La Monarquía Autoritaria y la Literatura Doctrinal en la Castilla de los siglos XIV y XV

 

Jordi Pardo Pastor
jordi.pardo@campus.uab.es

Universitat Autònoma de Barcelona

 

El estado de la cuestión en la Península Ibérica durante los siglos XIV y XV es muy particular en cuanto a la importancia que toman los acontecimientos. [1] En primer lugar, nos debemos remontar a la fecha de 1369, año en que se produce un cambio de dinastía en la corte castellana debido al final de la guerra civil que enfrenta a Pedro I y a su fraticida hermanastro, Enrique de Trastámara. En estos momentos, tras la guerra civil y el cambio de poderes estamentales, se ha de producir, necesariamente, una sustitución de los pilares del poder para que el nuevo gobierno conlleve estabilidad y permita la prosperidad del reino y, sobre todo, la integridad del monarca. Enrique II de Trastámara, nuevo rey de Castilla, reestructurará la nobleza otorgando diferentes títulos nobiliarios a familias de su confianza que serán posteriormente muy importantes dentro de la difusión de la cultura escrita. El objetivo del rey es crear una alianza nobleza-soberano fundando una altísima oligarquía formada por parientes del rey y otra media nobleza nueva, surgida de la guerra, a la que se le atribuirán cargos administrativos. Muerto Enrique II, le sucederá su hijo, Juan I, que prosiguió con éxito la obra de recuperación del poder monárquico emprendida por su padre. En 1390 se iniciará el breve reinado de Enrique III, que fue, de alguna manera, la culminación de un largo proceso de recuperación del poder del rey y la monarquía autoritaria. Así pues, frente a este caldo de cultivo tenemos ya esbozados grosso modo los puntales de la monarquía autoritaria en el reino de Castilla y la manera en que ésta se refuerza a sí misma para protegerse de los golpes externos.

El reinado de Juan II [2] y su larga minoría, que implicó la regencia de don Fernando de Antequera, supuso un paso atrás en el fortalecimiento monárquico del que hablamos. Las constantes batallas entre los diferentes estamentos (monarquía y nobleza) provocan que los valores éticos y morales inculcados en épocas anteriores se desvanezcan en cierta medida y sea fundamental in exemplo ex contrariis el papel del caballero. [3] Es en estos momentos, en pleno siglo XV, cuando se fraguarán una serie de valores y de ideas que consolidarán el mundo moderno. Surgirá, pues, bajo este panorama la figura del intelectual que se encargará de perpetuar la historia, siendo importantísima la influencia que ejerce la Italia humanista en la Europa del siglo XV y el papel que jugarán los studia humanitatis; pero, asimismo, surgirá dentro de nuestra cultura hispánica, la pugna entre las armas y las letras. [4]

Es importante comprender la dicotomía que se produce entre armas y letras ya que concebir este factor es fundamental para llegar a discernir la vinculación que se establece entre la política del monarca y la literatura de carácter doctrinal, y la evolución que nos llevará de la Edad Media al Renacimiento. [5] Ya en 1417, encontramos a don Enrique de Villena, ilustre descendiente de esa nobleza que ayudó a Enrique de Trastámara a ganar el poder, quejándose de que muchos creían que un caballero sólo debía saber leer y escribir, y aseguraba a los miembros de la corte caballeresca que un caballero podía dedicarse al estudio y no por ello iba a perder su habilidad en el manejo de las armas. Por otro lado, el Marqués de Santillana decía algo parecido en un libro que escribió en 1437 para animar al príncipe don Enrique de Castilla, heredero al trono, a interesarse por las letras: «La sciencia non embota el fierro de la lança, nin face floxa el espada en la mano del cavallero». [6] Así pues, aparece en pleno siglo XV la figura del intelectual que combatirá con la pluma y no con la espada en provecho del reino. Se crea una literatura doctrinal por y para las clases dirigentes que servirá, en numerosas ocasiones, como instrumento político. De esta suerte, será Juan II (1406-1454) y su momento como rey el período en el que la literatura doctrinal florecerá de forma más apabullante en la corte castellana.

Durante este período de casi cincuenta años, aparecen las obras más significativas de la literatura de la Edad Media, con una característica común: todas contienen alguna que otra enseñanza para el lector. [7] En 1438, aparece el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera, [8] obra a modo de tratado contra el pecado de la lujuria, cuyo objetivo radica en la invectiva contra las mujeres y los hombres lujuriosos, y en desenmascarar el amor cortés que exaltaban obras como el De amore de Andreas Capellanus. Otra obra más o menos didáctica es el Tractado cómo al ome es necesario amar de Alfonso de Madrigal, más conocido como «El Tostado». La obra versa acerca de lo inevitable del amor sexual y de sus efectos: turbación intelectual, enfermedad, la muerte. Al hilo de este contexto, las composiciones de Martínez de Toledo, «El Tostado» e, incluso, las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique crean la disposición intelectual (en el sentido estético de la palabra) pertinente para que obras con una carga ideológica más profunda puedan ser digeridas.

La corte de Juan II y los constantes enfrentamientos entre la nobleza y el condestable Don Álvaro de Luna serán el acicate literario para que los nobles intenten modificar el curso natural de los hechos mediante el intelecto. Frente a esta nueva disposición intelectual topamos con la dicotomía armas y letras de la que ya hacíamos referencia anteriormente, aunque es en estos momentos cuando surge el nuevo concepto del hombre de armas que se vinculará, mucho más tarde, al ideal propuesto por Castiglione en su Il cortegiano (1528). [9] Personajes como don Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, fue uno de los enemigos más acerbos del privado de Juan II, enjuiciando a éste, mediante alusiones directas, en sus escritos doctrinales. Otro ejemplo de literato a favor de una renovación política a través de las letras es Juan de Mena  y su Laberinto de fortuna, obra dedicada al rey Juan II, en cuya primera octava encontramos un conmensurado elogio a su persona:

Al muy prepotente Juan el segundo
aquél con quien Júpiter tuvo tal zelo
que tanta de parte le fizo al mundo
quanta a sí mesmo le fizo del çielo;
al gran rey d’España, al César novelo,
al que con Fortuna es bien fortunado,
aquél en quien caben virtud e reinado,
a él, la rodilla fincada por el suelo. [10]

El dedicar la obra y elogiar de tal manera al monarca atesora una razón del todo convincente: el poeta quiere conseguir el favor del rey para Don Álvaro de Luna. Todo responde a este fin en la obra (estructura, simbología…), nos hallamos, pues, ante un poema de tipo político, orientado en conseguir apoyo para De Luna, y lograr que el rey se incline del lado de este noble. [11]

Pero el panorama literario doctrinal no queda reducido a la trivialidad de crear obras a favor o en contra de algún miembro del entramado político, sino que va más allá con personajes como Alonso de Cartagena. [12] Esta figura de origen converso, [13] que llegó a ser obispo de Burgos, estuvo durante mucho tiempo relacionado con la corte de Juan II, donde el secretario del Rey, hombre interesado por las letras aunque no muy docto, le pidió que realizará la traducción de los De oficiis de Cicerón. En un principio, Alonso de Cartagena se caracterizó por ser un impulsor de la cultura humanizante dentro de la Corte Castellana, aunque más tarde, y bajo la confianza que se le tenía, empezó a imponer su propio criterio en cuanto a la difusión del panorama cultural palatino. «El medievalismo de Cartagena en su aproximación a los textos clásicos por la actitud moralizante que preconizaba y la condición subsidiaria respecto a las Sagradas Escrituras con que concebía las letras, (…) lo llevó a condenar como inútiles y hasta perniciosas aquellas lecturas que no se ajustaban a la doctrina cristiana.» [Cf. Morrás, 1995: 336]. Así pues, Cartagena está produciendo una cultura prefabricada, es decir, ajustada a la monarquía autoritaria de Juan II de Castilla. Alonso de Cartagena tendrá una gran relación con escritores humanistas italianos de la talla de Bruni y, en consecuencia, tendrá acceso a obras de gran importancia en el transcurso de la cultura humanística; Cartagena vedará  todos aquellos textos humanistas que no respondan a lo que él concebía o creía adecuado para nuestros nobles. De esta forma, Cartagena mete mano a la composición cultural del Reino, evitando textos que, por su carácter revolucionario o faccioso, pudieran dar ideas inoportunas dentro del entramado político y, así, crear enfrentamientos. Porque, recordemos una vez más, que esta literatura doctrinal sólo está al abasto de las clases dirigentes. Por lo tanto, Cartagena, albacea del humanismo italiano, debe intervenir en la transmisión de la cultura transalpina.

En resumen, todo este panorama literario doctrinal se produce por las siguientes razones: tras la guerra civil de 1369, la nobleza no tiene justificación alguna en cuanto a su posición social, es una nobleza ruda y está llamada a dirigir el país. Por lo tanto, necesita urgentemente una serie de valores éticos y morales que refuercen la base de los pilares gubernamentales que ellos representan; los valores que adoptarán son los básicos de la nobleza europea, donde el caballero lleva las armas, hace la guerra y dirige a la comunidad. Aunque este esquema, debido al crecimiento de otras clases sociales, se viene abajo; se deben, rápidamente, reconstruir los valores de los nobles. Comprenderán, pues, que una nobleza dirigente no puede centrarse sólo en la guerra, sino que también ha de producir cultura. Será ahora cuando aparecen las figuras de los intelectuales Enrique de Villena, Íñigo López de Mendoza, Juan de Mena y Alonso de Cartagena. Estos individuos, con sus obras, forjan los nuevos valores éticos y morales de la sociedad cortesana de la época, fraguando de nuevo su posición dentro de la pirámide social. La obra que marcará el paso de la Edad Media al Renacimiento, es decir, el paso del hombre rudo al hombre cosmopolita es, dentro del cenáculo cultural hispánico, La Celestina (1499) que sería un claro ejemplo de la transformación que ha sufrido la sociedad en el transcurso del siglo. Es en esta Castilla del siglo XV que la nobleza va tomando importancia dentro del mundo literario a partir de escritos o de galerías de semblanzas, siendo, a mi parecer, importantísima la obra de Juan de Lucena, Libro de vita beata, en la que el autor nos crea un diálogo entre los tres personajes más importantes en el panorama político y literario del reinado de Juan II: Juan de Mena, el Marqués de Santillana y Alonso de Cartagena. El tema principal que tratan estos tres eruditos es el de cómo alcanzar la felicidad verdadera, aunque bajo esta apariencia se esconde un tratado doctrinal en el que se ensalzan las enseñanzas de los tres autores erigiéndose la imagen de Juan de Mena como la del intelectual por antonomasia.

Bibliografía fundamental

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-------- «Humanism in Spain», Renaissance Humanism. Foundations, Forms, and Legacy Humanism beyond Italy, A. Rabil (ed.), Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1988, II, pp. 54-108.

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-------- «Humanismo y ética», en Historia de la ética, Barcelona, Crítica, 1988, II, pp. 507-540.

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SERÉS, Guillermo, «Juan de Mena y el “prerrenacimiento”», en Juan de Mena, Laberinto de fortuna, Carla Nigris (eds.), Barcelona, Crítica, 1994, pp. IX-XXXII.

TATE, Robert B., «Mythology in Spanish Historiography of the Middle Ages and the Renaissance», Hispanic Review, XXII (1954);

-------- «Nebrija the Historian», Bulletin of Hispanic Studies, XXXIV (1957).

WEISINGER, Herbert, «Who Began the Revival of Learning? THE Renaissance Point of View», Papers of the Michigan Academy of Sciences, Arts and Letters, XXX (1945), pp. 625-630.

-------- «Against the Middle Ages as a Cause of the Renaissance», Speculum, XX (1945), pp. 461-467.

YNDURÁIN, Domingo, Humanismo y Renacimiento en España, Madrid, Cátedra, 1994.



[1] Cf. L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la Historia castellana del siglo XV, Valladolid, 1972; ME-C. Gerbet,

Las noblezas españolas en La Edad Media. Siglo XI-XV, Madrid, 1997;  M. González, «Los reinos hispánicos en la baja Edad Media», en Historia de la Edad Media, S. Claramunt, E. Portela, M. González y E. Mitre (eds.), Barcelona, Ariel, 1998, pp. 300-306.

[2] Sobre el papel de Juan II dentro del prehumanismo castellano véase: Fernando Rubio, «Don Juan II de Castilla y el movimiento humanístico de su reinado», La ciudad de Dios, 168 (1955), 55-100; Robert B. Tate, «A Humanistic Biography of John II of Aragón», Bulletin of Hispanic Studies, XXXIV (1962); P. A. Porras Arboledas, Juan II, 1406-1454, Palencia, 1995; Tomás González Rolán y Pilar Saquero Súarez-Somonte, «La contribución del reinado de Juan II al arraigo y desarrollo del Renacimiento en España», Mª Consuelo Álvarez Morán y Rosa Mª Iglesias Montiel (eds.), Contemporaneidad de los clásicos en el umbral del tercer milenio, Murcia, Universidad de Murcia, 1999.

[3] El ideal caballeresco es el más tenaz dentro del linaje nobiliario que se renueva de forma constante. Continúa basado en la virtud viril –el caballero en busca de proezas o de hermosas justas para obsequiar a su dama–,que en Italia se llamó virtù, e intenta exaltar la energía, la paciencia y el dominio de sí mismo. Dadas las circunstancias, ¿en qué medida pudo frenar el hombre de armas acostumbrado a la violencia el ideal renacentista? Los principios de la caballería exigían que tanto en la guerra como en el torneo las fuerzas en combate fueran iguales y la victoria para el más esforzado, cosa que no impedía las más atroces crueldades contra la canalla de los caminos. «Quemar, pillar y violar» era la divisa de más de un caballero, quizás un tanto opuesta a las ideas cortesanas renacentistas [Cf. Martín de Riquer, Caballeros andantes españoles, Madrid, Austral, 1967; Édouard Perroy, «Caballería y cortesanía», en La Edad Media, II, Barcelona, Ed. Destino (destinolibro 86), 1980, pp. 662-665].

[4] En cuanto a la rivalidad entre las armas y las letras en la España de los siglos XV y XVI, doy, a continuación, la siguiente bibliografía sin la intención de que sea exhaustiva: Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Madrid, 1925, pp. 214-215; Robert B. Tate, «Mythology in Spanish Historiography of the Middle Ages and the Renaissance», Hispanic Review, XXII (1954); «Nebrija the Historian», Bulletin of Hispanic Studies, XXXIV (1957); Nicholas G. Round, «Renaissance Culture and its Opponents in Fiffteenth-Century Castile», Modern Language Review, LVII (1962), pp. 204-215; O. Di Camillo, El humanismo castellano del Siglo XV, Valencia, 1976; P. E. Russell, «Las armas contra las letras: para una definición del humanismo español del siglo XV», Temas de La Celestina y otros estudios, Barcelona, Ariel, 1978, pp. 210-239; Francisco Rico, Nebrija frente a los bárbaros. El canon de gramáticos nefastos en las polémicas del humanismo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1978; Guillermo Serés, «Juan de Mena y el “prerrenacimiento”», en Juan de Mena, Laberinto de fortuna, Carla Nigris (eds.), Barcelona, Crítica, 1994, pp. IX-XXXII.

[5] Debemos tener en cuenta que en los siglos XIV y XV la angustia de la existencia y la aspiración a una nueva vida, a una vida mejor, llenan todos los contrastes que marcan el pensamiento filosófico y la política. Queda abierto, en estos tiempos en que la Peste y la guerra forjan una sociedad ‘desquiciada’, desenfrenada en la ostentación del vicio y la brutalidad, el debate entre lo sensible y lo racional, la espontaneidad y el rebuscamiento, la brutalidad y la afectividad, las armas y las letras [Cf. Édouard Perroy, «En busca de la expresión literaria y estética», en O.C, pp. 659-679].

[6] Iñigo López de Mendoza, Proverbios de gloriosa doctrina e fructuosa enseñanza, Madrid, 1928, pp. 34-35.

[7] Cf. I. Beceiro Pita, «Educación y cultura en la nobleza (siglos XIII-XV)», Anuario de Estudios Medievales, 21 (1991), pp. 571-590.

[8] Cf. Dámaso Alonso, «El Arcipreste de Talavera, a medio camino entre moralista y novelista», en De los siglos oscuros al de oro, Madrid, Gredos, 1958, pp. 125-136; Christine J. Whitbourn, The Arcipreste de Talavera and the Literature of Love, Occasional Papers in Modern Languages, 7, Hull, 1970; Raúl A. del Piero, «Dos escritores de la baja Edad Media castellana (Pedro de Veragüe y el arcipreste de Talavera, cronista real)», Boletín de la Real Academia Española, anejo XXIII, Madrid, 1971; Marcella Ciceri, «Arcipreste de Talavera: il linguaggio del corpo», Quaderni di lingue e letterature, 8 (1983), pp. 121-136.

[9] Se está intentando crear lo que hoy llamaríamos el ‘hombre armónico’, un prototipo en el que se hallan todos los aspectos de la personalidad humana en justo medio. El germinar de estas ideas, que provienen de Salutati (Cf. C. Salutati, Epistolario, IV, p. 224), aparecen en Villena hacia 1420 y se siguen con Cartagena, Mena, Pérez de Guzmán y Santillana, observándose una creciente irreligiosidad frente a la vida, con insistencia en las responsabilidades sociales y económicas del individuo: se intentan reconciliar las lecciones de la antigüedad clásica con las doctrinas cristianas. De esta suerte, se empaparon de lecciones morales, filosóficas y estéticas, hallando modelos para la formación individual en los hechos y en las vidas de la historia antigua (Cf. J. A. Maravall, Antiguos y modernos. La idea del progreso en el desarrollo inicial de una sociedad, Madrid, 1966).

[10] Juan de Mena, Laberinto de fortuna, O.C, p. LXXV.

[11] Cf. María Rosa Lida de Malkiel, Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español, México, 1950; Alan Deyermond, Historia de la literatura española. Edad Media, Barcelona, Ariel, 1994, p. 330. El Marqués de Santillana figura como el máximo exponente de la anhelada unión entre las armas y las letras, mientras que Juan de Mena es un espécimen puro del hombre de letras (Cf. la caracterización de los personajes en A. Vián, «El Libro de Vita Beata de Juan de Lucena como diálogo literario», Bulletin Hispanique, XCIII (1991), pp. 61-105).

[12] Sobre la figura de Alonso de Cartagena véase María Morrás, «Sic et non: En torno a Alfonso de Cartagena y los studia humanitatis», EVPHOROSYNE, XXIII (1995), pp. 333-346.

[13] Ante la importancia de los conversos en el desarrollo intelectual hispánico en la baja Edad Media véase a don Américo Castro, La realidad histórica de España, México, 1962.