Enamoramiento: la persona que
se convierte en proyecto
(El presente texto es la transcripción de una conferencia dictada por don Julián Marías, que, como se sabe, no utiliza para ello un texto escrito - en la edición se mantiene el estilo oral. Conferencia del curso “El Lirismo y el Prosaísmo”, Madrid, 1999/2000 - edición: Ana Lúcia C. Fujikura- http://www.hottopos.com)
Julián Marías
Buenas tardes. Recuerdan ustedes que la fuente principal de lirismo era la existencia de dos sexos: varón y mujer. Esto es lo que da la tonalidad general, envolvente, la fuente principal del lirismo. Esa relación, esa dualidad de los dos sexos, de las dos formas de vida humana, es la causa de la tensión que se produce, el campo magnético de la convivencia. Esto es la forma general, la forma más amplia, difundida, permanente, de lirismo.
Esa relación entre varón y mujer puede ser amorosa o no, pero culmina en la relación amorosa y es como sustrato de esa relación, en principio. Esto hace que haya que distinguir entre formas, entre grados, intensidades... de ese campo complejo de las relaciones; en torno de las relaciones amorosas, aunque no lo sean estrictamente. Hay una relación muy variada que tiene diferentes planos, niveles y diferentes grados de intensidad. Si ustedes preguntan a cien personas: ¿Qué es el amor? Creo que noventa empezarían diciendo “el amor es un sentimiento que...” y luego proseguirían diciendo cosas diferentes. Yo creo que esto no es verdad: el amor no es un sentimiento. El amor evidentemente va acompañado de sentimientos amorosos: hay multitud de sentimientos amorosos que son concomitantes, son acompañantes del amor. Pero el amor no es un sentimiento: es una situación personal que altera la realidad de la persona. No es meramente un sentimiento. Es evidente que se acompaña de sentimientos, que se denuncia, se manifiesta en sentimientos que pueden ser variables, pero no es fundamentalmente un sentimiento: es un cambio de la realidad personal. El amor altera la realidad de la persona, la convierte en algo distinto y, por consiguiente, es un fenómeno más profundo que lo puramente sentimental – aunque, repito, sea inseparable de él.
Pero hay además una diferencia que me parece todavía más importante. Y es que hay formas extremas, hay formas plenamente saturadas de las diferentes posibilidades humanas, de las diferentes actividades humanas. Una cosa es el verbo amar, la significación del verbo amar es proyectarse amorosamente hacia otra persona. Pero hay una realidad mucho más profunda, mucho más radical en todos los sentidos, que es lo que se llama el enamoramiento. Y es curioso que en nuestra época estas formas, diríamos, extremas, estas formas particularmente intensas, fuertes de las realidades humanas, están quizá un poco desdibujadas, están un poco relegadas a un segundo plano. Ustedes piensen, por ejemplo: la santidad es la forma superior, extrema, más intensa de lo religioso. La genialidad es la forma también más intensa de lo que se llama creaciones humanas en el pensamiento, en la literatura, en el arte, en la política, en lo que sea. Es curioso como en épocas en que los números humanos eran muy reducidos, en que había muy pocas personas –muchas menos que ahora, por supuesto– y, además, muy pocas –o relativamente pocas– dedicadas a esas actividades que acabo de nombrar, sin embargo había una curiosa densidad de formas particularmente intensas. Sería interesante ver un poco qué figuras, qué número de figuras enormemente relevantes, particularmente enérgicas o intensas, se han producido en los muy diferentes campos, durante siglos, teniendo en cuenta la proporción con los números totales de personas.
He nombrado la vida religiosa: es evidente, por ejemplo, que ha habido figuras de una santidad o de una actitud religiosa relevante, particularmente intensa, en números pequeños. Si ustedes piensan en los grandes creadores, en cualquier disciplina: en la ciencia, en la filosofía, en la teología, en la literatura o en el arte, o en la política o en la guerra, en números relativamente pequeños en un mundo que era pequeño, hay un número muy alto de figuras relevantes. Tal vez porque ahora si piensa más en un nivel modesto, en un nivel relativamente bajo, es decir, en casos que no son particularmente relevantes o intensos y se producen, de vez en cuando, algunas figuras que representan el máximo de esas direcciones de la vida.
Pues bien, si nos ponemos en una perspectiva de lo que se llama, en términos generales y con una cierta amplitud, el amor –el amor entre varón y mujer es lo que me refiero–, nos encontramos con el enamoramiento: una situación que no consiste en que una persona se proyecte amorosamente hacia otra, sino que esta segunda persona se convierte en proyecto. Esta es la diferencia.
Como comprenderán ustedes, es algo muy diferente: está, se mueve en lo que llamaría Hegel el elemento del amor, pero es una actividad completamente distinta. Empezando porque amar se puede amar a muchas personas, sucesivamente y incluso, en cierta medida, simultáneamente. Pero, en cambio, el enamoramiento es único o, en todo caso, en número limitadísimo: una persona se puede enamorar una vez, tal vez dos veces, acaso tres veces – por tanto es un fenómeno poco frecuente. Se podría decir incluso especial porque requiere condiciones particulares en las dos personas.
Recuerdo que Ortega insistía mucho en la idea de la infrecuencia del enamoramiento, en sentido estricto, y decía: “no todo el mundo es capaz de enamoramiento y no de cualquiera se enamora el capaz”. Por tanto es un fenómeno minoritario. Mientras el amor, en principio, es un fenómeno frecuente, corriente –es poco probable que las personas no amen, más o menos, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor frecuencia–, en cambio el enamoramiento es decididamente infrecuente.
Sin embargo, yo creo que estas formas particularmente intensas, estas formas que son, diríamos, la culminación de las diferentes direcciones de lo humano, son enormemente fecundas y son, en definitiva, el origen de las formas más superficiales, menos raras, menos infrecuentes que afectan a un número muy alto de personas – en principio a cualquiera. Esto por tanto es muy importante.
En el caso del enamoramiento en sentido estricto, las personas, cuando se enamoran, experimentan algo que es una transformación, es decir, el enamorado, el que está enamorado, es otro que el que era antes – esto es claro. Su realidad ha quedado afectada por esta ilusión frecuentemente súbita de la situación de enamoramiento. El hecho de que una persona que, en principio le era ajena –era una persona a la cual a lo sumo se refería amorosamente, se proyectaba hacia ella– se convierte en un ingrediente de su propia realidad. Quiero decir con esto que si se pudiera hacer una radiografía personal de alguien, se descubriría en su realidad misma, en su interioridad, la otra persona, aquella que es objeto del enamoramiento, aquella de la cual está enamorado.
Esto naturalmente tiene consecuencias gravísimas, enormes. El hecho de que esto exista con mayor o menor frecuencia da una tonalidad distinta a unas formas de vida, a las maneras de instalación, a las formas dominantes, vigentes en un grupo social – lo que sea. Esto tiene consecuencias muy graves y verán ustedes que, si esto es un fenómeno tan poco frecuente, que requiere condiciones por una parte y por otra –por parte del que se enamora y por parte de aquél o aquella de que uno se enamora– ¿cómo es posible que llegue a formar la tonalidad de ciertas sociedades? ¿Cómo es posible que sea algo que se entienda de un modo general y de lo cual incluso participen los que no participan de él de un modo plenamente auténtico?
Yo creo que hay varias causas que explican este fenómeno. Por una parte, el uso de la lengua. La mayor parte de la gente cuando siente algo que tiene que ver con el amor, propenderá a decir que está enamorado, o que se está enamorando, o que se ha enamorado – empleando la palabra con poca precisión, con poco rigor, sin tomarla plenamente en serio. Pero es el nombre usual, el nombre coloquial, de toda esa gama de fenómenos psíquicos, personales que llamamos amor en general. Entonces esto hace que se entienda como enamoramiento, situaciones en las cuales una persona dice: “estoy enamorado”, “me he enamorado varias veces” – son las expresiones que se usan en el uso normal de la lengua – aunque no se quiera decir estrictamente enamoramiento.
Por otra parte, estos términos vienen apoyados por toda una serie de elementos que los refuerzan y que les dan difusión. Por ejemplo, todas las relaciones amorosas subrayan la atracción: el atractivo físico o personal de las personas. Se tiene una idea literaria... Hay una larguísima literatura reforzada por otros recursos artísticos –por ejemplo la música o las artes plásticas– que subrayan, que intensifican el atractivo, la belleza, el lenguaje, la retórica propia del amor. Lo cual hace que esta palabra, este concepto circule y altere ese fenómeno social también – que es la vigencia social.
Dirán ustedes: esto pasa siempre, ha pasado siempre, pasa en todas partes... Tengo la impresión de que no. Seguramente la diferencia del lenguaje amoroso, de la terminología amorosa, de los supuestos que subyacen a la actitud del amor, del enamoramiento, son enormemente variables en unas épocas respecto de otras, en unos países respecto de otros. En la parte final de este curso, lanzaremos una ojeada sobre los aspectos histórico-sociales. Hasta ahora hemos hablado primariamente de la vida personal, o sea, los fenómenos que afectan a la vida personal, a la vida individual. Haremos una incursión –esto es muy importante– para distinguir entre diferentes épocas o diferentes países, diferentes formas de vida social. Y esto evidentemente es lo que le da una difusión, una vigencia muy variable, enormemente variable. Y seguramente incluso sería interesante ver si la terminología que se emplea es la misma – y probablemente las diferencias entre países o entre diferentes épocas son grandes: hay un predominio, por ejemplo, de una cierta lengua, de una cierta literatura, de una retórica hablada o escrita – el hecho de que se escriba o no se escriba también es capital.
Por tanto, hay una enorme cantidad de matices y de variedades. Pero lo importante –el núcleo que me parece esencial –es la actitud que consiste en proyectarse amorosamente hacia una persona o que esa persona se convierta en proyecto propio. Es decir, no es una "proyección hacia" sino una proyección que forma parte de la realidad propia del que está enamorado – esto es absolutamente esencial.
Hay un pasaje particularmente interesante en La Celestina. Yo, de La Celestina tengo una idea bastante distinta de la que domina... Ustedes saben que por lo pronto se usa el título La Celestina que, en definitiva, es algo postizo y secundario. La obra original se titula Tragicomedia -o Comedia- de Calisto y Melibea. La Celestina es un personaje secundario – muy importante, genial, tratado con un enorme talento – pero es un personaje tópico. Es lo que yo distinguía hace muchísimos años entre dos tipos de personajes literarios que es el caso o el personaje. El caso está definido por la situación – el caso más ejemplar, más caso de todos los casos, es Robinson Crusoe, que es el náufrago, el náufrago en la isla desierta. Supongan ustedes que yo me encuentro a Robinson en Londres: ha salido de su isla, ha escapado al aislamiento de la isla y está en Londres. No lo conocería evidentemente. Robinson está definido por la situación de náufrago abandonado en una isla desierta. Pero en una gran ciudad, con una vida normal, social..., no lo reconocería. Si yo, en cambio, encuentro a D. Quijote en cualquier situación, lo reconozco. D. Quijote es un personaje, es un tipo de persona, es una cierta manera de ser, una cierta manera de estar instalado en el mundo. No es por tanto un caso, sino un personaje.
Pues bien, Celestina es un caso, simplemente un caso. Es lo que llaman en inglés go-between, es una alcahueta, es una que arregla situaciones amorosas. Cuando Calisto se siente enamorado de Melibea y es rechazado por ella, entonces ¿qué pasa? Sus criados, Pármeno y Sempronio, le dicen que acuda a Celestina. Celestina es un técnico, se llama a Celestina como se llama al electricista o al fontanero y ¡qué técnicas tiene!, tiene sus técnicas de persuasión... Y hay un texto particularmente interesante que es que cuando exagera Calisto, cuando dice que es Dios, su amada Melibea es Dios, su criado le dice: “pero tu no eres cristiano”. Y dice: “¿Yo, cristiano? Yo, melibeo soy, en Melibea creo, a Melibea amo.” Melibeo soy...: toma el nombre como equivalente de cristiano para ser Melibeo. Es decir, La Celestina es la historia de los amores de Calisto y Melibea – yo diría de Melibea y Calisto, porque Melibea es más importante, sin duda ninguna. La Celestina es un personaje que procede de la comedia latina, de la comedia medieval y es un personaje tópico, no es propiamente un personaje sino antes un caso. Y este texto en que dice que “melibeo soy, en Melibea creo, a Melibea amo” es justamente la expresión exagerada, extremada, vehemente, apasionada de ese amor único porque se ha convertido Melibea en su proyecto – esto es lo característico.
Y por tanto plantea un problema antropológico: ¿Cómo es posible el enamoramiento? ¿Cómo es posible que una persona sea proyecto de otra? Lo demás es normal, es perfectamente comprensible: proyectarse en la amistad, en el amor..., hay una proyección posible de odio etc. Pero que esa persona sea mi proyecto, que forme parte de mi realidad y por tanto yo no sea él que era hace algún tiempo, antes del enamoramiento, sino otra persona distinta – esto es algo absolutamente nuevo, que plantea un problema no ya típico, no ya puramente sentimental, sino un problema antropológico. ¿Cómo es posible esto?
En uno de mis libros más recientes, he dicho que hay un principio físico, universal, general y muy importante que es la impenetrabilidad de los cuerpos y hay un fenómeno contrario que es la interpenetración de las personas: las personas pueden estar interpenetradas. Una persona puede estar habitada por otras. Este fenómeno que es el inverso de la impenetrabilidad de los cuerpos: este micrófono está encima de la mesa, no puede estar en la mesa, dentro de la mesa... no puede estar, se excluye. Son impenetrables, todos los cuerpos son impenetrables. En cambio las personas no: las personas permiten la interpenetración. Y esto es una forma de admiración de una por otra. Y uno de los casos particulares es el enamoramiento, que plantea, repito, un problema antropológico, puramente antropológico.
Esto tiene consecuencias decisivas para las personas, para la persona enamorada, para la persona de quien alguien está enamorado, porque altera su realidad: no ya sus actos, su conducta, sus sentimientos, sino su misma realidad. Lo cual plantea un problema rigurosamente personal. Esto, claro, es lo que, en definitiva, en esta forma que les digo en que predomina la intensidad, la saturación, de las situaciones humanas, de las relaciones humanas, es el origen de esa actitud menos radical, más amplia, más posiblemente compartida, que es el amar, la proyección amorosa – que hace que haya una especie de vigencia social y una actitud de difusión.
Y esto cambia segundo las épocas: veremos como ha habido épocas en las cuales hay una densidad amorosa y una intensidad de enamoramiento que no existió en otras épocas – para hablar de épocas que nos son relativamente familiares: la moderna, por ejemplo. Es evidente que si consideramos, si comparamos la actitud del Renacimiento, del siglo XVII incluso; con la actitud del XVIII, el siglo menos amoroso, en el cual hay, diríamos, como que una reducción de esa tensión amorosa, que ha sido propia, por ejemplo, del Renacimiento o que vuelve a ser mucho más intensa en el Romanticismo. Y esto tiene un paralelismo con muchas cosas, por ejemplo, con géneros literarios. El siglo XVIII, por ejemplo, de todos los siglos de la era moderna, ha sido el siglo menos poético, sin duda ninguna: hay unos cuantos poetas, muy pocos. Si ustedes piensan en la tensión creadora de la poesía en el siglo XVIII no es comparable a la que había en el siglo XVII o a la que vuelve a haber en el Romanticismo, sobre todo en la primera mitad del siglo XIX. Del mismo modo, habrá que distinguir entre países. Ha habido países en los cuales ha habido una tensión amorosa, una tensión del enamoramiento muy superior al que hay en otros...
Como ven ustedes, por tanto, esto es algo capital. Y esto condiciona la dosis de lirismo, la intensidad de lirismo, que tiene la vida en cada momento y, por consiguiente, las formas de proyección, las formas de presencia de una persona ante otra – esto es capital.
Por eso me parece que la medida de ese lirismo, o ese prosaísmo, depende de la idea de la persona, la idea que se tiene de la persona. Por ejemplo, ha habido épocas en las cuales ha habido una especie de idealización de la mujer, un cierto culto a la mujer, que tiene una de sus raíces en el culto a la Virgen María en cristianismo. Durante toda la Edad Media, en Europa, funciona el modelo humano, el modelo femenino de la Virgen María, a la cual se rodea de una serie de calificativos, de condiciones, de virtudes – incluso sobrenaturales. No se entiende la poesía, la lírica por ejemplo medieval y posterior también, sin el culto a la Virgen María. En cambio, si ustedes toman una situación, por ejemplo la que se está produciendo en nuestra época, en gran medida: una inversión de una serie de atributos que hacen que la figura femenina y la figura masculina, en su relación mutua, cambien profundamente.
Y se ha perdido también toda una serie de condiciones, de requisitos: ustedes piensen, por ejemplo, que la valoración que ha tenido toda Europa y todo mundo cristiano en conjunto, de la virginidad, evidentemente tiene como estímulo directo, inmediato, la idea de la Virgen María. En cambio se ha producido ahora una especie de desvaloración, de desdén, de desinterés por la virginidad, que es algo muy notable. Y, por otra parte, en diferentes culturas hay, por ejemplo, una exigencia de fidelidad amorosa, que es enormemente variable y está ligada a otro tipo de estímulos: por ejemplo al sentido de la propiedad. Ustedes piensen, por ejemplo, como entre los hebreos, había una actitud terriblemente dura para la infidelidad. El adulterio es una culpa gravísima en el mundo hebreo. Una relación amorosa, sexual con mujeres solteras era mucho menos grave, incomparablemente menos grave: había un cierto sentido de propiedad – que en otras épocas existe mucho menos. Ahora, por ejemplo, el sentido de la propiedad se ha perdido bastante. Y el sentido de la virginidad se ha perdido mucho. Hay un hecho curioso, por ejemplo, en alemán, la palabra antigua para mujer, Weib – Frau no, Frau es una palabra femenina– es neutra: das Weib, lo mujer. Del mismo modo que se usa el neutro para el diminutivo – por ejemplo, muchacha, Mädchen es das Mädchen o das Pferd, caballo. Son cosas que dan propiedad, en definitiva: la mujer, das Weib, das Mädchen, das Fräulein... El niño se indistingue de sexo: das Kind. Son neutros. ¿Por qué neutros? Se consideran propiedades, es decir, la vivencia primaria respecto de la mujer, la muchacha, el niño... son propiedades. En otras lenguas no existe eso, no creo que exista, no conozco ejemplos. En griego, en latín, en las lenguas latinas, derivadas del latín, las palabras son femeninas, no son neutras. En las palabras germánicas, sí, las antiguas – por ejemplo, la palabra Frau es más reciente que la palabra Weib. Es como, diríamos, un arcaísmo social que está en la lengua.
De modo que las estimaciones sociales, las estimaciones personales, las formas incluso que tienen de proyectarse en las formas del amor dependen también de condiciones sociales, históricas, de valoraciones, de huellas de actitudes frecuentemente religiosas –en la Edad Media ha sido muy claro esto–, por una razón además bastante importante: que es la larga vigencia que tienen algunas nociones, algunas ideas, algunas palabras, mientras otras son muy breves, tienen una duración breve. En la Edad Media, por ejemplo, el cambio, la variación social ha sido bastante lenta, no muy perceptible y en largos periodos se han mantenido vigencias larguísimas en todo: en el uso de las lenguas, en la terminología, en la manera de referirse a las personas, en la vigencia de los valores, por ejemplo, intelectuales. La vigencia de los filósofos ha sido muy larga en algunas épocas, por ejemplo en la Edad Media. Ustedes piensen la larguísima vigencia de San Agustín o de Santo Tomás frente a la brevísima vigencia que han tenido los grandes creadores de la Filosofía, Platón y Aristóteles, que apenas muertos pierden vigencia... Y cuando vamos nos acercando a la época moderna, la vigencia de las grandes figuras creadoras es curta, es breve, tienen un periodo a veces de unos decenios y después palidecen, desaparecen, se convierte en la de otras grandes figuras, que son sustituidas rápidamente... Hay como que una especie de aceleración del periodo de vigencia de las grandes figuras y esto ocurre en todo. Piensen ustedes también en la pervivencia de los estilos artísticos: piensen en lo cuanto ha durado el románico, el gótico, incluso el estilo del Renacimiento, el barroco. Mientras, ahora, hay una especie de sucesión apresurada de estilos artísticos que apenas tienen un tiempo de existir y ya han pasado. Es una aceleración extraordinaria. Esto que afecta de un modo más visible a los estilos literarios o artísticos, o incluso a los estilos de pensamiento, afecta también a las formas de instalación en la vida hasta lo que parece más básico, más sólido, más profundo – por ejemplo, las relaciones amorosas como el enamoramiento.
Como ven ustedes, sería menester hacer una nueva consideración de tiempo –de tiempo vivo, de tiempo histórico– y de las relaciones que parecen básicas, que parecen absolutamente originarias. Parece que el amor es algo, diríamos, casi constante – ¡no es constante! Las formas del amor, las historias del amor –sobretodo de creación literaria o artística– han sido enormemente variables. Y, en este momento, no sabríamos bien decir en qué están las cosas, dónde están.
Ahora bien si se produce una situación de lo que llamamos prosaísmo, si se pierde el lirismo, si se pierde la re-creación imaginativa, artística, literaria, intelectual de las relaciones profundamente humanas –las más básicas humanas–, esto quiere decir que cambia la vida de contenido. Si nos ponemos a pensar en una cultura muy lejana, muy antigua o de otro continente, que no tiene raíces comunes –por ejemplo, si pensamos en el continente americano descubierto a fines del siglo XV por los españoles y portugueses y por otros europeos– evidentemente no sabemos nada: qué era la vida cotidiana, qué era la vida personal, qué eran las relaciones entre varón y mujer, las relaciones amorosas entre los indios americanos – apenas sabemos nada. Quedan pocos testimonios, podemos inferirlo en algún sentido, conocemos, en general, la vida de estos pueblos desde los europeos, por la experiencia de los europeos, en contacto con los europeos, con los estímulos de un mundo completamente distinto... Podemos preguntarnos cuáles eran las relaciones de Cortés con la Malinche, Doña Marina, es una cosa que podemos inferirla con gran seguridad, pero cómo eran las relaciones que habían entre los indios y las indias durante siglos, durante los muchos siglos de los cuales no hemos tenido ninguna idea, ninguna experiencia concreta, ninguna fuente de información directa y cuando se ha empezado a saber algo de ellos, o se ha sabido, al contacto con los europeos – sería curioso, por ejemplo, yo no sé de esto, no sé una palabra, pero yo pienso en la experiencia de los confesores, de los sacerdotes o de los frailes españoles, sobre todo españoles, cómo han visto las relaciones entre los indios, las relaciones amorosas, por ejemplo: ¿Cómo lo han visto? ¿Cómo han vivido esto? ¿En qué medida lo han podido comprender o han intentado comprenderlo? Ustedes piensen ¿qué era el verbo vivir, el verbo amar, entre los indios americanos anteriores a Colón? No hacemos ni idea. Sabemos algo más porque hay una literatura más rica en la India o en la China – la China hay una literatura que probablemente no entendemos, y expresiones que no entendemos.
Como ven ustedes, las formas básicas de la vida están envueltas en sombras, son casi desconocidas. Si nos detenemos en lo que este año estamos tratando, que es el lirismo y el prosaísmo, cuál ha sido la tonalidad de la vida en diferentes épocas, en diferentes países, qué es lo que ha predominado, qué es lo que ha contado, ustedes piensen, por ejemplo, que en la cultura europea bien conocida –ya en la Edad Media pero en todo caso en la Edad moderna todavía más–, ese lirismo envolvente que en algunos momentos parece que falta, parece que escasea, que echamos de menos, sin embargo ¿cómo ha sido en la mayor parte de las épocas? ¿Y no solamente en las diferentes épocas, sino en las diferentes clases sociales, en los grupos sociales? Las diferencias son inmensas. Es decir, el conocimiento de lo humano es muy deficiente y nos cuesta trabajo incluso darnos cuenta de que es deficiente, de que hay un número inmenso de cosas que no sabemos, que no entendemos incluso, que nos cuestan un enorme trabajo entender. Por ejemplo, a mi es una cosa que me produce una inquietud considerable, un libro admirable como es, en muchos sentidos, La Perfecta Casada de Fray Luis de León que es un libro tan enormemente datado, es un libro del siglo XVI y que hoy nos parece, en cierto modo, monstruoso: admirable y incomprensible. Recuerden ustedes la relación que se establece entre el marido y la mujer – la obligación de aceptar íntegramente al marido, sea como sea, por defectos gravísimos que tenga, por mal que la trate, por torpe que sea, y repite: ¡Pero es tu marido, pero es tu marido! Esto, en definitiva, que lo presienta como el modelo, el título del libro es La Perfecta Casada, nos parece inmoral. Dirán ustedes sí, pero tenía buenas razones: claro, en la perspectiva en que se sitúa, en la perspectiva en que plantea la relación entre marido y mujer, sacrifica cosas a unos ciertos valores que le parecen superiores, exigibles. Sí, pero no lo son para nosotros. Es decir, haría falta de un movimiento de ida y vuelta para entender a Fray Luis de León, para ver que tenía razón, desde su punto de vista – pero que este punto de vista no es el nuestro, de modo alguno, y que nos parece absurdo.
Entonces si nos volvemos al punto de partida, al punto de vista de lirismo y de prosaísmo ¿cuál es el balance? ¿Había un predominio de lirismo en ese planteamiento o no? ¿O al contrario? Las dos cosas. Dado ciertos supuestos en los cuales se mueve Fray Luis de León hay un lirismo, una valoración de la relación matrimonial superior a todo, al cual se debe subordinar todo, pero este es un punto de vista. Si nos ponemos en la vida cotidiana de esa "perfecta casada", nos parecería de un prosaísmo atroz, de una falta de independencia, de una falta de creatividad, de una falta de autonomía, de una especie de sofocamiento de la personalidad como tal. Creo que diríamos que es inmoral, es profundamente inmoral. Y se sustituyen esos modelos de Fray Luis de León por los que hoy son de hecho vigentes en una gran parte de las sociedades actuales, encontraríamos otra oleada de prosaísmo, de subordinación de todo lo que es rigurosamente personal en otro escopo.
Como ven ustedes, llegamos a la conclusión de que la vida humana es muy compleja y que esa condición –que a mí me parece esencial– de lirismo, de creación, de la capacidad creadora, de la proyección imaginativa, eso ha faltado y ha sido negado: no ya omitido, sino negado en gran parte de la historia entera. Y, sin embargo, vemos que hay que echar de menos lo que no se tiene en cada momento y hay que encontrar que hay ciertas condiciones que son absolutamente necesarias, capitales en la vida. Si ustedes leen, por ejemplo, la novela francesa del siglo XIX que es, en general admirable, no se habla más que de dinero. La proporción en que se habla de dinero en la novela del siglo XIX –que es una novela espléndida– es aterrador. Dirán ustedes: ¿Y ahora? También se habla de dinero, pero menos. Yo creo que ha habido mucho más obsesión por el dinero en la Francia de siglo XIX que en el siglo XX actualmente. Tal vez porque el dinero es una magnitud fluyente, cambiante. Antes había una fijeza mayor, una persona estaba adscrita a un cierto nivel económico, a una cierta condición económica. Ahora esto son lo que se llaman magnitudes continuas, escalares, esto en dinero, como dicen los matemáticos. Y, por consiguiente, es menos permanente, menos fijo, confiere menos carácter. Y entonces tiene vitalmente, históricamente menos importancia. ¿Por qué? Porque se puede cambiar. La adscripción a un nivel económico y a una forma de ganancia o de ingreso está mucho más fluyente actualmente, está mucho más cambiante y por tanto tiene menos importancia. Es por lo menos un elemento menos constitutivo de la persona. Y esto refluye sobre la tonalidad general de la vida.