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3. El lenguaje dialectal

 

La introducción en obras narrativas de diálogos encaminados, bien a resaltar valores particulares del lenguaje, bien a destacar la idiosincrasia del personaje que lo utiliza, plantea al traductor una seria dificultad para transmitir a sus lectores un efecto equivalente al producido en los destinatarios del producto original.

 

Si bien ciertos registros coloquiales –lenguaje infantil, peculiaridades del lenguaje de diferentes clases sociales o incluso la ubicación del lenguaje en su marco temporal- no ofrecen particular dificultad, el traductor de la nueva narrativa árabe, tras superar las etapas de su correcta traducción, se encuentra muchas veces incapacitado para verter a su idioma los matices diferenciales de los lenguajes locales (lengua `ammiya).

 

Como muestra de la dificultad de reproducción en castellano de uno de estos idiolectos, propongo el ejemplo siguiente. Retomemos la figura de Barg el-Lil, el joven esclavo negro de la novela de B. Jrayyef. Le encontramos rebosante de felicidad después de haber cumplido su compromiso de contraer matrimonio con la esposa repudiada (que resultó ser la mujer de sus sueños), para que el esposo de ésta, arrepentido de su acción, pueda volver a reanudar su vida matrimonial con ella. Pasada la noche de bodas, el venerable jeque y los dos ediles que el día anterior, ignorando su condición de esclavo que le inhabilitaba para cumplir aquella misión, habían estipulado las condiciones de su compromiso, conminan al muchacho a que pronuncie las palabras de repudio. Cuando el negrito se niega, incapaz de renunciar a la mujer idolatrada, se establece entre ellos el siguiente diálogo:

 

-Eso fue lo acordado, acaba de una vez, cumple lo que has prometido y vete. El hombre libre ha de cumplir lo que prometió.

 

El muchacho, indignado, respondió estas “enigmáticas” palabras:

 

 

- Anzazhurr, anzazhurr ana wasif ana ma unzizshay’an.

 

B. Jrayyef fue repudiado por algunos sectores de la crítica literaria de su país por utilizar el lenguaje coloquial en los diálogos de sus novelas y en ésta su uso es asimismo habitual, pero en este caso la comprensión resulta particularmente difícil, incluso para arabófonos no habituados a estas peculiaridades idiomáticas locales. La explicación, sin embargo, es sencilla, si bien llegar hasta ella me supuso un verdadero quebradero de cabeza. Es sabido que la identificación de la letra djim y de la letra zay, si van seguidas es frecuente en todos los dialectos árabes, por lo que anzaz-unziz es facilmente reconocible como, andjaz-undjiz pero en este caso la mayor dificultad consiste en el cambio del sonido de hache aspirada fuerte por una aspiración débil de la misma letra, fenómeno propio de los senegaleses, dándose la circunstancia de que el esclavo negro de la historia era de origen senegalés –su rapto por parte de los negreros constituye uno de los capítulos de la novela-. Aplicando estos cambios, la “enigmática “ frase es fácilmente traducida por: Cumpla su palabra el hombre libre, cumpla su palabra el hombre libre, yo soy un esclavo y no cumplo nada. La traducción es posible, pero no su fuerza idiomática, que, sin duda, el lector tunecino puede apreciar (algo así como un lector español identificaría a un personaje que pronunciara Bidro en lugar de Pedro con un individuo de origen árabe).

 

Otro interesante ejemplo de este tipo nos lo ofrece el excelente narrador y dramaturgo `Izz al-Din al-Madani en su pieza teatral Muley al-dultan alHasan al-Hafsi(12). La escena sexta del Segundo Acto de esta obra se desarrolla en la vieja medina tunecina en la época en que Carlos I de España, llamado por el sultán hafsí, invade Túnez para expulsar al corsario turco Barbarroja. Un soldado español vigila una larga cola formada por los comerciantes del barrio de Bab al-Banat, que aguardan su turno para acceder al único cuchillo pendiente de una cuerda que les está permitido utilizar, ya que el invasor les ha requisado todos sus utensilios cortantes, propios de cada gremio. Indignados y bajo un sol implacable que les está volviendo locos, los habitantes del barrio comentan la humillación a que están siendo sometidos por los españoles, a los que insultan con los más expresivos improperios.

 

El soldado español, que comprende algunas palabras árabes, seguramente las más sonoras, les amenaza con su espada y les grita en una curiosa jerga hispano-árabe en la que no falta algún galicismo:

 

-Fuira, fuira, kalam basta, basta, biti an tu bayis.

 

El autor soluciona el problema para sus lectores que no saben español, facilitando de paso la labor del traductor, haciendo intervenir a sus personajes:

 

- ¿Qué dice? –pregunta uno de la cola, a lo que otro más “entendido en lenguas”, responde: "-Dice que fuera, que basta de palabras y que te vayas a tu país". En este caso, el pasaje traducido conserva la misma fuerza que el texto de origen, ya que esta mezcolanza de palabras producen la misma impresión al lector del texto árabe que no sepa español, que al lector del texto de llegada, que no sepa ára be.

 

4.Sonoridad del lenguaje

 

Los refranes y dichos populares suelen ir acompañados de una sonoridad rebuscada que dificulta la tarea del traductor al tratar de hallar, no solamente un equivalente para su significado, sino también para su sonoridad.

 

La novela de Jrayyef nos proporciona varios ejemplos para este apartado. En cierto pasaje se cuenta el origen de un refrán muy popular aún hoy en Túnez: ¡Yuhriz Muhriz! cuya traducción exacta sería ¡Muhriz (el santo patrono de Túnez) te protege!. Buscar su equivalente castellano tampoco ofrece dificultad :¡Vaya suerte que tienes!, o bien ¡has nacido de pie! O cualquier otro semejante, sin embargo , su sustitución en el texto no me pareció oportuna, ya que desvirtuaría el pasaje del relato, en todo caso, lo que es imposible reproducir es su sonoridad.

 

En esta misma novela se narra el origen de otro refrán, para el que, en lugar de buscar uno equivalente en castellano me pareció más oportuna su traducción casi literal. Se trata de un dicho actual cuyas fuentes busca el autor en la época en que Carlos I de España invadió Túnez y que dice así: Nadie mejor que el andalusí conoce la expulsión del rumí . Aunque este dicho tiene el mismo sentido que el español: No siente la brasa más que aquel que la pisa, su traducción literal conserva cierta sonoridad y además salva la coherencia del contexto.

 

B) Límites intertextuales

 

Si los textos, el original y el de llegada, pertenecen a ámbitos socio-culturales muy diferentes (como es el caso de la traducción del árabe al español), resulta muy difícil hacer llegar al lector del texto traducido ciertos elementos fácilmente asimilados por el destinatario de la obra original (citas librescas, alusiones culturales, costumbres populares, instituciones etc...), que pueden llegar incluso a alterar el mensaje.

 

Cuando al-Garnati, el viajero medieval, alude por ejemplo a Iram la de las columnas), no necesita ofrecer aclaración alguna, aún en el caso de que sus posibles lectores no fueran particularmente cultos, ya que todos debían saber que se trataba de la ciudad que mandó construir Shaddad ibn `Ad el omnipotente y longevo rey de los `Adíes, a quien Dios castigó por su orgullo y cuya desaparición de la faz de la Tierra junto con su pueblo es castigo ejemplar citado por el Libro Sagrado. Por la misma razón que tampoco necesita explicar quien son los desgraciados Nasnas (convertidos en medio-hombres por castigo divino) ni las tribus desaparecidas de Tamud, Djadis o Tasm etc..., ya que son los pueblos ante-históricos con los que cualquier árabe suele estar asimismo familiarizado desde pequeño por El Corán, que los cita como modelos de castigos escatológicos. Sin duda –por seguir con ejemplos del mismo autor-, cuando éste nombra como garante de sus palabras a al-Djahiz, sus lectores originales sabían a ciencia cierta que citaba a una autoridad indiscutible o si menciona un poema de al-`Ashà, a todos, casi sin excepción, se les vendría a la mente el poeta báquico contemporáneo del Profeta.

 

Lo mismo ocurre con las denominaciones específicas de ciertas artes, como la música por ejemplo. Así, cuando nuestro conocido negrito Barg el-Lil deleitó con su extraña música a sus conciudadanos, alguno comentó : Es un “hidjaz kar-kurdi...”. Probablemente pocos sepan que se trata de la variante nº8 de la música árabe en la que se han compuesto más obras que en ninguna otra, pero el lector árabe se aproximaría más a la comprensión de este tecnicismo, que un lector español.

 

C) Intervenciones del traductor

 

Como hemos visto, la casuística evidencia la existencia de una serie de límites para la traducción, de carácter interlingüístico unos, intertextuales o referenciales otros, que obligan al traductor a intervenir con mayor o menor acierto, con el fin de conseguir para sus lectores el mismo efecto, o al menos un efecto equivalente, al buscado por el autor para los suyos. Unas veces logrará este efecto mediante una buena elección del equivalente lexical, pero otras se hará necesaria una aclaración.

 

Cuando se trata de una traducción académica, especialmente cuando la obra de origen pertenece a un autor de prestigio, el traductor, actuando como filólogo, suele optar por introducir su traducción, presentando con mayor o menor brevedad al autor y a la obra en concreto dentro de un contexto literario, exponiendo a continuación sus propios criterios para efectuar su trabajo. Sin embargo, ante la presencia de intraducibles, puede verse obligado a intervenir al margen del texto original, optando unas veces por una traducción parcial, o decidiéndose otras por añadir notas a pie de página.

 

En el caso de traducciones no académicas o de simple divulgación, especialmente las hechas por encargo de editoriales comerciales, este último recurso solamente es adoptado en casos realmente extremos.

 

Notas a pie de página

 

Llegamos así a la espinosa cuestión de las notas a pie de página. Hay quienes opinan que constituyen la vergüenza del traductor. A veces, es cierto, un mal traductor recurre a ellas, mostrando así su fracaso de no haber podido hallar un determinado equivalente. Sin embargo, es un error generalizar irreflexivamente, ya que, un mismo traductor puede recurrir a la introducción de notas o a prescindir de ellas, según lo exija su trabajo.

 

A continuación, y basándome en la clasificación de las notas, comúnmente aceptada por los teóricos, expondré los criterios que me han llevado a la inclusión o exclusión de éstas en diferentes textos.

 

a) Notas situacionales

 

Están destinadas a situar al lector de la traducción en lugares con los que el lector del texto original está familiarizado.

 

En una obra como La Tuhfat al-albab, citada más arriba, obra íntimamente relacionada con la Geografía Descriptiva de un periodo y de un contexto cultural muy alejado del momento en que se realiza el texto traducido, este tipo de notas constituye aproximadamente el 45% de las notas a pie de página. Y ello, porque, según mi criterio, la actualización de los topónimos rebajaría notablemente la fidelidad y la calidad de la traducción, desvirtuando al mismo tiempo el carácter medieval de la misma. Resultaría por lo menos anacrónico hacer navegar a un viajero medieval por el mar Caspio o el de Aral, por los lagos de Van, Urmia o Chad, porque en la aquella época se denominaban mar de los Jázares, mar de Juwarizm, mar de Ahlat, mar de Urmia y mar cercano a la Ciudad de Cobre, que es como el autor los cita respectivamente. Para evitar este efecto me pareció obligado localizar los topónimos en obras geográficas medievales y actualizarlos en las notas. Asimismo desvirtuaría el texto, produciendo un extraño efecto (tan chocante por lo menos como el que produciría un “extra” que olvidara despojarse de su reloj de pulsera en una película de romanos) situar al autor en el actual Astracán –punto de partida de muchos de sus viajes- en lugar de en Sadjzin (que en lengua local significa lugar desecado), que es el nombre que dicha ciudad recibió precisamente en época de al-Garnati, nuestro autor, por la desecación del ramal del río Volga, provocada por una alteración en el curso del mismo, sustituyendo a la antigua denominación de Itil , que es como la recogen los geógrafos árabes medievales.

 

En Barg el-Lil, la novela de B. Jrayyef, son también las notas situacionales las que constituyen el más elevado porcentaje. El propio autor las introduce en su texto, poniendo así de manifiesto la importancia que tiene para él que el lector se sitúe en el laberinto de barrios de la antigua medina. En realidad, el verdadero protagonista de su relato es el pueblo tunecino, esto es, los habitantes de los distintos sectores de la vieja ciudad, cuya actitud, de rebelión unos, de sumisión otros, ante los invasores, turcos o españoles, jugaron un papel fundamental en el desarrollo de los acontecimientos históricos.

 

b)Notas etnográficas, intertextuales y textológicas

Ya comentamos que en el caso de la Tuhfat al-albab, es prácticamente imposible hallar equivalencias en castellano para ciertos términos relacionados con peculiaridades etnográficas de las diferentes regiones recorridas y descritas por el autor. Es asimismo necesario situar al lector de la traducción en el ambiente cultural, religioso y social al que pertenecieron los individuos a quienes iba dirigida la obra original. La mayoría de estas dificultades fueron resueltas con notas a pie de página, que entre etnográficas e intertextuales alcanzan un porcentaje de un 43%, es decir, un número próximo al de las notas situacionales descritas más arriba. De las notas restantes, unas están destinadas a señalar algunos errores cometidos por el autor ( vg.: Abu Hamid sitúa el sepulcro del Santo Patrón de Túnez en Qayrawan en lugar de en la capital tunecina donde desde un principio estuvo ubicado), otras a señalar las variantes de ciertos pasajes según los diferentes manuscritos que existen de la obra, o a reconstruir fragmentos perdidos o confusos, mediante la consulta de obras de diferentes autores, que los recogen textualmente.

 

Las notas etnográficas escasean por el contrario en la traducción de la novela histórica de Bashir Jrayyef, son más frecuentes sin embargo las de carácter intertextual, de las que me vi obligada a introducir las que juzgué imprescindibles para orientar al lector de la traducción en los hábitos y la cultura de un país, en un determinado momento en el que compartió su historia con España.

 

Hemos comentado ya el término tayyas, y la imposibilidad de encontrar su equivalente en nuestro idioma, parece pues imprescindible su explicación en una nota, así como su relación con ciertos aspectos jurídicos del divorcio en el mundo musulmán.

 

En la misma obra encontramos imprescindible respetar en el texto, y aclarar en nota, el apodo ilustre de “ Jayr al-Din”, con el que en el mundo árabe se denomina al para nosotros terrible corsario al que conocemos por otro apodo, éste peyorativo, “Barbarroja”. Si para facilitar su comprensión hubiéramos puesto en boca de un personaje árabe de la época el apelativo cristiano, el texto habría quedado desvirtuado por su inverosimilitud.

 

En el caso de la famosa novela de Mahfuz, Hijos de nuestro barrio, las exigencias editoriales impedían la inclusión de notas. Las opciones para el equipo traductor quedaban limitadas a traducir parcialmente el texto en algún caso extremo, a buscar equivalentes aproximados o a recurrir a ciertos subterfugios como , por ejemplo, el de conseguir para el término abaya un efecto visual en el lector, traduciendo “envuelto en su abaya”, indicando así que se trata de una especie de capa.

 

c)Notas de fondo

 

Hay otro tipo de notas que son las utilizadas por el traductor para manifestar su opinión de acuerdo o de desacuerdo con algunos pasajes del texto original.

 

Una conocida obra de Gustave Le Bon, La Civilisation des Arabes, fue traducida por Luis Carreras a finales del siglo pasado(13). El traductor hace preceder su trabajo de un amplio prólogo donde pone de manifiesto sus profundos conocimientos sobre la materia de la que trata el libro, cuya traducción justifica por su carácter popularizador que puede servir para cortar la absurda concepción de la civilización árabe que tiene el gran público. Sin embargo advierte que: “hemos debido acribillar de notas de fondo ciertas partes, donde el autor estaba deplorable en todos los conceptos”.

 

Efectivamente las discrepancias del traductor con lo escrito por el autor se manifiestan ya en las primeras páginas, llegando en numerosas ocasiones el Sr. Carreras a emplear en sus notas un tono realmente agrio. Así, por ejemplo, cuando el autor escribe sobre la esclavitud entre los árabes, su traductor manifiesta su total repulsa a sus teorías diciendo así: “ Aunque ya se comprende que por el mero hecho de traducir un libro su traductor no se hace solidario con él, no podemos menos de manifestar aquí toda nuestra antipatía por el mal disimulado placer con que M. Le Bon defiende la esclavitud, escondiendo lo que le conviene y citando lo que le ayuda”. “El autor –dice en otra nota el traductor- tiene pretensiones de haber descubierto una nueva filosofía de la Historia. Nuestra inten-ción es protestar por lo que acabamos de traducir”. A medida que avanza en su lectura el lector va encontrando notas cada vez más crispadas y de mayor extensión (a veces ocupan más de una página), reprochando al autor unas veces su ignorancia, otras su petulancia, llegando incluso al ataque personal: “En cuanto a M. Le Bon le diremos que es muy sensible que, después de lo mucho que ha costado a los franceses su ignorancia del estado de los demás países del mundo, aún no se hayan corregido de ella o siquiera hayan aprendido a librarse de ponerse en ridículo hablando de aquellas cosas de las cuales están en la más crasa ignorancia”... “pero ya se sabe que tratándose de autores franceses es imposible evitar un raudal de majaderías que a uno le dejan estupefacto”. El Sr. Carreras es consciente de que sus lectores perciben su contrariedad y se disculpa ante ellos : “ El Sr. Le Bon todavía no se ha dado cuenta de ello y he aquí por qué la parte política de esta obra ha exigido estas notas nuestras”

 

D) El traductor y su ética

 

Este tipo de intervenciones del traductor nos llevan a reflexionar sobre la ética profesional del mismo. La amplia bibliografía existente sobre la Ciencia de la Traducción dedica amplios capítulos al análisis de las cualidades que debe presen-tar todo traductor, sin embargo, dicha bibliografía no recoge excesivas referencias que permitan establecer las bases para inducir su ética.

 

Se da por supuesto que, para llevar a cabo con éxito el proceso lingüístico de la traducción, el autor de ésta ha de tener un amplio conocimiento lingüístico, contrastivo en ambas lenguas (los teóricos señalan al traductor como un bilingüe con limitaciones). En la elección correcta del término apropiado (a veces esta elección cae fuera de las registradas en los diccionarios) se basará, no solamente la buena transmisión del mensaje de una lengua a otra, sino también su estética literaria. Cuando se comparan diferentes traducciones de un mismo texto no solamente se detectan errores –de los que incluso grandes traductores no se han visto libres, como prueban numerosos ejemplos(14)- sino que se hace evidente su distinto nivel estético.

 

También es sabida la necesidad de que el traductor posea un conocimiento exacto del nivel cultural en el que se produce el original, así como una gran habilidad para escribir en su propio idioma y para leer la lengua del autor, con objeto de poder plasmar su tono y su estilo. Sin olvidar el dominio que se le supone a un buen traductor del tema tratado en el texto original, con el fin de no incurrir en falsas interpretaciones, debemos insistir por último en que para hacer un buen trabajo el traductor debe poseer una gran destreza en los principios y técnicas de la traducción, así como en el manejo de las herramientas de las que disponga –la elección de un buen diccionario, adecuado al tipo de texto que traduce, por ejemplo, recurriendo si es preciso a su propio diccionario mental, cuando no consiga hallar en aquellos la equivalencia exacta -.

 

Supuestas todas estas cualidades, el primer movimiento del traductor consistirá en hacer un profundo análisis del texto original, para después proceder a la traducción del mismo, sin descuidar los entornos espacio-temporales, históricos y culturales, tratando finalmente que el nivel del lenguaje de su producto esté relacionado con el del original (culto, académico, vulgar, mixto, fraseo, sentencias, retórica etc...), esto es, lo que los teóricos conocen como diacronía de la traducción.

 

Entre los aspectos éticos a los que debe enfrentarse el traductor, se encuentra el de su posible identificación con el autor, hasta el punto de olvidar su propia ideología. Ya hemos visto más arriba -en el caso de la traducción al español de la obra de Le Bon- un modo de manifestar las propias opiniones, por medio de las notas de fondo, a lo que se debe añadir que el Sr. Carreras no solamente se permite corregir al autor en los conceptos y en los datos históricos, sino también en el estilo, como indica en su prólogo: “En cuanto a la traducción, sin faltar a las ideas del original, hemos procurado dar cierta sencillez a las locuciones, demasiado e inútilmente complicadas en el libro francés...Pues ocasiones ha habido en que de cinco periodos del autor hemos hecho uno sólo”. Otros traductores optan, sin embargo, por enfocar la cuestión desde otro punto de vista, esto es, procurando que tanto la ideología como el estilo del autor lleguen a los lectores de la traducción, de la manera menos contaminada posible.

 

Esto adquiere una importancia relevante cuando se procede a la traducción de diferentes textos sobre una misma cuestión, enfocados por sus respectivos autores desde puntos de vista muy diferentes, dictados por sus ideologías y experiencias personales.

 

Basándome en mi experiencia propongo algunos ejemplos.

 

La cuestión palestina es, como sabemos, un tema recurrente en la producción literaria de muchos autores árabes, que tratan de ella desde ángulos muy particulares. Para la traducción de un bellísimo texto de Mahmud Darwish, La Patria entre la memoria y la maleta(15) , traté de transmitir al lector el desgarro del exilio y los deseos de luchar para liberar a la Patria, ocupada por intrusos, en un lenguaje poético, tratando de captar los registros emocionales y los recursos retóricos de un poeta de la categoría de su autor.

 

Sobre la misma tragedia del pueblo palestino otro autor, el sirio al-`Udjayli ha escrito, desde la perspectiva de su compromiso activo – luchó como voluntario junto a las fuerzas sirias que en 1948 combatieron en Palestina-, numerosos relatos y ensayos, cuyos textos presentan registros completamente diferentes, para expresar el profundo sentimiento de culpa por el comportamiento en la vida cotidiana de los árabes para con sus hermanos oprimidos, que van desde un tono lírico ( Donde quiera que esté(16)), pasando por un tono irónico y agresivo ( Alif...Ba’...Ta’..). hasta llegar a la crítica abierta y satírica (Correo devuelto(17)).

 

Asimismo, la posición del autor cuando trata de temas políticos se deja traslucir en su obra, imprimiendo en ella su carácter. Así en sendos relatos de dos autores, Don Quijote(18) del sirio Hani al-Rahib y Los Libros quemados(19) del tunecino `Izz al-Din al-Madani se describe la rebelión de las masas estudiantiles lideradas por un intelectual, trasluciéndose en el primero una clara ideología marxista, que contrasta con el anarquismo burlón del segundo.

 

Las nuevas teorías de los lingüistas acerca de la traducción, me han inspirado estas reflexiones a cuya luz examino y critico mis trabajos. Si he logrado en mi traducción de textos muy diferentes en la intención y en el tono crear un nuevo texto, que se lea con facilidad en mi idioma y que recoja, si no íntegro al menos en parte, el mensaje de sus respectivos autores, si he conseguido que mis lectores puedan al menos vislumbrar la fuerza del lenguaje y el tono particular de cada uno de ellos, mis esfuerzos se verán compensados por la satisfacción que proporciona el trabajo bien hecho. Si no es así, habré fracasado en mi intento, ¡pero ya se sabe que–según la frase de Ortega en sus reflexiones sobre estos temas- en eso consiste “la miseria y el esplendor de la traducción”!


(12). Túnez-Libia,1977

(13). Le Bon, G., La civilización de los árabes, trad. Luis Carreras, Barcelona 1886

(14). M. `Abd al-Gani Hasan registra muchos errores cometidos por orientalistas de gran prestigio en su obra Fi-l-tardjama (fi-l-adab al-`arabi),,1966. Por mi parte, al contrastar diversas traducciones de la famosa novela de Naguib Mahfuz, Awlad harati-na, (Beirut, 1972 ) pude detectar un curioso error en la siguiente frase dentro del capítulo dedicado a Gabal (pág.135 de la edición árabe, pág.86 de la traducción inglesa , Londres,1981) : “ Qabla an yahwa an-nabut `alà -l-mir’aati -l-kabira wara’a at-tawila...), la confusión de la palabra al-mir’aat (el espejo), por al-mar’at (la mujer), llevó al traductor a escribir : “ The cudgel fell on the old woman behind the table...” cuando el autor quería decir: “el bastón se estrelló contra el gran espejo que había detrás de la mesa...” ( v. trad. española, Barcelona 1989, p.121).

(15). Trad. Ana Ramos en Almenara,4,1973,pp.199-217

(16). A.Ramos Relatos de un nómada mediterráneo, op.cit.pp.101-114

(17). íbd., pp.115-123

(18). Véase, A.Ramos, Dun Quishut, en Revista de Estudos Árabes, nº4, 1994, pp.77-90

(19). Véase A.Ramos, “Los libros quemados en Del Atlas al Tigris”( Relatos árabes de hoy), Madrid,1985, pp.53-59