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Hay un efecto muy curioso que también es un cambio reciente: yo recuerdo -antes de la guerra civil e incluso después- había muchos periódicos, había muchos más periódicos. En Madrid, por ejemplo, había muchos más que ahora en todos los períodos. Por lo pronto había el de la mañana y el de la tarde. Ahora ni hay periódicos a la tarde. No existe ninguno. Hay tres ó cuatro periódicos, nada más. Antes había muchos más: diez, doce, quince, según las épocas y lo frecuente era que se leyera más que un periódico.

     Había dos razones -yo no soy materialista, pero creo en la materia, la materia existe- y hay razones muy materiales que hacían con que se comprara más periódicos. Una de ellas era que las cocinas tenían unos fogones que se encendían con carbón y hacía falta papel para prender el carbón. De modo que había un consumo de papel movido por esto y la otra razón era que no había bolsas de plástico y entonces la gente necesitaba papel de periódico para envolver. Por ejemplo, yo recuerdo que los lectores de ABC, que eran muchos, decían: hay que comprar en un día otro periódico, La Voz, porque el ABC no sirve para envolver, es pequeño, es un formato pequeño. Son cosas muy materiales pero absolutamente reales.

     Los periódicos eran ademas más distintos, decían cosas muy diferentes. Ahora hay en cambio las agencias, que dan la misma información, y si uno abre un periódico la lee ligeramente deformada; pero la lee -ligeramente deformada con otra deformación- en el otro y es en lo fondo la misma. Hay las grandes agencias, las grandes empresas... Tienen los periódicos en realidad menos personalidad que por tanto se justifica menos el leer dos o tres, pero además no había televisión e incluso la radio era bastante pobre y deficiente y no tenía mucho influjo. Yo he usado durante mucho tiempo la radio de galena… era algo muy primitivo.

     Lo curioso del caso, y este es el factor que tiene que ver con la moral colectiva, es que hay personas que leen varios periódicos (los muy pocos que hay, pero los leen...) y hay personas que no leen más que un periódico: algunas porque creen que no vale la pena, pero hay otras que no, hay una especie de observancia…hay personas que no leen más que un periódico porque "su religión no les permite" leer otro. Este es un caso muy curioso: hay personas que leen un periódico y lo toman como la realidad misma, la realidad: es la realidad. Yo recuerdo una vez y es un recuerdo curioso: tenía una conferencia en Murcia y tomé un vuelo a Alicante y me recogió en el aeropuerto de Alicante un profesor joven y me llevó a Murcia y fuimos hablando durante el viaje y él hablaba y nombraba un periódico… pero lo nombró veinte o treinta veces, en el breve trayecto: no por insistir en ello, es que, para él, era la realidad. Y esto existe y esto sí que tiene consecuencias.

     Cuando una persona no consiente en leer más que un periódico -porque hay un consentimiento, una adesión incondicional a un determinado periódico y no consiente en leer otro- esto es bastante grave. Y lo mismo ocurre con las radios, con las televisiones… Claro, entonces se produce un efecto de estrechamiento del horizonte o en cierto modo de manipulación, lo que podríamos llamar manipulación consentida. Lo cual tiene un carácter moral inquietante: eso es muy grave.

     Por tanto, si miramos a la situación actual y tenemos que distinguir entre personas, es decir personas que tienen personalidad, personas que viven desde sí mismas que tienen sus opiniones personales, que pueden no ser muy buenas, pero son personales, que por tanto no se dejan manipular, que ejercen su libertad. Y hay otras muchas que no, hay muchas que están, diríamos, en un estado de pasividad , que aceptan lo que se recibe como -insisto en la fórmula- como la realidad misma. Que no ponen cuestión y entonces evidentemente dejan que su vida sea orientada, que sea configurada por influjos que son originariamente minoritarios, siempre son muy minoritarios: las gentes que manejan los medios de comunicación son pocas, muy pocas. Representan -repito– un estamento, un grupo, unas cuantas personas que ejercen un influjo enorme y no consciente: la mayor parte lo recibe con una especie de pasividad.

     Yo no creo -yo he dicho muchas veces e insisto siempre en ello-, yo no creo que nuestra época sea particularmente inmoral. No lo es; yo creo que ha habido épocas mucho más inmorales que la nuestra; lo que sí es, es una época de mucha desorientación. Sí, hay muchas gentes que en realidad no saben bien a qué atenerse, no saben bien qué opinar, aceptan lo que se les presenta, lo aceptan sin mucho de ilusión, sin mucha fuerza también, con cierta apatía o débilmente, pero lo aceptan. Y eso evidentemente provoca una situación que se nota en muchas cosas.-¿que diré yo?- en la vida económica, en la moralidad económica...

     Hay un ejemplo curioso, los desplazamientos lingüísticos que son muy interesantes. Antes se decía por ejemplo la palavra "honrado"; hoy no se emplea apenas. La honradez era una virtud que se estimaba generalmente. La palavra "honesto" se enpleaba en general para las cosas de tipo más bien sexual. Por influencia del inglés -el inglés es una lengua que actúa enormente sobre los que no lo saben; los que la saben lo distinguen, pero los que no saben inglés (que son legión) tienen un influjo del inglés-, como en inglés honest es más bien honrado (la traducción más aproximada -todas las palabras de estimación son muy difíciles de traducir: ¿como se dice "hidalgo" en otra lengua? o gentleman…?), pero evidentemente hay el sentido primario de honest, que es "honrado", "sincero" etc. Pero ahora se emplea "honesto". Y "honrado" está arrinconado, es una palabra que se emplea poco y no digamos la palabra "honor", esa sí que no se usa mucho, y es más importante. Y eso afecta a la situación.

     Entonces se produce una especie de vacilación: se piensa que todo es aceptable: sí, ¿porque no?, ¡claro! Por ejemplo hay una cosa en eso del uso de la palabra: ahora que a los hombres les gusten las mujeres y a las mujeres les gusten los hombres eso se llama sexualidad convencional -es la palabra que se suele emplear: "convencional"-, o se habla de "orientación" (claro, orientación hay en muchas cosas en este mundo…) pero eso produce una impresión general de inseguridad. Evidentemente hay un gran número de personas que en definitiva no sabe a qué atenerse y entonces el juicio moral...

     Además hay una cosa muy curiosa, evidentemente es muy peligroso juzgar a los demás, yo creo en el evangelio que dice que no hay que juzgar para no ser juzgado y es enormemente difícil juzgar personalmente y casi nunca se puede juzgar a una persona. Entre otras razones porque no conoce uno bien su realidad, no conocemos su circunstancias subjetivas, sus motivos profundos. En general, yo creo que es muy peligroso, se expone uno a graves errores cuando se juzga a las personas. Pero esto no quiere decir que no se pueda juzgar las cosas o que no se pueda juzgar las conductas, esto es otra cosa, hay ciertas cosas que están bien, hay cosas que están mal y esto se puede juzgar, y se debe juzgar. En el caso de una persona concreta quizá lo mejor es aplazar el juicio o suspenderlo porque no sabe uno bien qué es que aquella persona realmente hace y por qué lo hace y qué otra cosa podría hacer etc. Comprenden ustedes? Pero la situación actualmente es que la gente cree que no se puede juzgar de nada y que lo mismo da: y a eso se llama a veces libertad.

     Libertad no quiere decir lo que me da la gana, o lo que uno me dice, o lo que uno me manda. Libertad es lo que uno puede querer, lo que uno puede querer personalmente. De ahí que muchas gentes no pueden querer lo que hacen, no lo quieren: lo hacen porque sí o porque se dice que está bien. No lo pueden querer.

     Recuerden ustedes la frase -a mí me parece espléndida- de San Agustín: "Ama y haz lo que quieras - Ama et quod vis fac". Evidentemente se subraya mucho el "ama", es capital, es fundamental, pero hay también que subrayar lo segundo elemento: "lo que quieras", no lo que desees, lo que te convenga o lo que se te ocurra…., sino lo que quieras, lo que puedas querer realmente. Este es el sentido que tiene precisamente el imperativo categórico de Kant, lo que verdaderamente quieras, lo que verdaderamente puedas querer, eso significa: lo que puedas justificar.

     Por tanto en la situación de la moral colectiva que no es muy alentadora, que no es demasiado buena, que no es satisfactoria, por supuesto, que es inquietante con la salvedad de que quizá no es muy grave; no es muy grave en el sentido de que le falta peso, de que no es muy honda, de que es en cierto modo superficial, o sujeta a variaciones fácilmente.

     Esta situación no tiene quizá más remedio, más recurso que el ejercicio de la libertad. El problema está en que la mayor parte de la gente no actúa libremente, no actúa desde sí misma, desde el fondo de su persona , no decide, no elige, lo que realmente quiere, lo que realmente le parece bien…

     Con lo cual nos veríamos en una situación -frente al siglo que va a pasar tan pronto...- en la cual hay una posibilidad que las gentes se dejen llevar. Entonces, evidentemente, se va a producir una desmoralización más profunda que la que hay actualmente.

     No olviden ustedes que la humanidad está compuesta de una serie de generaciones, que conviven cuatro o cinco generaciones -ahora son cinco, porque la vida se ha prolongado- y por consiguiente hay, digamos, una serie de niveles de edad, es algo bastante claro y evidentemente la moralidad tiene unas diferencias generacionales bastante claras. Si ustedes determinaran los cuatro o cinco niveles de edades que coexisten en este momento verían cómo los criterios morales y la calidad incluso de la moralidad cambia. No es que la cosa va mejorando o va empeorando, sino que empeora y mejora.

     Si ustedes consideran por ejemplo los que tienen veinte años o los que tienen cuarenta o que tienen sesenta… verán que en algunos aspectos los más jóvenes tienen ventajas morales y consideran que ellos tienen una actitud más digna, más aceptable; en cambio, en otros sentidos no; en otros sentidos los que tienen cuarenta o cincuenta años tienen una moral más sólida; los que tienen sesenta o setenta quizá todavía más, en otros aspectos... Los que son viejos se van muriendo y los que no son muy viejos llegan a viejos y los jóvenes van ocupando evidentemente el mundo: el siglo XXI va a estar representado y ocupado primariamente por los que ahora son todavía jóvenes o muy jóvenes…

     Entonces evidentemente el mundo va a estar condicionado por la moral colectiva, no ya del conjunto de la sociedad, sino de las generaciones más jovenes. Entonces ahí es donde empieza a surgir el problema. Hay dos posibilidades: 1) si estas generaciones más jóvenes reciben estos factores, diríamos, de desorientación, de superficialidad, de no saber a qué atenerse, de evitar el juicio moral, entonces el horizonte es muy inquietante. 2) Si hay una resistencia, si hay una reivindicación del punto de vista propio, de la libertad personal; si precisamente a medida que van avanzando en la vida los que son muy jóvenes están experimentando las limitaciones de lo que han recibido, de lo que se llama al final educación, que no es solamente la instrucción, ni las instituciones, sino que en gran parte depende de la familia, del ambiente de la casa que es enormemente influyente, capital. Piensen ustedes en la diferencia que hay entre los que han vivido en una casa en la cual había claridad, por ejemplo, en que la gente estaba mostrando su realidad, en que había por ejemplo un matrimónio bien avenido vivido con amor mutuo con claridad o personas que nacen en una familia dividida, rota, a veces con varios cambios sucesivos... Evidentemente eso influye en un modo capital.

     En definitiva, lo que puede servir de saneamiento general de la vida moral colectiva es el ejercicio de la libertad, la afirmación de la libertad. Como ven ustedes un poco paradójicamente después de insistir en el influjo de lo que es colectivo creo que lo decisivo es el punto de apoyo en la vida individual. Pero resulta -no me lo olviden ustedes, lo dije al principio-, eso que se presenta como influjo colectivo se origina en grupos muy minonitarios, es decir, se origina en vidas individuales. Y entonces se trata en definitiva de evitar que unos cuantos aprovechen las posibilidades técnicas del mundo actual -técnicas de todo tipo, incluso las sociales…- para manipular a los individuos y despojarlos de su realidad propiamente individual, propiamente personal y entonces la cuestión sería precisamente hacer una apelación a los indivíduos, hacer una apelación a la vida de cada cual, a los criterios propios de cada uno, a no dejarse llevar.

     De modo que, en definitiva, la libertad -como tantas veces- es el remedio. He dicho muchas veces -hablando de cosas más bien de tipo político, pero se puede generalizar y llevarlo a estratos mucho más profundos y mucho más importantes que la política-, que la libertad -que tiene inconvenientes, que tiene males, sin duda ninguna- se cura no suprimiendo la libertad sino con más libertad.

     Que la ejerzan todos, no que la ejerzan unos cuantos en nombre de los demás, porque eso es manipulación…

     Que la ejerzan todos, que cada persona sea libre, sea realmente libre y actúe de acuerdo con su libertad personal y entonces las cosas se equilibran… Persisten las dificultades, persisten las confusiones, persisten los conflictos -la vida humana es conflictiva-, pero en definitiva se produce por lo pronto un incremento de la autenticidad, un incremento de la veracidad.

     Si se dice la verdad y se obra en consecuencia, si cada uno reivindica el derecho que tiene a ver las cosas por sí mismo y a decidir a ultima hora por sí mismo y no por lo que le dicen o no por lo que le imponen... es evidente que si esto se hubiera hecho si habrian evitado las grandes maldades colectivas.

     No olviden ustedes que en nuestro siglo han ocurrido cosas atroces. Pero las cosas atroces son de muchas maneras. Si hay un terremoto o inundaciones y la gente muere, eso es lamentable, pero hay otras cosas que no son así, que proceden de voluntades libres, humanas, de actos humanos libres que consisten en maldad. Si ustedes repasan la historia del siglo XX -siglo tan ilustre, tan admirable en tantas cosas, tan creador- verán ustedes que han ocurrido catástrofes, pero que han ocurrido con concentraciones absolutamente pavorosas de maldad. ¿Por qué? Porque la gente se ha dejado manipular, porque ha habido grupos minoritarios, sumamente minoritarios en comparación con los conjuntos, que han llevado a la gente a la locura, a la demencia, al fanatismo, a la maldad en suma.

     Así, al hablar de la moralidad colectiva volvemos al punto de partida, es decir, al lugar en el cual reside propiamente la moralidad: la vida personal, la vida individual, la de cada uno de nosotros...

     Ven ustedes cómo en definitiva hay que buscar el remedio a los males, a los peligros que nos amenazan no directamente, no primariamente en las técnicas o digamos en los resortes de la vida colectiva, por ejemplo, en la política o en la economía -en la medida en que la economía también tiene una vertiente moral- hay que tener una apelación a la moral individual, a la moral de cada uno, en suma a la personalidad.

     El problema es que las gentes no abdiquen de su personalidad. Hay muchas gentes, muchas personas -todos somos personas, por supuesto- pero hay muchos que no ejercen, hay nuchos que hacen cesión de su condición personal, que dimiten de ella y se dejan llevar.

     Ocurren fanatismos de toda especie, tan frecuentes, que se los ve en grandes escalas o en pequeñas escalas, mayores o menores, y de vez en cuando nos escandalizamos de algunos ejemplos que son muy llamativos y que son incluso pintorescos...

     Hay otros menos pintorescos pero más importantes, más profundos y la gente se ha embarcado. Cuando Ortega estuvo en Alemania, muy brevemente en el año 34 -no tuvo ningún tipo de actuación, más que ver a algunas personas individuales, como Husserl-, me acuerdo cuando volvió nos decía a los que éramos estudiantes suyos: "El problema está en que los alemanes se embarcan en una idea como en un transatlántico".

     Esto pasa con los alemanes y con muchos que no son alemanes: embarcan en una idea, en general en una pseudo-idea -algo que no se puede sostener, algo que no se puede justificar, que no es verdad- como en un transatlántico y demiten de su personalidad, se dejan llevar, se dejan arrastrar, a veces es una especie de virus que prende y que llega a ser incluso frenético...

     Este es uno de los grandes problemas, de los grandes peligros y como ven ustedes en nuestra época por las condiciones sociales, por las condiciones estructurales por el influjo de la técnica y do lo que ella permite, tiene una forma distinta de lo que pasaba hace un siglo, hace cinco siglos o hace veinte siglos: se ha cambiado enormente y creo que por tanto hay que tener en cuenta esas posibilidades, esos peligros, esos riesgos para buscar el remedio, si lo tiene, en la vida personal.