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Incomodidad, Compromiso y Oportunidad
(Comunicación en el V Congreso Católicos y Vida Pública; Madrid –2002)
Profa. Dra. Mª Ángeles Almacellas Bernadó
Escuela de Pensamiento y Creatividad
angeles01@grupobbva.net
Llegada de alumnos “diferentes”: una incomodidad
La llegada de alumnos inmigrantes a las aulas de los niveles de Enseñanza Secundaria Obligatoria, no sólo al iniciar las clases, sino a lo largo de todo el curso escolar, es una realidad que no ha hecho sino aumentar a lo largo de los últimos años. Los problemas que se derivan no son pocos ni de importancia menor: inevitable bajada del nivel académico, dificultades de adaptación de los que llegan e incomodidad de los que acogen, familias que protestan porque la calidad de la enseñanza se resiente, dificultades añadidas en la labor profesional de los profesores, desconcierto general… Y esto sin hablar del malestar de tantas familias que no pueden matricular a sus hijos en el Colegio que desean y han elegido, porque los niños inmigrantes tienen preferencia y ocupan las plazas.
Si nos quedamos en esta faceta de la realidad, es fácil caer en la xenofobia y, lo que es peor, pensar que está totalmente justificada, que no somos nosotros los que los rechazamos sino ellos los que no se integran, los que forman “guetos” en el Centro, boicotean las clases, alteran el orden y hasta, en algunos casos, son agresivos.
La situación es enormemente complicada para las personas que la están viviendo y sufriendo, como son los profesores, los alumnos españoles y sus familias y, sobre todo, no lo olvidemos, los adolescentes inmigrantes a los que han desarraigado bruscamente del medio en que habían crecido, para trasplantarlos al primer mundo, a un entorno de hedonismo, lujo y derroche, al que, sin embargo, no están invitados y, por tanto, se les presenta hostil, porque ellos siguen viviendo en situación precaria.
Algunos de estos jóvenes, en su país de origen, tenían buenas calificaciones en la escuela o estaban aprendiendo un oficio. Al llegar aquí, a un aula con chicos de su misma edad, comprueban que su nivel de conocimientos es muy inferior, son poco menos que analfabetos en comparación con sus compañeros. Se les brindan “grupos de apoyo”, el profesor intenta aplicar distintas programaciones en la clase, pero todo parece inútil dado el profundo desnivel que existe. La humillación que sufren es tan hiriente que no es raro que genere violencia, con lo que aparece la segunda parte del problema: los profesores y el colegio como tal están prácticamente inermes cuando la situación se agudiza, y esperan el fin de curso como la única tabla de salvación para que, por lo menos, desaparezcan los que, por edad, ya pueden abandonar el Centro.
Es innegable que en la escuela se han trastocado perniciosamente los papeles, y el profesor de enseñanzas medias, que debía preparar al alumno en las distintas áreas del saber, para estar en condiciones de acceder a niveles superiores de aprendizaje, se ha convertido, de hecho, en un maestro de Primaria, que debe enseñar las primeras letras a algunos alumnos, en el mismo grupo en que otros compañeros se están preparando para entrar en el Bachillerato. La escuela se queja a menudo de que la Administración le ha trasladado un problema social que no es capaz de resolver, y reclama (con no mucho éxito) medios y apoyos sin los cuales su labor se hace difícil sino imposible. Por ejemplo, ante el absentismo escolar, tan frecuente entre la población inmigrante, y dada la total falta de respuesta de las familias, ¿qué medidas pueden tomar las llamadas “Comisiones de absentismo”? La situación nos ha desbordado a todos y, con cierto desánimo, buscamos soluciones que permitan sobrevivir a la labor educativa.
En el nivel de lo inmediatamente útil y práctico (en el mundo de la enseñanza nunca puede hablarse de fácil ni cómodo), la situación parece insoluble, pero los problemas humanos se resuelven por elevación; hay que plantearlos correctamente, es decir, en el nivel de la creatividad. En niveles inferiores, cualquier solución resulta falsa y de ineludibles efectos nocivos. Hay que pasar al nivel de la creatividad y las relaciones humanas valiosas.
Encuentro personal e intercultural: un compromiso
El hombre es un ser-de-encuentro: no hay un yo sin un tú con el que establecer relaciones valiosas. El ser humano se realiza a través de la apertura acogedora al otro y la relación fecunda con su entorno. Cultura [1] es cuanto hace el hombre para establecer vínculos con la tierra, con las ciencias, las demás personas, todas las realidades de su entorno y la red cultural anterior [2] . Es una proyección humana de carácter creativo, personal y comunitario, sobre las realidades del entorno. Cada comunidad humana tiene una forma distinta de establecer vínculos, por ejemplo diversos modos de practicar la religión, de organizarse políticamente, de establecer sus leyes, de cultivar las artes y dar a luz distintas “obras culturales”. En este sentido, podemos hablar de «pluralidad de culturas», del patrimonio propio de cada grupo humano, es decir de aquel medio histórico determinado, aquella tradición cultural en la que cada hombre se forja como persona. Vivir una verdadera vida humana supone vivirla expresada en formas culturales, aunque sean primitivas y sencillas.
El Vaticano II dice que «con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter al mismo orbe terrestre con sus conocimientos y trabajo; hace más humana la vida social tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano» [3] . “Someter” hay que entenderlo aquí en el sentido de cuidar tal como aparece en el libro del Génesis: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”(1,28), y “Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase”(2,15). El hombre sólo se apropia realmente de aquello que “cuida”, es decir, cultiva y transforma, no lo domina reduciéndolo a objeto para sus propios fines, sino al contrario, al establecer con esa realidad una experiencia reversible, la marca con su propia humanidad, la eleva de nivel, la promociona y, en el cumplimiento mismo de esa tarea generosa, el hombre «se perfecciona a sí mismo», en expresión del mismo Concilio [4] .
El alumno inmigrante que llega a Secundaria suele ser prácticamente analfabeto en comparación con el bagaje de conocimientos de un joven español de su misma edad, pero no es “inculto” en el sentido estricto de la palabra. Por ello, la primera labor de la escuela consiste en ayudarle a que se descubra a sí mismo como alguien valioso, llamado a alcanzar grandes metas de desarrollo personal, y a que tome conciencia de su realidad cultural como algo digno de todo respeto. Antes que instruirle, el profesor debe tender puentes para crear entre ambos una relación personal y cultural. El encuentro implica respeto, aceptar al otro tal como es, no como a mí me gustaría o esperaba que fuese. Por tanto, no hay lugar ni para los “pre-juicios” ni para el rechazo de lo diferente.
Aunque nos esforcemos denodadamente por transmitirles conocimientos e instruirles para que sepan integrarse en el ámbito en que les toca vivir, si no nos involucramos personalmente en establecer una relación de encuentro, nuestro esfuerzo está llamado al fracaso. El educador no puede permanecer ajeno y extraño al educando, como quien desde su inabarcable distancia le muestra unas pautas de conducta, sino que debe comprometerse, adoptar una actitud empática de persona a persona. Tan sólo en un campo de encuentro, es posible ayudar al joven extranjero a adquirir los conocimientos y las destrezas necesarios para desenvolverse cómodamente en el ámbito cultural que lo acoge [5] .
Pero ser cordial, cercano y afectivo no significa ser débil ni convertirse en un compañero más del adolescente. El profesor tiene su lugar de educador del que no debe abdicar bajo ningún concepto. El encuentro entre profesor y alumno no se da en un plano de igualdad, porque sería contrario al mismo fin de la educación. Implica una relación reversible muy fecunda en la que el profesor toma la iniciativa y vibra de verdad con la situación personal del alumno; y a éste le corresponde responder activamente para comprometerse en su proceso formativo, pero no para establecer una relación de amistad. No es este tipo de relación el que debe darse, sino algo distinto y específico de la educación.
“A fin de poder ayudar a realizar las mejores posibilidades en el ser del alumno, el maestro debe considerarle como esta determinada persona en su potencialidad y en su actualidad, o, más exactamente, conocerle no como una simple suma de propiedades, esfuerzos, y reprimendas; debe entender la suya como una totalidad, y afirmarle en esta su totalidad. Pero eso sólo lo puede hacer si continuamente le considera su interlocutor en una situación bipolar. Y para que su influjo sobre él sea un influjo unitariamente lleno de sentido, debe vivenciar esta situación siempre no sólo desde sus propios fines, sino también desde el de su interlocutor en todos sus momentos; debe ejercer la clase de realización que yo llamo envolvente. Aunque ocurra que despierte también en el discípulo la relación Yo-Tú, y que éste, en consecuencia le respete y afirme a él igualmente como persona determinada, aun así podría sin embargo no tener lugar la especial relación educativa si el discípulo por su parte ejerciese la realización envolvente, si él asumiese por tanto la parte del educador en la situación común. Si la relación Yo-Tú termina en adelante, o por el contrario adopta el carácter completamente distinto de una amistad, se hace patente que a la relación educativa como tal no le corresponde específicamente la plena mutualidad”. (Martin Buber, Yo y Tú, Madrid, Caparrós, 1993, pp. 98-99).
Hecha esta aclaración, no debemos olvidar que el encuentro personal e intercultural -en la medida en que la cultura forma parte de la persona y es inseparable de ella- es una experiencia reversible, es decir, sólo puede darse en la medida en que ambos interlocutores están en actitud de responder creativamente a la apelación del otro. Esto quiere decir que, si el alumno inmigrante no tiene voluntad de responder confiada y participativamente a la oferta de la escuela, el encuentro no puede producirse y, por tanto, la labor educativa se hace totalmente imposible. Por ello, al mismo tiempo que lo acogemos cálidamente, debemos orientarle para que adopte una actitud respetuosa y se comprometa esforzadamente en su integración y proceso de desarrollo personal.
Juan Pablo II afirma que “las características culturales que los emigrantes llevan consigo han de ser respetadas y acogidas, en la medida en que no se contraponen a los valores éticos universales, ínsitos en la ley natural, y a los derechos humanos fundamentales” [6] . Sin embargo, la convivencia de culturas en la escuela no significa que cada una de ellas se encapsule en sí misma y forme un “gueto”. La escuela debe estar dispuesta al encuentro y al diálogo, pero sin renunciar por ello a la propia identidad. Cuando las actitudes de los inmigrantes no se acomodan fácilmente a las características del Centro educativo, ha de primar “la valoración concreta del bien común” [7] . Esto quiere decir que debe evitarse con la misma energía el egoísmo etnocéntrico de los que rehuyen acoger a los recién llegados como el de los que se niegan a integrarse y se repliegan sobre sí mismos.
Alumnos inmigrantes en la Escuela Católica: una oportunidad
Para la escuela católica, la situación, además de un compromiso de formar personas éticamente valiosas y capaces de encontrar su lugar en el mundo, es una oportunidad de anunciar a Jesucristo con hechos y palabras, porque “en el plano del diálogo entre las culturas, no se puede impedir a uno que proponga a otro los valores en que cree, con tal de que se haga de manera respetuosa de la libertad y de la conciencia de las personas. La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas” [8] . El diálogo no puede basarse en la indiferencia religiosa, ni en una especie de negociación dialogística, como si para nosotros fuera una simple opinión tan válida como cualquier otra. Debemos anunciar la buena noticia de Jesucristo sin temor a que “pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor, que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito (Jn 3,16)” [9] . La evangelización en la escuela exige, ante todo, “apostar por la caridad, proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto” [10] con cada alumno, especialmente con los más pobres que llaman a nuestra puerta, para que se sientan en la escuela cristiana como “en su casa”. Porque sin esta forma de evangelización -nos dice el Papa-, “el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido” [11] .
El Papa exhorta “a los fieles implicados en el mundo de la escuela a perseverar en su misión, llevando la luz de Cristo Salvador en sus actividades educativas específicas, científicas y académicas” [12] . El testimonio de vida compete a todos los estamentos, en el marco del Carácter Propio y del Ideario del Centro, pero la labor específica de evangelización requiere una acción coordinada de los educadores directamente implicados, que contemple la formación humana y el anuncio del Evangelio.
La formación humana
La formación humana de los alumnos debe empezar por conseguir en los jóvenes un cambio de mentalidad. Actualmente, en nuestra sociedad, prevalecen criterios de posesión, disfrute, placer, manipulación... Con esta actitud, un hombre no puede llegar a comprender el mensaje cristiano que le transmitimos, puesto que reducirá los conceptos evangélicos a conceptos del nivel pragmático y hedonista en el que se mueve. Ese cambio de mentalidad es imprescindible para que el alumno pueda vivir las distintas fases del proceso de desarrollo humano y descubrir lo que significa el encuentro íntimo con el Señor y con los hermanos, qué son los valores cristianos, qué significan las virtudes. De este modo se percibe claramente que la opción por Jesucristo presenta exigencias radicales, pero conduce a la plenitud humana y a la felicidad, mientras que la actitud egoísta de buscar lo útil, lo fácil, inmediato y placentero, acaba provocando la propia destrucción. Antes que hablar de normas de vida o de estilo de vida según las bienaventuranzas, hay que suscitar en los jóvenes la capacidad de admiración ante la vida humana vivida con autenticidad. Sobre esta base de formación humana, es fácil descubrir, porque brota casi espontáneamente, el plan de Dios sobre el hombre, la exigencia radical del Evangelio y la Buena Noticia de la salvación [13] .
Este trabajo indispensable de cambio de mentalidad no es fácil de llevar a cabo. Exige un ejercicio continuo pero reposado, sin prisa; una actitud tranquila de reflexión, diálogo y compromiso, en medio de una sociedad manipuladora que les impide pararse a pensar y les insta a entregarse egoístamente a una actitud hedonista y consumista.
La labor evangelizadora
El Papa nos advierte que, actualmente, al mismo tiempo que una primera evangelización dirigida a personas no bautizadas, emigrantes pertenecientes a otras religiones, etc., es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados marcados por la indiferencia religiosa generalizada [14] . “En el viejo Continente existen amplios sectores sociales y culturales en los que se necesita una verdadera y auténtica misión ad gentes” [15] . “Se impone, pues, no sólo una nueva evangelización, sino también, en algunos casos, una primera evangelización” [16] .
Los educadores cristianos no podemos eludir nuestra responsabilidad y desoír la llamada de Juan Pablo II a adecuar nuestra labor evangelizadora a las necesidades específicas de la situación actual de los alumnos. Para los que viven en la increencia o en la indiferencia religiosa, la evangelización tiene como meta suscitar la fe y la conversión iniciales [17] ; a los que han optado por el Evangelio, trata de conducirlos a una confesión de fe adulta.
Formación humana y proceso de evangelización son inseparables si pretendemos que la iniciación en la vida cristiana sea sólida e integral, y comprometa a la totalidad de la persona. Desde su experiencia de hombre, el joven descubre la realidad de un Dios que se encarna para salvarle, y desde la realidad de Cristo, se le aclara el misterio del hombre y encuentra respuesta a los interrogantes más profundos y fundamentales de su vida [18] .
[1] La palabra cultura hace referencia al hecho de cultivar, que en principio es dar a la tierra y a las plantas los cuidados necesarios para que fructifiquen. Si hablamos del conocimiento, del trato o de la amistad, cultura significa poner todos los medios necesarios para mantenerlos e incrementarlos.
[2] Cf. Alfonso López Quintás, La cultura y el sentido de la vida, Rialp, Madrid, 22003.
[3] Cfr. Constitución pastoral conciliar Gaudium et spes, n. 53.
[4] Cf. GS, 35
[5] La obra del profesor López Quintás, Descubrir la grandeza de la vida. Nuevo proyecto formativo, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra), 2003, constituye un texto básico para la formación integral de los alumnos.
[6] Juan Pablo II, Diálogo entre las culturas para una civilización del amor y de la paz. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, n. 13. Véase también Ley Orgánica de Calidad de la Educación, Título Preliminar, Capítulo II, Artículo 2,2, b).
[7] Juan Pablo II, Ibidem, n. 14.
[8] Juan Pablo II, Ibidem, n. 15.
[9] Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 56.
[10] Juan Pablo II, Ibidem, 49
[11] Juan Pablo II, Ibidem, 50.
[12] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 59.
[13] Lc 7,22; Mt 11,5.
[14] Cf. Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, 47.
[15] Íbidem, 46.
[16] Cf. Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 37.
[17] Cf. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 52.