A mediados del siglo pasado, precisamente en 1852, llegaba a Río de
Janeiro un español que, bajo el seudónimo de Adadus Calpe, se tornaría famoso en la
capital brasileña. Su nombre era Antonio Deodoro de Pascual, un castellano entonces con
treinta años de edad. ¿Qué buscaba en América este hombre que tanto impresionó a sus
contemporáneos? Para encontrar respuesta a la pregunta es necesario recordar el Río de
Janeiro de aquellos tiempos lejanos.
La ciudad donde había desembarcado Pascual era la sede de la única
monarquía americana. Al contrario de las repúblicas vecinas, Brasil se había separado
de su antigua metrópoli ibérica por iniciativa de la dinastía portuguesa. Don Pedro de
Braganza, heredero de la corona de Portugal, se proclamó primer emperador brasileño en
1822. Llamado a la sucesión en Lisboa, Pedro enfrentó la oposición de su hermano
Miguel, absolutista intransigente, y aseguró a los portugueses un gobierno
constitucional, como ya había establecido en Brasil. Después, separó ambas coronas,
dejando a su hija, Maria, el trono europeo, y el trono americano a su hijo, Pedro II.
El gobierno del segundo emperador brasileño duró casi medio siglo,
sobresaliendo por el respeto a la constitución del país y a las instituciones
parlamentarias, y así mismo por la protección ofrecida a las ciencias y a las artes.
Exactamente por eso, en Río de Janeiro encontraban abrigo numerosos extranjeros, sobre
todo refugiados políticos de diversas convicciones, amparados por el joven monarca
liberal. De los extranjeros residentes en Brasil muchos eran intelectuales y artistas,
entre los que no faltaban españoles. Para dar un ejemplo, basta recordar al compositor
don José Amat, figura precursora en la historia de la música brasileña. Volvemos, pues,
a preguntarnos qué buscaba Pascual en la corte de Pedro II. ¿Sería él también un
refugiado político?
No se puede excluir la hipótesis de que los rumbos de la política
española hayan influido en Pascual al decidir expatriarse. En su juventud, como
estudiante, había recorrido algunos países europeos y es posible que entonces haya
adherido al liberalismo, del que hay fuertes huellas en su obra. Lo cierto es que Pascual
procuró fijar residencia en países extraños a la tradición monárquica absolutista.
Antes de llegar a Brasil vivió en los Estados Unidos, donde publicó obras en lengua
inglesa, entre ellas una novela. Cierto es también que, diez años después de su llegada
a Río de Janeiro, publicó en portugués un panegírico del fundador del imperio
brasileño, exaltando su acción constitucional (Rasgos memoráveis do Senhor Dom Pedro
1, 1862). El libro aparecía como parte de las solemnidades de inauguración de la
estatua de Pedro I en Río de Janeiro. Nótese que la inauguración era polémica: muchos
preferirían que los homenajes se dedicaran al más antiguo combatiente de la
independencía brasileña. Ese título, según los republicanos, cabría a Tiradentes, que
en el siglo XVIII había luchado por la república y que había sido condenado a muerte
por la monarquía portuguesa, de la que descendía el emperador de Brasil. En el debate,
por tanto, Pascual apoya la monarquía liberal. De cualquier forma, sus actitudes muestran
que no era indiferente a las cuestiones políticas, y que razones de tal orden pueden
haber pesado en su decisión de salir de Europa y residir en América.
Con todo, no fue en la condición de refugiado político como Pascual
se presentó a los brasileños. Adoptando el seudónimo de Adadus Calpe se anunció como
portavoz de una doctrina, con pretensiones científicas. A esa doctrina daba el nombre, en
aquella época extraño, de Biología. Pero no se trataba de estudios biológicos, como
hoy los entendemos, sino de una mezcla de hipnosis y prestigio. La Biología de Adadus
incluía demostraciones prácticas. En éstas Adadus recibía, a veces, el auxilio de su
mujer, una gaditana cuya belleza atraía a muchos candidatos a aprendices de Biología. La
principal demostración ofrecida consistía en la provocación de un estado psíquico
llamado funifantasmagórico. Así se designaban las alucinaciones despertadas en
quien se sujetaba a la prueba de una simulación de ahorcadura. Por ingenua y hasta
cómica que resulte la postura científica asumida por Adadus, hay que admitir que era un
camino certero para la notoriedad en el Brasil de entonces.
Justamente alrededor de 1850, gracias al mecenazgo imperial y a otras
circunstancias favorables, crece entre los brasileños el deseo de acompañar de cerca los
avances de la sociedad europea. El país había sido pionero en la modernización de los
correos: desde 1843 había pasado a emitir sellos para cartas, hasta entonces solamente
usados en Inglaterra y en Suiza. En la década de 1850 surgen las primeras vías férreas
brasileñas y se introduce la iluminación urbana a gas. Simultáneamente aumenta el
interés por las conquistas de la ciencia y de la filosofía. El Positivismo no tardará
en dominar el pensamiento del país y será el inspirador de la futura república. Antes
de las ideas de Comte había sido llevada a Río de Janeiro la medicina homeopática,
hasta hoy muy popular entre los brasileños. En la misma época muchos intelectuales se
volvían hacía experiencias psíquicas y eran creados en Brasil los primeros núcleos de
la doctrina espírita. Se comprende, pues, que las nuevas técnicas de Adadus Calpe no
sólo fueran aceptadas sino aplaudidas por la alta sociedad de Río de Janeiro.
El apoyo general recibido por Adadus Calpe tuvo algunas excepciones.
Entre los escépticos había un español, secretario de la Legación de Isabel II junto a
la corte brasileña. Este joven diplomático, que llegaría a ser un renombrado novelista,
era don Juan Valera. Vale la pena leer las palabras, llenas de humor, con las que don Juan
describe al recién llegado: "Adadus Calpe que es el nombre misterioso y
sacramental, bajo el que milita nuestro sabio en la falange literaria y científica, que
va abriendo el camino del progreso a las demás falanges humanas. Anda Calpe con la misma
prosopopeya y contoneo magestuoso del Convidado de Piedra o del Escudero Trifaldin: dirige
a todos miradas fascinadoras, habla con el tono solemne de un profeta; y viaja y ha
viajado por cuantos países el Sol alumbra. Y donde quiera que estuvo, como el nunca bien
ponderado Pico de la Mirandola, conclusiones in omni scientiarum genere disputandas
proposuit; in quibus invictu se et admirabiles omnibus praestitit. En resolución él
hace y dice cosas que ni Apolonio, ni Paracelso, ni Cagliostro, ni Bayalarde, ni Escotillo
nunca se atrevieron a decir ni lograron hacer"(1).
La correspondencia enviada desde Brasil por Valera a su amigo Serafín
Estébanez Calderón contiene ésta y otras importantes noticias sobre Adadus Calpe. Entre
ellas, la de que Adadus adoptaba muchas de las prácticas de un médium, aunque no se
presentase como tal: "El profundísimo Adadus no cree en la evocación de los
muertos, que da fundamento a la secta de los espiritualistas, pero cree en la mayor parte
de los fenómenos que los medios producen, y los explica por el magnetismo"(2).
Según el diplomático, gracias a un misterioso prestigio, Adadus era
puesto, en algunos ambientes brasileños, "por cima de los siete sabios de
Grecia"(3). A pesar de ello, Valera menciona uno de sus
escritos, titulado Las Cuatro Postrimerías del Hombre, y añade que una de tales
"postrimerías", el juicio, "es lo que a él le falta"(4).
Es innegable, con todo, que Adadus Calpe dejaba perplejo a este crítico sarcástico.
Valera se confiesa incierto en su opinión final sobre el extraño personaje: "A
veces me doy a entender que es un gran socarrón y embustero; otras veces que está loco;
otras, en fin, (lo confieso con cierta vergüenza) se me figura que, con efecto, es un
sabio; y que me magnetiza y fascina con sus ojos de fuego"(5).
La fascinación fue duradera, pues don Juan Valera no deja de recordar
a Adadus Calpe al escribir sobre su breve período de diplomático en Brasil. Hay indicios
de sus recuerdos incluso en la creación de algunas figuras de sus novelas.
A pesar de la buena acogida que recibió en Brasil, Antonio Deodoro de
Pascual, o Adadus Calpe, no se fijó inmediatamente en aquel país. En 1854 viajó a
Uruguay, donde continuó escribiendo y publicando. Después de esto no hay noticias
ciertas sobre su itinerario. Se supone que regresaría por algún tiempo a Europa. Pero su
vida errante en seguida se establecería. Y precisamente en Brasil Adadus encontró, en
fin, la seguridad y el reconocimiento social. Aún en la década de 1850 volvió a Río de
Janeiro. La fama de escritor le abrió las puertas de un importante organismo científico,
el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, que lo recibió como miembro en 1859.
Adadus Calpe (seudónimo que continuará usando eventualmente) adquiere en ese período la
ciudadanía brasileña. Desde 1861 hasta su muerte, ocurrida en 1874 o 1875, ocupó el
cargo público de traductor del Ministerio de Asuntos Exteriores del Imperio del Brasil.
Durante los años en que trabajó como funcionario del gobierno de
Pedro II, Pascual escribió en portugués numerosas obras. Esto le aseguró un lugar en el
conocido repertorio de escritores de Brasil, el Dicionário Bibliográfico Brasileiro,
compilado en 1883 por Sacramento Blake. En el Dicionário Bibliográfico se
dice que Pascual ejerció el magisterio en América y que, en Río de Janeiro, fue
profesor de filosofía, historia y lenguas extranjeras, pues además del español y del
portugués conocía perfectamente las lenguas francesa e inglesa. Añade el Dicionário
que un intelectual brasileño, Quintino Bocaiúva, afirmaba que en las manos de Pascual la
pluma era un instrumento de verdad y de justicia.
Ya se ha hecho referencia a una de las obras que Adadus Calpe publicó
en el período brasileño: el elogio del emperador Pedro I. Ya se ha dicho también que en
el elogio el autor dejaba en segundo plano la figura de Tiradentes, cabeza del movimiento
en pro de la república independiente, denominado por los portugueses de Inconfidencia.
Pues bien: en 1868 Pascual dedicaba a ese movimiento uno de sus libros (Um episódio de
história pátria: as quatro derradeiras noites dos inconfidentes). Con esto el autor
tal vez buscase suavizar la posición un tanto polémica adoptada algunos años antes. De
cualquier forma, era su deseo escribir sobre temas que hablasen al patriotismo brasileño.
A este propósito merece mención particular su Ensaio crítico, de 1861. El ensayo
es una respuesta a la obra del inglés Charles Mansfield, autor de duras críticas a
Brasil, país que había recorrido en un viaje. No se puede olvidar que en 1870 Pascual
publicó un drama sobre los esclavos negros brasileños, que sólo alcanzarían la
libertad total muchos años más tarde,en 1888. De temas de Brasil volvió el autor a
tratar en una novela de 1872. La atención del escritor hacia las cosas americanas
correspondía a una posición teórica consciente, como a seguir se verá. Pues si Pascual
es aún recordado en Brasil, eso no se debe a cualquiera de los trabajos hasta ahora
citados, sino a un estudio literario, sobre el cual conviene decir algunas palabras
finales.
La obra a que aludimos es un ensayo de 1862. Apareció como conclusión
de una antología, Lírica Nacional, organizada por el escritor brasileño Quintino
Bocaiúva, hace poco mencionado. En el ensayo Pascual sustenta opiniones que todavía son
resaltadas por la historiografía literaria brasileña. Para el autor, los escritores de
América, de lengua inglesa, española o portuguesa, no habían logrado desprenderse del
servilismo a los modelos europeos. Por tanto se proclamaba la necesidad, para las
literaturas americanas, de volverse hacia temas nacionales y de crear un estilo propio,que
retomase también las tradiciones lingüísticas indígenas. Como se observaba, el mismo
Pascual intentó poner en práctica sus ideas al crear novelas y otras obras de asunto
brasileño. Pero en este ensayo sus posiciones se afirman en tono vehemente, con un
entusiasmo literario de acentos próximos a la emoción religiosa. Para el autor, Brasil
estaba a la espera de "Luteros, Calvinos [...] e outros caudilhos da reforma
literária", que separasen las letras brasileñas de las portuguesas, en una cisión
análoga a la que dio origen al protestantismo. Efectivamente, añadía Pascual, ya
asomaban en el horizonte de la cultura brasileña "muitos protestantes entre os
homens de letras". A estos "protestantes" cabría combatir "a tiranía
do pedantismo, da tradição do velho mundo, da restauração do jugo
consuetudinário"(6).
El ensayo venía a unir su voz a un debate candente en el Brasil de
mediados del siglo XIX: el debate sobre la autonomía de la literatura brasileña. La
autonomía la negaban muchos, sobre todo en Portugal, y la sustentaban numerosos
brasileños, entre ellos José de Alencar novelista de temas americanos. La posición de
Pascual, a pesar del tono patriótico, es intermediaria. Para él, la autonomía de la
literatura brasileña era posible y deseable, pero todavía no realizada. Cualquiera que
fuese el acierto de su juicio es innegable el valor histórico del ensayo en la
perspectiva de la crítica literaria brasileña.
El ardor incendiario con que el texto de Pascual acomete contra la
restauración ("restauração"), aunque sólo fuera en el plano de las letras,
parece confirmar la adhesión del autor a las ideas del liberalismo. No se debe perder de
vista, con todo, que Antonio Deodoro de Pascual es también Adadus Calpe, o sea, el
escritor político y literario tiene a su favor el sentido de oportunidad que le había
abierto las puertas del éxito desde que llegó a Brasil. Con otras palabras: sería
equivocado hacer de sus páginas una lectura que no llevase en cuenta el lado práctico de
la personalidad del autor. Se puede admitir la sinceridad fundamental de sus convicciones
políticas o científicas, pero hay que recordar que él estaba lejos de ser un puro
idealista de la ciencia o de la política. Sabía presentar sus ideas a un público
receptivo y en el momento apropiado, lo que le aseguraba innegables ventajas. Exaltó al
emperador Pedro I y, sin embargo, escribió páginas sobre la historia de los republicanos
condenados a muerte en el Brasil colonial. Tal vez por esto Adadus haya causado en Valera
tanta perplejidad: es que su persona combinaba el arrobamiento del fanático y el cálculo
del oportunista.
Es necesario concluir que mucho resta por estudiar y entender en la
misteriosa figura de Antonio Deodoro de Pascual, o Adadus Calpe. Mas ya se puede afirmar
que él representa una de las más curiosas y complejas personalidades entre los muchos
europeos que residían en la corte de Pedro II. Caso notable de español errante que se
arraiga en América y pasa a adoptar las perspectivas de la tierra que lo acoge. Es de
esperar que Adadus Calpe venga a despertar más atención entre los investigadores de las
relaciones entre España y América, y particularmente entre los investigadores de las
relaciones hispanobrasileñas. Para que esto pueda ocurrir, las reflexiones aquí
presentadas esperan haber traído una contribución.