Hacia los dos Siglos de los
Monumenta Germaniae Historica
Antonio Linage Conde
Universidad de San Pablo, CEU
Castelló 45 - 28001-Madrid
Para Manuel Morales Borrero, gracias
al cual he podido escribir muchas
páginas. Cor ad cor loquitur
Los Monumenta Germaniae Historica[1] son una colección de textos medievales que comenzó a publicarse el año 1826. No falta por lo tanto demasiado para su segundo centenario[2]. Recordemos que Goethe vivió hasta 1832. Una plusmarca pues en la continuidad de una serie editorial. Recapacitemos en que su cronología abarca casi toda la Edad Contemporánea, y eso adoptando para ésta la tradicional y académica, no el recorte drástico que algunos postulan para hacerla comenzar en 1914. Pensemos en otra gran empresa del mismo país, el Thesaurus linguae latinae. Sólo remonta al Leipzig de 1900[3]. Como que da algún vértigo evocar la historia alemana desde entonces hasta hoy. Tengamos en cuenta que cuando se inició no existía la Alemania unificada, ya muy deseada. En esa circunstancia, no cabe duda de haber obedecido su impulso a una exaltación del pasado propio.Y sin embargo, empezó en Hannover, un electorado y luego reino antiprusiano, de trasfondo tradicionalista y católico, que incluso llegado el momento se opuso militarmente a la unificación bajo esa hegemonía, un tanto berlinesa y protestante. Pero ello nos denota cómo en aquel ambiente se sabía entonces distinguir bien entre los pequeños avatares políticos y la circulación de las grandes corrientes del espíritu. Un ejemplo pintiparado para su imitación por nosotros ahora. En fin, en aquel territorio tenía mucho prestigio, a pesar de ser reciente, la universidasd de Tubinga, erigida en 1737.
En cuanto al argumento de la empresa en sí, la determinación de lo que era germánico se tomó en un sentido muy lato, pues se extendió a la producción documental y literaria de los pueblos de este origen, incluso cuando se había desarrollado en territorios fuera de su solar definitivo. Ello quiere decir que abarcaba la España visigótica[4]. Y un detalle que nos sirve para valorar su aportación en este campo, sin necesidad de recurrir a ningún otro, es que la Historia general del derecho español de Eduardo de Hinojosa, no pasó de su primer tomo, aparecido en 1887, y que llegaba hasta los comienzos de dicho período visigodo, al no disponer de los materiales facilitados por la reciente historiografía alemana[5], toda ella desde luego muy relacionada con la colección que nos ocupa y que él había conocido de cerca al ir allí becado en 1878[6]. Recordemos que Félix Dahn publicó, de 1861 a 1909, los once volúmenes de su Histotria de los reyes germanos.
Y se nos impone también un cotejo de esta época de estudio enfervorizado y generoso con la degradación de alguna etapa posterior. Debemos al historiador del derecho canónico medieval, Stephan Kuttner, un dato decisivo en cuanto a este extremo: durante la segunda guerra mundial, al tomar las autoridades nacionalsocialis-tas medidas para preservar de los bombardeos enemigos ciertos tesoros bibliográficos, excluyeron de ellas los manuscritos latinos y eclesiásticos, en cuanto a su juicio no formaban parte de la genuina cultura alemana, aunque hubieran sido alemanes sus autores. Y de hecho ello acabó causando la destrucción de algunos. Algo que desde luego no habrían entendido los creadores de los MGH, por mucho que de legítimo sentimiento patrio[7] hubiera en su dedicación[8].
Además de esta corriente, nos parece también que contó en su fomento la cultura romántica de la época.
Tengamos en cuenta que, en 1814, Federico-Carlos de Savigny (1779-1861) había publicado en Heidelberg un alegato polémico Sobre la vocación de nuestro tiempo para la legislación y la ciencia del derecho, que equivalió al manifiesto creador de la llamada “escuela histórica del derecho”, de una raíz inequívocamente romántica, al atribuir la entraña del mismo al Volksgeist o “espíritu del pueblo”. En el seno de la misma hubo una división entre romanistas y germanistas, alinéandose entre los primeros el propio Savigny, y entre los segundos Jacobo Grimm, uno de los dos hermanos recopiladores de la cultura popular en torno, cuyo nombre no nos habríamos supuesto asociado a esta tarea, por lo cual precisamente nos vale cual indicio decisivo del entronque de ella en todo el contexto cultural coetáneo. Pero Grimm había sido alumno de Savigny en Marburgo, y andando el tiempo le dedicó una de sus obras de materia lingüistica. Marx había sido también alumno de Savigny en Berlín, y aunque en 1842 publicó en la “Gaceta Renana” un artículo crítico titulado El manifiesto filosófico de la escuela histórica del derecho, no la desvalorizaba integralmente, arremetiendo más bien contra su ideología inspiradora. Notemos en fin la predisposición romántica hacia lo medieval, tanto en su ala progresista[9] como en la tradicionalista, fijándose por ejemplo la primera en ciertos movimientos sociales y gremiales y la segunda en las catedrales, el gregoriano y la escolástica. Claro está que la afirmación que antecede simplifica mucho.
Entrando en materia, hemos de evocar la figura del barón Karl von Stein[10] (1757-1831), un funcionario y hombre de estado del imperio prusiano, nacido de una familia noble en Nassau, cuyo padre era protestante, pero chambelán del arzobispo de Maguncia, uno de los electores católicos. Se ha dicho de él, convencido de que la participación en la vida pública era una exigencia moral, haber sido el político más influyente en Prusia desde Federico-Guillermo I. Su aportación fue la introducción de elementos liberales y constitucionales en esa monarquía absolutista. Fue uno de los hombres más entusiastas de la unidad alemana. En 1816 se retiró a una finca familiar en Westfalia[11]. Y el 20 de enero de 1819, en su casa de Frankfurt del Main, se fundó la sociedad de historia alemana que sería decisiva para el acometimiento de los MGH, la Gesellschaft für ältere deutsche Geschichtskunde.
Esta entidad era un caso muy singular en la historia asociativa. Su régimen era entre monárquico y oligárquico, pues no eran los miembros quienes elegían la junta directiva, sino al contrario, los directores elegían a los miembros, los cuales por otra parte no tenían voz ni voto[12]. El presidente nombraba al editor y al secretario. El barón se puso en contacto para intercambiar impresiones acerca de sus esperanzas y proyectos con el propio Goethe[13], con Grimm, con Savigny[14], y con uno de los grandes historiadores del derecho político que entonces iban surgiendo en Alemania y en toda Europa, Karl-Friedrich Eichhorn, el autor de la Historia del derecho y del estado alemanes, publicada de 1808 a 1813. Llegado el momento mandó a Goethe, a guisa de muestra, el manuscrito de una edición del historiador cisterciense Otón de Freising. El famoso vicario general de Constanza, de prácticas heterodoxas y sospechosas, Ignaz von Wessenberg (1774-1860) hizo sugerencias muy útiles en cuanto a la coordinación de la propaganda entre los distintos estados y príncipes, ámbito en el cual pocos podían moverse como él, teniendo en cuenta que había tenido beneficios eclesiásticos en lugares muy alejados entre sí dentro del futuro territorio imperial y aun fuera de él, por ejemplo en la Suiza de habla germánica[15].
Los MGH fueron la principal ocupación de los últimos años de Stein, según sus intenciones confesadas “para dar vida al sabor de la historia alemana, facilitar el estudio de sus fundamentos, y contribuir a la preservación del amor por la patria común”. Tengamos en cuenta lo revelador que resulta, de toda una mentalidad, este convencimiento en un estadista de que era el cultivo de la historia en sí, el hacer historia lisa y llanamente partiendo de la edición de sus fuentes, un ámbito desde luego llevando consigo la incomunicación con cualquier alharaca, el mejor medio de contribuir a la acuñación del futuro del país[16]. Algo del todo alejado de cualquier óptica aparencial o de imagen, de toda realidad virtual, que por contraste con otras posturas políticas de hoy, incluso las de buena fe, nos hace reflexionar sin esfuerzo aunque sí con preocupación. Se ha señalado como un remoto precedente de esta colección otra también de documentos medievales germánicos a pesar de su título, la Monarchia romani imperii, recopilación de Melchior Goldast[17] (1576-1635), que empezó trabajando en la biblioteca de la abadía benedictina de San Gal[18]. Stein nombró editor general y secretario, a dos estudiosos llamados Dümgé y Büchler, habiendo redactado antes éste un prospecto publicado el 24 de junio de junio del año anterior. Pero Dümgé era un hombre difícil y Büchler carecía de competencia bastante, de manera que Stein prescindió del primero en 1821, y el segundo se solidarizó entonces con su compañero. Mientras tanto se había dilapidado mucho dinero en la retribución de comisionados también incompetentes para comenzar la búsqueda de los manuscritos y hacer los trabajos preliminares.
Así las cosas, llamó junto a sí como editor científico sencillamente a un estudioso nacido en Hannover, Georg-Heinrich Pertz (1795-1876), hijo y nieto de encuadernadores, secretario de los archivos de la ciudad desde 1823, y su director desde 1827[19], que dirigiría la empresa casi durante medio siglo, hasta 1874[20].Por su parte, en 1836, llegó a Hannover para colaborar en la obra, el joven Georg Waitz[21] (1813-1886), casi todavía un estudiante, del territorio fronterizo de Schleswig-Holstein[22], pero muy antidanés, que había estudiado en Kiel y en Berlín y también intervino en política. Fue discípulo de Ranke, y desde 1849, profesor en Göttingen, creó la escuela medievalística de esta universidad. Tendría un papel decisivo[23] al retirarse Pertz más que por la edad por los disgustos un tanto terroríficos de que habremos de de decir, además en una tempestad crítica e incluso hostil levantada en torno a él, por otra parte poco antes de su muerte..
Pertz había padecido la ocupación francesa siendo colegial, estudió filología clásica e historia en Göttingen, y volvió a su ciudad de preceptor de una notable familia que le presentó al barón. Éste le mandó a buscar manuscritos a Viena y luego a Roma. Llegado a la ciudad eterna en 1821, o sea cuando era todavía la del papa rey, fue sorprendente la manera cómo se ganó el favor de las altas esferas de la Iglesia, concretamente los cardenales Consalvi y Mai, quienes le abrieron los archivos del Vaticano, entonces secretos no solamente de nombre sino en la realidad. Y el embajador de Prusia, que era nada menos que Niebuhr, se dice que le integró en su familia de la manera como se hace con un hijo adoptivo. El 23 de agosto de 1823 fue nombrado editor por Stein. Éste nombró entonces secretario a Johann-Friedrich Böhmer[24], nacido el mismo año que Pertz (1795-1863), de la alta burguesía de Frankfurt, hijo de un funcionario muy conservador, un tanto anclado en las tradiciones del antiguo régimen. El carácter de Böhmer era opuesto al de Pertz, por eso muy adecuada la complementariedad de ambos para una empresa de esa índole. Böhmer era retraído, pero en modo alguno un ratón de biblioteca, sino de una sensibilidad romántica, la cual le llevó entre otras cosas a una profunda admiración potr la liturgia católica y otras manifestaciones externas de la Iglesia, aunque no llegó a entrar en ella, si bien contó con amigos íntimos muy vinculados a la misma, como el poeta Clemens von Brentano (1778-1842) y el mucho más joven historiador Joahnn Janssen (1829-1891). Su influencia en muchos historiadores fue intensa pero más bien desde lejos. Su amistad con Pertz duró hasta la muerte, por encima de todos los avatares sobrevenidos, incluso después de su retiro tardío, el de Waitz, de la empresa. Cuando se conocieron, Böhmer escribió de Pertz tener cualidades para llegar a ser el Mabillon alemán. Como editor comercial fue elegido Heinrich-Wilhelm Hahn (1760-1831), de Hannover[25].
Entonces se adoptó definitivamente el grandioso plan, consistente en la publicación de todas las fuentes[26] de la historia germánica, desde la desaparición definitiva y real de los vestigios de la dominación imperial romana hasta la aparición de la imprenta, o sea del 500 al 1500 como se simplificó en números redondos. Fueron excluidas las cruzadas y la historia puramente eclesiástica, aunque en verdad una parte inmensa de la empresa era historia de la Iglesia por la fuerza misma de las cosas[27]. Y se adoptó la división en cinco secciones, a saber crónicas, fuentes jurídicas, documentos, cartas, y escritores de interés historiográfico, o sea Scriptores, Leges, Diplomata, Epistolae y Antiquitates.
Ahora bien, llegados aquí no tenemos más remedio que hacer un excursus, en cuanto a la concepción imperante y luego desarrollada, coincidiendo con el desarrollo de la propia magna colección, de la edición[28] de las fuentes antiguas[29].
Se cree que la noción misma de una edición crítica, en el sentido de una reconstrucción rigurosa del texto original de una obra de la cual nos han queddao varias copias con variantes entre sí, es una conquista de la historia de la erudición contemporánea. Y esto no es exacto. Pues se trata de una reconquista. Nuestras exigencias, la eliminación de las erratas de la transmisión, ya las tuvieron nada menos que los hombres de la biblioteca de Alejandría, en el siglo III antes de Cristo, y los monjes de la Alta Edad Media. Fue a partir de 1350 cuando sobre todo en Occidente se abandonó ese ideal, sustituido por el mucho más cómodo de la enmienda del texto corrientemente aceptado, o sea de la lectio recepta. Algo pues caprichoso y subjetivo. De esa manera se hicieron las primeras ediciones impresas, princeps. Las excepciones se nos dejan evocar tremendamente solitarias, como el poeta Policiano. Se empezó a cambiar en el Renacimiento, cuando se tuvieron en cuenta los manuscritos objetivamente, por encima de la mera intuición de los editores, es decir ope codicum et ingenii. Pero notemos todavía la carga personal. Así trabajaron José-Justo Escalígero (1540-1609) al editar en 1577 a Catulo, y Richard Bentley (1662-1742) a Horacio en 1711, dando lugar a la que por ellos se llamó escuela anglo-holandesa, todavía muy empírica y tributaria de la analogía.
Fue un alemán, en los primeros años de la colección que nos ocupa, aunque al margen de ella, el que lanzó la exigencia del criterio genealógico, la reconstrucción del árbol genealógico sin más de los distintos manuscritos conservados, hasta poder llegar de esa manera al texto más fielmente parecido al original perdido. Se trata de Karl Lachmann[30], editor del Nuevo Testamento en 1831 y de Lucrecio en 1850, después de textos medievales germánicos. Teóricamente el principio era irreprochable, pero se le objetó la imposibilidad en la práctica de llevarlo a cogüelmo, concretamente por el estudioso francés de las leyendas épicas, Bédier, ya tardíamente, en 1913 y 1928, siendo también de esa tendencia don Ramón Menéndez Pidal. Se llegó a decir hasta que iba en contra del sentido común. Sin embargo, el benedictino Henri Quentin, el hombre más destacado en la edición de encargo vaticano de la Biblia Vulgata, exageró todavía más la manera de Lachmann, incluso llegando a criticar a éste, al pronunciarse por una operatividad meramente mecánica, repudiando las situaciones en que el editor tenía que escoger personalmente entre unas u otras variantes. Él propugnaba en cambio una tensión continua a la caza de las variantes humildes, o sea la desembocadura, tras largos titubeos, en la que se llamaría regla de hierro[31].
Volviendo a nuesto relato, para el nombre de la colección, Pertz propuso al barón varios, eligiendo él el que desde entonces lleva. El lema había quedado sugerido por Büchler, Sanctus amor patriae dat animum. El 14 de agosto de 1826 apareció el primer volumen, en el cual aquellos hombres se jugaban mucho, salta a la vista. No fue posible optar por un material muy temprano, o sea merovingio, como habría sido lógico y ellos pretendieron al principio, por no estar disponibles los textos. Entonces optaron por uno al fin y al cabo a cual más emblemático, de Carlomagno, Annales et Chronica aevi Carolini. Tres años después apareció el segundo tomo, en gran parte obra del propio Pertz. Éste había descubierto, por ejemplo, los Annales Xantenses.
Mientras tanto la búsqueda de manuscritos se había extendido a Inglaterra y a París. La estancia en esta ciudad fue decisiva en la vida de Perth, tanto en su dimensión erudita como en la social y familiar. Allí se casó con Julia Garnett, la hija nacida en los Estados Unidos de un astrónomo ingles, que causó una óptima impresión a Niebuhr y a Stein. A su boda asistió La Fayette. Hizo amistad con el historiador Augustin Thierry (1795-1855), el político orleansista y polígrafo Charles Rémusat (1797-1875) y el historiador y antrópologo Benjamin Guérard (1797-1854). En 1829 tomó como colaborador a un historiador del derecho casi de su edad, Johann-Franz Lappenberg (1794-1865) quien, luego de haber estudiado medicina en Edimburgo y vivido en Londres para estudiar el derecho político británico, había tomado ese otro rumbo, siendo ministro residente de su ciudad de Hamburgo en Berlín y luego archivero en la misma. Colaboró hasta su muerte, que se hizo esperar cuarenta años, en la colección, pero no cual organizador. El mismo caso fue a pesar de todo el de Böhmer, que tomó a su cargo el primer tomo de los documentos, con la regesta de los imperiales emitidos del 911 al 1313, apareciendo la primera parte en 1831[32].
Pero había un agudo problema financiero. La nobleza y la política no habían respondido a los llamamientos del barón, en algunos casos al contrario. Fue nada menos que el de Metternich, quien vetó la contribución de Austria, por antipatía ideológica a Von Stein, a quien tenía por un tanto revolucionario. Jugaron también los prejuicios, de una parte religiosos, y de otra dinásticos y genealógicos.
El mundo medieval sonaba demasiado católico a los liberales. Y se acordaban de cómo la labor de los mauristas en ese campo había puesto en tela de juicio ciertos títulos nobiliarios e incluso regios. Pero la muerte repentina del barón, el 29 de junio de 1831, fue paradójicamente la señal de la solución de aquel callejón sin salida. Metternich cambió entonces radicalmente, de manera que en la conferencia de Viena de 1834 propuso a los miembros allí representados una contribución financiera a la empresa. Hizo además mucha labor en ese sentido un ministro prusiano, el barón Nagler, que pertenecía a la Direktion o Zentraldirektion. En 1844 Nagler se eclipsó voluntariamente, al no ser ya tan necesario. Y de hecho cesó el poder presidencial, de manera que todo quedó sobre las espaldas de Pertz y Böhmer[33], a título de editor y secretario respectivamente.
Ya dijimos que en 1836 entró en la empresa el joven Waitz. Éste había entrado en el seminario de Ranke por recomendación de Savigny y Lachmann. Tengamos en cuenta que, si lo que ahora entendemos por un seminario universitario, no fue creación de Ranke, sí se acuñó definitivamente bajo su égida, a lo largo de medio siglo de máximo prestigio en la universidad alemana, que a la vez llegaba entonces a la cima europea. Waitz aprendió definitivamente junto a Ranke la obsesión por las fuentes archivísticas y el criticismo riguroso. En 1835 había sido premiado un estudio suyo sobre el rey Enrique I. Lappenberg, a ruego de Ranke, le recomendó a Pertz, quien le contrató. Ranke tenía puestas las esperanzas en él como el fuuturo Muratori de Alemania. Además de su acribia crítica en la tarea editorial, Waitz llegó a ser otro de los grandes historiadores constitucionales de la época, habiéndosele comparado en su país con el inglés Stubb. En 1837 se le unió Luwig Bathmann. Los dos jóvenes fueron recibidos en familia por los Pertz. Waitz evocó luego a aquel Pertz como a cual más asequible, rubio y de ojos azules, la frente despejada, casero y franco. Pero todo cambió mucho después. En 1841 fue nombrado director de la Biblioteca Real de Berlín, recomendado por Ranke, Jacobo Grimm y Savigny, aceptando él en abril de 1842 y mudándose de ciudad y casa. Ese mismo año, Waitz se fue de catedrático a Kiel, y siete después a Göttingen, donde fundó su prestigioso seminario. Pero no se desvinculó de la colección, la cual además, ganó en 1843 otros dos jóvenes estudiosos, Rudolf Köpke, compañero del propio Waitz en el seminario de Ranke, y Wilhelm Wattenbach, discípulo de Otfried Müller, pero que también había trabajado con Ranke. Eran, Waitz, Bathmann y ellos dos, los “Pertz’s boys”, que dijo el formidable erudito inglés Edmund Bishop, en definitiva los primeros monumentalistas profesionales, llegada esa etapa en la que el mismo Pertz ya podía tener una verdadera oficina.
Poco después apareció en el grupo un joven judío, Philipp Jaffe (1819-1870), también discípulo de Ranke, luego de haber abandonado la carrera comercial que se le tenía destinada. En cnco años de trabajo ímprobo, en 1851 terminó esa su primera edición de documentos pontificios que ha llegado a ser un clásico. Pertz le envió a Roma, pero Pío IX, aunque se le mostró muy cortés, no le abrió las puertas documentales como había sido el caso de Pertz mismo según ya vimos. En 1854 entró definitivamente a formar parte del grupo de los MGH, donde permaneció una docena de años. Otra adquisición fue Karl Pertz, el hijo mayor del jefe, pero no tan afortunada, pues aunque era trabajador, resultaba más vanidoso que capaz. A decir verdad los dos nuevos reclutados llegaron a determinar en buena medida un cambio en la posición del maestro. Cuya vida privada había cambiado radicalmente. Había enviudado en 1852. Dos años más tarde se volvió a casar con una dama de familia muy distinguida y bien situada, la inglesa Leonora Horner, hija del geólogo y pedagogo Leonard. Cuñados de Pertz pasaron a ser el geólogo sir Charles Lyell, y el barón sir Charles Bunbury, propietario en Mildenhall y Barton, cerca de Cambridge. Ello amplió naturalmente sus relaciones sociales, tanto en Berlín, colonia inglesa muy particularmete incluida, como en Inglaterra, donde se le abrieron ibliotecas particulares celosamente guardadas, como las de Earl Spencer y lord Ashburnham, haciendo estadías en Battle y Barton Hall, y pasando vacaciones con grupos de su círculo en Tenby y Barmouth. Pero su mujer era menos tratable, de manera que su casa dejó de estar abierta a los monumentalistas. Además impuso en ella el inglés, e incluso terminó por irse a Inglaterra para que sus hijos se educasen en su país.El caso fue que el maestro dejó de ser asequible. Así las cosas, en 1860 vetó una oferta hecha a Jaffe para un puesto directivo en los archivos de Florencia. Dos años después, estando Pertz en Glasgow, Jaffe envió a los MGH el aviso requerido de seis meses para dejar su colaboración. Pertz le acusó de ingratitud, pero en Berlín el dimisionario contó con apoyos de la envergadura del propio Ranke y de Mommsen, de quien naturalmente tendremos que decir más. Comenzaban de esa manera los últimos diez años amargos. En el otoño de 1863 le dejó también Böhmer. De hecho, la sociedad nominalmente responsable de la empresa había dejado de existir[34]. Y a Pertz se le acusaba de tener la misma por una propiedad personal a transmitir a su hijo Karl. Además mantenía secretos y para él solo los manuscritos acumulados durante su mandato. El asunto tomó tan colosales proporciones que Bismarck mismo trató de someter la colección a la Asamblea Federal, y si no llevó a cabo fue por tener que ocuparse de la crisis del Schleswig-Holstein y la propia ruptura de la Confederación, consecuencia de la cual, y de la separación de Austria, fue el pase de los MGH a una órbita exclusivamente prusiana.
En septiembre de 1867 Ranke propuso al Gran Duque de Sajonia-Weimar-Eisenach y a otros príncipes alemanes la constitución de una academia con sede en Weimar para la prosecución y terminación de la obra. Mientras tanto, Jaffe inició, con la aprobación de Mommsen, la publicación de una serie, la Bibliotheca rerum germanicarum, en clara competencia con las series menores o complementarias de los MGH. Y publicó una edición de las cartas de san Bonifacio, que había prometido Pertz hacía tiempo, a la vez que criticó abiertamente los métodos científicos de éste. Por su parte Pertz ya de antes llegaba casi al insulto en ciertas notas a pie de página referentes a Jaffe. Para colmo de desventura, Jaffe perdió entonces un manuscrito de la biblioteca de Berlín, Pertz le prohibió la entrada en ella, el ministro salió en defensa de Jaffe, Pertz acusó a Jaffe de espionaje y no rectificó su decisión. La reacción de Jaffe, convertido al cristianismo en 1868, fue la manía persecutoria, terminando por suicidarse en 1870, ello coincidiendo con una cierta decadencia mental de Pertz. Era inevitable que la situación repercutiera en la marcha de la colección. Llegaban a apilarse las pruebas sin corregir. El muy fiel Waitz acabó también por marcharse. Y el primer tomo de los Diplomata, editado por Karl Pertz, resultó muy deficiente. Ranke instó al gobierno a intervenir y se constituyó una comisión a la que se dio seis meses de plazo para emitir un informe. Mas, a pesar de todo, y de su propia situación personal, Pertz se mostraba intratable, considerándose el heredero de una empresa personal del barón Von Stein. Hasta que inesperadamente se puso en manos de sus pesquisidores, quienes trataron de contar con él para el arreglo de la corporación, asistiendo a pesar de todo a la asamblea general de 1876, el mismo año en cuyo otoño murió de una embolia. También había tenido que dejar la biblioteca, de manera que sus últimos años fueron de absoluta soledad, aunque en la compañía abnegada de la mujer y familia.
Pero ese panorama sorprendente, a ratos aúlico, a ratos penosísimo, con escenas que nos han dejado asomar al cuento de hadas y otras a la novela terrorífica, no debe hacernos olvidarnos la historia de la erudición en que debemos movernos. En 1829 había comenzado dentro de la colección la publicación de una serie en pequeño formato, octavo, in usum scholarum, de autoría individual. De ahí se pasó al proyecto de adoptar el formato en cuarto para los scriptores y publicar simultáneamente en octavo los mismos textos del grande. A propósito de lo cual surgió una controversia, que duraría treinta años, entre Pertz y Böhmer, ya que el primero seguía sosteniendo a machamartillo el solemne formato originario en folio. Una solución mediocre fue la publicación, al margen de la colección, por el mismo Böhmer y otros, de unas Fontes Rerum Germanicarum desde 1842. En la década de los cuarenta, Waitz consiguió entonces que, al margen de los textos, no sólo se indicaran las fuentes, sino las citas completas antiguas de las mismas cuando eran las primeras conocidas.
Waitz se volvió a incorporar ( sus sucesores fueron Ernst Dümmler, 1888-1902; y Reinhold Koser, 1906-1914), dejando para eso Göttingen en 1875, y se nombró una junta directiva nueva, aprobándose además otros estatutos. En la junta permaneció Pertz hasta su muerte; Euler era otro de los viejos tiempos. Además estaban, entre otros, Theodor Mommsen, el paleógrafo Wilhelm Wattenbach (1819-1897), Theodor Sickel (1826-1908), Wilhelm Giesebrecht (1814-1889), Ernts-Ludwig Dümmler (1830-1902) y Heinrich Von Sybel (1817-1895). La junta se reunía una vez al año, y mientras tanto dirigía la empresa un comité integrado por los miembros que vivían en Berlín. Ella nombraba los directores de las cinco secciones. Dos de sus miembros eran nombrados por las academias de Berlín[35], Munich y Viena. Dom Knowles dice que entonces entraron los MGH en su edad de oro.
Las distintas épocas de la colección se pueden seguir a través del tamaño de sus volúmenes. Ya dijimos de la inquebrantable fijación de Pertz en el folio. Durante su mandato en ella propiamente dicha no hubo ninguna excepción a él. Después se fue haciendo más raro, hasta terminar con un tomo de los scriptores en 1934. El tamaño en cuarto apareció inmediatamente después de su cese, siendo el normal en adelante, a la vez que la editorial pasaba a ser la librería berlinesa Weidmann, muy ligada a Mommsen. Y el tamaño en octavo, ya introducido en 1893 para una nueva serie, Scriptores rerum Germanicarum in usum scholarum, se amplió en 1909 a la de las Fontes iuris Germanici antiqui in usum scholarum. Otra innovación tuvo lugar en la lengua. Se propuso dejar el latín, que era la oficial de la colección. Pero sólo se aprobó el cambio para los textos en alemán. Sin embargo, Sickel, que no lo dominaba pecisamente, redactó ayudado una introducción para un volumen de los Diplomata, y en lo sucesivo aparecieron en alemán las de esa su serie.
Entre las nuevas adquisiciones hay que citar, a Edward Winkelmann (1838-1896), el discípulo más aventajado de Waitz; a Karl-Edward Arnd (1802-1874), discípulo de Waitz y de Ranke; a Ludwig Weiland (1841-1895), también de Waitz, en 1865; en 1874 a Paul Scheffer-Boichorst (1843-1902), de Waitz y de Köpke. En 1863 apareció un valioso volumen de leges, el tercero, de Johann-Paul Merkel (1819-1861, por lo tanto póstumo en cuanto a él); y Friedrich Bluhme (1797-1874), éste historiador del derecho romano, canónico, germánico, incluido el visigótico. Cuando se fueron por haber obtenido cátedras Scheffer-Boichorst, Arndt y Weiland, llegaron otros, tales Heller, muy simpático, que murió joven en 1880; Oswald Holder-Egger (1851-1911), discípulo de Waitz, que se está de acuerdo en estimar le superó, fiel monumentalista desde la juventud hasta la muerte, habiendo rechazado en aras de ello todas las prebendas que se le presentaron, por lo cual es de obligada justicia rendirle un tributo particular aquí; Bruno Krusch; Harry Bresslau, editor, paleógrafo e historiador; Felix Liebermann, óptimo conocedor del mundo ánglico, por sus trabajos en el inglés antiguo y el derecho normando; y Ludwig Traube (1861-1907), el iniciador de la dinastía de los paleógrafos de Munich, de la cual acaba de desaparecer el patriarca de la tercera generacón, Bernhard Bischoff.
Mommsen (1817-1903), incorporado a la tarea cuando ya estaba mediando la sesentena, empezó en 1877 sus Auctores antiquissimi, de los que salieron quince tomos hasta 1919. En 1894 editó a Casiodoro. En 1898 dio a luz el primer tomo del Liber pontificalis, a la altura de la edición de monseñor Duchesne aunque sin llegar a superarla,estándose todavía a la espera del segundo. Mommsen monopolizó en los MGH el período más antiguo, en el que todavía era profunda la huella romana[36], llegándose a decir que era una provincia suya, o sea una excepción en los scriptores a la hegemonía también exclusiva de Waitz. Krusch y Wilhelm Levison iniciaron los Scriptores rerum Merovingicarum, siete tomos de 1884 a 1920, con uno más para los Scriptores rerum Longobardicarum.
Los documentos de los reyes y emperadores corrieron a cargo de Sickel, el paleógrafo de Viena, para el período otoniano, de Breeslau (1848-1926) para el posterior hasta Enrique IV, y de Engelbert Mühlbacher (1843-1903), otro austríaco, para los primeros carolingios; desde 1903 un grupo vienés se ocupó de los Staufen. Merced a Sickel, se diría que los diplomata se habían naturalizado en Austria.
De las cartas, dominio de Wattenbach, aunque malgré lui, salieron de 1887 a 1928 siete tomos del papa Gregorio I y de los tiempos merovingios y carolingios; y una serie en tres de los papas del siglo XIII a cargo de Carl Rodenberg, había ya salido de 1883 a 1894. Wattenbach eliminó a Pertz hijo, y reclutó al joven Paul Ewald, el editor de Gregorio I, y a quien Edmund Bishop dio a conocer la colección epistolar pontificia del British Museum.
Dümmler, en 1880, sacó en las antiquitates, seis tomos, los dos últimos incompletos, de los Poetae latini medii aevi, y desde 1884 libros de hermandad y necrológicos de los monasterios alemanes. Le ayudaron Max Manitius[37] y sobre todo Traube.
De 1892 a 1909 salieron seis tomos de Crónicas alemanas y tres Libelli de lite imperatorum et pontificum, éstos últimos en la entraña de la que algunos historiadores alemanes han llamado de siempre la cuestión antonomástica. De las leges se ha dicho haber sido la espina de los MGH, Schmerzenkind. Para dirigirlos fue propuesto el jurisconsulto y político Boretius de Halle (1836-1900), un apasionado seguidor de Pertz desde los viejos tiempos, pero le vetaron Waitz y Mommsen y el primero tomó sus riendas. Karl Zeumer, entre otras cosas visigotista, fue muy fecundo en su campo. De 1883 a 1908 aparecieron cinco tomos de Leges nationum Germanicarum, y dos de Capitulares, además de otra pareja dedicada a los concilios francos. Zeumer y Jakob Schwalm (1865-1931), continuaron las Constitutiones et acta publica imperatorum et regum, que había empezado Weiland. La serie se dividió en cinco secciones. Zeumer fue ayudado mucho por Friedrich Thaner.
El formidable e indiscutido Waitz murió el 25 de mayo de 1886, veinticuatro horas después que Ranke, quien en su lecho de muerte había preguntado por él, Was macht denn der treue Waitz?. La junta directiva nombró presidente a Wattenbach, se dice que la elección que habría hecho el difunto. Pero como a esas alturas el que pagaba era el gobierno, quería también mandar, y azuzado además por el comité de Berlín que dominaba Mommsen, recabó para sí el nombramiento, aunque a propuesta de la junta. Entonces, y por dos veces, aunque en el intervalo había variado la composición de la misma, los votos de la misma quedaron en empate entre el mismo Wattenbach y Dümmler, y el gobierno prefirió a este último. Además el presidente, que no había de pertenecer a la junta ni ser editor, pasó a ser también director, lo cual considera dom Knowles como el primer paso para la transformación de la empresa de los MGH en un instituto.
El mandato de Dümmler, desde 1887 hasta su muerte, al pie del cañón, en 1902, es considerado por dom Knowles como la segunda mitad de la época de Waitz.Consiguió el puesto de asistente y un buen sueldo para Holder-Egger. Al dimitir Wattenbach de la doble dirección de los scriptores y de la revista Neues Archiv, encargó a ése también dicha sección y a Bresslau ésta. De paso colaboraron Wilamowitz-Möllendorf y Henrich Böhmer; con estabilidad Michael Tangl (1861-1921), el citado Wilhelm Levison[38] (1876-1914), Alfons Dopsch y Hermann Bloch. Son nombres que ya empalman con gentes a las que hemos alcanzado a conocer, ligados inevitablemente también en sus vidas e incluso obras a los avatares de la historia coetánea.
Krusch y Levison dieron remate entonces a las vidas de los santos merovingios, habiendo de tener muy presente la crítica de los bolandistas[39], paradójica manifestación del rigor de estos eclesiásticos, por encima incluso de los exámenes imparciales de la erudición laicista. ¿Disculparemos entonces que en sus primeros tiempos fuesen amenazados por la Inquisición? Desde luego que no, en cuanto la sombra inquisitorial se cernió sobre ellos al servicio de fábulas insostenibles cual el origen oriental y veterotestamentario de los carmelitas. Dümmler mismo participó en la edición de los epistolarios carolingios, como los de Alcuino, Lupo Ferrieres y Pascasio Radberto. Holder-Egger emprendió la lentísima edición de Salimbeno.
En 1889 Bresslau publicó su manual de Diplomática, uno de los clásicos en la materia que desde entonces se han sucedido sacando de apuros o metiéndoles en ellos a las generaciones de estudiantes que vinieron, Handbuch der Urkundenlehre. Pocos libros en su género se han propuesto con anta crudeza coger el toro por los cuernos, llegando a predicar el dictado contra el texto de los manuscritos a la búsqueda de la intuición editora.
Poco antes de la muerte de Dümmler se retiró Mommsen[40] de la tarea editorial, pero no del gobierno en la sombra de los MGH. Tenía entonces ochenta y cinco años. Recordemos que también él había nacido súbdito danés en el Schlesvig-Holstein. Del reino de Dinamarca fue la primera beca que le permitió vivir en Roma. Pero fue desde siempre liberal y nacionalista alemán. Ese mismo año, compartió con el poeta francés Sully-Proudhome el novísimo premio nobel de literatura. A la muerte de Alfredo Nobel se discutió si éste debía premiar únicamente las obras de creación imaginativa o también las eruditas. La Academia Sueca lo zanjó inmediatamente. ¿No fueron los MGH, y toda la historiografía alemana coetánea los laureados en la persona del viejo historiador de Roma? En todo caso, pocos colegas han igualado a Mommsen en la compatibilidad de la investigación rigurosa y la belleza y apasionamiento de la exposición.
Muerto Dümmler, el gobierno dio un golpe de fuerza, nombrando interinamente para sucederle a Holder-Egger, y aplazando hasta el año siguiente la elección definitiva. La opción era entre él y Bresslau. Éste era judío y no estaba bien visto en Berlín. Pero Holder-Egger tenía la oposición del viejo Mommsen. Salió elegido a pesar de ello, pero de una manera laboriosa y compleja, y tampoco definitiva, pues. el gobierno estaba decidido a burocratizar la empresa, convirtiéndola en un instituto a cuyo frente habría un gerente, que no tenía porque ser medievalista. La burocratización penetró en las tareas estrictamente editoriales y científicas, convirtiendo en funcionarios a los colaboradores más estables. Y dom Knowles llega a hablar también de la metamorfosis de los historiadores medievalistas en técnicos editoriales. ¿Una lección también a tener en cuenta con sus luces y sus sombras? No vamos a juzgar los pros y los contras, y tampoco estos aspectos jurídicos nos interesan tanto, por mucho que repercutieran en la tarea investigadora que es nuestro argumento. La cual padeció mucho a lo largo de cuatro pesados años entonces. Desde la pereza de los editores hasta la corrupción económica, pasando por el reclutamiento de ineptos y las publicaciones deleznables. Hasta que en julio de 1906 el gobierno nombró a Reinhold Koser, que llevaba diez años de director de los archivos prusianos y había historiado a Federico el Grande. En su mandato tuvo el mérito de integrar a los jóvenes con los veteranos. En ese momento los MGH tenían tres sedes, la junta directiva y varias secciones en Berlín, los diplomata carolingios en Viena, los suabos y los scriptores con Bresslau en Estrasburgo, ciudad que tuvo que trocar por Heidelberg cuando en 1918 pasó a pertenecer a la Francia victoriosa en la guerra. Poco después del estallido de ésa había muerto Koser, quedando la empresa durante los años de la contienda en manos de Bresslau[41] precisamente, pero dejandola poco después a causa de dicha mudanza, la edad y los cambios administrativos de que hemos dicho. Por otra parte, desde 1911, fecha de la muerte de Holder-Egger, Bresslau dirigía también los scriptores. En 1907 había muerto Traube, siendo comprada su biblioteca por un grupo de amigos que la donaron a los MGH. En esos años Levison publicó la vida de san Bonifacio (1905)- como Tangl sus cartas en 1916- y las de los santos anglosajones (1919-1920), Ehwald la de Aldhelmo (1913-1919), y Caspar la regesta del papa Gregorio VII.
En 1919[42] fue nombrado Paul-Fridolin Kehr, habiendo por primera vez unanimidad. Era discípulo de Sickel. Cuatro años antes, en plena guerra, había sucedido también a Koser al frente de los archivos prusianos[43]. La tarea de su vida había sido el proyecto de la edición integral de la documentación pontificia, país por país. Uno de los estudiosos que trabajaron para él en ese cometido, Walther Holtzmann (1891-1963), se incorporó a los MHG ya después de la segunda guerra, en 1946, y editó tres tomos de la materia para el ámbito inglés. De Koser se ha dicho tener un temperamento tan dictatorial como práctico. Políticamente estaba muy alejado del liberalismo de Bresslau. En religión era agnóstico. Saneó las financias de la obra y consiguió para ella una mejor instalación en la Biblioteca Nacional. La dividió innovadoramente en tres secciones, scriptores, leges y diplomata, y contrató sendos directores para las mismas. De su capacidad de trabajo nos da una idea que publicase personalmente tres tomos de las escrituras carolingias. Ejemplos como el suyo nos ponen en guardia contra la abrumadora generalización que padecemos de las quejas por la falta de tiempo.
La conquista del poder por el nacionalsocialismo parece que habría debido llevar consigo una prosecución de la vitalidad de los MGH, una empresa que ya vimos nació en aras del nacionalismo alemán, un nacionalismo que al fin y al cabo había triunfado con la constitución del segundo imperio. Pero la mentalidad del tercero era a pesar de todo radicalmente distinta. En cuanto a la forma, era natural que cayese bajo su índole dictatorial. En 1934 los MGH fueron puestos en la dependencia del Ministerio del Interior, y el 1 de abril de 1935 se promulgaron lacónicamente unos nuevos estatutos. Se convirtieron en un Reichsinstitu, cuyo director y los doce miembros meramente consultivos de su consejo pasaron a ser de nombramiento directo ministerial. El Neues Archiv pasó a llamarse Deutsches Archiv[44]. Kehr no pertenecía al partido, pero por una parte prefería el autoritarismo a cualquier desorden, y por otra era lo bastante realista como para comprometer una situación de hecho en aras de cualquier contingencia escrupulosa. De manera que aceptó la nueva reglamentación y se mantuvo en el cargo, aunque dimitió el año siguiente, 1938. Éste año se inició una nueva coleción, Schriften der MGH. El primer volumen fue un estudio de la literatura epistolar en Alemania en el siglo XI, de Carl Erdmann.
El último de que tenemos noticia, de 1998, que hace el número cuadragé-simosexto, es otro de Arno Borst sobre la reforma carolingia del calendario. El año anterior, 1937, había comenzado otra serie tambén nueva, los estudios críticos de la Deutsches Mittelalter, también con otra aportación de Erdmann sobre las cartas de Enrique IV. El cuarto y último salió en 1949[45], las obras de Alejandro de Roes, a cargo de Herbert Grundmann y Hermann Heimpel. Kehr fue sucedido por E. E. Strengel, hasta 1942, y éste a su vez por Theodor Mayer, hasta el fin de la guerra tres años después. Al llegar aquí nos acordamos de la afirmación de un escritor alemán, Hermann Hesse, que murió nacionalizado suizo cerca de Lugano, de que su vida había sido destrozada primero por el nacionalsocialismo y luego por las bombas americanas. En enero de 1944 el material de los MGH fue evacuado de Berlín, marchándose con él el director y sus ayudantes a un pueblecito cerca de Bamberg, Pommersfelden. Allí había un palacio condal con buenas instalaciones para recibir los archivos y libros, el de Schönborschen, pero acaso por miedo a los bombardeos se guardaron en una mina[46], donde fueorn luego quemados por unos trabajdores extranjeros. Los almacenes de la librería Weidmann en Berlín sufrieron por su parte un bombardeo. Terminada la guerra, el director Mayer era persona no grata a los aliados, y fue sustituido por otro Mayer, Otto, del 8 de septiembre de 1945 al 30 de septiembre de 1946, y desde entonces hasta el 4 de septiembre de 1947 por Walter Goetz. Después estuvo once años a su frente F.Baetghen, que consiguió su reorganización, sucedido en 1959 por Herbert Grundmann, con lo cual llegamos a una época hasta cierto puntode continuidad con la actual y que no vamos a detallar. Pero desde el principio de la nueva situación democrática y federal, el gobierno bávaro veló por la institución, encomendada al “Deutsches Institut für Erforschung des Mittelalters”. Se volvió a una reglamentación parecida a la anterior al nazismo, siendo el presidente elegido por la junta directiva y presentado al ministro de educación del estado de Baviera, debiendo haber en dicha junta dos representantes de las cinco academias de Berlín, Munich, Göttingen, Leipzig y Heidelberg y otros dos de Viena.
A estas alturas[47], los scriptores, en sus varios apartados, llevan publicados ciento sesenta y cutro títulos, el último las Historias de Riquerio de San Remigio, a cargo de Hartmut Hoffmann, el trigésimo-octavo de los infolios.
De las leges[48] se nos han ofrecido cincuenta y seis, el último los concilios de Alemania y del imperio en Italia entre los años 1002 y 1059, por Ernst-Dieter Hehl y Detlev Jasper.
De los diplomata se ha llegado al trigésimo-primero, el más reciente las escrituras de Alfonso de Castilla y Ricardo de Cornualles, de Ingo Schwab. Epistolarios van veinticinco, el último, en la serie bajomedieval el de Alberto Behaim, editado por Thomas Frenz y Peter Herde[49].
Las antiquitates cuentan diez y seis, el último el libro de necrologías, aniversarios y registros de obediencias del cabildo catedral de Minden, en Wesfalia, por Ulrich Rasche.
En 1975 se inició una serie complementaria, de instrumentos auxiliares para los investigadores, Hilfsmittel, ya con diez y ocho títulos en su haber, muy variados, tales un léxico de la poesía latina en exámetros, guías para la Italia Pontificia y la Regesta Pontificum Romanorum de August Potthast, una concordancia verbal del Decreto de Graciano, una bibliografía epigráfica medieval y moderna de 1976 a 1984, y otra medievalística en los países de lengua alemana de 1939 a 1974. En 1991 empezó otra colección de Studien und Texte, con veinticinco títulos más variados aún si cabe, aunque estrictamente especializados, el último de Uwe Ludwig, en 1998 sobre irradiaciones trasalpinas carolingias, concretamente las contenidas en el Liber vitae de San Salvador de Brescia y el Evangeliario de Cividale.
Y nos complace citar todavía la de Fuentes para la historia espiritual de la Edad Media[50], Quellen zur Geistesgeschichte des Mittelalters. Comenzó en 1955 con la edición del comentario al Apocalipsis de Alejandro minorita por Alois Wachtel, y su último número, décimo-octavo es el de Kathrin Utz Tremp, sobre las fuentes para la historia de los valdeses en Friburgo de Üchtland, de 1399 a 1439. Señalemos la aparición, en 1994, de dos escritos antijudíos españoles, si bien se redactaron en Génova, Die Disputationen zu Ceuta (1179) und Mallorca (1286), editados por Ora Limor.
Ante estas extensiones, no podemos menos de recordar nuestras palabras iniciales en cuanto a la amplitud de los propósitos de la colección, la cual ha llegado gracias a ellas a anchurosidades todavía mucho más dilatadas. En ese sentido, dom Knowles señala que la colección fue más y más utilizada en Inglaterra a medida que salió de la preponderancia de la historia imperial que la había dominado abrumadoramente en los tiempos de Pertz, si bien ya sabemos de su aprovechamiento de entonces incluso por la historiografía española.
Y ni que decir tiene que los beneficios de los MGH no se reducen a la acumulación de sus ediciones. Hay que tener en cuenta su parte en la formación de los colaboradores, aunque no hayan sido administrativamente un centro docente como la Ecole des Chartes francesa.
Y también los suplementarios por añadidura derivados de la búsqueda de los manuscritos a publicar. Sin olvidarnos de la mejoría de los métodos de la crítica textual y la edición misma.
¿Y si el barón Von Stein levantara la cabeza? ¿Acaso no se habría consolado de su horror a la vista de los avatares intermedios de la historia de su país y de su Europa contemplando esa otra porción del llamado milagro alemán que fue la supervivencia de su colección amada?
En fin, solamente una observación. No conocemos ninguna colección completa de los MGH en España. Ello no quiere decir que no exista. Pero si este dato puede suponer una llamada de atención ahí queda consignado.
Amor librorum nos une, sí. Pero sin olvidarnos de la hermosa frase del abate Henri Bremond al caracterizar a los benedictinos franceses de la Congregación de San Mauro, entre la sapiencia y la santidad: que el polvo de las bibliotecas no seca el corazón.
[1] Hay una excelente información en la conferencia del eminente benedictino inglés David Knowles, pu-blicada en su libro Great Historical Enterprises (Edimburgo, 1963) 66-97; buen resumen en H. GRUND-MANN, MGH.1819-1969 (Munich, 1969); en italiano, de F.WEIGLE, en “Studi Medievali”, 3ª, 4 (1963) 813-20.[2] En 1921 se conmemoró el primero, siendo el historiador oficial del mismo Harry Bresslau, quien com-pendió la historia de esos primeros cien años en el “Neues Archiv” 42 (1921). Para la etapa posterior, WATTENBACH-LEVISON-HOLTZMANN, Deutschlands-Geschichtsquellen in Mittelalter (1952) 2, 17-28; y H.HEIMPEL, Organisationsformen deutscher Geschichtswissenschaft (Göttingen-Zürich, 1960)[3] Fue precedido por el Archiv für lateinische Lexicographie und Grammatik, mit Einschluss des älteren Mittellateins. Als Vorarbeit zu einem TLL, editado por E.Wölfflin, también en Leipzig (15 tomos, 1884-1908).[4] Por ejemplo, entre los “auctores antiquissimi” fueron editados los Carmina de Eugenio de Toledo, la Historia gothorum de san Isidoro, y las crónicas de Idacio y Juan de Bíclaro.[5] F.TOMÁS Y VALIENTE, Manual de historia del derecho español (Madrid, 1986) 55.[6] Iría sencillamente contra la realidad de los datos y de los textos tomar pretexto en esta circunstancia para abrigar un sentimiento de inferioridad hacia la cultura española coetánea. Hay que tener en cuenta que ya estaba en germen la edad de plata de la misma. Lo que es preciso reconocer es que tenía lagunas, y una de ellas era este ámbito erudito. Algo acaso compensado por la exuberancia de otros.[7] Por otra parte, la realidad del aspecto unitario de Europa, determinaba a veces entonces, casos curiosos de eruditos que hubieron de repartir su vida entre varios de sus estados y naciones, o cuyos antecedentes familiares o de otra índole les dieron pie para ejercitar una opción. Dos que se ocuparon de colacionar manuscritos bíblicos latinos son un ejemplo de ambas situaciones. Samuel Berger (1843-1900), fue pastor luterano en París, y había nacido en Montbéliard (hasta 1798 del ducado de Württemberg), teniendo formación alemana; Caspar-René Gregory, norteamericano antiesclavista, descendiente de un compañero de La Fayette, estudió en Alemania, fue profesor en Leipzig, se hizo súbdito de Sajonia, al estallar la guerra en 1914 se presentó voluntario en el ejército alemán aunque ya tenía sesenta y ocho años, y en 1917 murió de teniente en una trinchera.[8] Un caso que muestra la influencia de la ideología política en la erudición y ha sido bien examinado, es el contraste, en la Alemania nacionalsocialista y en sus precedentes lejanos aún, entre dos estudiosos de la Biblia, por una parte Hans von Soden, de la resistente bekennende Kirche, otro Paul de Lagarde, no sólo nacionalista sino antisemita; véanse W.G.KÜMMEL, Hans von Soden als Theologe, “Theologische Rundschau” 46 (1981) 199-205 ( y bibliografía por E.Dinkler, 206-18), y J.FAVRAT, La pensée de Paul de Lagarde (1827-1891). Contribution à l’étude des rapports de la religion et de la politique dans le nationalisme et le conservatisme allemands au XIXe siècle (Lille, 1979).[9] No hay que fijarse sólo en Chateaubriand, Joseph de Maistre, Donoso Cortés y Balmes; también en Víctor Hugo.[10] G.H.Pertz escribió su vida en seis tomos (1849-1855); cfr., J.M.SEELEY, The Life and Times of Stein (3 tomos, 1878) y G.RITTER, Stein, eine politische Biographie (Stuttgart-Berlín, 1931).[11] Kappenberg.[12] Y su número no aumentó con el tiempo, al contrario disminuyó.[13] R.HERING, Freiherr von Stein, Goethe und die Anfänge der MGH, “Jahrbuch des Freien Deutschen Hochstifts (Frankfurt del Main, 1907) 278-323.[14] G.WINTER, Zur Vorgeschichte der MGH. Vier Denkschriften von Rühs, K.F.Eichorn, Savigny und Niebuhr, “Neues Archiv” 47 (1928) 1-30.[15] L.WEISZ, Schweizer Einflüsse auf die MGH, “Zeitschrift für Schweizerische Geschichte” 19 (1939) 298-305.[16] A guisa de botón de muestra de sus repercusiones locales, citamos este estudio sobre la que tuvo en la ciudad de Thomas Mann: A.von BRANDT, Lübeck, die Anfänge der MGH und die Gründung des Vereins für Lübeckische Geschichte, “Zeitschrift des Vereins für Lübeckische Geschichte und Altertumskunde” 42 (1962) 55-78.[17] Conocido por Von Heimingsfeld.[18] Autor también de otras recopilaciones, Constitutionum imperialium collectio (1613) Scriptores rerum suevicarum (1605) y Scriptores rerum alemannicarum (1606), además de unos Commentarii de regni Bohemiae juribus (1627).[19] Desde 1842 dirigió la biblioteca de Berlín. Se han publicado de él cartas y una autobiografía parcial; véase la nota de la p.68 de la noticia de Knowles.[20] Además escribió libros de historia, biografías e impresiones de viaje; fue diputado, y dirigió el Hannoverische Zeitung.[21] Su hermana Eberhard publicó una biografía familiar, Georg Waitz (Berlín, 1913); véase la nota de la p.75 de la noticia de Knowles.[22] Escribió su historia (en dos tomos; 1851-1854), y una historia constitucional alemana (en ocho tomos; 1844-1878).[23] Escribió entonces, Über die Zukunft der MGH, en la “Historische Zeitschrift” 30 (1873) 1-13, cfr., E.DÜMMLER, Über die Enstehung der MGH, “Im neuen Reich” (Leipzig, 1876).[24] J.JANSSEN, J.F.Böhmer, Leben, Briefe (1868), y del mismo Ranke, Abhandlungen und Versuche (Neue Sammlung) 535-44.[25] Su firma era “Gebrüder Hahn”, por haberse asociado a su hermano Bernhard-Diedrich (+1818; también tuvo parte otro hermano, Friedrich, +1873), habiendo comprado en Leipzig en 1810 la librería editorial fundada en 1700 por Caspar Fritsch, constituyéndose así allí la “Hahnsche Verlagsbuchhandlung”.. A Heinrich-Wilhelm le sucedió su hijo homónimo. Un nieto unió en 1893 las dos casas.[26] El barón prefería decir memorias.[27] Así, se ha notado su trascendencia para la patrística: W.NIGG, Die Kirchengeschichtsschreibung. Grundzüge ihrer historische Entwicklung (Munich, 1934); Ch.BAUR, Die Epochen der Kirchengeschichtsschreibung (nueva edición, Hildesheim, 1962); E.C.SCHERER, Geschichte der Kirchengeschichte an den deutschen Universitaten (Friburgo, 1927); para el ámbito específicamente protestante, P.MEINHOLD, Geschichte der kirchliche Historiographie (Friburgo-Munich, 1967).[28] Zur Geschichte und Arbeit der MGH. Ausstellung anlässlich des 41.Deutschen Historikertages; München, 17-20.September, 1996.Katalog (MGH, Munich, 1997).[29]Mittelalterliche Textüberlieferungen und ihre kritische Aufarbeitung (MGH, Munich, 1976), obra colectiva.[30] Precedido por Johann-Albrecht Bengel (1687-1752) y sus sucesores.[31] Exposición del método de dom Quentin, por J.GUTIÉRREZ CUADRADO (citando a M.Peset y J.Trenchs Odena), en su edición del Fuero de Úbeda (Valencia, 1975) 40-57, quien pone como ejemplo del mismo la edición de la General estoria de Alfonso X por A.G.Solalinde.[32] Hasta su muerte siguió dando a luz revisiones y suplementos, por su cuenta, aunque se consideraban apéndices de los MGH.[33] A la muerte de éste no se volvió a nombrar secretario.[34] Sólo quedó su recuerdo en la revista, Archivs, desde 1876 hasta 1935 llamada Neuen Archivs der Gesellschaft für ältere deutsche Geschichtskunde; después Deutsche Archiv für Erforschung des Mittelalters. Y en el título latino de los volúmenes, Societas aperiendis fontibus rerum Germanicarum medii aevi.[35] P.KEHR, Die Preussische Akademie und die MG und deren neue Satzung, “Sitzungsberichte der Preuss. Akademie der Wissenschaften, Phil.-hist. Klasse” 20 (1935) 741-71.[36] Al principio hablamos de la amplitud del criterio de lo germánico, para determinar su cabida en la colección. A propósito de las ediciones de Mommsen, se puso en tela de juicio si estaba justificada la inclusión, desde ese punto de vista, de poetas como Símmaco y Ausonio.[37] Nacido en 1858.[38] Exiliado durante el nazismo fue profesor en Durham y conferenciante en Oxford sobre la iglesia anglosajona.[39] Curiosamente, en una necrología del antiguo director Kehr hecha por su discípulo Holtzmann, éste compara la tarea de los MGH al lento camino de las Acta Sanctorum desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, pero sin poder sujetarse a un plan de esa manera predeterminado por el calendario. Por ejemplo, estaba puesto en razón que las leges hubieran comenzado por la ley sálica, el cuerpo jurídico más antiguode los francos, pero sólo en 1962 apareció el Pactus legis Salicae, de Karl-August Eckhardtk, y en 1969 la Lex Salica, del mismo. Sin embargo, desde el propio Pertz, seguido por Waitz, se había venido trabajando con esas miras, participando luego Zeumer, su discípulo Mario Krammer, Sohm y Krusch, habiendo desaparecido un original a la muerte de éste. El largo camino fue iniciado a la vez, pero no terminado aún, por las cartas de Pedro de Vinea y el cardenal Tomás de Capua. Si le acabó, en el período nacionalsocialista, al cabo de noventa años, el canónigo de Colonia, autor del Memoriale de prerogativa imperii Romani, Alejandro de Roes. Y naturalmente que las ediciones más tempranas hayan quedado anticuadas no puede sorprender a nadie, como las crónicas de Frutolf de Michelsberg y Ekehardo de Aura, que salieron a la luz ya en 1844, y las Gesta Friderici I. imperatoris de Otón de Freising, en 1884.[40] Cfr., S.REBENICH, Theodor Mommsen und das Verhältnis von alter Geschichte und Patristik, en la obra colectiva “Patristique et Antiquité tardive en Allemagne et en France de 1870 à 1930. Influences et échanges. Actes du Colloque franco-allemand de Chantully, 25-27 octobre, 1991” (París, 1993) 131-54.[41] Y, de nuevo a propósito del entrecruzamiento de la historia de la erudición con la inmersión forzosa de sus protagonistas eruditos en la historia coetánea de los mismos, que se nos permita transcribir en sus dos lenguas esta cita de dom Knowles (nota de la p.93): “ Kehr wrote of Bresslau’s liberalism (Neues Archiv, xlvii, p.266): Dass dies alles Doktorfragen seien und dass es vielmehr auf die Praxis, auf die Wirklichkeit und auf die Loyalität der leitenden Pertsönlichkeiten ankomme, wollte er wenigstens theoretisch nicht zugeben. But would the loyalty of leading persons have saved Bresslau, the Jew, from crossing the Rhine again in the opposite direction had he lived ten years longer?”.[42] Este año apareció el articulo del jesuita Wilhelm M.Peitz, Hundert Jahre vaterländischer Geschichtsforschung. Zur Jubelfeier der MGH, “Stimmen der Zeit” 96 (1919) 274-89.[43] Desde 1915 dirigía además el Instituto Histórico de la Kaiser-Wilhelm Gesellschaft, y desde 1922 (como antes, de 1903 a 1915) el Instituto Histórico Alemán de Roma, y una fundación para la edición de la documentación pontificia, la Pius-Stiftung für Papsturkunden.[44] Éste nombre se mantiene, a diferencia de otros casos similares que han recuperado el anterior. Recordamos haber oído a don Pedro Laín Entralgo de una inscripción en el paraninfo de una universidad, al espíritu viviente, que fue trocada por al espíritu alemán, para volver a las palabras anteriores una vez caído el nazismo.[45] Fecha del artículo de J.P.Elder, Th.E.mommsen, The MGH, Present Status and Plans, en “Speculum” 24 (1949) 307-8.[46] Otra versión dice que en un invernadero. La discrepancia en cuanto a los detalles de historia contemporánea de los que todavía quedan testigos presenciales es sorprendente.[47] Contamos los que figuran en preparación en el MGH. Gesamtverzeichnis, datado el 1 de julio de 1998; para las ediciones electrónicas y las revistas remitimos a las pp.60-2. Dentro de cada serie, cada colección parcial lleva su propia numeración.[48] Notemos entre sus apartados, Capitula episcoporum, Ordines de celebrando concilio y Formulae merovingici et karolini aevi.[49] Con su Memorialbuch.[50] H.GRUNDMANN, Geistesgeschichte in den MGH, en “Die Welt als Geschichte” 10 (1950) 98-116.