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la Apuesta de Wittgenstein [1]
Joaquín Jareño Alarcón
Jjareno@arrakis.es
UCAM
Cómo surgen los conceptos, y la relación de los mismos con el lenguaje humano fue una de las principales preocupaciones de Wittgenstein en lo que se ha venido denominando su Segunda Filosofía. El giro lingüístico protagonizado por el filósofo austríaco atrajo los problemas de significado como eje de la reflexión filosófica, dejando tras de sí como recuerdo una larga tradición de pensamiento, que resultaba obsoleta con la aparición de nuevos motivos para la atención escolar. Primero fue el Tractatus la obra que dio un aldabonazo serio en una intelectualidad de posguerra, planteando la exigencia de entender el lenguaje como reflejo preciso de los hechos, pero manifestando así la profundidad de sus limitaciones a la hora de tratar aquellos asuntos que, por su profundidad, más interesaban al ser humano. Cuando Wittgenstein apostó por lo que se ha llamado silencio místico, la mayor parte de sus seguidores anclados en el positivismo lógico, se escandalizaron de lo que consideraban la excentricidad de un genio.
Con las Investigaciones Filosóficas llevó a cabo Wittgenstein un acercamiento distinto al mismo problema de fondo, planteando su reflexión en los términos de la relación entre lenguaje y acción. En el tema que nos ocupa, es particularmente relevante determinar qué tipo de conexión se establece entre ambos. Para hablar de conceptos tenemos que hablar del lenguaje donde se expresan, y entender éste como acción lingüística. El análisis de aquéllos sólo puede establecerse en razón de nuestro análisis del lenguaje, de cómo usamos el lenguaje. Es preciso recordar que ha quedado como un tópico del pensamiento wittgensteiniano considerar el significado de una palabra en función de los usos que puedan hacerse de ella. Decir que sabemos qué significa una palabra concreta es lo mismo que decir qué usos la caracterizan, esto es, en qué juegos de lenguaje aparece y cómo lo hace. Algunos de los términos más problemáticos en el trabajo de Wittgenstein son los que reflejan los conceptos psicológicos. Entre ellos, el propio concepto “pensar” ocupa un lugar particularmente destacado. La reflexión acerca del valor de dicho término es lo que centra el presente trabajo, donde se tratará de debatir la importancia que posee en la filosofía de Wittgenstein.
Para poder entender el papel que juegan los conceptos psicológicos debemos acercarnos a la comprensión de su gramática, es decir, aquellos elementos que componen las pautas a seguir durante su utilización. Se trata de conceptos particularmente complejos y ambiguos, dado el singular lugar que ocupan en relación con el resto. De algún modo, el propio sentido común nos los sitúa en un terreno sustancialmente distintivo, y ya antes de profundizar en el tipo de análisis que Wittgenstein despliega al respecto, nos encontramos con la dificultad de acotar el dominio en el que podamos tratarlos con un cierto grado de rigor. “Alegría”, “temor”, o cualesquiera estados de ánimo, difícilmente pueden medirse con cierta objetividad o determinar sus contornos de manera precisa, o siquiera estereotipada. Solemos decir que su significado adquiere formas y fórmulas diversas en dependencia de los individuos particulares. Llegados a un extremo crítico, podríamos preguntarnos si los términos en los que dichos conceptos son expresados poseen realmente significado. ¿A partir de qué momento una vivencia es alegre o triste? ¿Existe coincidencia en los grados de “alegría” de los diferentes individuos, como para que podamos hablar de algún tipo de identificación o identidad subyacente? Las respuestas de Wittgenstein proceden de un terreno en el que un cierto pragmatismo y algunos –aunque no excesivos- resabios conductistas se dan de la mano.
Wittgenstein nunca defendió un behaviorismo al modo skinneriano, en el que lo “subjetivo” era tabú, y había que comprender a la idea de lo interior propia de la psicología tradicional como denominación de una especie de “caja negra” en la que todo nos quedaba oculto. Cuando Wittgenstein afirma que los conceptos carecen de entidad mental, está tratando de configurar el carácter público tanto de su reconocimiento como de su comprensión. Y el elemento público que utiliza para explorar el significado es la actividad lingüística. Actividad típicamente pública que se caracteriza por su funcionamiento pautado y regular. Con su célebre argumento acerca del lenguaje privado, Wittgenstein dejaba clara la importancia de lo que él denominaba "externo" para referirse a lo "interno", puesto que para él no había forma lógica posible de configurar las múltiples posibilidades del significado si no era recurriendo a dicha relación. La pregunta acerca del acceso a los, por así llamarlos, "estados mentales" de los individuos, únicamente obtiene respuesta a partir de la comprensión del comportamiento de los demás; comportamiento simbólico a cuyo entendimiento accedemos merced al carácter reglado de nuestras coincidencias en las reacciones conductuales.
Una afirmación de Wittgenstein nos puede situar perfectamente frente al problema de nuestro interés, a la vez que reflejar de modo gráfico el particular sentimiento que puede acompañar a una duda bastante singular, planteable desde el punto de vista filosófico en nuestra relación con los demás: quienes nos rodean, ¿son simplemente máquinas? ¿Poseen vida interior? ¿Piensan? Por resumirlo en una frase altamente significativa: ¿tienen alma? [2] Habitualmente tratamos con nuestros interlocutores sin que, por así decirlo, se despierte en nosotros sospecha filosófica alguna. Pero el reto queda ahí; el problema de las otras mentes ha suscitado una controversia a la que un filósofo como Wittgenstein no fue ajeno. ¿Cómo justificar, pues, que los otros piensan? La propuesta wittgensteiniana transformaba esta cuestión en otra bastante relacionada: ¿qué significa el término "pensar"? Para poder conocerlo habremos de fijarnos en los usos que hacemos del mismo, y descubrir a través de ellos los elementos que nos permiten codificar dichos usos en lugar de otros.
La gramática del término "pensar" es compleja. Lo es en tanto que dicho concepto está dentro del terreno de los conceptos psicológicos, con los cuales experimentamos la dificultad inevitable de acercarnos a un estudio pormenorizado de los mismos. Decimos de las personas que piensan, pero no lo decimos de las sillas o los automóviles. ¿Por qué no podríamos descubrir un día que estamos rodeados de máquinas? Para Wittgenstein, no podría existir tal descubrimiento. La gramática de estos conceptos está en relación con determinadas actitudes fundamentales. La consideración de un ser humano como tal, con alma, no es cuestión de justificación o demostración empíricas. Es algo que se fundamenta en nosotros de un modo muy particular, pues es a partir de ello que podemos hablar de "estados mentales" de un tipo u otro. La idea de Wittgenstein en este sentido, es la de que a través de la relación con los demás se incardina en nosotros una actitud peculiar hacia los seres humanos, que no tenemos hacia el resto de los seres. Dos son los asuntos fundamentales para determinar el alcance de la cuestión central en relación con los intereses de este artículo. Uno es aclarar en qué consiste dicha actitud; qué la caracteriza y qué implicaciones tiene. El otro es ver cómo en la gramática de los conceptos desarrollamos sus usos y las relaciones que se establecen entre ellos, destacando el papel de la acción en todo el asunto.
Como señalamos anteriormente, "pensar" es algo humano. ¿Por qué no podemos decir que un muñeco piensa? En realidad, este uso es posible, y la propia gramática del concepto "pensar" nos indica el valor derivado de dicho uso. Para Wittgenstein, no lo olvidemos, pensar es algo que forma parte de la historia natural de los seres humanos. El que los individuos de nuestra especie podamos pensar es el fondo sobre el que se erigen las consideraciones de que sea o no posible y cómo lo sería para otros seres, terrestres o alienígenas. Precisamente aprendemos el significado del término en cuestión merced a que vivimos con otra gente. De una forma muy gráfica, no exenta de ironía, escribe Wittgenstein:
"'Los seres humanos algunas veces piensan'. ¿Cómo aprendí lo que significa "pensar"? -Parece que sólo puedo haberlo aprendido al vivir con gente" [3] .
De alguna manera, aprendemos que los seres humanos piensan. Se arraiga en nosotros la certeza de que esto es así al relacionarnos con los demás, en ese proceso de aprendizaje en el que se sitúan como fundamento de nuestra acción usos lingüísticos centrales. Uno de ellos es precisamente el de la palabra "pensar" como apropiada sólo para individuos de la especie humana. La regularidad que se nos ofrece en este uso concreto actúa como patrón de comportamiento para perpetuarlo, así como para justificar el valor de usos derivados. El aprendizaje presupone la confianza, e igualmente, como aprendizaje humano y de lo humano que es, lleva consigo esa incardinación de actitudes básicas que se manifiestan en los usos lingüísticos que hacemos. A través de dichos usos podemos reconocer el alcance de tales actitudes. Por decirlo de alguna forma, el acuerdo sobre el concepto "pensar" es fundamental. Es un acuerdo que no se da en las opiniones.
El propio uso del término nos da la clave para entender su importancia y el tipo de compromiso al que pertenece. Nosotros aprendemos aquellas actividades lingüísticas en las que tiene sentido utilizarlo, donde se manifiesta la actitud general que tenemos hacia los demás, pero podríamos, incluso, decir que quien no jugara nuestro juego de lenguaje a tal efecto, sería un tipo de individuo radicalmente distinto a nosotros, porque no se trata de un término trivial. Es cierto que entre los usos del término pensar incluimos usos ficticios, fantásticos, imaginarios, etc. Pero en las reglas de uso de dicho término aparecen las posibilidades de usos derivados con respecto al valor sustancialmente humano de dicha actividad:
"¡Pero seguro que una máquina no puede pensar! -¿Es ésa una proposición empírica? No. Decimos sólo de seres humanos, y de lo que se les asemeja, que piensan. Lo decimos también de muñecas y sin duda también de espíritus. ¡Mira la palabra "pensar" como un instrumento!" [4]
En esta afirmación destaca Wittgenstein el carácter instrumental de las palabras indicando, no obstante, que la regulación del uso de dichos instrumentos determina el valor de lo que es central con respecto a lo que es derivado o secundario. En este sentido, podemos preguntarnos por qué el que una máquina no pueda pensar no es una proposición empírica. ¿Quiere decir eso que el significado de las palabras no atiende a ningún tipo de realidad que les pueda garantizar su valor? ¿Qué todo se reduce al tipo de conexiones lingüísticas que se den, con independencia de que ocurra algo al margen de dichas conexiones? ¿Desaparece la realidad para beneficio de las construcciones lingüísticas? Nada de eso se deriva de las palabras de Wittgenstein. Lo único que el autor quiere resaltar es que nuestro acercamiento a dicha realidad es lingüístico, y que sólo a través del conocimiento de cómo funciona dicho acercamiento podemos hablar de la realidad y saber lo que ésta supone para nosotros.
¿Es, por tanto, un descubrimiento el que sólo los seres humanos (en principio) "piensen"? Determinar la circunstancia del pensar humano no es resultado de descubrimiento ninguno. Si ya en su obra Sobre la Certeza Wittgenstein señalaba la importancia de aquellas certezas básicas que, en forma de proposiciones, caracterizaban de modos fundamentales la acción humana, aquí nos encontramos con una certeza de valor bastante especial. En el juego de lenguaje con dicho término, ocupa un lugar singular. Expresa, como dijimos, la actitud que tenemos hacia los demás en tanto que humanos. Detengámonos ya en la reflexión acerca de en qué consiste dicha actitud, y si Wittgenstein le adjudicó un sitio importante en su trabajo.
La obra Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología [5] resulta de particular interés en este momento. Precisamente el subtítulo del volumen 2 reza de una forma muy expresiva: "Lo Interno y lo Externo". Recordemos que la adecuada comprensión de la relación que existe entre dichos términos es la que nos puede ayudar a entrar en la psicología humana, lo cual es lo mismo que decir saber cómo usar, comprender y justificar los conceptos psicológicos.
Wittgenstein diferencia entre actitud y opinión, resultando esta distinción una clave no circunstancial para poder llegar a alguna claridad en relación con lo que estamos discutiendo. Wittgenstein llama actitud a una disposición general de comportamiento. Disposición que, de alguna manera, establece el marco de reconocimiento de los conceptos que se usan en relación con dicha disposición. Se trata, en el sentido de Sobre la Certeza, de una certeza básica. En términos lingüísticos decimos que se trata de un uso central de los conceptos a partir del cual desarrollamos nuestras reflexiones en relación con ellos. Sólo a partir de la certeza podemos comprender la existencia y significado de la duda. Ésta viene siempre después de aquélla y, en relación con la discusión que nos ocupa, "el ser capaces de atribuir vida interior a los demás es el prerrequisito de su comprensión (...). Allí donde no podemos atribuir vida interior a los demás, simplemente no somos capaces de entenderlos" [6] . De este modo, la proposición "el ser humano posee alma", es el punto de partida para todo tipo de reflexiones acerca de los seres humanos, sus emociones, sentimientos, expectativas, etc. No hay razón alguna para explicar por qué tenemos dicha certeza a la base de nuestro comportamiento en relación con los demás. Es verdad que su valor está en estrecha conexión con el resto de posibilidades para jugar con el concepto "pensar", pero la fuerza del arraigo de dicha certeza tiene que ver con, por así decirlo, nuestras inevitables necesidades naturales de entendernos con otros y vivir con ellos.
En nuestro aprendizaje aceptamos de un modo particularmente irracional la regularidad del uso de este singular concepto. No es algo que busquemos; simplemente se da y, en términos generales, no podemos evitarlo. No ponemos dicho uso fundamental en cuestión, puesto que la duda tiene que alcanzar un término y, haciendo uso de terminología cartesiana, dicho término es la certeza de que pensamos. Certeza que refleja una actitud, no una opinión. En la diferencia entre actitud y opinión señala Wittgenstein que una precede a la otra, "la actitud viene antes de la opinión" [7] . Es el fundamento sobre el cual ésta se levanta. La duda presupone la certeza, la opinión requiere fundamentos para poder expresarse.
A través de cómo actuamos, por tanto, podemos analizar el significado de las palabras y el valor que les damos. Cuando Wittgenstein relacionó uso y significado, estaba tratando de devolver el alcance de la reflexión filosófica a la práctica cotidiana. El resultado de su análisis abocaba a la consideración de los elementos, por así decirlo, fundamentales para justificar el propio proceso de construcción y fluidez semánticas. Dichos elementos, en tanto que fundamentales, daban pie a Wittgenstein para hablar de forma de vida. La forma de vida humana, caracterizada por el lenguaje. Esa conducta común de la humanidad [8] , ese comportamiento típico del ser humano, tiene entre sus caracteres el hecho de que los seres humanos piensan, de que conceden sentido a sus actos. Aquello que, como resultado de nuestra relación con los demás [9] , acabamos asimilando y asumiendo sin crítica, es lo que precisamente nos permite tratarlos como seres humanos. No podemos, por así decirlo, entrar en el "interior" de los demás. Pero, en realidad, tampoco es algo que necesitemos. Dicho "interior" es algo público, en tanto que su contenido está determinado por la existencia de reglas para que pueda poseer significado; y las reglas tienen carácter público. ¿Cómo, si no, sabríamos si alguien nos engaña o está fingiendo? La conducta de los demás es la que nos permite acceder a ese "interior"; y una conducta cuyo sometimiento a reglas en el plano de su expresión lingüística -para determinarla, para hablar de ella, para codificarla- nos hace accesible lo que a priori pudiera resultarnos oculto. Esta accesibilidad se manifiesta en el modo como usamos los conceptos psicológicos. Wittgenstein se pregunta: "¿No ha de ser reconocible en absoluto el hecho de tener un alma?" [10]
A las reacciones básicas y naturales en relación con sentimientos elementales -dolor, tristeza, alegría- se le suman reacciones más complejas que desarrollan el simbolismo de las mismas, pudiendo dar lugar, por ejemplo, incluso al fingimiento como parte de un lenguaje más elaborado en relación con tales sentimientos.
Al aprender los usos estamos aprendiendo la distinción. No se trata de que tengamos evidencia al respecto. Ésa no es la cuestión, ya que no podemos entrar lógicamente en los demás. No podemos medir su interior. Esto es lo que hace que los conceptos psicológicos sean vagos e imprecisos. Pero, a partir de nuestra reflexión acerca del uso que hacemos de ellos -y, en cierto modo, precisamente por su uso-, sacamos a la luz aquellos elementos que estamos dando por sentados en nuestra relación con los demás en tanto que seres humanos. Este fundamento humano es el que nos permite concebir una cierta lógica en la fluidez con la que concebimos el significado. No sabemos si los demás piensan o no; pero tampoco dudamos de que lo hagan; y esto es algo que queda muy claro en la acción lingüística, en la manera como hacemos uso de nuestro lenguaje.
[1] Este artículo está en relación con un trabajo más extenso patrocinado por la Fundación Caja de Madrid.
[2] Investigaciones Filosóficas *420: "¿Pero acaso no puedo imaginarme que los hombres a mi alrededor son autómatas, no tienen ninguna conciencia, aun cuando su modo de actuar sea el mismo siempre? -Cuando me lo imagino ahora -solo en mi habitación-, veo que la gente hace sus cosas con una mirada fija (como en un trance)- la idea es quizás un poco siniestra".
[3] Remarks on the Philosophy of Psychology, vol.II *29. Edición de G. H. Von Wright y H. Nyman. Basil Blackwell, Oxford 1990.
[4] Investigaciones Filosóficas *360.
[5] Tecnos, Madrid 1996.
[6] Luis Ml. Valdés. Estudio preliminar a la obra Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología, vol. II, p.XXV.
[7] Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología, vol. II, p.53.
[8] Cf. Investigaciones Filosóficas *206.
[9] Con los que nos rodean, y de quienes recibimos el acuerdo acerca del funcionamiento del lenguaje.
[10] Últimos Escritos sobre Filosofía de la Psicología, vol. II, p.94.