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Medios Audiovisuales en la Escuela y Formación de Espectadores Críticos

(comunicación en el III Congreso Católicos y Vida Pública Madrid –2001)

 

Mª Ángeles Almacellas Bernadó
Escuela de Pensamiento y Creatividad
(Profesor A. López Quintás)
angeles01@grupobbva.net
lquintas@filos.ucm.es

 

Influencia de los medios de comunicación

Actualmente vivimos inmersos en un mundo eminentemente audiovisual. Los medios de comunicación en general, pero muy especialmente los audiovisuales –televisión e Internet- presentan un enorme peso en la sociedad actual, sobre todo –pero no únicamente- en los más débiles, niños y jóvenes, personas con poca formación, etc. Orientan nuestros gustos –en gran parte por la fuerza y la astucia de la publicidad-, y crean opinión. El 21 de julio de 2001, los principales periódicos de Europa ocupaban sus portadas –con profusión de titulares y fotografías- con el triste suceso de un manifestante contra la globalización muerto en Génova en un duro enfrentamiento con la policía italiana. Era la noticia del día, y todas las cadenas de televisión ofrecieron las imágenes del manifestante atacando violentamente el vehículo de la policía antes de caer abatido por un tiro. El mismo día, otra noticia, al parecer mucho menos importante -apenas una breve reseña-, informaba de la muerte de 150 niños que eran transportados a Gabón para ser vendidos como esclavos. Sin duda, la ausencia de material visual había afectado a su dimensión como acontecimiento. Ambos casos podían estar ofrecidos con la máxima objetividad, pero el hecho del tratamiento preferente de uno sobre otro -repetición en las televisiones, fotografías y artículos de opinión en periódicos y revistas, comentarios en radio, frente a una más o menos escueta reseña carente de imagen- le concedía el rango de “noticia trascendental” al muerto de Génova y de “suceso” sin más a los 150 niños esclavos muertos en un naufragio. Con esa gradación los recibimos y los asumimos. Nadie se puede considerar inmune a la influencia de los medios de comunicación.

Estos medios condicionan también nuestras creencias fundamentales, las que nos llevan espontáneamente a adoptar ciertas actitudes y realizar diversas acciones. En circunstancias normales, trabajamos todos los días a lo largo de un mes sin percibir ninguna remuneración porque “creemos” que el último día recibiremos nuestro salario. Sólo en el caso de que se advierta alguna inestabilidad en la empresa nos cuestionamos nuestra “creencia”, nos sentimos incómodos y adoptamos una actitud hostil. Estas “creencias” básicas que están en el origen del comportamiento no surgen como consecuencia de una actitud gregaria ni de falta de reflexión, sino del hecho de estar insertos en una tradición cultural, no vivir aisladamente sino en la experiencia de la comunidad a la que pertenecemos. Cuando llega a la adolescencia, el joven se plantea muchos de esos principios y hasta los rechaza. Es el momento decisivo en que ya tiene la madurez suficiente para no acoger las normas como algo ajeno (del latín aliēnus) a sí mismo y, por tanto, “alienante”. La formación consiste en capacitarlo para que las acoja reflexiva y críticamente. Al hacerlas íntimas, las convierte en el cauce en el que puede desarrollar su libertad y su creatividad. El verdadero rebelde no rechaza por principio toda la tradición cultural a la que pertenece, sino que la asume de forma creativa, es decir, con deseo de perfeccionarla.

Los medios desacreditan muchas de las creencias que los niños adquieren en el seno de la familia y en la escuela. Inmediatamente les transmiten otras contra las que los educadores poco tienen que hacer. Los efectos y el poder de atracción de los medios son enormemente poderosos, especialmente la televisión, que es el que exige menor atención y, por tanto, se recibe con mayor pasividad.

Escuela y medios audiovisuales

La escuela debe actualizarse para adaptarse y dar respuesta a esta situación. El discurso audiovisual y los desarrollos tecnológicos que acontecen en la realidad deben estar presentes en el currículo escolar de modo que no haya una fractura entre la escuela y la realidad cotidiana en la que el niño está inmerso. Los medios audiovisuales son instrumentos ya imprescindibles para un aprendizaje adaptado a los nuevos tiempos. Piénsese, por ejemplo, en la capacidad de Internet para acceder a una ingente cantidad de información, en muchos casos no accesible de otro modo;  las vídeo conferencias, con la posibilidad de coloquio en tiempo real; los cursos a distancia con la fluidez del correo electrónico... Al mismo tiempo, los medios encierran en sí mismos un enorme potencial formativo si son utilizados con un método pedagógico adecuado [1] . El gran reto de la escuela consiste en enseñar a los niños a ser espectadores críticos, hábiles para descodificar el lenguaje de la imagen y conscientes de los mensajes que recibe diariamente. Además, la imagen cinematográfica puede ser un inestimable recurso para ensanchar las bases de la formación humanística de los alumnos. Su eficacia no se reduce a proporcionar información de contenidos de aprendizaje ni a procurar distracción o evasión, sino que constituye una verdadera escuela de formación ética si se enseña a los niños a interpretarla convenientemente.

Tareas formativas a través del cine

Tres grandes tareas formativas deben llevarse a cabo en la escuela a través del cine: 1) Formar espectadores críticos capaces de analizar los “mensajes” y los recursos de los medios de comunicación. Con ello evitaremos que se dejen manipular; 2) Descubrir los procesos humanos básicos, es decir, qué actitudes llevan al hombre a su plenitud y cuáles, por el contrario, lo agostan como persona. Este conocimiento debe llevar a los niños a un compromiso por la libertad y a que se forjen a sí mismos como personas; 3) Comprender que para alcanzar lo realmente valioso hay que elevarse al nivel de la creatividad, para que se decidan a adoptar una actitud creativa y éticamente valiosa. A título de ejemplo, vamos a aplicar tres películas al cumplimiento de cada objetivo:

1) Hermenéutica de los Medios

El show de Truman (una vida en directo), película dirigida en 1998 por Peter Weir y protagonizada por Jim Carrey, Laura Linney, Noah Emmerich, Natascha McElhone, Holland Taylor y Ed Harris, en los principales papeles.

La película es una crítica mordaz al fenómeno de la televisión; pone al descubierto los mecanismos de los que se vale el medio para fascinar a los espectadores [2] . Narra la historia de Truman Burbank, cuya existencia se ha convertido en una popular serie de televisión. Truman ignora que Seahaven, su ciudad, es, en realidad, un inmenso plató creado por un realizador, director y productor, Ed Harris, Christof en la película. Todo es falso: la ciudad, los vecinos, sus propios padres, Meryl, su mujer, Marlon, su mejor amigo... Todos son actores y extras. Truman, finalmente, descubre el engaño y lucha por su libertad.

Discurso televisivo

El programa “El show de Truman” consiste en una emisión ininterrumpida de la vida de Truman Burbak desde el momento mismo de su nacimiento, que enmarca una oferta publicitaria explícita o encubierta, pero incesante. Su análisis en el aula permite contemplar los rasgos más característicos del discurso televisivo y su poder de manipulación.

Es un programa de máxima audiencia, de tal modo que no puede exigir ningún esfuerzo mental por parte del espectador. Es puro espectáculo para el consumo, pero vacío de significado y de verdadera información. Al no haber contenido alguno, lo verdadero y lo falso se confunden, los problemas y la realidad de Truman aparecen deformados. El espectador cree recibir información objetiva, cuando lo único que recibe son imágenes descontextualizadas y, por tanto, poco o nada fiables. Cuando, al final de la película, el realizador le dice “Te conozco mejor que tú mismo”, Truman le responde “Nunca has tenido una cámara en mi cerebro”.

Además de una absoluta inteligibilidad, “El show de Truman” es un programa total e inmediatamente accesible para el espectador, fácilmente “consumible”, forma parte de su vida cotidiana. Cada uno lo ve donde y cuando quiere, sin necesidad de esfuerzo: en la bañera, en el salón, en el aparcamiento, en el bar... Se recibe pasivamente, y uno se deja impregnar por ese mundo vacío que, sin embargo, le provoca emociones y le arranca lágrimas y aplausos.

La narración de la vida de Truman, aunque se emite ininterrumpidamente por una cadena monográfica, no está exenta de fragmentación: a) Contiene discretos cortes que dan lugar a la publicidad. Ésta es, en unos casos, encubierta y, en otros, aparece explícitamente como tal. b) Todas las semanas salta al espacio un programa sobre el show, “La verdad Truman”, con lo que, de forma sistemática, se comenta o repite lo ya visto y se anuncian las próximas aventuras, es decir, se establecen episodios. c) No existe un tejido entre todos los personajes, no forman entre ellos una red de nexos más o menos compleja. El espectáculo es exclusivamente Truman, y su relación con cada uno de los personajes constituye una suerte de “capítulo” con una cierta autonomía.

A pesar de esta fragmentación, el protagonista sirve de vínculo entre los episodios, de modo que la continuidad es permanente. El show de Truman consiste en un universo autosuficiente que no se sustenta en la realidad -porque es ficticio- sino que él mismo constituye su propio referente.

El programa se emite durante 24 horas al día, los 7 días de la semana. El público lo siente como su propio universo familiar porque ambos coexisten en un mismo tiempo cotidiano que no tiene fin. A pesar de esa continuidad, hay una repetición constante de escenas breves y prácticamente iguales –el saludo de la mañana a los vecinos, el quiosco de prensa, los mellizos...-, e incluso existen un “Catálogo Truman” y una “Cinta de grandes éxitos” que contiene los hitos más importantes en la vida del protagonista: su primer día de escuela, el primer beso, etc. Pero el interés del público se mantiene porque siempre hay que esperar “nuevos y excitantes acontecimientos”, en palabras del mismo realizador.

Manipulación, verdad y libertad

El contenido de la película tiene su cínico defensor en la persona de Christof, el diseñador y arquitecto del mundo ficticio de la isla de Seahaven: “El programa –aunque es muy caro- produce beneficios. No hay cortes por publicidad y los beneficios se generan por el sistema de publicidad encubierta. Y, además, todo está en venta: la ropa, las casas...”. Truman parecía un hombre feliz. Su mundo era un mero montaje televisivo en el que se le había asignado el papel de marioneta llevada por Christof, y nunca se había planteado la naturaleza del mundo en el que vivía, porque la fuerza persuasiva de la televisión es tal que “aceptamos la realidad del mundo tal como nos la presentan”. Más aún, cuando le surgen las primeras dudas –“Creo que me están manipulando”-, le invade un sentimiento de angustia porque su entorno se le vuelve ajeno y hostil, pero no le es fácil liberarse del montaje y llega a pensar que se está volviendo loco. Sin embargo, su propio creador afirma que, si Truman estuviera verdaderamente decidido a descubrir la verdad, no podrían impedírselo.

A riesgo de la propia vida –es decir, de perder todas las seguridades en que está pasivamente instalado-, Truman decide correr el peligro de ser él mismo. Esto supone elevarse del nivel de los objetos, al que está reducido, al nivel de la creatividad, para pensar y decidir por sí mismo. Del sótano en que estaba recluido, sube con esfuerzo hasta el jardín y se lanza a mar abierto hacia el horizonte de la libertad. Por primera vez en 30 años se corta el programa: la lucha por la libertad impide la manipulación. Afronta con coraje presiones y peligros y consigue alcanzar la empinada escalera que simboliza el salto de nivel. A la fuerza del medio televisivo -¡Estás en la televisión, en directo ante todo el mundo!- se opone la fuerza de la persona libre: Truman saluda como en el programa, vuelve la espalda y se va. Y el programa –la manipulación- se corta para siempre.    

Al analizar la película, los niños descubren el poder de manipulación de la televisión y el tremendo reduccionismo que ejerce sobre los acontecimientos humanos. Ser espectadores críticos no significa sólo saber interpretar el lenguaje audiovisual, sino adoptar una actitud despierta y ser selectivos y exigentes con lo que se ve. Un niño que, de forma habitual, se sienta pasivamente ante la pantalla para dejarse impregnar por programas vacíos de contenido, se hace incapaz, en la vida real, de pensar en profundidad, de hacer abstracciones, de analizar un problema o una situación conflictiva.

Vivimos una época de gran incomunicación en las familias, en los barrios, en el trabajo, en la escuela. Esta situación se intenta paliar con la presencia de la pequeña pantalla en la vida cotidiana. La televisión lo llena todo. Ha sustituido a las charlas familiares alrededor de la mesa e, incluso, muchos niños la tienen en su dormitorio. El hombre es un ser de encuentro, que se desarrolla como persona creando formas de unidad de alto valor. Cuando permanece aislado, encapsulado en sí mismo, se siente desvalido, “des-centrado” de lo que sería su realidad de hombre. Seguir las series puede dar sensación de compañía, pues los personajes se hacen familiares, pero esto es engañoso. No es una relación reversible; sólo es contacto visual y, además, con una realidad ficticia.

Las viejecitas que abrazan el cojín con la imagen de Truman, los guardas del aparcamiento, las camareras... son el prototipo del espectador pasivo, que se distrae, ríe y llora con el espectáculo, por el que toma partido apasionadamente. Pero, en realidad, no hay tal historia. Ni la información aparentemente más objetiva es totalmente fiable porque la imagen también miente.

Los niños deben analizar la historia de Truman para aprender a descodificar el lenguaje audiovisual, pero han de detenerse también en las actitudes de los espectadores y sacar sus conclusiones.

Con ello los hemos pertrechado para no dejarse ellos mismos manipular ni consumir indiscriminada y pasivamente cuanto les ofrezcan los medios.

2) Hermenéutica del hombre           

Pinocho, de Walt Disney, adaptación de la obra de Carlo Collodi Le avventure de Pinocchio [3] . El tema de la película es el lento, esforzado y laborioso proceso que sigue un ser humano hasta convertirse en una persona de verdad. Pinocho surge de un proceso creativo, de la relación creativa de Geppetto con la madera, y es acogido en un lugar de encuentro, en un verdadero hogar. Se le advierte de la existencia de peligros y de cuáles son las exigencias para llegar a ser un niño de verdad, es decir, para ser persona en plenitud, porque el hombre es un ser libre que debe forjarse a sí mismo [4] .

Para el muñeco de madera empiezan una serie de aventuras en las que comprueba que dejarse llevar de los impulsos y deseos inmediatos sin detenerse a reflexionar sobre ellos y jerarquizarlos en virtud del Ideal –ser un niño de verdad- acarrea consecuencias nefastas. Finalmente, ante el peligro que corren los seres que le aman, sale de sí, de su egoísmo, para correr la maravillosa aventura de encontrarse con ellos. Así es como despierta del letargo en el que estaba sumido por su entrega a todo tipo de vértigos y alcanza su Ideal: ser persona en plenitud.

El Ideal jerarquiza los valores

El animal tiene instintos seguros que están regulados por la especie. Actuando según sus instintos obra bien y no puede equivocarse. No es capaz de ser creativo. Pero en el ser humano los instintos deben ser regulados por la razón. Entre el estímulo y la reacción existe un espacio que es el lugar de la libertad, iluminada por la inteligencia y asistida por la voluntad. El hombre puede decidir entre someterse a sus apetencias básicas, o bien referirlas a valores superiores ordenados con vistas al Ideal. Sólo el hombre tiene esa capacidad de discernimiento; ésta es su gran dignidad, que en el cuento está personificada en Pepito Grillo. Para llegar a ser «un niño de verdad», Pinocho no debe dejarse arrastrar por la fascinación de las apetencias momentáneas; ha de guiarse por su conciencia y elevarse al nivel de la creatividad.

Procesos humanos básicos

Pepito Grillo orienta a Pinocho advirtiéndole de la posible confusión entre dos mundos diversos: las experiencias de fascinación o vértigo y las experiencias de éxtasis o encuentro. Ambas suponen una salida de sí, pero de modo bien distinto. En el éxtasis, es una salida no para perderse sino para elevarse a lo mejor de sí mismo fundando respetuosamente un campo de juego común con una realidad valiosa. Por el contrario, en el vértigo, se da una salida en falso. Al dejarnos fascinar, nos anulamos, es decir, nos convertimos en “objeto fascinado”. Queremos dominar una realidad que nos atrae, pero, en el hecho mismo de dominarla, la reducimos también a objeto, y, por lo tanto, a algo con lo que jamás podremos encontrarnos, pues el encuentro sólo es posible entre ámbitos, nunca entre objetos. El proceso de éxtasis lleva a la edificación plena de la persona; el de vértigo conduce a su destrucción.

La experiencia de fascinación, aunque produce al principio una gran euforia, deja al hombre fuera de juego, es decir, lo priva de fuerzas para configurar libremente su realidad personal. Entregarse a un proceso de vértigo se paga a un precio muy alto. Supone avanzar por el camino contrario del que nos lleva a pleno desarrollo y, por tanto, a la felicidad. Implica deformarse como persona. Por eso a Pinocho le crece la nariz, le salen orejas y rabo de burro. Cuando llega valiente y esforzadamente ante su padre, se siente avergonzado por su deformidad y está sinceramente arrepentido. Pero Geppeto, que tanto le quiere, está contento porque ha recuperado a su hijo, y esto le basta. La actitud bondadosa de uno que se ha regenerado por amor y de otro que le perdona y acoge generosamente les da fuerza a ambos para intentar liberarse. Corren mil peligros perseguidos por la malvada ballena Monstruo, unidos por un mismo ideal de amor. Gepetto sólo quiere que Pinocho se salve, y Pinocho quiere salvar a Gepetto.

Cuando consiguen llegar a la orilla, Pinocho aparece ahogado sobre la arena. Pero en realidad quien ha muerto es el títere sin personalidad que se dejaba manipular y reducir al nivel de los meros objetos. Su proceso de formación ha terminado. Ya no es un muñeco de madera ni tiene deformaciones, sino que es «un niño de verdad». A su alrededor todo es paz y felicidad.

La película  supone una verdadera lección de cómo un persona, aunque sea todavía un niño, tiene ante ella dos caminos entre los que debe optar.

a) Proceso de vértigo

Uno es el proceso de vértigo, que promete a Pinocho diversas ganancias inmediatas, aunque enseguida le sume en la tristeza al apartarlo de lo que lo plenifica como persona. Para evitar este desamparo, se lanza desesperadamente en pos de realidades fascinantes. Pero esta carrera alocada lo aleja más y más de cualquier posibilidad de encuentro, y la tristeza se convierte en angustia, hasta abocar a la desesperación. El que se entrega al vértigo acaba ahogado en el absurdo que supone renunciar a cualquier relación de encuentro. La consecuencia final es la destrucción, la suya propia y la de su entorno.

b) Proceso de éxtasis

Por el contrario, el proceso de éxtasis es un largo camino de aprendizaje y ascesis que conduce al pleno desarrollo personal. Es muy exigente, pues supone el olvido de los propios intereses egoístas de obtener ganancias inmediatas, pero al final lo da todo. El proceso de éxtasis tiene lugar cuando un hombre sensible a los valores es atraído por una realidad que le ofrece posibilidades de juego creador, y adopta ante ella una actitud de apertura y colaboración. El éxtasis fomenta las relaciones de encuentro, es fuente de luz para captar los grandes valores y confiere al hombre identidad personal, en cuanto lo orienta hacia la meta valiosa que es su pleno desarrollo. Es una vía de amor generoso y oblativo, que nos inunda de entusiasmo, felicidad, paz, agradecimiento y júbilo festivo.

El muñeco protagonista del cuento se deja fascinar por el señuelo engañoso del manipulador y, tras un primer momento de diversión eufórica, se siente triste, angustiado, desvalido, deformado y con las salidas cerradas. Sin embargo, es capaz de arrepentirse y adoptar la postura heroica del que ama de verdad: arriesga la propia vida por amor desinteresado a su padre. En ese gesto de solidaridad y amor supremos pierde la vida, pero gana el sentido de la misma; pierde la vida en cuanto al nivel de los objetos, pero la gana en lo referente al nivel de la creatividad; deja de ser un títere que los demás pueden manejar, y se convierte en «un niño de verdad» porque ha orientado debidamente su vida hacia la solidaridad inspirada en el amor. La última consecuencia es el encuentro verdadero, que convierte su casa en un hogar lleno de amor, paz y felicidad.

A través de la aleccionadora historia de Pinocho, el niño descubre su responsabilidad de forjarse a sí mismo. Si se deja entusiasmar por los valores que le dirigen hacia ese Ideal del encuentro, recibirá la recompensa de saberse en vías de plenitud. Si se deja caer por la pendiente del vértigo de los beneficios inmediatos, haciendo caso omiso de la voz que le llama a ajustarse a la verdad de aquello a lo que está llamado, tendrá que arrostrar las terribles consecuencias de un proceso de destrucción.

3) Hermenéutica de la vida

A propósito de Henry, dirigida en 1991 por Mike Nichols e interpretada por Harrison Ford, Annette Bening, Bill Nunn, Mikki Allen y Donald Moffat.

La película narra la historia de un famoso y brillante abogado que, a causa de graves heridas en el cerebro, pierde la memoria y no puede hablar ni moverse. El largo y duro proceso de rehabilitación da a su vida un giro total.

La actitud egoísta despoja la vida humana de todo sentido

Henry Turner es soberbio y altanero: considera todo lo circundante como simple objeto a su servicio. Gana un caso difícil ocultando pruebas. Con ello, perjudica gravemente a un anciano matrimonio, pero no se inmuta porque no los toma como personas, sino que los reduce a condición de objetos, mero medio para sus fines de triunfar profesionalmente. Su vanidad es tal que incluso llega a burlarse de los propios viejos cuando, después del juicio, en el bufete, todos sus compañeros le ensalzan en un brindis.

Vive encapsulado en sí mismo, sólo pendiente de la eficacia de su trabajo en beneficio propio. Su relación con la secretaria es distante y dominadora. Nunca la mira ni responde a sus palabras: para él, es un simple medio para recibir y ejecutar sus órdenes. Henry tiene cuanto desea: fama, poder, comodidad, poder de disposición sobre cosas y personas. Parece sentirse colmado, lleno, rebosante. Es la imagen del triunfador.

Pero esa exaltación altanera del yo envilece al hombre y le impide ser realmente creativo. La creatividad supone fundar modos de encuentro con las realidades del entorno, y el encuentro sólo es posible entre realidades que se respetan mutuamente y colaboran en la tarea de lograr su pleno desarrollo. Henry no respeta a nadie ni es respetado. Su “amigo” y socio es amante de Sarah, su mujer. Las relaciones sociales son todas ficticias e interesadas; no son amigos en el verdadero sentido de la palabra. A su mujer le es infiel con una compañera de trabajo. Y entre su hija de 11 años y él no hay ningún lazo de ternura.

Para dominar las realidades y las personas, hay que alejarse de ellas, y, con ello, no es posible establecer vínculos de encuentro. Puede parecer que Henry lo tiene todo, pero, en el fondo, vive sumido en la insondable soledad de su yo egoísta. Sus acciones tienen “significado” –ganar dinero, tener poder, ser ensalzado...- pero carecen de sentido. La vida de Henry Turner carece de sentido.

La fundación de encuentros otorga a la vida pleno sentido

Una noche, un atracador dispara sobre él y le hiere gravemente. Logra sobrevivir pero ha sufrido una anoxia que le ha causado daños en el cerebro. Cuando despierta del coma profundo en el que estaba sumido, empieza para él una larga etapa de rehabilitación con un dudoso final. Sin embargo, la amnesia le permite “partir de cero en ciertos aspectos” –en palabras del neurólogo que lo atiende-. Es como si la vida le ofreciera una segunda oportunidad.

No queda nada de su soberbia y su vanidad. Es un pobre enfermo, que, en su desvalimiento, depende totalmente de su fisioterapeuta y de su familia.

Su mujer y su hija lo acogen con generosidad, respetan sus limitaciones y colaboran con él para superarlas. A su vez, él se convierte en el esposo tierno y en el buen padre que jamás había sido antes. Se ofrecen mutuamente sus posibilidades y se enriquecen los tres como personas y como familia. A partir de estas experiencias de encuentro, Henry comprende que lo importante en la vida no es realizar acciones que reportan ganancias inmediatas, fama y poder, sino las que crean vínculos fecundos entre las personas, aunque exijan sacrificios y renuncias.

En su vida anterior, las relaciones que establecía con su entorno eran lineales, respondían al esquema “acción-pasión”. Él dominaba y los demás eran objetos a su servicio. Ahora, sus relaciones son reversibles, suponen “apelación-respuesta”, que son las que permiten lograr modos muy valiosos de unidad. Abandona su trabajo en el bufete; va a visitar a los pobres ancianos a los que tanto había perjudicado y les entrega las pruebas para que puedan reabrir el caso. Son gestos para borrar de su vida la mentira y la falsedad. Antes no respondía al saludo del portero, ahora le da un abrazo: lo ve como persona y siente agradecimiento hacia él porque es amable.

No busca su propio interés, sino la creación de formas elevadas de unidad con las realidades de su entorno. Establece vínculos de amistad muy sólidos y fecundos con el fisioterapeuta, de amor generoso con Sarah, su mujer, y de ternura filial con su hija. De este modo, su vida se llena de sentido.

Descubrimiento del ideal

En una época de fuerte competitividad como la nuestra, de primacía del hedonismo sobre el amor oblativo, y de búsqueda de la fama y las ganancias materiales sin el esfuerzo del trabajo creativo, el análisis de esta película puede ser de gran provecho para la formación humana de los niños. A través de la historia de Henry Turner, comprenden que el “ideal” auténtico de la vida humana consiste en crear formas elevadas de unidad, es decir, encuentros valiosos. Sólo esto confiere pleno sentido a nuestra existencia. Y no hay nada más importante que dotar de sentido a lo que somos y hacemos. Si nuestra vida se vacía de sentido, porque no orientamos nuestras acciones hacia el ideal auténtico, nos desequilibramos y nos condenamos a la soledad y el vacío interior.

Con ello hemos puesto unas bases muy sólidas para que los niños aprendan a jerarquizar, es decir, a tomar las realidades en todo su alcance y en toda su calidad, y a adoptar una actitud de apertura generosa que les permita crear formas de unidad muy valiosas. De este modo los hemos orientado hacia su plenitud como personas.



[1] Sobre el valor formativo de la literatura y el cine y su aplicación al aula, véase A. López Quintás, Literatura y formación humana, San Pablo, Madrid, 1997; Cómo formarse en ética a través de la literatura, Rialp, Madrid, 1994; Cómo lograr una formación integral. El modo óptimo de realizar la función tutorial, San Pablo, Madrid, 1996; Á. Almacellas y Teresa Piscitello, Educar la inteligencia. Descubrimiento de los valores a través de la literatura y el cine, Editorial Galeón, Córdoba (Argentina), 2000.

[2] Sobre el lenguaje audiovisual y la influencia de los medios, véase Jesús González Requena, El discurso televisivo: espectáculo de la postmodernidad, Cátedra, Signo e imagen, Madrid 1995, y Giovanni Sartori, Homo videns. La sociedad teledirigida, Taurus, Madrid, 1998.

[3] Para un estudio de la película y aplicación al aula, véase A. Almacellas y Teresa Piscitello, Educar la inteligencia. Descubrimiento de los valores a través de la literatura y el cine, Editorial Galeón, Córdoba (Argentina), 2000.

[4] Cf. Alfonso López Quintás, Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid, 1999.