no existe, tiene que pasar por la televisión . En cambio, los modelos que constan son los que aparecen en la televisión, lo cual tiene un carácter por lo pronto distinto porque el tipo de selección es diferente pero, en segundo lugar, el efecto es mucho mayor porque si ustedes comparan el número de personas que iba a una ceremonia pública o a un teatro y el número de personas que ve la televisión, es de una pequeña fracción de la sociedad a la totalidad, casi la totalidad diría, y por tanto el efecto es mucho mayor, es un efecto muy grande.

     No se entiende nada de nuestra época -y al decir nuestra época me refiero a los últimos decenios y no más-, sin tener en cuenta esa presión colectiva, minoritaria en realidad pero con efectos colectivos y que se ejercen sobre la totalidad, incluso de todas las clases sociales, de todos los niveles sociales.

     Como ven ustedes esto es una transformación enorme. Y esta situación, de esta moral colectiva en España, creo que no es demasiado buena… Si ustedes hacen un poco recuento de lo que ven, de lo que se les muestra, de lo que se les comenta, como positivo, favorable, valioso, ¡no sé! a poco exigentes que sean ustedes verán que la situación no es muy satisfactoria. Y como la influencia es enorme, la situación de la moral colectiva es inquietante.

     Hay a favor un factor que lo mencioné ya el otro día, pero creo que es menester volver a recordarlo, que es en cierto modo la superficialidad de los influjos, esos influjos que son amplísimos, que son inundatorios, que afectan a casi todo el mundo, y que en gran proporción son muy discutibles o son incluso rechazables, -son superficiales. Algunos son superficiales porque afectan aspectos, diríamos, externos de la conducta y no afectan mucho al fondo de la actitud moral. Otros, que pueden ser más peligrosos en este sentido son efímeros, duran poco. Es muy importante tener en cuenta que a pesar de lo que se habla mucho de la decadencia de la imprenta, de la letra impresa, se insiste mucho en que se lee menos, que eso es mucho menos importante y que ahora son las imágenes y los medios visuales. Yo creo que el influjo escrito es de cierto modo más hondo, más continuado, más perdurable. Lo que se ve por ejemplo en la televisión hace un efecto, hace un efecto difundido muy amplio, amplísimo, dura poco en general.

     Lo mismo pasa incluso con la notoriedad. Ustedes piensen, por ejemplo, en las personas que aparecen en la televisión todo el tiempo: son evidentemente conocidas, todo el mundo sabe quiénes son, sabe qué cara tienen, sabe cómo se mueven; pero si desaparecen de los programas que cambian, al cabo de poco tiempo ni se les recuerda, no han dejado huella, lo cual evidentemente quita gravedad al influjo, hace que sea un influjo por una parte superficial; por otra parte, efímero, pasajero. En cambio, lo que se lee, sobre todo con una cierta continuidad -porque el problema de todos los periódicos es que dejan mucho que desear pero tienen un efecto que es el efecto de la continuidad- es distinto: si una persona habitualmente lee un periódico o más de uno, evidentemente recibe toda una serie de influjos que se van acumulando, se van depositando, que si tienen un carácter de coherencia la provocan en el lector habitual.

     continua