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Caminos de los Benedictinos
Españoles en Australia

 

Antonio Linage Conde
Universidad de San Pablo, CEU

RESUMEN

En 1846, dos benedictinos españoles, del monasterio compostelano de San Martín Pinario, Rosendo Salvado y JoséBenito Serra, que se habían ido a vivir al monasterio napolitano de Cava dei Tirreni después de la exclaustración de Mendizábal, fundaron en el Suroeste de Australia, a unos 70 kilómetros de Perth, el monasterio de Nueva Nursia. La idea de Salvado era la evangelización de la población aborigen, entonces en una situación tremendamente depauperada. Las miras de Serra no eran coincidentes, por lo cual él se retiró de la empresa. En 1950 Salvado publicó el libro titulado Memorias históricas de Australia, donde manifiesta su estima de la cultura nativa y se adelanta a la etnología de su tiempo. Pero la población indígena fue disminuyendo en torno a Nueva Nursia, siendo ya escasa en 1900, cuando Salvado murió. Ningun aborigen llegó a ser benedictino.

Entonces su sucesor como abad de Nueva Nursia, un ibicenco procedente de Montserrat, Fulgencio Torres, emprendió una exploración de la costa de Kimberley, en el noroeste, con objeto de establecer una misión para los aborígenes en esa zona, donde abundaban más. Así surgió Kalumburu, aunque Nueva Nursia se siguió desarrollando como un gran monasterio a la manera de los europeos y americanos del norte de la época.

La población nativa en torno a Kalumburu vivió bajo una cierta tutela de los monjes, hasta la modificación de la legislación relativa a ella hacia fines del siglo XX, cuando fueron incorporados a la seguridad social y recibieron la plena ciudadanía. Un cambio de situación que no dejó de llevar consigo problemas. Éstos se examinan a la luz de otro tratado etnológico, el del benedictino navarro con experiencia en Kalumburu, Serafín Sanz de Galdeano, titulado Metamorfosis de una raza.

            Evocar los caminos que llegaron a Australia, también los caminos sin más de esta misma tierra aislada, es aleccionador para el historiador y  además sencillamente sugestivo para el espíritu tout court. Ante todo, tiene algo de lección de humildad. Y tenemos in mente, por una parte, una de esas lagunas de la historiografía que llegan a desesperantes, por otra una de las frustraciones de la historia misma. Pues está comprobado que astrónomos chinos hubieron de hacer desde aquel continente ciertas observaciones en los primeros siglos de nuestra era. Pero nada más sabemos de ellos. En cambio sí nos consta de las navegaciones de nuestros compatriotas pilotos de altura en torno a la que ellos mismos llamaron Tierra Austral del Espíritu Santo, mas sin llegar a divisarla, reservada que estaba la proeza para sus endémicos rivales ingleses y mucho tiempo después. Llegado que el descubrimiento fue, es la encrucijada entre la ética, el azar y la voluntad humana, lo que nos resulta de meditativo estímulo. Pues la conversión del continente nuevo en colonia penal, y tanto el panorama horripilante del traslado a ella de los condenados como sus condiciones de vida allí, son de las páginas negras de la aventura humana [1] .

            A mediados del ochocientos, ese sistema estaba tramontando en la Australia Oriental. Había ya surgido en esa vasta tierra una sociedad “respetable” la cual, de una parte quería olvidar su pasado, y de otra tenía miedo de la renovación de la sangre presidiaria, aunque el trabajo forzado de ésta, en beneficio de los colonos, les hubiera venido hasta entonces decisivamente bien. Mientras que todo el inmenso Oeste, una tercera parte del país, o sea “un cuerpo del tamaño de Europa y el cerebro de un niño de pecho”, seguía virgen y deconocido.De 1826 a 1831 había habido una guarnición en su parte meridional, donde ahora está la ciudad de Albany. A su norte, también en 1826, fue evacuada precipitadamente otra que se había asentado en la isla Melville, cerca del actual Darwin. Y nada más.

            Fue el encargado de esta evacuación, un capitán de navío, James Stirling (1791-1865), quien puso en marcha la primera empresa colonizadora, si bien al otro extremo, en la desembocadura del río Swan, al que llegó rodeando toda la costa, una travesía de 4300 millas. En 1829 se fundó el puerto de Fremantle, que es el de la actual ciudad de Perth. Recibió su denominación por el del capitán al mando de la fragata para ello llegada, la Challenger. Y fue la primera vez que se usó el nombre de Australia [2] . Pero las ilusiones de prosperidad resultaron un espejismo. En 1850 sólo había en el territorio 58.886 blancos, con una economía deficitaria. Por eso habían pedido hacía cuatro años que se le declarase colonia penitenciaria, con la única esperanza en esa mano de obra. Y así lo fue, desde 1850 hasta 1868, año en que se puso fin a tal status ante la indignación de las demás colonias, temerosas de contaminarse de sus prófugos y liberados. En 1871 sus habitantes eran nada más que 25.447 [3] . Fecha ésa en la cual ya habían abierto unos benedictinos de la vieja España de los antípodas algunos pujantes caminos en sus soledades de esa parte de la joven Australia.

 

                                    La epopeya de Rosendo Salvado

 

            El año 1836 habían quedado vacíos y sido confiscados todos los monasterios españoles. Surgió entonces un nuevo tipo humano, el exclaustrado, de vicisitudes muy varias según el caso de cada uno. Unos pocos lograron continuar viviendo su vocación monástica en comunidades de fuera, aunque éstas eran escasas, ya que la mayoría de los países de la vieja Europa también las habían suprimido.

            Uno de ellos fue Rosendo Salvado (1814-1900), un tudense [4] profeso del monasterio compostelano de San Martín Pinario, llevado al de Cava dei Tirreni, en el reino de Nápoles, por otro monje de su comunidad que ya había encontrado allí refugio, José-Benito Serra (1819-1888). Salvado era un hombre dotado de sensibilidad fina, generosidad de miras y cualidades sobresalientes y diversas. tanto que resulta uno de los casos de vida religiosa consagrada que nos hacen interrogarnos sobre las limitaciones a su desarrollo humano integral impuestas por los votos de la misma. Algo innegable, aunque tampoco hay que preterir la contrapartida, el acuñamiento de las irradiaciones de la personalidad en un molde de aristocracia espiritual. Baste un dato. De paso Salvado en la ciudad inglesa de Bath, dio un concierto. Y tuvo sin más la oferta de quedarse allí al servicio de la vida musical.

            Serra y Salvado, a pesar de haber encontrado muy buena acogida y estar prestando servicios estimados en el monasterio napolitano, deseaban ser misioneros en latitudes remotas. Y de esa manera fue como se encontraron con su destino australiano, al coincidir en 1845 en Roma con el obispo irlandés John Brady, quien estaba al frente de la muy reciente diócesis de Perth. Por cierto que ni él ni su rival anglicano consiguieron que los trabajadores presos les construyeran sus sendos palacios episcopales. De la índole primaria de la geografía eclesiástica de entonces, nos da una idea que Australia había dependido en un principio del vicariato apostólico llamado del Cabo de Buena Esperanza, aunque radicaba en la isla Mauriico. En 1818 se le había confiado precisamente a los benedictinos ingleses, habiendo tenido que sumergirse disidentemente el primero, William-Bernard Ullathorne, en la horrible urdimbre de aquellos despiadados años de la deportación.

            El viaje de Brady, Serra y Salvado a Australia, duró del 17 de septiembre de 1845 al 7 de enero del año siguiente, en el vapor Elizabeth, desde Gravensend, en la desembocadura del Támesis, hasta la bahía de Fremantle o Gage Road. Se trataba de una travesía siempre algo accidentada. Por eso el propio Salvado describió con detalle en sus Memorias los otros y éste, por ejemplo “apenas engolfados en el estrecho de Calais, increpando a las fuerzas infernales y el pérfido elemento”.

            Desde Perth partieron en busca de la sede de su asentamiento, en el distrito de Victoria Plains, informados de que había en el contorno bastantes aborígenes. La índole de aventura que incluía el contacto con éstos salta a la vista. El primer encuentro fue con un grupo numeroso armado con lanzas. Pero sencillamente les ofrecieron pan, té y azúcar. Al ver que los misioneros comían, ellos también lo hicieron. Y el azúcar les gustó mucho.

            Incluso los viajes a Perth, de seis a siete días de duración, aunque la distancia era sólo de unos setenta quilómetros, tenían lo suyo de imprevisto y peligroso. Por ejemplo, en uno que sólo con su carro y sus bueyes hizo Salvado, tuvo que agarrarlos por los cuernos para pasarlos a la otra orilla de un torrente, cuando el agua le llegaba más arriba de la cintura.

            Así las cosas, su empresa colonizadora prosperó. Se fundó el monasterio de Nueva Nursia o New Norcia. Se hicieron pequeñas casas para sedentarizar a la población indígena, y se pusieron en explotación las tierras del contorno, un tanto bíblica la trilogía del trigo, el vino y el aceite. Ello desplegado desde Greenough Flats y Arrino, al norte, hasta Gingin y Tooday al sur y al este. Por supuesto que hubieron de hacer labores cartográficas y excavar pozos por doquier.         

            La idea de Salvado era cristianizar a los nativos y hacerles asequible la vida monástica. El propio papa Pío IX impuso en Roma la cogulla a dos de sus adolescentes. Ahora bien, ello implicaba forzosamente una aculturación. Sin embargo, el contacto con los colonizadores blancos, dejada aparte la índole criminal que predominó en éstos al principio y la carencia de idealismo en el mejor de los casos, había  hecho tal aculturación, al menos en alguna medida, ineludible. Por eso la acusación a Salvado de etnocentrismo requeriría ser matizada, incluso desde el punto de vista más riguroso [5] . Por su parte, en 1860, Serra acabaría dejando la misión y el país. Su ideal era la implantación del benedictinismo entre la población blanca, algo desde luego más realista entonces. Hay que tener en cuenta que, a la postre, Salvado no consiguió ninguna vocación indígena, ni las ha habido hasta ahora. Pero en 1856, él había escrito a Roma que su ciudadela monástica parecía un pequeño Paraguay, aludiendo a las reducciones que otrora habían tenido allí los jesuítas.

            Y desde luego que el viajero que hoy visita el New Norcia Heritage Trail, no se encuentra ante todo con un gran monasterio como los europeos y norteamericanos de la época, a pesar de que llegó a serlo, con su densidad de refinamiento cultural también. Ello se debe a la dispersión de las edificaciones y a no haber por eso ninguna mole arquitectónica en exceso dominante, ni siquiera la propia iglesia. O sea, dicho en otros términos, a tratarse de un pequeño poblado más que de un gran monumento.

            Salvado escribió en italiano sus Memorias históricas de Australia, a guisa de informe a las autoridades eclesiásticas vaticanas. Su título no es adecuado, resulta demasiado modesto. Ya que se trata de un buen libro de etnología sin más. Y de él se deduce una estimación del autor por la cultura indígena que no era ni mucho menos corriente entre los blancos de entonces. La etnología misma estaba en pañales [6] , en el llamado período convergente, que duró de 1835 a 1859, anterior a las obras capitales de Marx y Darwin, aunque no a la Natural History of Man (1843) de J.C.Prichard.

            Salvado murió en Roma cuando estaba tramontando el año 1900. Cincuenta y cinco años pues de presencia en su Nueva Nursia. Pero hay un detalle curioso, en un principio de los que sólo rayan el papel, pero que a la postre resultan un tanto proféticos. En 1848, Serra había sido nombrado obispo de Port-Victoria, una ciudad de nueva fundación en la bahía de Essington, cerca del Darwin de hoy, en el lejano noroeste. Complicaciones curiales determinaron que al poco tiempo fuera Salvado el que ostentaba ese título episcopal, pero antes de que pudiese posesionarse de él, la colonia fue suprimida gubernativamente. Sin embargo, ostentó ese título hasta 1889. Cuando ya la población nativa en torno a Nueva Nursia iba escaseando y por lo tanto los misioneros notaban un vacío. Así las cosas, ya después de la muerte de Salvado, surgió la idea de llenarlo en otro espacio, y concretamente en aquel septentrión.

 

                        Fulgencio Torres y los cimientos de la aventura

 

            La vocación monástica de de dom Fulgencio Torres (1861-1914), un ibicenco de familia judeoconversa, fue doblemente tardía. Por una parte, cuando entró en el seminario de Vich, ya había terminado la carrera de farmacia en la Universidad de Barcelona. Por otra, cuando profesó en el monasterio de Montserrat, estaba a punto de ser ordenado de sacerdote secular. Ello tuvo lugar, concretamente la toma de hábito, en 1885.

            Por entonces, Salvado había hecho del cenobio catalán la base de su reclutamiento vocacional en España, pues con el australiano no se podía aun ni siquiera soñar, una situación además beneficiosa para Montserrat, ya que a cambio de la exigencia de una fundación en las Filipinas españolas, le daba plena carta de naturaleza en la legislación del país, extremo este no aclarado desde la ya remota exclaustración antes mencionada. La tal fundación en la Hispanoasia se retrasó algo. Torres fue enviado a ella entre los primeros, en 1895, pero la dejó muy pronto para ocuparse de una pequeña casa montserratina en Nápoles. Salvado le conoció allí, poco antes de su muerte. E inmediatamente sintió el flechazo de ver en él a su sucesor. Como así ocurrió. La comunidad, a la que ya venía administrando, le eligió unánimente abad en 1902. Y ese fue el hombre que había de llevar la misión aborigen del suroeste hasta el extremo norte, miles de quilómetros lejos, pero además en un territorio desconocido, de manera que la elección del lugar requirió una genuina exploración previa.

            Desconocido y aislado. De ahí que los monjes que se dedicaron a la postre a ese retiro, propendieran a matizar un poco la admiración legendaria suscitada por la inicial empresa de Nueva Nursia. En cuanto ésta nunca careció de contactos y comunicaciones con los preexistentes establecimientos blancos del contorno, éste ya conocido y con la colonización puesta en marcha. En tanto que la norteña implicaba la soledad, apenas comunicada,  y entre una población nativa que, acaso por esa misma circunstancia, resultó mucho menos asequible e incluso hostil.

            Pero, como dice el prologuista de la historia de la casa [7] , Hilton Deakin, si bien “the difficulties they were to face required the stuff of which heroes and heroines are made”, lo cierto fue que aquellos benedictinos “had their heroes and heroines in the priests, Brothers and Sisters who staffed the mission”; en “such unique situation”, que a continuación escribía el Primer Ministro de ese Estado, Charles Court.

            La misión de Drysdale River se estableció en Pago el año 1908, y en 1937 fue transferida a Kalumburu, un poco al suroeste. Los mapas que la compañía de aviación Quantas ofrece a sus viajeros, señalan este lugar [8] . Pocos de los españoles que se cuentan entre ellos tienen noticia de deberse a compatriotas suyos ese nuvo punto del mapa. Está situado 135 millas al noroeste de Wyndham, en la bahía Napier Broome, donde desemboca el río Kink Edward, al norte de la región de Kimberley. En Argon, a siete millas de Kalumburu, confluyen el King Edward y el Carson, formando al llegar a la misión un islote de cuarente pies de elevación. Una vez, andando el tiempo, la cima del islote quedó a merced de las aguas, de manera que la tumba de un monje que había pasado en ella cincuenta y tres años, la plusmarca de Rosendo Sosa, fue arrastrada por ellas, llegando a flotar algún tiempo su cuerpo hasta sumergirse con la tierra envolvente. El clima es monzónico y ciclónico. La temperatura oscila entre los 20 y los 36 grados. El territorio es volcánico, arenoso, tendente a estéril, aunque la misión es como un oasis fértil que permite el cultivo de frutas y verduras y la cría de ganado. La vegetación es de sabana tropical, con predominio de dos variedades de aucalipto.

            El encargo a Nueva Nursia de fundar ese otro establecimiento en el norte fue dado al nuevo abad por el Concilio Plenario de Sydney el año 1905. Al siguiente tuvo lugar su primer viaje de exploración costera. La envergadura del mismo en la historia geográfica del oeste se ha podido comparar sin exageración a los más afamados allí, a saber los de los hermanos Forrest, Parker King y F.S.Brockman. Éste último fue la base orientadora de Torres, por su inspección del Golfo de Cambridge entre 1882 y 1891, publicado que acababa de ser en 1901. Su tal predecesor había seguido el cuso del río Drysdale hasta su estuario, descubriendo entonces el nacimiento del citado río King Edward, y examinando las entradas del Golfo de Admiralty y las bahías de Vanstitaart, Napier y Broome.

            Por su parte, Torres salió de Fremantle en el Bullara, un buque de 1725 toneladas, el 27 de abril, y el 7 de junio, desde Wyndham, emprendió el regreso a Perth por Geraldton. Mientras, había llevado a cabo su propio viaje de “descubrimiento” un tanto. Ya con vistas a establecer la fundación, volvió a salir en el mismo buque, el 18 de junio del año siguiente, de Geraldton, no regresando a Nueva Nursia hasta el 1 de octubre, pero la mayor parte de ese tiempo la pasó en tierra, poniendo los cimientos del nuevo puesto apostólico y en contacto con la población nativa. Allí permanecía un trapense, quedado sobre el terreno cuando una tentativa fundacional de su orden, en Beagle Bay, fue abandonada, Nicolás Emo, que también escribió su diario, complementario del abacial [9] en ciertos extremos que éste silencia.

            La exploración comenzó el 11 de mayo, en un barquito, el San Salvador,  de catorce toneladas,  para el que se contrató al capitán Johnson con cuatro tripulantes filipinos. Apenas salidos de Broome para Wyndham hubieron de evitar continuamente bajíos, bancos de arena y pequeñas islas. La costa no estaba cartografiada, y el Almirantazgo Británico le había advertido al abad del incesante peligro. Sólo la conocían los aborígenes. Con ellos iba uno, henchido de nostalgia a medida que se alejaban del pedazo de tierra de su residencia. Pues ellos eran sedentarios hasta un extremo difícilmente concebible para nosotros. Las provisiones empezaron a escasear. El día de Pentecostés, el abad se conformó con un plato de arroz, y luego pasó dos semanas a pan y agua para ahorrar a los demás lo poco que iba quedando. Además de los datos estrictamente geográficos, como el inmenso arrecife entre Long Island y Mary Island, el diario no se recata a veces de consignar el terror que aquel mar desconocido los inspiraba. A Wyndham llegaron el 15 de junio. Para la pequeña colonia tan aislada, fue un acontecimiento. Torres les dio un concierto. El que más de medio siglo atrás había dado Salvado en Perth llegó a una página de leyenda dorada. Ambos detalles nos denotan lo común de la formación y el gusto musicales en los hombres de iglesia de aquellos tiempos.

            Elegido el emplazamiento inicial que dijimos de la misión, aunque sólo genéricamente, en junio de 1908 llevaron a cabo en la misma embarcación el segundo viaje, ya con miras a la fundación efectiva. Contaban además con el Mary, un pequeño bote. La población nativa de su influencia iba a ser la de dos tribus, los kuíni y los kulári, desde el río King George hasta el King Edward los primeros, y desde el último al Cabo Voltaire los últimos. Los primeros monjes destinados a ella fueron los padres Planas y Alcalde y el hermano Vicente. Siguió con ellos el trapense Emo. Llevaban además un matrimonio aborigen y cinco muchachos, y otro matrimonio de filipino y timoresa con una niña de doce años que habían adoptado en Broome. El cargamento era de diez y siete toneladas y hubieron de hacer la expedición en dos veces. En definitiva, el objeto concreto de la misma era la inspección del último tramo del río Drysdale. El día de la Virgen de Agosto fue el escogido para el nacimiento solemne de la nueva casa. El 1 de octubre, Torres estaba de vuelta en Nueva Nursia luego de ciento tres días de ausencia. Un período en el cual había tenido lugar un genuino choque armado con los indígenas, unos treinta . Advertidos por uno de sus acompañantes también nativos [10] de que la actitud de éstos, rodeando a los forasteros, era preparatoria para “la guerra”, el filipino del grupo repelió la agresión disparando. “Tuvimos suerte de que aquéllos no usaran el Boomerang”, consignó el abad. Tengamos en cuenta que en el Suroeste, ningún episodio semejante hubo de ser afrontado por Salvado y los suyos. En algún momento, las bellezas en torno habían recordado a Torres las visiones ya tan atrás de Capri. Y cual colofón escribió haber vivido en esos tres meses experiencias que habrían colmado las expectativas del hombre más ambicioso de ellas.

 

                                                De Pago a Kalumburu

 

            Desde entonces ha pasado casi un siglo. ¡Y no parca en cambios su historia precisamente! Pero nosotros hemos llegado a tiempo de conocer en Nueva Nursia a uno de los españoles supervivientes de la comunidad en un principio compuesta exclusivamente por ellos, un aragonés de la diócesis de Lérida, dom Mauro Enjuanes, que profesa una admiración ardiente por el padre Alcalde a quien llegó a conocer a su vez, y que guarda como una reliquia un manual de moral copiado de su puño y letra. Alguna vez se hacía eso entonces para evitarse el gasto de un ejemplar.

            De la escasez y manera de los contactos primeros con los anhelados aborígenes, nos da idea que, estando todavía allí Torres, para atraérselos, se le ocurrió dejar colgadas de los árboles prendas de ropa. El 27 de septiembre de 1913, ciento tres de ellos, atacaron a los monjes y sus gentes, rodeándolos mientras les estaban repartiendo sandía, evitándose la matanza por haber disparado al aire su servidor filipino [11] . Andando los años, el dicho  padre Alcalde, uno de los alanceados, tenía pesadillas intermitentes en las cuales se volvía a creer en la misma situación. En el tiempo inmediato, los informes de ciertos confidentes, en torno a los propósitos de paz o de guerra de esa población, y una constante también entre la donación y el hurto de las frutas y hortalizas y el ganado, eran el paisaje humano de la misión. De vez en cuando acudían a ella algunos que habían robado una mujer a otra tribu o grupo. Las mujeres escaseaban, y ello era bastante para motivar un permanente estado de guerra. A los monjes se les trató a veces de hacerles árbitros de ella.

            La única comunicación era la marítima, salvo las exploraciones de la tierra en redor. Por eso, en 1919, se compró el primero de los barquitos propios, la Voladora, de diez y nueve toneladas y media. La comunicación por radio se logró en 1927. Hoy mismo, sólo una vez a la semana va regularmente el avión postal, además de algún otro no fijo que lleva provisiones. En aquella situación, el 9 de julio de 1916, atracó un buque de guerra, enterando a la comunidad de que Australia había entrado en la Gran contienda europea. Se intercambiaron regalos entre marineros y monjes. En febrero de 1931 éstos salvaron la vida de dos aviadores alemanes, aterrizado a la fuerza su Junker Atlantis en las cercanías. Hitler les mandó un armonio de regalo [12] .

            Mientras tanto, los monjes iban conociendo el folklore y las creencias aborígenes, y hacían de médicos de éstos, a menudo para curarles las heridas recibidas en sus peleas. Tratando de aprender el dialecto pela, variante de la lengua kwinian [13] . Pero la crónica de la casa consignaba el día 19 de febrero de 1922: “Una muerte tras otra y ningún nacimiento”. El cronista glosaba el dato alarmado ante el anuncio de la desaparición de esa raza. Luego diremos más por extenso de ello.

            En 1931 tuvo al fin lugar el traslado a Kalumburu, haciéndose realidad el anhelo de estalecer la misión junto al río Drysdale. Desde ese mismo año hubo en ella benedictinas misioneras. El 23 de agosto de 1935 decía la crónica: “No debemos asombrarnos de la gran atracción que la selva y su vida tienen para los aborígenes, si recapacitamos en que también tiene intenso encanto para nosotros los blancos”. Ese año vivían ya en la misión ciento seis nativos, cincuenta y uno de ellos cristianizados.

            En 1939 llegó un monje navarro, Serafín Sanz de Galdeano, nacido en 1913, autor a la postre de un estudio etnológico inédito [14] que va a ser nuestra guía en lo sucesivo. A la vez, la guerra mundial ya declarada, fue construido insensatamente al lado un aerodromo militar, que implicaría ineludiblemente la muerte de la misión aledaña. Efectivamente, el 27 de septiembre de 1943, treinta años justos después del ataque aborigen de que dijimos, sufrió un bombardeo japonés que la destruyó, muriendo el superior, dom Tomás Gil, con una mujer y cuatro niños nativos.

            Los tales nativos del Kimberley eran muy sociables. La circuncisión los iniciaba. Tenían una confusa idea de un ser superior, pero viviendo difuso él entre muchos buenos y malos espíritus, conectados con el mundo animal. Aunque sólo a los perros se los consideraba de la familia y se los enterraba como a los hombres. Entre la psique humana y todo el mundo material no veían solución de continuidad. Por eso posesían una clasificación a su manera de la zoología y la botánica de su área y conocimiento.

            Mientras tanto, Nueva Nursia había alcanzado un desarrollo espléndido, un gran monasterio con una propiedad agraria, ganadera y forestal sólida y extensa, y una irradiación pastoral manifestada sobre todo a través de dos colegios, masculino y femenino, San Ildefonso y Santa Gertudis. Una gran biblioteca por supuesto, sin descuidar las obras de arte. Que no sólo había monjes escritores sino también artistas. Pero casi todo ello para la población blanca, en cuanto la otra había pasado a ser muy escasa. Mas de su mundo hemos de seguir diciendo, ilustrados por es otro testimonio septentrional a que aludíamos.

 

                                      Una visión disidente

 

            Eran los tiempos de Primo de Rivera cuando el pequeño Serafín Sanz entró en el postulantado benedictino de El Pueyo, sobre un soberbio monte cerca de Barbastro. El abad sucesor de Torres, Anselmo Catalán, navarro también, de Corella, ya había ido allí a captar vocaciones, enterneciendo a sus oyentes al hablarles de los pobres salvajes australianos. Cuando su padre se enteró, no cabía en sí de gozo, al tener presente que Australia estaba todavía más lejos que las metas más remotas alcanzadas por el navarro san Francisco Javier en sus misiones. Comentando su profesión, emitida el 21 de marzo de 1935, escribe en sus memorias: “Me sentía feliz viviendo la vida monástica, como el pájaro nacido en cautividad es feliz en su jaula”.

            Y al llegar a la misión, de la que asegura ser la más aislada del mundo [15] : “En Pago, las mujeres no formaban una colección de bellezas, a causa de su dura vida en la selva y del más duro trato que recibían de los hombres. Las había entre ellas con los dedos rotos, los brazos rotos, las piernas rotas y las cabezas rotas. Pero como no conocían nada mejor, se sentían lo bastante felices. Lo mismo en Kalumburu, donde quedaban los que a la vez eran la supervivencia y el futuro de los aborígenes. Con un grupo de doce niños de ambos sexos, algunos de los cuales si no la mayoría, estaban vivos gracias a los misioneros”.

            Remontándose al estado existente al tiempo de la fundación, el año 1908, su conclusión es que dichos nativos, unos setecientos censados sus visitantes, eran efectivamente los supervivientes de una raza moribunda. Un dato de interpretación decisiva cuando se acertó con ella: después del ataque de 1913: los misioneros no se fiaban de la amistosidad de los nativos, porque éstos no acudían a ellos nunca con sus niños. Hasta darse cuenta de que la causa era que apenas tenían niños. Ello se debía a que poco antes, habían ideado un método de control de la natalidad-mángar-consistente en cortar- el corte, nyángal- la uretra del pene -mári-hacia el escroto, dificultando así la concepción después de la cópula o yun. Además había que tener en cuenta el abuso sexual de las escasas mujeres desde demasiado pronto y por demasiados hombres. En cuanto a homicidios, se contabilizaron 44 entre 1918 y 1928. Sin embargo, es interesante su afirmación inicial de que “los aborígenes que conocí, situados en su estado natural, encarnaban un bello y digno ejemplo de humanidad”.

            El éxamen de este testimonio de dom Sanz sobre esta raza en sí, así como acerca de las consecuencias de su contacto con la población blanca, por una parte, y por otra de las sobrevenidas al adquirir sus miembros en 1967 la plena ciudadanía australiana, lo que llevó consigo su entrada en la seguridad social y a su juicio una excesiva abundancia de dinero, y además el consiguiente fin de la tutela que de alguna manera ejercían sobre ellos los misioneros [16] , tiene ante todo el mérito de ser el fruto de una larga y directa experiencia como apenas ningún otro observador ha tenido. Y, sobre esta base, no es valedera únicamente para ilustrar este reducto etnológico mismo, sino que en el contexto de la política democrática contemporánea, o sea la decisoria del mismo, posee un cierto valor sintomático para situaciones parejas a esta hora de la historia. Además, aleccionador para moderar un tanto las ilusiones elucubradoras que no dejen a los principios templarse al contacto con las exigencias o al menos las realidades ineludibles de la práctica. Por otra parte, la presunción de buena fe a los políticos y administradores involucrados en las medidas de gobierno relativas al asunto, cuando ése sea el caso, no debe llegar a cambiar el juicio objetivo que de los hechos y su estimación las pruebas arrojen.

            Ahora bien, en la crítica severa que dom Sanz, fundado en su privilegiada y larguísima observación inmediata, hace de la interpretación predominante que los antrópologos, e incluso los políticos, están haciendo del mundo aborigen, hay que tener en cuenta también una cierta intransigencia del mismo para no aplicar analogías de su cultura con otras, la nuestra incluso, por diversas que ellas sean, como exigiendo más bien la concordancia literal. 

            Por otra parte, no cabe preterir que los aborígenes australianos apenas tienen algunos elementos culturales en común entre sí, siendo de muchas tribus incomunicadas, por el escaso radio de acción geográfico de su vida, su pluralismo lingüístico el mejor indicio [17] . De manera que los estudiosos de los que no son kuíni ni kulári pueden haber llegado legítimamente a conclusiones distintas que nuestro misionero de Kalumburu.

            A propósito de la religión, él opina que sus nativos no tienen palabra de contenido semejante para designarla, pese a que los etnólogos habían creído detectar en ese ámbito una cierta riqueza, de manera que hasta el Papa los ha alabado por su gran espiritualidad. A esto hace él notar la necesidad de conocer su idioma, y el peligro de que, una vez ellos en contacto con la civilización y la religión de los blancos, extrapolen a sus creencias anteriores algunas de las nuevamente aprendidas. Por ejemplo, dichos etnólogos tienen por dios a su Uáloro. Él,preguntando a un aborigen inteligente quién era, fue respondido: “Tiene mujer e hijo, o sea que es la Santísima Trinidad”. Niega también que Gnaui sea espíritu, sino nada más que aliento. Y rechaza encasillarlos en el animismo totémico, pues cuando cazan no tienen ningún respeto a los animales totem de su tribu. Tampoco le parece posible hablar de un derecho aborigen, ni de lugares sagrados suyos, sino solamente secretos donde sólo pueden entrar los iniciados, so pena de castigos como la ceguera u otros aún peores, obra de los espíritus que creen los habitan. Pero, ¿ese pavor no implica el reconocimiento de algo sacro, no late esta misma noción en el secretismo dicho? Más polémica nos parece su negativa a reconocerles la distinción entre el mal y el bien, en cuanto sólo la harían por su repercusión en su medio social. Pues no hay que perder de vista que ciertas sociedades están articuladas de manera que son capaces de polarizar los criterios éticos de sus miembros, de manera que penetren en su conciencia íntima, algo así como si en nuestro catolicismo no existiera separación entre los fueros interno y externo que tan bien conocen los canonistas. ¿Y qué diríamos del Islam?

            En cambio, a ras de tierra, dom Sanz testimonia que su cultura material era menos sencilla de lo que los etnólogos habían afirmado. Por ejemplo, cocinaban más o menos sus alimentos, ello dependiendo de la clase de éstos, las condiciones del fuego y el grado de su hambre, no siendo cierto que comieran siempre crudo.

            Ahora bien, la creencia de estar esas dos tribus en vías de extinción no es una opinión personal del benedictino navarro, sino que todos los demás misioneros la compartieron hasta 1940.

            Mientras tanto, en torno a Kalumburu había ido teniendo lugar la aculturación, al contacto con la misión. En 1945 sólo dos hombres seguían viviendo en el bosque, uno de ellos con siete mujeres, a ninguna de las cuales llegaron a conocer los monjes. La mayoría de los demás vivían permanentemente en torno a la misión. Cuando, cambiado el signo de la política, los funcionarios enviados a ésa les preguntaron si deseban volver a vivir en el bosque, uno de ellos respondió afirmativamente...pero sólo por un par de semanas y con un rifle. 

            El aumento implicado de la riqueza y el nivel de vida era consecuencia de la mejoría en los procedimientos de caza y de pesca y en el producto de la horticultura.

            Naturalmente que esa convivencia libremente aceptada exigía la sumisión a un derecho que también era penal. Existía la pena de azotes, aunque se aplicaba raramente, por ejemplo a los que se peleaban, y su ejecución tenía lugar con las mismas disciplinas que usaban los benedictinos entonces para sí mismos. La distracción era el baile discreccional.

            La poligamia y el intercambio de las mujeres, con la pugnacidad endémica implicada, eran una barrera que frenaba a los misioneros en la aceptación de los aborígenes en el seno de la cristiandad mediante la administración del bautismo. El primero de éstos no tuvo lugar hasta 1920, y eso por haber creído estarse a un caso in articulo mortis. Pero en 1939 estaban ya bautizados aproximadamente la mitad, y se habían celebrado matrimonios canónicos.

            Las exigencias de la aculturación [18] consistían en el vestido, el techado, el trabajo de la tierra, el aprendizaje de algún oficio, y adquirir cierto sentido del derecho y el orden, además de la higiene, dejada aparte la aspiración religiosa suprema [19] . Una pesada carga para esas gentes, salta a la vista, con independencia tanto de las intenciones de los protagonistas como del balance material: “Para los aborígenes, el establecimiento en la misión suponía cambiar su estilo de vida [20] ”. En cambio, la pereza en el trabajo no les era un vicio constante.

            Lo que resultaba inevitable era la erosión de los valores de la vieja cultura espiritual, por ejemplo el idioma: “Los jóvenes tenían que aprender muchas palabras nuevas para designar cosas que sus antepasados no habían llegado a saber que existían. Todo idioma necesita recurrir a préstamos de otros para formar neologismos, pero si se quiere peservar su pureza hay que llegar a un límite”. Y naturalmente que el establecimiento de una frontera entre el péla y el inglés no era viable.

            Un ejemplo es su actitud hacia los perros, que no han cambiado nunca al cristianizarse. Son una parte de su familia, como seres humanos [21] , equiparados del todo en los funerales y en los entierros. Uno de los misioneros consignó que algunos pensaban tratarse de dioses encarnados regresivamente.

            Dom Sanz no se recata en su defensa de la aculturación: “En mi opinión, la merma del número de los aborígenes viejos, que era el principal dolor de los misioneros [22] , fue de rechazo una bendición, ya que su ausencia hizo posible crear en los jóvenes la comunidad nativa más destribalizada, cristiana y pura de Australia”.

            Una de las acusaciones que ahora se hace a los gobiernos australianos es la de haber robado los niños aborígenes a sus familias, poniéndolos bajo la tutela de las instituciones adecuadas a fin de educarlos en un ambiente blanco, de manera que al cabo del tiempo, la cultura indígena incompatible con el país nuevo habría quedado absorbida por la dominante. Dom Sanz niega que éste fuera el caso de su misión, ya que en ella sólo se quedaron los hijos de los aborígenes que los ofrecían a la misma libremente. Además, los mismos padres vivían en torno a ella [23] , y acostumbrados en cuanto a las niñas a entregarlas maritalmente a viejos cuando contaban de ocho a diez años de edad, no podían desde luego ver la nueva situación como un empeoramiento. En cuanto al derecho de matrimonio entre los primos hermanos, que habría sido incompatible con ella, sencillamente no se podía seguir practicando por falta de nacimientos.

            Naturalmente que el tema de la sustracción de los niños y la responsabilidad en él de las iglesias, no nos compete, pues nuestro argumento se ciñe a la misión benedictina española. Hay que tener en cuenta desde luego que el afán misionero era la cristianización de la población pagana, en el cual veían el máximo bien. ¿Pudo esa valoración obnubilar a los levitas? ¿Tenían libertad para decidir? ¿Podían ver un mal menor en aceptar las sugerencias gubernativas? Nos limitamos a dejar planteados los interrogantes. En todo caso, en la opinión australiana común se ha extendido bastante la creencia de tratar abusivamente de descargar los políticos sus responsabilidades en las de los eclesiásticos [24] , en detrimento de la objetividad de los planteamientos [25] .  

            La escolarización de los nativos en la misión, de una manera regular y constante, con un maestro titulado, no comenzó hasta 1955, cuando su densidad la hizo posible. Algunos datos de sus resultados son reveladores para los comparatistas de culturas, en la intersección del acervo ancestral y el encuentro de un mundo nuevo. Las matemáticas eran el principal escollo. Y es que en su lengua no se conocían más que los tres primeros números y el genérico “mucho”, djáma. Una resistencia consecuente ofrecían para entender la noción de mitad. En cambio hacían progresos insospechados en el inglés [26] y en los modales.

            El ambiente de su formación religiosa era idéntico al de las familias pías de entonces. Mas llegando por eso mismo a más significativa la diferencia en algunos comportamientos, sobre todo indiciarios de la peculiar manera de su asimilación. Lo que más los gustaba y mejor entendían eran las historias bíblicas. Una de las antiguas alumnas, al tener un niño, le quiso poner Caín. Porque el personaje, aunque maligno, había sido vencedor. Al ser preguntados por el significado del “fruto bendito de tu vientre” en el avemaría, unos dijeron que una pera, mientras otros prefirieron una manzana. Cuando rezaban por la mañana al ángel de la guarda, dom Sanz no entendió una palabra que le pareció intercalaban en el inglés, atribuyéndola por eso a su idioma, túrrulangay. Pero se trataba de su manera, de veras incógnita, de pronunciar la petición “to rule and to guide”, que por supuesto ellos tampoco entendían.

            Aunque parezca extraño, eran menos dispuestos para los menesteres prácticos, por lo común no mostrándose capaces de dar un paso en ellos más allá de la mera ejecución de órdenes [27] . En un ángulo de la escuela, fue instalada una pequeña tienda, con el exclusivo objeto de enseñarles a comprar y manejar el dinero. Las excepciones, más que tales, pueden ser vistas como anticipo de un lejano futuro, pero naturalmente pagando el dicho precio doloroso de la aculturación, tal un trabajador establecido en Kimberley [28] Research Station, en Kununurra, que llegó a ser the picture of a gentleman. En todo caso, el aislamiento en centros educativos para blancos, les resultaba insoportable y resultó integralmente negativo.

            De lo que se mostraron capaces sin problema fue, no sólo de ayudar la misa en latín, sino también de cantarla, y no sólo en gregoriano, sino hasta la polifonía. Tal en la navidad siguiente al bombardeo japonés, la compuesta por un eminente músico navarro de Nueva Nursia, Esteban Moreno, acompañada al acordeón ya que el armonio había sido destruido en la lúgubre ocasión. Aunque esa vez fue un oficial de la RAF quien hizo de monaguillo de dom Sanz.

            Así las cosas, en 1960, The Australian Panorama Magazine, publicó un reportaje sobre Kimberley titulado Una comunidad feliz. Claro está que el epíteto respondía a una situación objetiva, sí, pero también a la escala de valores del autor. Hasta que en 1967, al adquirir los nativos la categoría de ciudadanos australianos, pasaron a ser beneficiarios de la seguridad social, muy generosa con ellos en la atribución de las pensiones de paro. Al principio se llegó al acuerdo de destinar una parte de todo lo recibido a la misión, a cambio de los servicios de ésta [29] . Naturalmente que pronto surgieron peticiones para que se  individualizasen los pagos [30] . Pero el resultado grave fue la aparición de la avaricia, el juego y la embriaguez, consecuencias inmediatas de un exceso de dinero, ya que las subvenciones iban mucho más allá de las necesidades acordes a ese género de vida.

            Con lo que la independización de todos los aborígenes de Australia de los sistemas tutelares antes en vigor, llegó a ser una realidad avasalladora, al conjuro de lo que a veces se designa como vilis pecunia no del todo hiperbólicamente. De  manera que Kalumburu llegó a convertirse en una excepción que escandalizaba, a la vez a los políticos, abogados y antropólogos, pero también al “World Council of Churches [31] y, lo que ya era decisivo, a la propia jerarquía católica, o sea a la misma que había instado en 1908 a su fundación. Ello no quiere decir que la agitación no hubiese llegado también dentro, protagonizada que fue por dos de los nativos, llegando a trascender a la prensa [32] .

            La acusación era la de estar los aborígenes privados de libertad. No siendo capaces de resistir la tensión el episcopado australiano reunido en Sydney y el propio abad de Nueva Nursia. Éste renunció a su cargo de administrador nullius del territorio en 1980. Y al año siguiente, la Santa Sede suprimió la jurisdicción exenta sin más, quedando por lo tanto incorporada ordinariamente a la diócesis de Broome, de manera que la presencia benedictina sólo podría continuar mediante un acuerdo con el obispo. Ell 16 de septiembre, dom Sanz dejó el lugar, escribiendo en el libro de visitas: Recedant vetera, nova sint omnia [33] . Mas hemos de recapitular volviendo al Suroeste de los orígenes.

 

                                    Los ideales en su circunstancia

 

            Ya vimos cómo los dos españoles fundadores de la comunidad benedictina en Australia, Serra y Salvado, acabaron separados por una divergencia insoluble de planes, lo cual determinó el alejamiento del primero. Serra quería consolidar un monasterio a la manera de los de la restauración europea y americana septentrional, sólo posible pensando ante todo en la población católica de los colonizadores blancos. Salvado estaba divinalmente obsesionado con la atención a la población nativa en doloroso declive. Que fuera el amor cristiano su móvil inspirador, no se puede poner en duda. Ahora bien, tampoco a Serra se le puede condenar sin más, cual si únicamente el anhelo de una vida cómoda y próspera estuviese en su horizonte. Que, una vez asumida una cierta adaptación, desde luego difícil y hasta con lo  suyo de heróica, al mundo indígena, las compensaciones gratificantes podían ser más generosas que las de una población más bien pobre, sobre todo integrada entonces por los irlandeses económica y soialmente débiles.

            Y, aunque historiográficamente resulte heterodoxa, permítasenos a estas alturas del reloj de la historia una mirada retrospectiva. Los cambios sobrevenidos en el mundo desde mediados del siglo XIX no pudieron ser sospechados por ninguno de nuestros antepasados, ni siquiera por los de imaginación más desbordada. Sin embargo, ya entonces el prodigio de la técnica, y la convulsión del cambio de régimen, podían dejar entrever novedades capaces de hacer perder la mesura a las cavilaciones. Ello nos explica ciertas ilusiones que la expansión europea hizo concebir al benedictinismo que estaba resurgiendo de sus propias cenizas, las de la confiscación casi integral de sus bienes y la dispersión forzosa de sus comunidades. Dom Bonifacio Wimmer, un bávaro que fundó en Pensilvania, llegó a imaginarse una resurrección de la Europa medieval, la de las misiones monásticas entre los pueblos germánicos, en unos Estados Unidos cuya configuración todavía no estaba a la vista. Y al otro extremo de Australia, John-Bede Polding, el primer arzobispo de Sydney, trató de reencarnar en su novísima catedral las monásticas de la vieja Inglaterra, identificados el cabildo y el monasterio [34] . Así las cosas, la ilusión aborigen de Salvado no nos resulta tan extraña. Quizas Serra tenía en cambio una mente más anclada en las circunstancias ineludibles a ras de tierra [35] . Pero lo cierto es que ni un solo nativo ha llegado a ser monje benedictino hasta nuestros días, ni el panorama lleva camino de hacerse más expectante siquiera.

            Cuando Kalumburu fue puesto en tela de juicio, se le trató de comparar con la Nueva Nursia de Salvado, pretendiendo levantar un balance para él negativo [36] . Ello ha suscitado la réplica de dom Sanz, quien esgrime unos datos sin más. Nueva Nursia goza de un clima mediterráneo, y a unas decenas de quilómetros tuivo siempre todo lo que la colonización blanca podía ofrecer, colonizadores que además estaban en las cercanías ya, lo dijimos. Mientras que del aislamiento de la misión del norte en un clima tropical riguroso ya hemos consignado bastante. Un detalle: cuando Salvado llegó, ya estaba publicado un diccionario de la lengua local; en Kalumburu, hubieron de hacer esa tarea personalmente y partiendo del vacío, dom Gil, el superior muerto en el bombardeo japonés, y el propio dom Sanz, añadiendo éste que la raza no estaba allá en vías de extinción.

            Una cierta carencia de realismo, al menos a largo plazo, del proyecto de Salvado, un hombre que contribuyó al conocimiento etnológico de sus aborígenes, no lo olvidemos, podría deducirse de la misma necesidad del traslado de la misión para éstos a la lejanía septentrional, en tanto que Nueva Nursia acabó sobre todo siendo un foco de irradiación monástica y de consolidación católica para los blancos a la redonda.

             Su propio sucesor Torres, a la vez que no dudaba en hacerse explorador para reconocer la costa norteña a la búsqueda del nuevo emplazamiento [37] , impulsó decisivamente el desarrollo de la Nueva Nursia del futuro, al establecer los dos colegios, San Ildefonso y Santa Gertrudis, para los niños blancos [38] de cada sexo [39] . Sus nobles fábricas, donde se guardan unos objetos, imágenes  y textos despertadores de la melancolía de las esperanzas de recuerdos de aquellas muchachas en flor y sus compañeros, a la postre recuerdos de esperanzas hechas, son decisivas en la acuñación del paisaje urbanizado de Nueva Nursia, que llegó a ser un gran monasterio, como esos otros occidentales coetáneos de que hemos dicho, y que sin embargo no nos suscita arquitectónicamente, esa imagen [40] . Porque es la de una ciudadela de construcciones dispersas su vista, el gran monasterio sí, también existe, pero englobado, hasta un poco desapercibido en ella, ya lo apuntamos. Tiene su gran biblioteca, como los de entonces, común en ellos, mas con un lujo excepcional, nada corriente ni siquiera en esos alcázares del espíritu estudioso, una sala de lctura toda decorada de frescos donde ha sido pintada una summa de las letras, las artes y las ciencias, obra que fue del benedictino castellano Lesmes González, con unos floridos dísticos latinos escritos por dom Román Ríos.

            Y estamos hablando de un fenómeno de aristocracia espiritual que tramontó. Esos grandes monasterios cuya época dorada enlazó los cincuenta del XIX y los del XX son historia ya. Por una parte, la falta de vocaciones está llegando a amenazar su misma subsistencia [41] . Por otra, los ideales del benedictinismo ya son distintos. Encarnados en comunidades sencillas, pequeñas, ligadas a la tierra, las que además florecen en las tierras del tercer mundo donde además existe una cierta esperanza vocacional.

            Y en la Nueva Nursia de hoy, el testimonio mantenido cum amore de la que fue, el heritage del joven país, tanto en la realidad como en el ensueño, nos es un ejemplo pintiparado de la vitalidad de la historia, de cómo el pasado sigue viviendo en el presente. Un hotel cuya anchurosa tranquilidad seduce, otrora residencia construida que fue para los padres de los colegiales internos, sin embargo suscita paradójicamente la evocación en el horizonte de un escenario de Agatha Christie.



[1] R.HUGHES, La costa fatídica (Barcelona, 1989).

[2] Curiosamente, de Londres exigieron que se preguntara a los aborígenes si lo aceptaban, pero no fue posible entenderse con ellos.

[3] Cuando ya tenía medio millón Nueva Gales del Sur, 7.300.000 Victoria (con sólo 77.000 veinte años antes), el Sur 189.000, y Queensland 122.000. Estacionada seguía Tasmania, la otra última colonia penal.

[4] A.LINAGE CONDE, Rosendo Salvado or the Odyssey of a Galician in Australia (Xunta de Galicia, 1998), con bibliografía; sobre la pésima traducción del original inédito, AIDAN CUSACK, en “Hallel” 24 (1999) 146. Extendiéndolo al período posterior, hemos tratado la materia en San Benito y los benedictinos (Braga, 1995), tomos V, VI y VII ad vocem, y en “Recollectio” 8-10 (1985-7)143-220, 291-348 y 175-239.

[5] M.SITZMANN, Salvado’s Missionary Endeavors for the social Outcast of Early Australia: the Aborigines, en “The American Benedictine Review” 38 (1987) 127-38.

[6] R.M.BERNDT, Salvado: a Man of and before his Time, pp.267-74 de la versión inglesa, The Salvado Memoirs (ed.E.J.Stormon, University of Western Australia, 1977). Hay que tener en cuenta también la índole pionera del libro en la bibliografía australiana. Apenas si se citan antes de él los Journals de George Grey, y el Descriptive Vocabulary, de George Fletcher Moore.

[7] E.PÉREZ, Kalumburu. The Benedictine Mission and the Aborigines, 1908-1975 (Kalumburu, 1977).

[8] Brockman había aconsejado en 1901 construir un puerto en la punta de la península de Anjo, o sea no lejos del actual Kalumburu.

[9] The Diary of Bishop Torres, 1901-1914 (ed.Eugenio Pérez; Kalumburu, 1986).

[10] Y parece que el motivo desencadenante fue la imprudencia de otro de ellos mismos. Se dijo después que había muerto en el incidente una joven, pero nada de ello consignan los diarios, sino sólo las heridas de un hombre, que a pesar de ello pudo escapar por su pie, inmediatamente, como todos los demás.

[11] El 27 de agosto de 1926 estuvieron a punto de ser atacados, delante de los monjes, el Gobernador General de Australia y su séquito. Era su primera visita.

[12] Que se conserva, pero paradójicamente dañado en el bombardeo de que diremos.

[13] Dom Sanz de Galdeano tiene inédita su obra Pelà-English Language Dictionary and Grammar used by the Kuini Tribe of Kalumburu Mission (1996).

[14] Metamorphosis of a Race: Kuíni and Kulári Tribes of Kalumburu Mission (1998); también de las Memoirs of a Spanish Missionary Monk. Dom S.S.de G., O.S.B., M.B.F., O.A.M., C.S.M. (1999; un anticipo, Vida y milagros, fue publicado en Bogotá en 1986).

[15] Aislamiento no sólo geográfico: “El social era casi completo, pues los aborígenes no eran compañía, ya que sus ideas e intereses eran muy limitados, y normalmente se mostraban indiferentes, a no ser que se hablase con ellos de cazar o matar”. Echaba también de menos la liturgia solemne de Nueva Nursia. Todavía era más intensa la soledad por el mantenimiento de Pago, necesario para que atracara el barquito propio, y donde sólo quedaba un monje. Se turnaban allí por dos semanas, pero dom Serafín permaneció voluntario indefinidamente”. Sin embargo: “As a matter of fact I was completely happy, and therefore it was too good to last”.

[16] Transcribimos sin comentario su glosa inicial a la exposición de esa parte postrera: “¿Qué significa ser independiente? Para mí, quiere decir no ser mandado por nadie y no ncesitar nada de nadie. Y en ambos sentidos, ningún ser humano puede llegar a ser independiente. Pues sólo Uno es independiente, Dios. Pero dejando a un lado filosofías, de hecho, ¿cómo los aborígenes de Kalumburu adquirieron la independencia cuando los benedictinos dejaron de tener cuidado de ellos? El caso fue que la llamada dependencia de unos pocos misioneros fue sustituida por otra dependencia de muchos más no misioneros”.

[17] Se han agrupado en familias sus idiomas por el criterio de tener o no en común la palabra designatoria de hombre.

[18] Por supuesto, ante todo, la renuncia a las dos prácticas dichas a las cuales dom Sanz achaca la falta de nacimientos. Señala en este sentido lo decisivo de la llegada de las religiosas en 1932, sobre todo para la fecundidad de las muchachas.

[19] Nota dom Sanz lo difícil de hacerles entender los misterios, por la evidente razón de que tampoco los adoctrinadores entienden éstos. Por eso el catecismo, el resumen bíblico y las oraciones traducidas al péla por dom Tomás Gil, no fueron muy usadas ni útiles. Yo pedí a dom Sanz me dijera el padrenuestro en esa lengua, de la que ha escrito como dijimos él mismo una gramática y un diccionario, y me dijo que no le sabía. Lo cual quiere decir que la instrucción inmediata catequética no había llegado a ese grado. El que la oración en cuestión sólo fuese asequible a quienes sabían el bastante inglés, y preferir éste a la lengua vernácula en contra de las exigencias de la Iglesia cuando son posibles, es definitivamente aleccionador para captar la situación.

[20] En cambio, la sedentarización al no ser observadas todas las prácticas higiénicas posibles en ella, de rechazo causaba unas enfermedades, como la lepra y las lombrices, para las cuales el nomadismo implicaba una cierta inmunización.

[21] Pero no olvidemos que el actual pontifice es partidario de la extensión a toda la creación viviente de la palingenesia de la resurrección paulina. Esa creencia ya la tenían ciertos teólogos católicos, y personalmente la enseñó Martín Lutero.

[22] Uno de éstos pasó 53 años en la misión y otro 45; 5 murieron y están enterrados en la misma.

[23] Desde 1962 ya vivían en la misión junto a sus hijos; en ella había dormitorios comunes al principio, que luego dom Sanz cerró, confesando haberse arrepentido de ello, en cuanto la medida significaba que los padres no corregirían a sus hijos, pues ello no se conocía con arreglo a sus propios valores culturales, mámangal llamada la relación paternofilial ajena a lo tal.

[24] Cfr., Bringing them Home. A guide to the findings and recommendations of the National Inquiry into the Separation of Aboriginal and Torres Strait Islander Children from their Families (Commission for Human Rights and Equal Opportunities, 1997), y el libro colectivo (coord.Carmel Bird) privado The Stolen Children. Their Stories (Sydney, 1998).

[25] Tampoco hay que excluir la interposición, más que de intereses creados, de intereses por crear en el lejano horizonte. Por ejemplo, en 1973, se presentó en Kalumburu una comisión gubernativa- del “Department of Aboriginal Affairs” de la “Commowealth, State and Regions”-, acompañada del abad de Nueva Nursia, para hacer una encuesta en torno a la aceptación por sus nativos del derecho a una extensión de tierra determinada. O sea un avance oficial de las reclamaciones que después se han presentado profusamente por los de muchas partes de Australia ante los tribunales. Se les ofrecieron 800.00 acres en Carson. El primer día lo rechazaron; el segundo dieron su asentimiento, pero enseguida dijeron a dom Sanz que habían sido forzados. Hay que pensar en una persuación insistente desde luego, sin llegar a la violencia. Ahora bien, el argumento esgrimido era sobre todo la posibilidad de designar un gerente o gestor de la tierra, que caso de no estar a la altura de su cometido, podría ser sustituido por otro cuantas veces fuese necesario. En cuanto a la estimación genérica de sus respuestas, hay que tener en cuenta que una característica de su cultura era la de dar la razón al que había hablado primero, salvo en los casos de pelea abierta. Así se explican entrevistas tan fantasiosas como para inventarse casos de antropofagia: KAREN BROWN, Hunger let to Cannibalism. Trek Survivor: Mr.Djángara endured a forced trek, falling bombs and a stockman’s life before settling at Kalumburu, “West Australia”, 8-10-1994.

[26] De ellos salió alguna buena mecanógrafa.

[27] Aunque dom Sanz achaca a la larga esa falta de progreso a “la interferencia de las autoridades civiles, incluso de filántropos, que no conocían a los aborígenes ni sus necesidades y capacidades, así como al contacto con los blancos (sobre todo desde que se construyeron las ciento cincuenta millas de carretera de Gibb River a Kalumburu), de moral laxa y vida sofisticada”. Esta última causa había llevado a la ruina a la misión anglicana de Forrest River en 1965, y a la larga acabó resultando incompatible con todas las del continente australiano. La avaricia y el suicidio eran desconocidos entre ellos antes, pero no fueron raros después. 

[28] El testimonio de otro misionero: FRANCIS BYRNE, OSB, A Hard Road. Brother Frank Nissl, 1888-1980. A Life of Service to the Aborigines of the Kimberleys (Perth, 1990).

[29] No era exacta la acusación de estar trabajando los aborígenes para los misioneros sin más.

[30] Un inconveniente sintomático: para cobrar el paro había que acreditar no haber trabajado en las últimas dos semanas, pero el correo de la misión era sólo mensual.

[31] En el cual entonces no estaba representada la Iglesia Católica.

[32] En el “Daily News”, 24-6-1981; Peter Yu (mezcla de aborigen y chino), en el “Kimberley Land Council Newsletter”.

[33] Escribe en su libro tener una copia de un estudio detallado sobre el fin de la misión benedictina, pero de carácter confidencial. Recientemente, casi por unanimidad, los nativos de Kalumburu han escrito al abad pidiendo su retorno.

[34] De esa otra cara, el lujo cultural, una muestra en el artículo de FRANK CARLETON, In Quest of the Lamspringe Books, en “Tjurunga”, núm.57 (11, 1999) 75-84 (antes en “Biblionews”, 23-4, 12-1998, 118-34).

[35] La etapa de Serra fue decisiva para el nacimiento de la población de Subiaco, en las inmediaciones de Perth; K.SPILLMAN, Identity Prized. A History of Subiaco (University of Western Australia Presss, 1985).

[36] ZOLTAN KOVALS, en “Weekend Australia”, por el sexquicentenario de Nueva Nursia.

[37] Dom Sanz nota el reconocimiento del profesor Elkin a un monje de Kalumburu por su contribución a “Oceania”.

[38] Continuó el orfanatorio para los pocos niños aborígenes que quedaban, siguiendo algunos de los adultos establecidos en las pequeñas casitas en torno que ya se habían construido en los tiempos de Salvado.

[39] Hemos evocado esta atmósfera en nuestro relato El sepulvedano de Nueva Nursia, en “El Adelantado de Segovia”, 22-12-1999.

[40] Tenemos en prensa el artículo Una visita a Nueva Nursia, en “Nova et Vetera” (Zamora).

[41] Un fenómeno universal, que resultó abrumador cuando fue antecedido de sacudidas particulares. Éste fue el caso de Nueva Nursia, hasta la visita apostólica del abad de Prinknash, que llevó consigo la expulsión de once australianos y dos españoles y la prohbición de que fuesen más españoles en el futuro. La comunidad había sido hasta no hacía mucho un islote hispano, y el tránsito a la australiana, desde luego más reducida, fue traumático.