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El Cine como Instrumento Educativo en
el Ámbito de la Familia y en el de
la Escuela

Mª Ángeles Almacellas
Escuela de Pensamiento y Creatividad
angeles01@grupobbva.net

 

El “oficio” de padres

El ejercicio de una profesión –ingeniería informática, pilotaje de aviones, medicina...– requiere varios años de preparación –superación académica de una serie de asignaturas, y un cierto número de horas de práctica– antes de obtener el título legal que acredite la capacitación para desempeñarla. Más tarde, nunca deja uno de aprender si quiere mantener, o incluso superar, su competencia profesional.

Paradójicamente, estas reglas apenas rigen para ejercer el oficio de padres, que deben llevar a cabo la difícil tarea de educar a los hijos. Con gran frecuencia, se tienen hijos y se inicia su proceso formativo sin saber cómo ni por qué, dejándose guiar, en cada momento, del sentido común, la buena voluntad y el recuerdo de las experiencias de la propia infancia, que le marcan a uno para bien o para mal. Por ejemplo, es posible que el hijo de unos padres autoritarios conceda a sus hijos, por reacción, una libertad excesiva, sin pensar que su mala experiencia no garantiza que lo contrario sea mejor para el niño.

Sin embargo, una cuestión tan delicada y de tal envergadura como es la formación de una persona y la orientación de su vida hacia la plenitud no puede ser dejada a la improvisación ni al albur de las buenas intenciones y los impulsos del corazón. Antes del nacimiento, los padres se informan y se preparan para recibir adecuadamente al niño, y después acuden sistemáticamente al pediatra para que los oriente en la forma de acompañar su crecimiento físico. Del mismo modo, es necesario que se formen para ser capaces de llevar adelante con acierto la ingente y maravillosa labor de educar a los hijos. Su amor oblativo es condición indispensable para el equilibrio afectivo de los niños, pero, aun siendo lo más importante, no es suficiente, pues la misión de educador exige una buena preparación, como corresponde a cualquier empresa de alto rango y responsabilidad.

Formar “espiritualmente” a un niño, ayudarle a crecer adecuadamente como persona, igual que se atiende a su salud y a su desarrollo físico, es función irrenunciable de los padres que no debe transferirse a la escuela, como se pretende hacer con no poca frecuencia. El colegio tiene, evidentemente, una clara función formativa, que aparece plasmada en su Proyecto Educativo y en el Ideario, pero, de ningún modo, le corresponde al Centro desempeñar la labor educativa propia de los padres.

Actualmente existe una gran preocupación por las costumbres de muchos adolescentes respecto del alcohol, las drogas, la promiscuidad sexual, el fracaso escolar, los comportamientos violentos... Nos lamentamos, y buscamos mil soluciones para ese grave y doloroso problema social y humano que afecta a un gran número de familias. Pero la única fórmula realmente eficaz, y en esta cuestión el acuerdo es unánime, es la prevención, es decir, la formación integral del niño, desde el punto y hora de su nacimiento. Este proceso educativo en valores es, básicamente, responsabilidad de los padres, lo cual implica:

-                     Vivir ellos mismos de forma éticamente valiosa, pues los valores no se “enseñan” como una doctrina, sino que se “descubren” y se comparten.

-                     Formarse adecuadamente para responder convenientemente a su función de padres.

Un profesor de cualquier materia es el que la domina y es capaz de transmitirla. Un educador es aquel que conoce las leyes del desarrollo humano y enseña a los educandos qué actitudes llevan al hombre a su plenitud humana y cuáles lo van a deslizar irremisiblemente hacia su ahogo espiritual y su destrucción como persona.

-                     Entregarse entusiásticamente a su misión de educadores.

La presencia activa de los padres en el proceso de formación del niño es necesaria e insustituible, porque a ellos les corresponde primariamente la obligación y el derecho de educarlo. No hay tiempo mejor empleado que el que se dedica a los hijos. De nada vale que les proporcionemos un alto nivel de bienes materiales si luego no nos queda tiempo para ocuparnos de lo esencial, que es la persona del hijo, su calidad humana y su plenitud personal.

-                     No caer en la tentación de delegar en la escuela lo que es misión y responsabilidad de los padres.

El colegio es el lugar en el que el niño se inicia y profundiza en los distintos saberes y se hace capaz de participar responsablemente en la sociedad. Pero no es un “aparcamiento” en el que dejar al hijo cuando no se sabe qué hacer con él. Esta actitud desvirtúa la dignidad de la misión de la escuela y humilla al niño, lo convierte en un “objeto” incómodo a ciertas horas o en algunas épocas del año. A cada problema le corresponde una solución adecuada, a veces no la más fácil ni la más cómoda, pero una situación cerrada en falso puede acarrear más tarde consecuencias imprevisibles. El colegio colabora con la familia en el sentido de que da la formación académica en el marco de los valores y de la figura de hombre que aparece en el Ideario, para ampliar, enriquecer y consolidar el proceso formativo que se desarrolla en el hogar y cuya iniciativa primera y fundamental corresponde a los padres. De ahí la necesidad de elegir el Centro educativo con criterios rigurosos, coherentes con la vida de familia.

-                     Vivir la relación con el colegio como una colaboración fecunda, no como una injerencia o una oposición.

El primer compromiso de los padres con la escuela es el hecho mismo de elegirla con criterios serios, es decir, porque asumen su Ideario y confían en su Carácter Propio. Los padres deben estar bien informados y dispuestos a colaborar, pero respetando siempre la labor específica de los profesionales de la enseñanza y sin inmiscuirse en lo que supone su tarea y su responsabilidad. 

Educar en la actualidad

La realidad actual es que los educadores –en al ámbito de la familia y en el de la escuela– se enfrentan a graves dificultades para llevar a cabo su misión, a causa de la terrible presión de un ambiente marcado por el relativismo –con su ausencia de valores trascendentales y criterios éticos–, la permisividad consiguiente y un consumismo feroz, que es el paradigma de la carrera enloquecida del hombre de hoy en busca de una felicidad huidiza que se ofrece seductoramente a cada instante pero jamás se deja alcanzar.

A menudo, padres y profesores se sienten inermes ante los cambios tan profundos y rápidos que sufre la sociedad, que parecen haber dejado vacías de sentido las coordenadas sobre las que se asentaban los ejes de una vida ética, y se dejan hundir en el desánimo porque consideran inútil su esfuerzo. Sin embargo es posible –y urgente– recuperar el espacio de dichas coordenadas mediante una formación humanística sólida e ilusionante [1] . Sobre la base de esa rigurosa fundamentación se pueden afrontar con éxito los grandes temas que deben estar ineludiblemente presentes en un proyecto de desarrollo personal, como son el sentido de la vida, la relación con la trascendencia, la solidaridad entre todos los hombres, la vinculación con el entorno, el valor del amor y la familia, la prevención de adicciones, la auténtica libertad...

El cine puede ser un instrumento de primer orden para esta función educativa si es utilizado con un método pedagógico adecuado [2] .

El cine, instrumento educativo

Un guión cinematográfico presenta un argumento, el desarrollo de una acción. Pero la acción, en sí misma, no existe, sino que hay unos hombres que actúan, protagonizan unos hechos. Ahora bien, el comportamiento del ser humano, aunque a veces parezca inexplicable, no es accidental, sino que está regido por una lógica interna, tan implacable que la única forma de imponerse a ella es el cambio radical de actitud. Si una persona vive replegada sobre sí misma, dedicada a buscar las satisfacciones inmediatas, por muy enamorada que esté, jamás llegará a crear un amor auténtico y se condena a vivir en soledad interior, salvo si cambia de raíz su egoísmo por una actitud de generosidad y se esfuerza por elevarse al nivel del encuentro personal.

Bajo la sucesión de hechos que constituyen el argumento de una película, una mirada penetrante descubre una experiencia de vida con su lógica interna, es decir, el tema. Debemos enseñar a los niños a descubrir la fuerza interior que rige el desarrollo de la acción, para que aprendan a conocer las consecuencias inexorables de adoptar ciertas actitudes. De lo contrario, si no les ayudamos a profundizar en el contenido humano del relato, la película queda reducida, en el mejor de los casos, a mero pasatiempo. No es raro que una película, en apariencia trivial, exenta de escenas fuertes, pueda ocultar mucha capacidad de manipulación o influencia nociva bajo la serena capa de su inofensivo argumento. Uno de los grandes éxitos de los últimos tiempos, El Señor de los Anillos, en su tercera entrega, El Retorno del Rey, termina con el triunfo del Bien sobre el Mal, y nos presenta un mundo idílico, en el que reina la paz y la justicia y los buenos alcanzan la felicidad eterna [3] . Pero, como un trasunto de lo que se nos ofrece hoy, es un mundo sin Dios. En lugar de mirar al Dios providente que lo ha creado por amor, el hombre se contempla a sí mismo de forma ególatra y se ofrece una pseudorreligión de diseño para satisfacer sus ansias de eternidad y acallar el deseo natural de trascendencia que la persona lleva en el fondo del corazón.

Es erróneo suponer que el espectador recibe pasivamente la película, por el hecho de que no capta explícitamente los rasgos como el que acabamos de comentar, porque el mensaje le llega aunque él no se percate de ello. No tenemos más que prestar atención a nuestras propias reacciones ante la pantalla: nos alegramos, reímos, sentimos temor, angustia, pena hasta llorar... El espectador entra en intensa relación con los conflictos de la pantalla porque, de alguna manera, se identifica con ellos, se adentra en la historia y forma parte personalmente de ella, en lo más recóndito de sus propios gustos, anhelos, deseos y temores. En este sentido, el buen cine nos permite realizar una experiencia humana profunda que en la vida real tal vez nos costaría años.

Enseñar a un niño a interpretar la historia que se desarrolla en la película es enseñarle a interpretar la vida, a conocer hondamente al ser humano y, con ello, le hacemos capaz de prever las consecuencias de sus propias actitudes y decisiones.

En el ámbito de la familia

No es fácil, a menudo, encontrar una buena ocasión para hablar con los hijos de cuestiones formativas, oír sus opiniones, sus dudas e inquietudes, analizarlas con ellos y facilitarles claves de orientación.

Ver juntos una película o leer un cuento [4] y comentarlos luego con calma, dedicándoles todo el tiempo necesario, es un buen recurso para ayudar al niño a profundizar en temas humanos de gran calado, reflexionar sobre la lógica interna de un proceso vital, analizar las consecuencias de ciertas actitudes, y discernir qué supone y qué exige alcanzar la plenitud personal y la auténtica felicidad. Es una labor que conviene empezar muy pronto, con los primeros cuentos que se le explican y las primeras películas infantiles que ve, porque el diálogo y la confianza del adolescente con sus padres no se pueden improvisar, sino que son el fruto de una relación personal fluida cultivada desde la infancia. No podemos pretender que, en la adolescencia, cuando empiezan los conflictos, nuestros hijos dialoguen, nos hagan confidencias, nos pidan consejo y nos escuchen si, previamente, no hemos creado con ellos una relación de encuentro comprometido. Si para el niño lo natural es tener espacios habituales de reflexión con sus padres, las confidencias del adolescente surgirán, llegado el momento, de forma espontánea.

Comentar el drama humano que late en el tema profundo de una buena película es magnífica ocasión para que el niño deje traslucir sus dudas y sus inquietudes, sus vacilaciones y sus miedos, y los padres le puedan orientar hacia su maduración y desarrollo personal.

Si les ayudamos a captar la honda vida humana que encierran las historias que contemplan en la pantalla, les enseñamos al mismo tiempo a interpretar la vida en general y, por consiguiente, a reflexionar sobre sus propios conflictos vivenciales y conocer con precisión qué leyes rigen su crecimiento personal. El que sabe prever puede prevenir y, por tanto, evitar todo tipo de riesgos y errores y, de este modo, está en condiciones de orientar acertadamente su vida hacia la plenitud personal.

En ocasiones, los padres pueden elegir una película en función de un tema concreto que quieran tratar con el hijo. En la medida de lo posible, es conveniente que la vean previamente para poder reflexionar sobre ella, o bien hayan manejado un análisis fiable de la misma, y tengan previstos los puntos que quieren comentar. Evidentemente, no se trata de “informar” al niño, explicarle el fondo de la película, sino, a través de un diálogo, guiarle para que él mismo descubra el contenido profundo de la historia. Por ejemplo, para suscitar en el niño la voluntad de obediencia confiada a sus padres o despertar el sentimiento religioso como una relación personal de amor con Dios, se puede ver Buscando a Nemo, a través de la cual podrán promover en él la admiración por el amor de padre, totalmente generoso y dispuesto al perdón, encarnado en Marlin, y referirlo a sus propios padres y a Dios, padre bueno [5] .

Una joven madre me confiaba un día su inquietud por uno de sus hijos, de diez años, con grandes cualidades –entre ellas destacaba una inteligencia privilegiada–, pero con actitudes y opiniones confusas y desconcertantes. El niño tenía sobradas posibilidades para destacar en los estudios y en los deportes, pero se impacientaba si no alcanzaba rápidamente sus metas y se desanimaba con facilidad. A la primera ocasión los padres se sentaron con el niño a ver la película de Walt Disney Hércules [6] . Mientras la veían, con toda discreción para no distraerlo, el padre le hacía alguna pregunta (“¿Por qué hace esto? ¿Qué le pasará ahora?...”), no para comentarla en ese momento, sino para fijar la atención del niño en las cuestiones que querían tratar con él. Durante la cena se estableció el diálogo. El niño en ningún momento tuvo la sensación de que lo estaban “examinando” ni que le daban una lección, porque los padres se hacían también preguntas entre ellos –a través de cuyas respuestas le transmitían discretamente contenido formativo–, y, a su vez, pedían opinión al hijo. Los tres dialogaron largamente sobre el valor de la tenacidad en el esfuerzo y, de forma espontánea, el mismo niño reconoció con sinceridad su falta de perseverancia. Era un primer paso muy firme hacia un cambio de actitud.

Con frecuencia, la película que se ve con los hijos no ha sido elegida por un motivo concreto ni ha podido ser preparada previamente. Pero el hecho de comentar cualquier película, además de ser ocasión para orientar a los hijos en temas profundos de la vida humana, fomenta la buena costumbre del diálogo reflexivo y sincero entre padres e hijos. Cuando haya que tratar algún asunto difícil y escabroso –porque los padres lo consideren oportuno o porque el hijo necesite hacerles una consulta o una confidencia–, no habrá dificultad ninguna, porque estarán habituados a hablar francamente, con rigor y ponderación, de todo tipo de temas.

Evidentemente, esto requiere, por parte de los padres, flexibilidad en el arte de interpretar una situación de conflicto humano –en una película o en la vida cotidiana–, para ayudar a que sus hijos descubran y valoren la enseñanza ética que contiene o se desprende de ella. Esta capacitación de los padres para saber “interpretar” y enseñar a los hijos a descubrir lecciones y valores en la vida misma, narraciones, sucesos o experiencias propias, es de suma importancia y a ello deberían dedicar sus mejores esfuerzos las Escuelas de Padres.

En el ámbito de la escuela

En un Centro de Enseñanza Media, el profesor tutor es el responsable directo del seguimiento y la formación integral –relación con los padres y el resto de los profesores, resultados académicos, actitudes y valores, proyecto de vida...– del grupo de alumnos a él encomendado. Pero cada día resulta más difícil y descorazonadora la labor tutorial por cuanto los adolescentes viven envueltos en un ambiente social marcado por el hedonismo y el consumismo, la mediocridad o la zafiedad en la mayor parte de los medios de comunicación social, y ciertas leyes de educación que han desterrado, en la práctica, el valor del esfuerzo y la disciplina... A lo que hay que añadir, a menudo, padres excesivamente permisivos, que llegan, a veces, a entorpecer la labor formativa del colegio. Desde la infancia, han acostumbrado a los niños ver satisfechos sus más pequeños deseos antes de formularlos. En consecuencia, los niños han adquirido el hábito de atender de inmediato a las llamadas de sus pulsiones y sus caprichos, sin referirlos a valores superiores (beben o “se colocan” sin tener en cuenta las terribles consecuencias, exigen mil cosas sin considerar el esfuerzo de sus padres por conseguirlas...). Nada les interesa realmente porque lo tienen todo. Muchos niños disponen, en su propia habitación, de todos los “lujos” para su exclusivo uso privado: ordenador personal, cadena de música, televisión... Así no dependen de nadie ni han de compartir con los otros miembros de la familia. Les han dado un mundo tan fácil, tan cómodo y placentero que sólo aspiran a “tener” cuanto más mejor y disfrutar “a tope”. Es decir, les han acostumbrado a moverse exclusivamente en el nivel de lo fácil, lo inmediato y agradable. En estas circunstancias, mantener el nivel docente y disciplinar en la escuela y formar éticamente a los niños se presenta como una labor casi imposible.

Muchos profesores están desanimados ante esta situación, porque se sienten agotados, desautorizados, infravalorados y hasta maltratados. Pero no podemos dejarnos llevar del desaliento porque la misión del educador es de una grandeza inigualable. Colaborar en la formación integral de los jóvenes es una labor de la más alta dignidad. 

El joven de hoy es extremadamente celoso de su libertad  y no consiente que los adultos pretendan influir sobre sus ideas y actitudes. Defiende vivamente su opinión, cualquiera que sea –a menudo, incluso, sin haberla reflexionado a fondo–, como algo propio muy razonable y valioso que el adulto pretende arrebatarle debido a prejuicios éticos que él considera obsoletos y afortunadamente superados. De ahí el grave error que supone discutirle frontalmente sus ideas, opiniones o actitudes. Entonces, se pone a la defensiva, dispuesto a mantener su postura, no tanto porque tenga razones que la justifiquen cuanto porque es “suya”, y se siente agredido él mismo al pensar que se está atacando su propia libertad.

El cine es un recurso excelente para ayudar al tutor a ejercer su noble función de “guía”, porque, a través del análisis de experiencias contenidas en obras cinematográficas, el joven consigue una visión lúcida de los aspectos esenciales de su vida: descubre las temibles consecuencias de adoptar ciertas actitudes, en qué consiste la verdadera libertad, cómo llenar su vida de sentido... No es el educador quien le da una lección de vida, sino que es el mismo joven quien la descubre.

La utilización del cine como instrumento pedagógico para la formación ética en el ámbito de la escuela plantea ciertas exigencias:

1.                  Elegir la película en función de los objetivos formativos que pretendemos alcanzar No se debe jamás improvisar y proyectar una película, por buena que sea, que acaba de caer en nuestras manos. Todo debe estar minuciosamente pensado y programado.

En la elección de la película hay que tener muy en cuenta las características del grupo concreto con el que vamos a trabajar: edad, formación, circunstancias especiales...

El guión cinematográfico no sólo debe responder al objetivo marcado en la programación de la tutoría, sino que es imprescindible que el tema afecte a los intereses vitales de los alumnos, para que empaticen (del griego sympathein, ‘tener los mismos sentimientos que’, ‘padecer con’) con los personajes y se identifiquen con el conflicto humano que allí aparece. De este modo podrán ponerlo en relación consigo mismos, es decir, sabrán extraer una lección para su propia vida.

2.                  Dar “claves de comprensión”. Antes de ver la película, hay que proporcionarles las orientaciones necesarias para que sean capaces de llevar a cabo una lectura profunda de la historia que van a analizar. Esas “claves de interpretación” no se deben dar como una lección que se explica, sino que hay que propiciar que ellos mismos las descubran en su propia experiencia. 

Por ejemplo, si nuestro objetivo es que los alumnos se esfuercen en establecer relaciones humanas generosas y respetuosas, podríamos elegir películas como Shrek [7] , La edad de hielo [8] , Spider–man [9] , Harry Potter y la piedra filosofal [10] , Mi gran boda griega [11] ...  Previamente, hemos de trabajar con los alumnos los modos y niveles de realidad

Se establece un diálogo con el grupo para que ellos mismos lleguen a descubrir las cuestiones siguientes:

-                     El modo de realidad, por ejemplo, de una silla: es un “objeto” útil, práctico, cómodo... y cuando pierde dichas cualidades, es desechado. Este tipo de realidades y la actitud de dominio del hombre respecto a las mismas constituye el nivel 1 de realidad y de conducta, nivel elemental, el propio de lo útil, lo manejable y poseíble.

-                     El modo de realidad de una persona: en un cierto sentido, la persona tiene una dimensión de “objeto”, pero es mucho más, es un “ámbito de realidad”, es el nudo de confluencia de otros tantos ámbitos (familia, amigos, religiosidad, estudios, deportes, aficiones...). Tiene capacidad de iniciativa: la llamo y le ofrezco mi amistad y me responde, la necesito y acude... Podemos crear una relación de encuentro. La persona es un “ámbito” y, por tanto, se mueve en un nivel de realidad valioso (nivel 2), que es el nivel del encuentro y la creatividad.

-                     Si “ambitalizamos” las realidades (es decir, si les otorgamos el respeto debido y las elevamos de nivel), somos creativos y enriquecemos nuestra vida, porque nuestro entorno adquiere más valor para nosotros.

-                     Si “ambitalizamos” las realidades (es decir, si les otorgamos el respeto debido y las elevamos de nivel), somos creativos y enriquecemos nuestra vida, porque nuestro entorno adquiere más valor para nosotros.

-                     Si tratamos los “ámbitos” como si fueran “objetos”, practicamos el reduccionismo, que es de una gran crueldad (por ejemplo, tratar a una persona –que es un ámbito muy valioso– como si fuera un mero objeto, propio del nivel 1), y con ello, nos empobrecemos nosotros mismos.

Con estos datos, los alumnos ya están en condiciones de profundizar en el tema de la película que hemos elegido para trabajar con ellos.

3.                  Trabajo en grupos con un cuestionario. El profesor prepara previamente las preguntas para discutir en los grupos y en el diálogo general. De este modo evitamos caer en las meras impresiones, pues de lo que se trata no es de interpretar el argumento de la historia sino su contenido humano, y analizarlo en conexión con las situaciones, preocupaciones, inquietudes e intereses de los alumnos.

Antes de ver la película, el profesor les da las preguntas sobre las que trabajarán después en los grupos. Así, les ayudamos a centrar la atención en el tema de la historia.

4.                  Diálogo general. A partir de la experiencia concreta de la película, se reflexiona sobre el ser del hombre y el sentido de la vida. Posteriormente se aplica dicho análisis a la propia realidad de los alumnos, a las leyes que rigen su desarrollo personal.

El profesor actúa como discreto moderador. Anima el diálogo en un clima de sinceridad, libertad y confianza para expresar las propias opiniones, así como de interés y esfuerzo por avanzar entre todos y conseguir el carácter acumulativo que debe tener una buena discusión.

Ha de evitar las preguntas que, aunque piden una opinión, no orientan hacia una discusión reflexiva. Por ejemplo, si se pregunta a un niño qué piensa del hecho de que Pinocho, en la deliciosa película de Walt Disney [12] , escucha las voces de sus tentadores y deja de ir a la escuela, sin duda su respuesta será sencilla y superficial, y dejará poco espacio para la discusión. Muchos compañeros estarán de acuerdo con él y otros opinarán algo distinto, pero lo más probable es que se queden en lo meramente anecdótico.

La primera pregunta debe ya orientar su mente hacia la reflexión (“¿Por qué Pinocho escucha a Juan y Gedeón?”). El alumno da una respuesta, y sobre ella iniciamos un comentario, a fin de elevarnos progresivamente a un análisis cada vez más preciso de la cuestión investigada. De este modo, conseguimos que el grupo logre descubrir el fondo del tema que analizamos: es fácil caer en el engaño de un manipulador porque halaga nuestros instintos, sacia nuestras apetencias y no habla jamás a nuestra inteligencia.

Los alumnos ya han descubierto cómo actúa un manipulador. El diálogo continúa, ahora para descubrir las distintas formas de manipulación que sufren ellos mismos, y aprender, de este modo, a estar alerta, ser celosos de su libertad y no dejarse manejar.

La idea básica de la metodología consiste en que el tutor no inculca los conocimientos a los alumnos, sino que son ellos mismos quienes los descubren a partir de la reflexión y al análisis de las experiencias humanas contenidas en las películas.

5.                  Evaluación de la actividad. No es tarea fácil, como sabemos, evaluar un área cuyos objetivos son principalmente de carácter formativo. No obstante, el profesor debe hacer un seguimiento del progreso de cada alumno, del grupo en general y de las actividades mismas que se van realizando.

El gran escritor francés del siglo XIX Víctor Hugo nos hizo esta grave advertencia: “No olviden esto: No existen malas hierbas ni malos hombres; únicamente hay malos cultivadores”. Los niños de hoy son los hombres del tercer milenio, en un mundo en constante y rapidísima transformación, que casi escapa  a nuestra capacidad de predicción. La única solución es formarlos bien. Éste es el reto; ésta es nuestra responsabilidad.



[1] Véase Alfonso López Quintás, El secreto de una vida lograda. Pedagogía del amor y la familia, Palabra, Madrid, 2003 y Descubrir la grandeza de la vida. Un nuevo proyecto formativo, Verbo Divino, Estella (Navarra), 2003.

[2] Véase M. Ángeles Almacellas, Educar con el cine. 22 películas, EIUNSA, Pamplona, 2004. En el libro queda expuesto de forma sencilla dicho método pedagógico, que se explicita a continuación sobre la base del análisis de 22 películas orientadas a distintas edades, e incluye, además, un guión de sugerencias para establecer un diálogo formativo con los educandos.

[3] O. c., pp. 140-149

[4] Véase Mª Ángeles Almacellas, “Los cuentos de Perrault y su carácter formativo” en “Primeras Noticias. Revista de Literatura”, Centro de Comunicación y Pedagogía, 2004/nº 201, pp. 41–50.

[5] Véase  Educar con el cine, o. c. pp. 39-46

[6] O. c. pp. 96-102

[7] O. c. pp. 60-66

[8] O. c. pp. 73-79

[9] O. c. pp. 121-129

[10] O. c. pp. 130-139

[11] O. c. pp. 212-223

[12] O. c. pp. 112-120