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Paleopatología y Historia

 

 

Antonio Linage Conde
Universidad de San Pablo, CEU, Madrid

 

            No vamos a discutir la definición de la historia, sino sólo matizarla a los propósitos de nuestro argumento aquí. Damos por sentado que consiste en el conocimiento de la conducta humana en el pasado. Es más, nos atrevemos a sostener que esta noción ha sido una constante[1], por mucho que la hisoriografía haya variado a lo largo de su cultivo, así por ejemplo en las últimas generaciones de historiadores. Y es que la historia surge al impulso de una curiosidad esencial al hombre por su pasado, ante todo explicable por la realidad evidente de que éste continúa existiendo de una cierta manera después de haber transcurrido, puesto que ni más ni menos también es presente. Por eso era una tremenda simplificación, en definitiva hija de un egolatría de horizonte limitados, estimar que la historia fue un invento de la Grecia antigua[2]. Esto podría decirse únicamente de una determinada modalidad de la historiografía, y exclusivamente desde el punto de vista de su repercusión en nuestra cultura particular. Es más, hay que convenir en que el recurso al mito de las civilizaciones llamadas primitivas, no deja de ser un modo de elaboración historiográfica. Para no escandalizarnos, recordemos que la ilusión positivista de Ranke, de reconstruir el pasado tal y como exactamente había ocurrido, es metafísicamente imposible. De manera que el historiador, en ningún caso puede tener la pretensión de estar haciendo historia sin que su elaboración propia se interponga, más que entre los datos y su obra, entre el pasado y el presente. Porque lo que ha sido no puede ya volver a ser. Un ejemplo: Una novela reciente, Llegada para mí la hora del olvido, de Tomás Val, tiene por argumento una larga etapa de la historia de España en el siglo XX. Los datos históricos que contiene son mínimos, a la manera del esqueleto de la trama nada más. Su tratamiento es surrealista. Abunda en relatos no sólo extravagante sino hasta inverosímiles, que se atribuyen sin embargo a personajes reales, a los protagonistas de la historia concretamente.Y, a pesar de ello, da una visión más exacta de la historia de ese pasado, que bastantes obras de apariencia historiográfica rigurosa que han deformado la realidad por deficiencias metodológicas, carencia de datos o tratamiento inadecuado de los mismos.Por supuesto que esta sugerencia no implica confundir la historia con la novela, y menos con una novela no realista.

            Y decimos que ha sido una constante, por lo menos latente, hasta enraizada en el subconsciente colectivo, esa identificación de la historia integralmente con todo el pasado de la conducta humana. Cierto que ello puede parecer contradictorio con la acepción de “histórico” en el sentido de trascendente, cual si únicamente los acontecimientos que merecieran esa valoración integraran la historia. Pero tal restricción sólo puede tener curso para el ámbito meramente evenemencial de la historia, de la historiografía mejor dicho, el cual siempre ha sido compatible en la mente humana con la apertura obligada a la historia total. “He aquí la exposición de la encuesta emprendida por Herodoto de Halicarnaso, para evitar que las acciones llevadas a cabo por los hombres se borren con el tiempo”. Notemos la universalización de que es susceptible este comenzo de la obra del más antiguo de los historoiadores griegos.

            Antes de proseguir, hemos de postular un deslinde, para cuya configuración cualquier rigidez sería escasa, entre el objeto de la historia y las fuentes  para llegar a su conocimiento. Concretamente, queremos decir que, la índole de estas fuentes para determinados períodos o ámbitos del pasado de la conducta humana, por alejadas que estén del menester habitual del historiador[3]y consiguientemente de la asequibilidad para él de su manejo, no pueden en absoluto sustraer al dominio historiográfico las parcelas en cuestión. O sea, aunque pertenezcan a las ciencias y no a las letras, por emplear la terminología tradicional. Algo equivalente, en el mundo del derecho, a la diferencia entre la consideración jurídica de los hechos y las modalidades o dificultades de su prueba[4].

            En esta visión de los deslindes y las conexiones, nos conviene echar una ojeada a las llamadas ciencias auxiliares de la historia, tan prestigiadas otrora- ¡y hoy deberían seguir siéndolo!-, en cuanto investían al historiador en su posesión de la aureola de sabio esotérico con acceso a mundos recónditos. Una denominación aquélla que no es incorrecta, en cuanto se trata de técnicas que encierran la clave de unos conocimientos determinados a su vez dominadores de ciertas fuentes de penetración en el pasado. Pero además de tales, las herramientas al servicio de la historiografía, no por eso dejan de ser parcelas de la historia misma. Pensemos en la paleografía. De momento nos permite leer los textos antiguos escritos en grafías distintas de las hoy en curso. En una segunda fase nos ayuda a fecharlos, determinar su procedencia, a veces hasta indagar en su autor. Pero más allá, el mundo de la escritura en sí, es también una parte de la historia de cada tiempo y lugar en las civilizaciones escritas, con innegables repercusiones en su sociedad y sus mentalidades.

            Y en el árbol del saber, ese esencial la vinculación de unas y otras disciplinas. ¿Podemos hablar de ciencias paralelas[5], ante todo para eliminar cualquier pretensión de superioridad de unas sobre otras, este vicio algo tan del gusto de los especialistas mediocres enamorados de la miopía de sus propias limitaciones? En cuanto a la historia, baste pensar en la geografía a su lado. La geografía física, incluso la oceanografía, como el ámbito material donde el hombre habita y construye la historia misma, ni más ni menos que su dimensión espacial. De esta manera, la geografía humana sería un paso de aproximación de la una a la otra, , como el acceso a protagonista de la historia del personaje de la geografía.

            Y establecidas ya estas bases, hemos de volver sobre la definición de la historia, pero ya a la búsqueda de esas matizaciones de su objeto o contenido de que decíamos.

            Si la historia tiene por argumento la conducta humana en el pasado, nos toparemos con su deslinde, éste acotador de otras ramas del conocimiento, cuando alguno de los tres miembros integrantes de esa su definición nos falte. La dimensión temporal apenas nos va a interesar aquí. Nos limitaremos por eso a aludirla. Hay que tener en cuenta que el presente es una sucesión continua de instantes que, inexorablemente ligado ello a su propia existencia y entidad, se van convirtiendo automáticamente en pasado, y en consecuencia ingresan en la historia. Pero una parcela histórica que sólo cuenta unos momentos de antigüedad, salta a la vista que tiene más conexión con el presente, e incluso el futuro inmediato,que con el pasado remoto. Por eso se ha acuñado a esos efectos la expresión “historia del tiempo presente”, si bien hay que reconocer que, en rigor terminológico y conceptual, no puede pasar de metafórica.

            La exigencia conductual nos excluye de la historia el pasado del hombre que no consista en la conducta del mismo. Lo cual no quiere decir que los ámbitos ajenos a ella, pero susceptibles tanto de recibir su actuación como de influir en ella y sin más en su vida, sean indiferentes al historiador. El caso más socorrido es el que ya citamos de la geografía[6], que podríamos aplicar a todas las ciencias estudiosas del entorno físico de la humanidad[7], sin excluir el que se sale de los límites del planeta, y ello no pensando en las posibilidades abiertas por los últimos descubrimientos, sino desde siempre[8]. Una disciplina distinta, sí, aunque muy emparentada[9], si bien, como veremos, tal grado de parentesco puede ser todavía mayor en otras parcelas parejas, hasta llegar a hacerlas ingresar en la historiografía sin más.

            Pero llegados aquí es preciso nos ocupemos de la paleontología. No cabe duda de que el devenir, en el tiempo por lo tanto, de la evolución biológica del hombre, no es historia, en cuanto resulta totalmente ajeno a sus posibilidades conductuales. Éste es el único argumento válido para tal limitación, no el de la larga duración del proceso, pues en la historia la noción de la tal larga duración, que ya se ha acuñado técnicamente en el dominio historiográfico[10], carece de fronteras. Recapacitemos también en que la historia no tiene por objeto, o sujeto si queremos, la especie humana, sino las sociedades y los individuos[11]. Ahora bien, hay que dejar laro que la razón de esta evidente exclusión de la tal desarmonía argumental, no puede estar en la necesidad de conocimientos especializados y en el empleo de métodos concordantes para su estudio[12]. Dicho de otra manera, la paleontología no es historia, pero no porque los paleontólogos hayan de estar en posesión de conocimientos ajenos en principio al historiador común[13].

            Un extremo que nos resulta esencial para nuestros propósitos ahora, y con el que luego habremos de concluir. Pero hemos de seguir antes abordando el último miembro del trío definidor de la historia, lo humano, el hombre. ¿A partir de qué homínidos el historiador está tratando con las criaturas objeto de su disciplina?

            Previamente, parece conveniente aludir al puesto del hombre en el mundo animal, por no decir sin más en el biológico, y aun en la tierra y hasta el universo. Curiosamente, nos sale aquí al paso la constante evidencia de que las discusiones afectan a las ideas, no a los hechos. Puesto que la muy común gratuidad soberbia, en Occidente mucho más, de la solución de continuidad entre el hombre[14] y los demás animales, está en contradicción con las observaciones y consecuciones de la ciencia. Dos obras monumentales, ambas tituladas Vida de los animales, aparecieron respectivamente en el último cuarto del siglo XIX y en el tercer cuarto del siglo XX. Son las de Brehm[15] y Grzimek[16], la primera anterior en más de treinte años al revolucionario libro, incluso “escandaloso”, de Thorndike, Inteligencia animal, escandaloso ante todo entonces, y aun hoy, por el título. Brehm enunció[17]demostrativamente que “todos los llamados signos diferenciales entre el hombre y el animal no resultan verdaderos, caen por su peso ante el análisis de la ciencia, incluso los atributos de la humanidad tan decantados como los más característicos del hombre[18]”. Refiriéndose por su parte a los antropoides[19], Grzimek, luego de citar la frase de Adriaan Kortlandt, según la cual no son hombres, pero tampoco verdaderos animales[20], recuerda “están en posesión de las capacidades intelectuales más elevadas y más semejantes a las humanas en sus manifestaciones, siendo capaces de aprender, más que otros animales, con arreglo a sus experiencias, de obrar con una cierta habilidad, de construir y usar instrumentos sencillos, y de llegar a ser independientes de las reglas del comportamiento instintivo”. Otro de los colaboradores de la obra[21] no precisa de ningún esfuerzo para convencernos de que “la expresión del rostro, el comportamiento, la mirada de un gorila, son insoportablemente semejantes a los del hombre”. En cuanto a Brehm[22], ya había escrito que “un chimpancé no puede ser tratado como un animal, sino de la misma manera que si se tratase de un ser humano. Su figura, o mejor dicho su cuerpo, es la de un animal, pero su entendimiento  está al nivel de un hombre rudo o inculto”. Pasando a la cuantificación estrictamente aritmética, los caracteres biológicos exclusivos de nuestra especie están en minoría, y con eso termina de estar dicho todo.

            Ahora bien, tanto Brehm[23]como Grzimek admitieron la barrera del lenguaje, viendo en él uno de los saltos, el más significativo, del antropoide al hombre. Sin embargo, recientes investigaciones en la Universidad de Columbia[24], están descubriendo que el gorila llega al lenguaje, por otra parte hay que recordar que éste en ese camino sin cesuras blindadas que va de la expresión de las emociones estudiada por Darwin hasta el intercambio de mensajes de contenido intelectual mediante signos[25]. Y es sorprendente cómo, en su negación de la plena inserción en la vida, que pasa por su unión al resto de los seres en posesión de la misma, el hombre occidental no sólo se ha quedado más atrás de concepciones del mundo de venerable sapiencia escrita, como las hindúes, sino de las de pueblos de un primitivismo literalmente paleolítico, como los aborígenes australianos, reconocedores de la comunión y unidad de los hombres, los animales y los espíritus[26].

            Así las cosas, parece lo más ponderado postular que la historia, llegue en la escala biológica[27], sin perder, eso sí, nunca de vista la dimensión temporal, y ello hasta dónde sea posible conocer el ámbito capaz de entrar en la dimensión de la conducta. En cuanto a esa exigencia del desarrollo en el tiempo, lo sucesivo frente a lo lineal, impedirá en todo caso que se vuelva a titular la zoología historia de los animales, como en Aristóteles. Mientras que la necesidad de tener por objeto una conducta, nos vuelve a llevar al dominio palentológico y, por descontado, al nuestro de la paleopatología. Y es que, cuando estas ciencias se están ocupando del pasado del hombre no biológico sino conductual, han enlazado con la historia, están haciendo historiografía, aunque sus métodos sean privativos y no estén al alcance de los demás historiadores comunes. 

            Vayámonos por un instante a la Sima de los Huesos, en el yacimiento del  Homo antecessor, en Atapuerca. Se ha encontrado en ella una acumulación de cadáveres, con indicios bastantes para ser ello explicado por un ritual funerario, respondiendo por lo tanto a una cierta creencia religiosa elemental. ¿No es eso historia de las religiones, de la sensibilidad religiosa, de la liturgia incluso? Mientras que los útiles de caza y los instrumentos bifeces encontrados junto a los restos de fauna en Dolina, han ofrecido indicios coetáneos de canibalismo. De las páginas más llamativas por lo tanto de la conducta humana que la historia estudia.

            Sin salir de Atapuerca, sus investigadores se mantienen a la búsqueda de la historia remota del lenguaje de sus gentes, en pos de los indicios de su capacidad de hablar, al parecer habiendo de valerse de sonidos distintos de los que hoy usamos, mediante la reconstrucción de su aparato fonador. Pero ésta es una cuestión de fuentes nada más, cual ya apuntamos.

            Un oftalmólogo historiador de la medicina, Mario Esteban de Antonio, prepara un estudio tras de las huellas del paleoestrabismo y otras manifestaciones de la fisiopatología ocular, tomando como fuentes además de las estrictamente óseas de la paleopatología, las manifestaciones del arte que del hombre primitivo nos ha llegado.

            Pero mucho más atrás. A partir del hallazgo en 1994 del Little Foot, un australopiteco completo, en las cuevas surafricanas de Sterkfontein, por la anatomía de su pie se ha conjeturado que andaba erguido, a pesar de lo cual conservaba su capacidad para trepar a los árboles, ora en busca de alimento ora para resguardarse de sus enemigos carnívoros. ¿Conducta o biología? No busquemos fronteras blindadas...

            Aunque nos bastaría con una sugerencia decisiva. Se trata de la disciplina acuñada con tan vigorosa personalidad, y que tiene tanta tradición escolar, de la historia de la medicina. La cual no solamente abarca la terapéutica, sino también la enfermedad en sí. Sin embargo, en principio, ésta es un fenómeno natural, generalmente ajena a la conducta humana, y que aun en los casos en que se derive de ella sigue luego su propia evolución fisiopatológica. Pero pensemos en la enorme influencia de dicha conducta, individualmente en la enfermedad de cada uno,colectivamente desde su punto de vista social. Ello sería bastante. Y sin embargo hay más, pues también se da una influencia correlativa en la propia etiología del morbo. De esa manera, la enfermedad está tan íntimamente vinculada a la dimensión conductal que no es posible hacer una separación artificial dejándola en un compartimento estanco aislado de las tales. Es un núcleo nada más, como el esqueleto, lo que a la categoría histórica escapa.

            Algo tan evidente que no sería preciso hacer ningún excursus historiográfico en su abono. Sirviéndonos pues alguna alusión a ese acervo nada más que a guisa complementaria. Pensemos, pues algo tiene que ver con esta materia, la contemporánea conquista del componente anímico de la enfermedad[28]. Recordemos el determinismo de la gnoseología biológica de Claude Bernard. En la concepción clásica del diagnóstico científico-natural, era éste visto como la rotulación noseográfica de un proceso morboso individual. Le superó el diagnóstico integral o interpersonal, asentado en la consideración del enfermo como persona y no cual un mero objeto, y ello incluso en orden al conocimiento teorético y científico de lo que como enfermo es. En el siglo XIX dominaban como mentalidades en patología, la anatomo-clínica, la fisiopatológica y la etiopatológica pura. Las ha superado la biopatológica[29]. Que a su vez lo ha sido por la progresiva conquista de la condición personal del enfermo, de manera que lo patográfico[30] ha cedido el terreno a lo biográfico[31] sin más[32].

            Ahora bien, por ninguno de los sostenedores de las concepciones expuestas que hoy nos parecen más arcaicamente distantes de nuestro subjetivismo, se pretendió reducir a la terapia el ámbito de la historia de la medicina.Recordemos que ya san Isidoro, al considerar la medicina como una de las ciencias integrantes de la que llamaba filosofía natural, requería para ella una explicación de los fenómenos, sí, pero también su asunción en una “tenttaiva de explicación esencial del mundo y del hombre[33]”. Cierto que este elemento filosófico isidoriano[34] es objetivo y común, y el psíquico de que hablamos radicalmente subjetivo e individual, mas ¿no puede ser vista una de las facetas de éste como una manifestación, que no un corolario, de aquél?

            Y nos parece haber concluido con estos apuntes. Pues no pretendemos enunciar afirmaciones ni negaciones categóricas. No sólo por nuestra falta de autoridad, sino ante todo porque, felizmente, no son de recibo en estos dominios del árbol de la ciencia. Eso sí, nos parece que dejarse llevar de la simpatía hacia sus predecesores sobre la tierra que el historiador al estudiar el pasado debe abrigar, también es de buena ley cuando se trata de fijar, o si lo preferimos dejar flexibles, las fronteras de la historia misma.


[1] Sólo tiene una conexión anecdótica con este problema la evolución de la palabra “historia”, que antes de circunscribirse a su noción actual, única que aquí nos interesa, designaba el conocimiento in genere; de ahí la denominación de historia natural para las ciencias de la naturaleza.

[2] Un dato que no creemos casual: la historia de la lengua que, no lo olvidemos, no deja de ser una rama de la historiografía, no tiene pujanza en Occidente hasta el siglo XIX (gramática comparada), mientras que en la India había sido ya cultivada esplendorosamente por los gramáticos sánscritos, es más, fue a la influencia de éstos a lo que se debió ese su tan tardío despertar occidental. y eso que genéricamente la historiografía india ha estado muy caracterizada por su indiferencia a la cronología y su generosidad hacia el mito; cfr., H.I.MARROU, Qu’est ce que l’histoire?, en “L’histoire et ses méthodes” (dir.Ch.Samaran; Encyclopédie de la Pléiade” (París, 1961) 4-33, y G.C.TSHUND’OLEA,  Les principes de l’histoire, en “Historia a debate. 1, pasado y futuro” (ed.C.Barrios; actas del congreso de julio de 1993, Santiago de Compostela, 1995) 191-205.

[3] Mucho menos pueden influir al estudioso consideraciones que no pasen del derecho administrativo, como las facultades donde las enseñanzas se imparten con arreglo a la ordenación académica oficial o los escalafones de los profesores a su servicio.

[4] Por ejemplo, en derecho penal, hubo un momento en que se trató de tipificar una figura del delito de lesiones consistente en el contagio intersexual. Se salió al paso esgrimiendo las dificultades de su prueba, a lo que se replicó que a nadie se le había ocurrido sacar del código supuestos parecidos desde ese punto de vista, como el incendio y el envenenamiento de aguas.

[5] La expresión “ciencias humanas”, que trata de sustituir un tanto a la tradicional de “letras”, no nos sirve a estos efectos, en cuanto lo que subrayamos es precisamente la conexión de las mismas con otras ciencias.

[6]  Por eso no tan alejado de la realidad sapiente su tradicional maridaje en los planes de estudio medios, y la continuación de la misma en las facultades de letras de las universidades.

[7] En la “Typologie des sources du moyen âge occidental” (desde el punto de vista de la Gattunggeschichte, o sea la naturaleza propia de cada género de fuentes), en curso de publicación en la Universidad católica de Lovaina, bajo la dirección de Léopold Genicot, ha aparecido un fascículo, dedicado a Les dépôts de pollens fossiles (núm.5, 1972), de R.Noël, y está previsto otro, de A.Gautier, sobre l’archéozoologie; cfr., F.W.HENNING, Die sachliche Umwelt der unterbäuerlichen Bevölkerung des 18.Jahrhunderts als Ausdruck ihrer sozialen Lebenslage, en “Ethnologie et histoire. Forces productives et problémes de transition” (París, 1975) 485-500 .

[8] A.G.HAUDRICOURT y L.HEDIN, L’homme et les plantes cultivées (París, 1945).

[9] Ya en el orden de las fuentes, estos saberes pueden serlo indirectamente de la historia, en cuanto aportadoras de conocimientos de los cuales se puedan deducir ciertas manifestaciones de la conducta humana.

[10] Se ha hablado, a propósito de Fernand Braudel, de que ahora el historiador dispone de un tiempo nuevo; cfr., Ph.ARIÉS, Le temps de l’histoire (París, 1986), y C.A.AGUIRRE ROJAS, La larga duración en el espejo (más allá del tiempo vivido y del tiempo “expropiado”, en las actas citadas en la nota 2, “3, otros enfoques” 21-33.

[11] A propósito de la inclusión de éstos de pleno derecho, notemos que, en definitiva, de lo que las sociedades se componen es de individuos, siendo por otra parte imposible que los individuos aislados no tengan algún tentáculo en la sociedda coetánea, aun en los casos más extremados por la visión meramente negativa de la  incompatibilidad o el rechazo. Últimamente, y frente al dejarse arrastrar por posturas caprichosas y partidistas, se ha revalorizado mucho la índole historiográfica del género biográfico.

[12] Cfr., I.BERLIN, El sentido de la realidad. Sobre las ideas y su historia (Madid, 1998); J.WAGENSBERG, Ideas para la imaginación impura (Barcelona, 1998), y el libro de título aparentemente ajeno a esta problemática pero que incide en ella, El cadáver de Balzac, de Gregorio Morales (Alicante, 1998). Y no hay que desdeñar los viejos títulos, aunque muchas de sus páginas estén obsoletas (habiéndonos en cuanto a ellas preguntarnos por losmotivos); así, los Estudios de filosofía de la historia, de JUAN ORTEGA RUBIO (Madrid, 1880).

[13] Señalemos que, desechadas las pretensiones racistas meramente subjetivas, al valor de la raza como condicionante de la cultura, la relación de la antropología racial con la historia pasa por una coordenada de marco o urdimbre también, aparte los ámbitos accesorios, en que la conducta venga determinada por la raza, pero extrínsecamente, en función de la opción de la conducta, no por cualidades intrínsecas en absoluto de la raza en sí; cfr., A.LEROI-GOURHAN, pp.229-231 del volumen citado en la nota 2, y A.BURGUIÈRE, L’anthropologie historique, en “La nouvelle histoire” (ed.J.Le Goff, R.Chantier y J.Revel; C.E.L.P., 1978), y en el tomo de las actas citado en la nota 10, él mismo, L’anthropologie historique et l’école des “Annales”, 127-37.

[14] Notemos la tesis, del profesor de Harvard, Howard Gardner, según la cual la inteligencia es una noción múltiple, que alcanza las áreas lingüistica, lógio-matemática, espacial, musical, sinestésica, interpersonal, intrapersonal, naturalista y existencial o filosófica.

[15] (Barcelona, 1880).

[16] La versión italiana, en Milán, sin fecha, hacia 1960.

[17] I, pp.ix-xi.

[18] Véase el libro del filósofo de la ciencia Jesús Mosterín, ¡Vivan los animales (Madrid, 1998); conocida es la aportación en ese mismo sentido a la etología del premio Nóbel de medicina, Konrad Lorenz.

[19] Colaboración de Dietrich Heinemann, X, 501.

[20] De esa semejanza se ha pretendido deducir consecuencias jurídicas: el Great Ape Project, lanzado en 1993 por el filósofo Peter Singer y la investigadora de los chimpancés en libertad Jane Godall, aunque resulta innecesario por ser sólo una aplicación de la Declaración Universal de los Derechos del Animal aprobada por la ONU.

[21] Cfr., G.B.Schaller, íbid., 539.

[22] I, 28.

[23] Citando en la maeria a Westropp, William Bell y Büchner.

[24] Concretamente, y el dato no nos parece anodino, llevadas a cabo en el Instituto de la Sordera, naturalmente humana.

[25] En la misma universidad, un psicólogo, Herbert Terrace, acaba de demostrar que los primates son capaces de contar del uno al nueve. Hasta entonces se cería que la habilidad numérica dependía de la correlativa para el lenguaje.

[26] A.P.ELKIN, Studies in Australian Totemism (1933); cfr., C.LEVI-STRAUSS, Le totémisme aujourd’hui (París, 1963). La noción del totemismo australiano como la creencia de que los seres humanos son parte integrante de la naturaleza, lo mismo que las demás cosas, arranca de la obra clásica de Émile Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa (1915).

[27] Recordemos que la prehistoria estaba mal llamada, cual si historia genuina no fuese, al mismo título que la contemporánea más reciente, pero ello se debía a cvonfundir fuentes y contenido por una parte, y por otra parte a la idolatría en el acervo de las fuentes de las escritas.

[28] Por contraste, véase P.LAÍN ENTRALGO, La medicina hipocrática (Madrid, 1970) 429. Aunque sigue vigente la concepción hipocrática de la enfermedad y del tratamiento desde el punto de vista de todo el organismo

[29] De Jackson, Von Monakov, y Goldstein, con su consideración esencial del hombre cual un organismo cualitativamente diferenciado.

[30] P.LAÍN ENTRALGO, La historia clínica. Historia y teoría del relato patográfico (Barcelona, 1961).

[31] P.LAÍN ENTRALGO, La relación médico-enfermo. Historia y teoría (Madrid, 1964), y Diagnóstico de la enfermedad, en la “Patología General” dirigida por J.Casas y P.Farreras Valentí (Barcelona, 1964)

[32] Aportación, en Heidelberg, de Viktor von Weizsäcker, hasta la carta de naturaleza de la medicina psicosomática tras de las experiencias neuróticas posteriores a la segunda guerra mundial.

[33] El cual, por cierto, ocupa un lugar en la jearquía de los seres, la que va de “los brutos” a Dios, y al estar sito en el seno de la naturaleza, entra igualmente en la repartición de los dichos seres en los elementos de la misma. Recordemos el cotejo que antes hicimos entre nuestro lastre occidental de hoy y las concepciones de los pueblos llamados primitivos.

[34] Cfr., A.EYMIN, Notes historiques sur les rapports des sciences médicales avec la philosophie depuis le Vie siècle a.J.C.jusqu’aux premières années du XIXe siècle (Lyon, 1904); L.EDELSTEIN, The Relation of Ancient Philosophy to Medicine, “Bull.Histo. Med.” (1952) 299-316; y H.KONGRIGG, Philsophy and Medicine. Some early Interactions, “Harvard Stud. Class.Phil.” (1963) 147-75; para una aplicación practica, J.FICK, P.RICHTER  y R.SPITZER, Geschichte der Deermatologie. Geographische Verteilung der Hautkrankheiten Nomenklatur (Berlín, 1928) 113-8.