La Formación Ética de Niños y Jóvenes a través de la Literatura y el Cine

(conferencia en el I Congresso Latino de Filosofia
 da Educação
, Rio de Janeiro, 11-7-2000)

 

Mª Ángeles Almacellas Bernadó
Dra. En Filosofía y Ciencias de la Educación
Licenciada en Filología Hispánica
Profesora de la Escuela de Pensamiento y Creatividad
angeles01@bbvnet.com

 

                Una de las mayores urgencias de nuestra sociedad es la formación ética de niños y jóvenes, la renovación moral de aquellos que van a ser los protagonistas y los responsables de la andadura de la humanidad y los destinos del mundo en el siglo XXI. Ahora bien, la transmisión de los valores ya no puede hacerse, como antaño, por vía informativa, apoyada en el criterio de autoridad del educador. Actualmente los jóvenes sólo aceptan aquello que ellos mismos descubren y comprueban. Cualquier enseñanza que no les llegue mediante una pedagogía de la experiencia la sienten como un atentado a su libertad y, por consiguiente, la rechazan de inmediato.

                El camino de la educación ética de niños y jóvenes no es, pues, “enseñarles” valores ni mostrarles las normas morales que precisan para alcanzar su madurez humana. Los educadores debemos ser guías para ayudarles a que ellos mismos descubran en qué consiste una vida fecunda y valiosa y cuáles son las leyes de su desarrollo como personas; que sean capaces de discernir qué actitudes los van a orientar hacia su plenitud y cuáles, por el contrario, los acabarán agostando.

            Para una tarea de tal envergadura y responsabilidad, debemos, ante todo, determinar con precisión qué es lo fundamental para alcanzar el pleno desarrollo de la persona humana y qué aspectos hay que tratar a fondo para educar de forma sólida y persuasiva a lo largo del proceso de maduración humana[1].

            La palabra clave de esta pedagogía de la experiencia es “descubrir”.

I - El desarrollo humano, vivido a través de diversos descubrimientos

1. Descubrir los modos diversos de realidad: “objetos” y “ámbitos”.

            Es esencial para la madurez humana saber distinguir el modo de realidad que presentan los distintos seres de nuestro entorno. A nuestro alrededor tenemos realidades que no tienen poder de iniciativa, como una piedra, una prenda de abrigo, un utensilio, etc. Las denominamos “cosas” u “objetos”. Por objeto se entiende en la filosofía actual toda realidad que es mensurable, asible, pesable, situable en el espacio y tiempo, sometible a análisis científico... Estas realidades están frente al hombre y pueden ser analizadas por él sin comprometer su propio ser. Un objeto nos es siempre distinto, externo y ajeno. No podemos asimilarlo como propio.

            Sin embargo, existen también otras realidades que son, en un aspecto, delimitables, manipulables, mensurables, pesables, dominables, y, en otro, no. Por ejemplo, una persona. Ocupa un lugar en el espacio, puedo medir lo que abarca de alto y de ancho, pesarla, tocarla, empujarla, levantarla. Presenta los caracteres de objeto. Pero no se reduce a lo que veo, toco, oigo, mido... Yo no puedo delimitar lo que abarca en diversos aspectos –el familiar, el ético, el profesional, el religioso, el afectivo... El ser humano constituye todo un ámbito de realidad, que, en cuanto tal, no tiene las cualidades de un objeto, pero es igualmente real.

            Esta condición de ámbito no la presentan sólo los seres humanos. También la ostentan muchas realidades de nuestro alrededor. Cojo en mis manos un ejemplar de la Biblia. Está expresada en un material concreto, el papel. Como libro, puedo tocarlo, verlo, pesarlo y hasta rasgarlo. Es un objeto. Pero, como obra –fruto de un proceso creativo-, supera inmensamente la condición de objeto. Es fuente de posibilidades y origen de iniciativas: de lectura silenciosa y reflexiva, de configuración sonora y verbal, de evocación, de escucha... Constituye también todo un ámbito.

            La distinción aquilatada de los diversos modos de realidad, objetos o ámbitos, nos lleva a hacer un segundo descubrimiento.

2. Los distintos modos de realidad piden actitudes adecuadas.

            El reconocimiento de la condición ambital de ciertas realidades encierra una extraordinaria importancia pedagógica, pues sólo los ámbitos pueden encontrarse entre sí, los objetos no. Y el ser humano vive como tal, se desarrolla y perfecciona creando encuentros. Por eso, si vemos todo borrosamente y no distinguimos unas realidades de otras, empobrecemos peligrosamente nuestra existencia, pues con meros objetos no podemos encontrarnos. Lo decisivo en la vida es no rebajar los ámbitos a condición de objetos, sino más bien elevar todo lo posible los objetos a condición de ámbitos para poder tener experiencias de encuentro, que son las que llevan al hombre a su realización personal. Lo contrario es el reduccionismo, que consiste en rebajar los ámbitos al nivel 1, el de los meros objetos.

            Cuando yo considero a una persona sólo como un posible comprador de una mercancía que a mí me reporta beneficios, sin importarme otra cosa que mis ganancias, estoy “reduciendo” a esa persona a “medio para mis fines” y no le otorgo el respeto que exige su dignidad. Las relaciones en el nivel 1 son egoístas e implican “manipulación”, que supone el intento de ejercer una forma de dominio sobre los demás, mermando o anulando para ello su derecho a la libertad. Un bolígrafo, yo lo utilizo para escribir, y está bien así porque no es más que un objeto. Pero si utilizo la partitura musical de un gran compositor para encender el fuego, o un violín Stradivarius para alimentar la lumbre, no sólo estoy ejerciendo sobre ellos un devastador reduccionismo, sino que me degrado también a mí mismo y me alejo irremisiblemente del camino de la madurez humana. En el nivel 1 no es posible el encuentro y, por tanto, no me desarrollo como persona.

            La sociedad actual organiza campañas antidroga y grandes programas de prevención de adicciones y de enfermedades de transmisión sexual. Pero, paradójicamente, de todos los modos posibles fomenta el hedonismo, el apego a los beneficios inmediatos y el utilitarismo. Estimula le permanencia en el nivel 1 mientras intenta prevenir las nefastas consecuencias de no elevarse de nivel. La contradicción es manifiesta y, en consecuencia, no cabe esperar más que el fracaso, y la crisis de valores que estamos padeciendo.

            Sin embargo, cuando un joven descubre que la auténtica libertad y su realización personal sólo pueden darse en el nivel 2, el de la creatividad, da un paso de gigante en su madurez humana. El camino para forjarse plenamente como persona y llegar a ser auténticamente feliz es, ante todo, hacer justicia a cada realidad. Esto implica una actitud de respeto, ofrecerle con generosidad las propias posibilidades y aceptar agradecidamente las que ella nos otorga; supone capacidad de asombro y admiración, y participación esforzada.

            Ahora comprendemos la gran importancia pedagógica de cultivar en niños y jóvenes la sensibilidad para elevar la mirada por encima del nivel 1 y sobrecogerse ante lo grandioso, lo bello y lo bueno; aquello que nos ofrece posibilidades de desarrollo personal pero que también nos pide nuestra colaboración. Este intercambio fecundo de posibilidades constituye propiamente el “encuentro”. Y hoy nos dice la biología, la antropología, la filosofía, que el hombre es un ser de encuentro, que vive y se desarrolla como persona creando experiencias de encuentro. Un proceso educativo que lleve a la formación integral es aquel que conduce a elevarse al nivel 2 de creatividad.

            Cuando se conocen los distintos modos de realidad y las actitudes que reclaman cada uno de ellos, se realiza otro descubrimiento de enorme importancia.

3. Hay que integrar ambos niveles

            Dos amigos se encuentran después de un largo tiempo de ausencia. Se sonríen al tiempo que se estrechan la mano. En el nivel 1, la sonrisa es un gesto de los músculos de la cara, se entreabre la boca y las comisuras de los labios se inclinan hacia arriba. Pero en el nivel 2, la sonrisa es la expresión de toda la persona que se alegra a la vista del amigo. Y lo mismo sucede con la mano: en el nivel 1, una parte del cuerpo de uno choca contra el otro, como sucede miles de veces en un transporte público abarrotado de gente. Pero en el nivel 2, en la mano es toda la persona la que sale al encuentro del amigo para acogerlo. La mano tiene una dimensión de “objeto” porque es medible, ocupa un lugar en el espacio, es dominable, etc., pero en otro sentido es una fuente de posibilidades por cuanto en ella puede expresarse toda la persona. En los dos fenómenos expresivos, la sonrisa y el saludo con la mano, se integran ambos modos de realidad y dan lugar a un conjunto de sentido. Si prestáramos atención sólo a una de las dimensiones, por ejemplo a la belleza física de la sonrisa, el gesto quedaría vacío de sentido y, por tanto, constituiría una insensatez.

            Hay que ejercitar con los niños y jóvenes el saber en cada momento en qué nivel se están moviendo y percibir los distintos modos de realidad que integra cada acción humana. Esto les dará luz para comprender el valor y rango de sus acciones y les supondrá un extraordinario enriquecimiento de su personalidad.

            Cuando se advierte con nitidez que nuestra vida constituye un entramado de realidades, actitudes y acciones que presentan un modo de ser diferente, se comprende la fecundidad de conjugar ambos niveles de realidad sin prescindir de ninguno de ellos, y se llega espontáneamente a otro descubrimiento.

4.   Las experiencias reversibles sólo son posibles en el nivel 2, no en el 1.

            Dos personas vamos corriendo y en una esquina topamos de frente. Hemos tenido un contacto físico intenso, pero sin ningún valor humano. Tengo un lápiz, lo empujo y se desplaza. La experiencia es lineal, sigue el esquema acción-pasión. En ambos ejemplos nos estamos moviendo en el nivel 1. Pero las mismas dos personas iniciamos un diálogo, ella me da su opinión sobre un tema, yo le ofrezco la mía, y juntas buscamos la verdad en común. Es una experiencia reversible, ninguna domina ni manipula a la otra, nos respetamos y nos enriquecemos mutuamente.

            Recuerde usted un poema que le impresione especialmente, memorícelo y recítelo en voz alta. Repítalo una y otra vez, despacio, escuchando atentamente; déjese interpelar por su sentido interno, cambie el ritmo de la declamación hasta sentir que su voz se ajusta totalmente al poema. A medida que se va esforzando por darle su expresión perfecta, profundiza en toda la riqueza que contiene. El mismo poema “configura” su modo de declamar, pues le “pide” y le indica el modo adecuado para avanzar por su significado hasta descubrir el sentido profundo que encierra, le ilumina para que le llegue a dar su cuerpo expresivo adecuado. Pero también usted está configurando el poema. Eran unos trazos de escritura sobre un papel, mas con su actitud creativa, su voz y sus sentimientos, vibran de nuevo aquellas mismas sensaciones que le dieron vida en la pluma de su autor. Realiza una lectura “genética”: profundiza hasta el punto de origen del poema para hacerlo de nuevo surgir a la vida. Usted, lector, está actuando sobre el poema y, al mismo tiempo, se está dejando llevar por el cauce que le marca la misma obra. Es una experiencia reversible: acoge las posibilidades que le brinda el poema al tiempo que le otorga las suyas propias y, de alguna manera, le da vida. Nadie domina a nadie. Usted es autónomo, libre y creativo siendo, al mismo tiempo, fiel a la verdad de la obra. En toda experiencia reversible se funda un ámbito de participación y colaboración, en total respeto a la libertad. El esquema que vertebra el encuentro es apelación-respuesta. Este doble ofrecimiento y aceptación constituye un entreveramiento de ámbitos.

            A medida que ganamos madurez en la vida, realizamos menos experiencias lineales y más experiencias reversibles. Aunque éstas se producen de modo especialmente cualificado en la interrelación de dos personas, un hombre puede también entreverar su ámbito de realidad y cuanto implica con todos los seres que presentan condición de ámbito, le ofrecen posibilidades para actuar con sentido y recibir las que él mismo les ofrezca. Ahora bien, el encuentro será tanto más elevado y fecundo cuanto más ricos sean los ámbitos que entran en relación de presencia para comprometerse entre sí, colaborar y participar.

            El encuentro acontece cuando el hombre abandona el afán de dominar realidades, reducidas a objetos, y se consagra a colaborar con ellas, consideradas como ámbitos. Contrariamente a las experiencias lineales, que van del sujeto que manda al objeto que obedece pasivamente, las experiencias reversibles implican creatividad, y son, por tanto, de una gran fecundidad para la persona.

            Llegados a este punto, realizamos varios importantes descubrimientos del mayor interés: el del encuentro, las virtudes, los vicios, los valores y el ideal.

5. El encuentro es el núcleo del proceso formativo.

            En el encuentro no se pierde la identidad personal, puesto que nadie domina a nadie y la relación es de compromiso, participación y colaboración. Más aún, a medida que el ser humano crea formas valiosas de unidad, ve incrementada su identidad. Entregado a esta forma de participación activa, hace la experiencia viva de su carácter dialógico. El hombre es un ser-de-encuentro, se realiza y se desarrolla como persona fundando toda suerte de encuentros, sobre todo personales. Al crear modos valiosos de unidad, el hombre entra en estado de plenitud, adquiere su talla de ser humano, se torna verdadero y auténtico, llega a ser lo que está llamado a ser. Esta llamada a ser persona en plenitud fundando toda suerte de encuentros constituye la auténtica vocación del hombre y llevarla a cabo es su misión en la vida. El encuentro así entendido es el ideal de la vida humana, y, por tanto, se convierte en el núcleo o centro de la formación humana. Centro dinámico, porque constituye el impulso del desarrollo personal del ser humano.

            Una relación de encuentro no se da automáticamente como fruto de la mera vecindad. Debe ser creada esforzadamente, mediante el cumplimiento de ciertas exigencias ineludibles: Generosidad y apertura de espíritu, equilibrio entre fusión y alejamiento, respeto, coraje, disponibilidad, veracidad y confianza, agradecimiento, paciencia, capacidad de asombro y sobrecogimiento, comprensión y simpatía, ternura, amabilidad, cordialidad, fidelidad... Estas exigencias constituyen los valores.

            Los valores no hacen referencia sólo a cualidades de preferibilidad, bondad, atractivo, sino a esas ideas que marcan al hombre una orientación fecunda para su vida. Todo lo que contribuye a realizar la vocación del hombre y cumplir su misión en la vida encierra un valor. Vistos así, los valores son fuentes de posibilidades para actuar con pleno sentido.

            Cuando un hombre asume los valores y los realiza en su vida, los convierte en virtudes. Éstas son, pues, los valores asumidos por nosotros, y suponen una forma de conducta que capacita para fundar verdaderas relaciones de encuentro. Lo contrario son los vicios, que dificultan o imposibilitan la creación de encuentros. De ahí que el ser humano, para desarrollarse como tal y llegar a ser persona en plenitud, debe ejercitar las virtudes y evitar los vicios.

            Al fundar relaciones de encuentro, experimentamos los frutos de éste: nos da energía, alegría, entusiasmo, felicidad, paz y amparo. Con ello, nuestra existencia humana se colma de sentido y descubrimos que crear encuentros –modos elevados de unidad- constituye el valor supremo, es decir el ideal de la vida, el que inspira e ilumina todos los demás y los sostiene como una clave de bóveda.

6. El ideal ajustado a nuestro ser es el de la unidad

            El ideal de nuestra vida no es una mera idea; es una idea motriz, que nos impulsa a vivir con intensidad. Encarna el valor más alto que deseamos lograr, el que ensambla a todos los demás, los ordena y les da sentido. Por eso, dinamiza nuestra actividad. Los valores apelan al hombre, piden ser realizados, siempre con vistas al ideal auténtico, el que se ajusta al ser del hombre, que es el ideal de la unidad.

            Si tiendo a ver las realidades de mi entorno en todas sus dimensiones, objetiva y ambital, y adopto la actitud adecuada respondiendo a la apelación de los valores, cumplo las exigencias del encuentro y practico las virtudes. Esta actitud de entrega al ideal auténtico de la unidad me eleva a lo mejor de mí mismo, me sitúa en vías de plenitud. Mi vida se dinamiza y adquiere vigor, pues el encuentro es fuente de energía, decisión, sentido, belleza y luz. Pero si, por el contrario, adopto una actitud de egoísmo, me dejo llevar por mi deseo de dominar y poseer, y reduzco las realidades a meros objetos para mi propio provecho, amenguo al máximo mi capacidad de fundar modos de unidad con las realidades circundantes, y me destruyo como persona.

            Esta disyuntiva en la que debemos forzosamente elegir, nos lleva a un nuevo e importantísimo descubrimiento: los procesos de fascinación o vértigo y de éxtasis o encuentro.

7. La articulación de los procesos de vértigo y éxtasis.

            El encuentro es el núcleo de la formación humana, y, por tanto, es de primordial importancia descubrir qué actitudes nos orientan hacia el ideal de la unidad y qué otras nos alejan de él.

a) Experiencias de vértigo o fascinación.

            Si un hombre adopta en la vida una actitud egoísta, tiende a tomar los seres que le rodean como medios para sus fines. Cuando se encuentra con una realidad que le ofrece satisfacciones inmediatas, se deja fascinar por la ambición de dominarla y poseerla. Al obtener las ganancias deseadas, le invade la euforia, una intensa exaltación interior, pues siente que va a alcanzar una inmediata y gratificante plenitud personal. Pero esta euforia febril poco tarda en convertirse en tremenda decepción cuando comprueba que posee esa realidad, pero no puede encontrarse con ella por no cumplir las exigencias del encuentro. Al darse cuenta de ello, siente una profunda tristeza.

            Cuando este proceso se repite una y otra vez, se da cuenta de que está bloqueado, no se desarrolla como persona, y, como crecer es ley de vida, se ve enfrentado a una exigencia de su propio ser. Su actitud egoísta le repliega sobre sí mismo en un sombrío aislamiento que le vacía de cuanto es necesario para llevar una vida auténticamente personal. Al asomarse a esa oquedad interior, siente una especie de vértigo espiritual: es la angustia, la sensación de vaciamiento total y de soledad radical. El hombre angustiado se siente inseguro, flotando sobre la nada. Esta inseguridad lo lanza a la búsqueda agitada de sensaciones que lo liberen de su angustia. Pero no tarda en comprobar que su angustia es irreversible, porque ha cegado todas las puertas hacia la plenitud personal. Siente entonces asfixia espiritual, la amarga desesperación de verse anulado como persona. Se entrega entonces a un frenesí destructor para buscar una última ilusión de afirmación y fuerza.

            El hombre de vértigo busca la felicidad en la entrega al halago inmediato, y se encamina irremisiblemente hacia su propia destrucción física o moral. El proceso de vértigo o fascinación no exige nada al principio, promete ganancias sin fin y acaba quitándolo todo.

b) Experiencias de éxtasis o de encuentro

            Si, en vez de egoísta, el hombre es generoso, no se entrega pasivamente al halago del dominio y a la satisfacción de sus apetencias y deseos más bajos e inmediatos. Respeta las realidades de su entorno, les ofrece sus posibilidades y acepta las que ellas le otorgan. Al responder generosamente a las realidades que lo apelan, se enriquece, desarrolla su modo de ser, y esto le produce alegría. Cuando se vincula a una realidad muy valiosa que le ofrece grandes posibilidades para elevarse a lo mejor de sí mismo, la alegría adquiere un grado máximo que se llama entusiasmo. Esta elevación a un plano superior de desarrollo personal constituye el “éxtasis”, del griego “ec-stasis”, ‘salir de sí’.

            Al adoptar como ideal en la vida el fundar modos elevados de unidad con las realidades circundantes, el hombre gana libertad interior, la capacidad de ejercer el señorío sobre las propias pulsiones internas y elegir en cada momento con vistas a la realización del ideal, no a la satisfacción de las apetencias inmediatas. La libertad auténtica exige un proceso esforzado, pero finalmente es fuente de una profunda felicidad, porque el hombre cobra conciencia de estar en vías de plenitud, de estar realizando su propia vocación y misión en la vida. El ideal del aislamiento egoísta bloquea al hombre y lo destruye. Por el contrario, el ideal de la entrega oblativa lo eleva a su cota más alta de perfección. Al acercarse a la plena realización de su ser, el hombre se siente inundado de felicidad, y, consiguientemente, de sentimientos de paz, amparo, júbilo festivo.

II - La experiencia literaria y la cinematográfica clarifican los descubrimientos antedichos

            Es decisivo para la formación de niños y jóvenes que realicen los descubrimientos que acabamos de reseñar. Si se los describimos de la forma indicada, sobre el telón de fondo de su experiencia diaria, ellos pueden revivirlos de alguna forma y hacerse una idea vivaz de su proceso de desarrollo personal.

            Esta idea se clarifica e intensifica si les enseñamos a ampliar su experiencia personal mediante la lectura atenta de obras literarias de calidad y la contemplación penetrante de obras cinematográficas especialmente valiosas.

1. Ética, literatura y cine

            La Ética estudia las actitudes que conducen al hombre a su desarrollo personal o bien a su destrucción. Las obras literarias o cinematográficas de calidad describen ambos procesos de forma concreta. Distraen al lector o al espectador porque le permiten inmergirse en la trama de otras vidas, a menudo apasionantes. Pero bajo la trama de hechos que constituyen el argumento, se despliega todo un tejido de “ámbitos de vida”, enlazados entre sí en una lógica interna, que puede ser constructiva o destructiva. Descubrir esta lógica tiene un gran poder formativo porque nos permite discernir el carácter y las consecuencias de ciertas actitudes. El análisis de grandes obras de la literatura y el cine puede arrojarnos torrentes de luz sobre lo que es nuestra realidad personal y lo que hemos de hacer para llevarla a plenitud.

            Para penetrar en el tema profundo de la obra, tenemos que verla por dentro, como si fuéramos el mismo autor que la va creando. Este análisis “genético” es el que propone el “Método lúdico-ambital”[2]. Vistas a la luz de este modo de lectura, las obras no quedan limitadas a la narración de una historia ajena a nosotros, sino que nos descubren formas de orientar la existencia, y el desarrollo lógico de los procesos humanos básicos. Constituyen toda una lección de sabiduría y, por tanto, encierran un enorme valor formativo[3].

 

2. La obra literaria y cinematográfica          

            El hombre es corpóreo-espiritual y, por tanto, se mueve inevitablemente en distintos niveles a la vez, el psicológico-afectivo, el espiritual creativo, el fisiológico, etc. Supone un enorme interés para la madurez de la persona advertir en qué plano se está uno moviendo en cada momento. Al acercarse a la obra contemplándola como un campo de juego que les invita a la participación, los alumnos descubren que las realidades objetivas no son las únicas, sino que hay otras formas superiores de realidad, las ambitales, con las que es posible establecer relaciones de encuentro; aprenden a diferenciar los distintos niveles de realidad, los objetos y los ámbitos, y las diversas actitudes ante ellos: la de manejo de objetos y la de creatividad. Para ser creativo, debe uno estar abierto a las realidades del entorno y entreverar las propias posibilidades de juego asumiendo las posibilidades que le ofrece, a su vez, cada una de esas realidades.

            En el delicioso cuento de Charles Perrault El gato con botas[4], el protagonista de la historia le quiere demostrar a su amo que la verdadera riqueza no estriba en la posesión de muchos bienes, sino en elevarse de nivel, en adoptar una actitud creativa para fecundar así las realidades de nuestro entorno. Le pide unas botas para andar, porque no se limita a actuar como podría esperarse de un gato (sería el nivel meramente biológico, no creativo), sino que va a “ir más lejos”, se va a abrir a la novedad, desplegando toda su inteligencia para favorecer a su amo (se eleva de nivel al adoptar una actitud creativa). La creatividad implica contemplar las realidades del entorno no como objetos dotados de una utilidad inmediata sino como ámbitos, es decir, como fuentes de posibilidades. Ser creativo supone apertura y disponibilidad para ofrecer las propias posibilidades y receptividad para aceptar las que otorgan las realidades del entorno. Las botas son el símbolo de su apertura y disponibilidad, mientras el saco que se cuelga al hombro simboliza la receptividad. Finalmente consigue que su amo se instale definitivamente en el nivel de la creatividad (llega a lo más alto: ser yerno del Rey), despliegue todas sus facultades (enamora a la hermosa princesa) y alcance así la felicidad.

3. El realismo de las obras literarias y cinematográficas

            Una obra[5] es la plasmación de los acontecimientos y las realidades nucleares que vertebran la vida humana y le dan sentido o la despojan de él. Podemos inmergirnos en la obra de forma activa, participar y dialogar con ella, recrearla en cierto modo porque no es un mero objeto, producto de una actividad fabril, sino que ostenta un rango superior, es una realidad ambital. Es el lugar vivo del encuentro del autor con la realidad, que se ofrece como una invitación al lector-espectador a penetrar comprometidamente en el campo de juego[6] que constituye, y que le brinda posibilidades de comprender algún aspecto importante de la vida. Es una ficción en el sentido de que los hechos que narra y los personajes que aparecen no se dan en la vida real, pero al mismo tiempo es plenamente realista por cuanto presenta y relaciona, en su lógica interna, experiencias y procesos humanos básicos. El realismo de una obra de calidad no se basa en una mera mímesis o reproducción de la realidad cotidiana, la descripción de hechos concretos que hayan sucedido entre personas históricamente reales. Supone que en su interior palpitan y se afanan seres humanos entregados al oficio de vivir, con sus encuentros y sus desencuentros, sus valores y sus contravalores, sus grandezas y sus miserias. La imaginación creadora no opera con lo irreal, sino con lo ambital.

            La película de Roger Ford Babe, el cerdito valiente, basada en la obra de Dick King-Smith es un cuento infantil cuyos personajes principales son animales, pero encierra una profunda lección sobre la importancia decisiva de adoptar en la vida una actitud creativa y fundar vínculos valiosos con las realidades circundantes. Babe, el simpático cerdito, se forja a sí mismo en un proceso exigente, esforzado y duro, siempre en actitud de encuentro generoso y comprometido, y acaba alcanzado su plenitud. Pero si nos elevamos al nivel ambital, vemos que Babe no puede entenderse sólo como un ser individual, sino que alude al modo cómo el hombre alcanza su plenitud como ser humano: Fundando modos elevados de unidad, ofreciendo a otros sus posibilidades para actuar con sentido y recibiendo las que se le otorgan, adquiere su talla de ser humano y se torna verdadero y auténtico.

4. El lector-espectador

            Para captar la esencia de una obra en toda su riqueza, el lector debe acercarse a ella en actitud abierta y generosa, mirarla no como un objeto sino como un ámbito de realidad con el que es posible participar de manera creativa y fundar un campo de juego común. Tiene que asumir activamente las posibilidades que le brinda la narración para descubrir el tema profundo que encierra, y dejarse interpelar por las experiencias humanas que allí aparecen. El tema nuclear de una obra lo constituyen el tejido de ámbitos que se van creando y destruyendo a lo largo de una experiencia vital, y la lógica interna que los articula.

            El lector entra en ese campo de juego que es la obra y se encuentra dialógicamente con aquella misma realidad con la que se encontró el autor, y rehace así las experiencias básicas que encierra. Los personajes vivos y humanos pueden estar “retocados”, estilizados, exagerados o caricaturizados por el artista que los plasmó en el papel o en el celuloide, según su forma peculiar de verlos y encontrarse con ellos. Lo importante es captar su profunda humanidad. Collodi y, más tarde, Walt Disney ahondaron en el drama de la responsabilidad y el protagonismo de un niño en su propio proceso de desarrollo como persona, y surgió el entrañable muñeco de madera. Pinocho no es una figura sin hondura, sino que, bajo su aspecto de marioneta, se desarrolla, en su lógica interna, todo un proceso de vértigo, primero, y un proceso de éxtasis después[7].

            Cada obra de calidad brinda al lector-espectador una posibilidad de encuentro si éste rechaza la objetivación reduccionista y se acerca a ella dignificándola, elevándola a la condición de ámbito. La obra deja entonces de ser un objeto externo, extraño, pasivo, cerrado e inerte, para convertirse en algo muy íntimo que le va "pidiendo" su aportación para salir a luz. En el campo de juego común en que participan obra y lector, nadie posee a nadie, nadie anula a nadie, sino al contrario: el lector pone toda su habilidad, su sensibilidad, su capacidad creativa para configurar una obra ya previamente llena de vida.

            Al adoptar una actitud creativa y abrirse a una forma relacional de contemplar la obra, ésta se le revela como la plasmación de experiencias humanas básicas y ve cómo su propio perfil de ser humano palpita en la obra, se va encontrando consigo mismo. Dumbo, el elefante orejudo que da nombre a la película de Walt Disney, es tratado sin respeto de dos modos distintos. Primero, porque los “pre-juicios” sobre cómo debería ser un cachorro de elefante hacen que se le desprecie por ser distinto. Y después, porque se le reduce a objeto para un número de circo, sin ninguna consideración a sus sentimientos ni a su rango personal. Un pequeño ratón le ofrece su amistad. No lo trata como a un objeto sino que lo estima como un ámbito digno de respeto, lo acoge generosamente, se solidariza con su situación y lo ayuda a adoptar una actitud creativa y recuperar la confianza en sí mismo.

            Cuando analizan la ingenua historia de Dumbo con el método lúdico-ambital, los niños descubren que la relación de encuentro supone que dos o más ámbitos se esfuerzan solidaria, activa y creativamente en una misma tarea, y que ese entreveramiento de ámbitos tiene unas exigencias de respeto, confianza, generosidad, porque debe llevarse a cabo desde la libertad. Esto les lleva a asumir su propia responsabilidad de estar atentos a las realidades de su alrededor y tratarlas según su rango y dignidad, respetándolas siempre y colaborando con ellas.

            El alumno debe hacerse cargo de toda la riqueza que pueden encerrar unas sencillas frases y captar el valor profundo de las cosas y sucesos que acontecen en la narración. A medida que va siendo capaz de penetrar en la forma y el significado de los textos y se eleva al nivel del sentido, aprehende realidades que tal vez le eran desconocidas o le habían pasado inadvertidas anteriormente; aprende a ajustar su pensamiento, a pensar con rigor, y, consecuentemente, crece también en él la capacidad de expresarse con rigor. Volar tiene siempre el significado de desplazarse en el aire. Pero en la fábula Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, se le añade un sentido de gran riqueza: simboliza el esfuerzo personal por superar las limitaciones de la actitud objetivista, y la búsqueda de la plenitud personal:

"Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa-, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo cuanto nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias..."[8].

            La lección de ética que se desprende es de suma importancia: ser capaz de comprender aquilatadamente evita ser manipulado, garantiza la propia libertad y abre inauditas posibilidades de realización personal[9].

 

5. Normas de trabajo

            La aplicación del análisis de obras y el consiguiente debate en el aula exigen unas normas comunes de elaboración ya que la manera de avanzar juntos es estar situados en un mismo plano. El alumno debe adaptarse a dichas normas con una actitud activa y creativa. Éstas se convierten entonces en el medio en el que pueden encontrarse la obra y cada intérprete y enriquecerse mutuamente todos los miembros del grupo. Las normas de trabajo no condicionan ni reducen las posibilidades de nadie, sino que constituyen propiamente el cauce por el que el lector-espectador se mueve con total libertad, pone en ejercicio toda su energía creativa y alcanza una forma elevada de unidad con la obra literaria.

            Cuando el joven comprende que seguir las normas de trabajo no sólo no ha cercenado su libertad de juicio, sino que la ha hecho posible, aprecia todo el valor de su propia actividad creativa en el cumplimiento de las normas. Ha descubierto por sí mismo que cualquier norma es buena y auténtica si encierra un valor, es decir, si le ofrece posibilidades de juego creador. De lo contrario, si no tiene carácter ambital, significará una imposición por afán de dominio. La distinción entre unas y otras es de suma importancia. En un sentido para ser capaz de moverse con fecunda creatividad entre las primeras, y en otro para ser celosos de su auténtica libertad y no dejarse manipular.

            En Juan Salvador Gaviota, la Gaviota Mayor, con el peso de la ley, pretende coartar la libertad y el afán de ser creativas de las gaviotas. Pero Juan las insta a ganar la suprema libertad del vuelo, frente a la sumisión a la ley del conformismo alicorto:

            «La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra»[10].

6. Las leyes del desarrollo humano

            El hombre es un ser-en-relación, y, por tanto, el “encuentro” es el supremo ideal que otorga sentido a la vida del ser humano[11]. El encuentro sólo es posible entre realidades que presentan una vertiente objetiva y otra ambital. Para poder tener una experiencia de encuentro con una de estas realidades hay que contemplarlas en su conjunto, distinguiendo y al mismo tiempo integrando ambos niveles, valorando la función de cada uno de ellos en el conjunto y la superioridad de unos sobre otros.

            La primera tarea que exige el método lúdico-ambital de análisis es fomentar en el alumno la capacidad de distinguir los diferentes niveles de realidad, reconocer los diversos sentidos que puede presentar un texto, calibrar su importancia y captar su mutua relación; debe darse cuenta de que el valor simbólico brota de un entreveramiento de ámbitos, que se da, consiguientemente, en un nivel ambital y no objetivo.

            Es esencial para la formación humana que se cultive la capacidad de ir más allá de lo inmediato, de lo objetivo, la capacidad de profundizar para descubrir que el primer valor que se percibe remite a valores todavía más altos que hay que alcanzar. Porque si uno se queda en la primera vertiente, es decir, en la objetiva, ahoga el sentido de la existencia del hombre y aboca a las experiencias de vértigo. Nada más importante que comprender bien el proceso de las experiencias humanas básicas, las de vértigo o fascinación y las de éxtasis o encuentro.

7. Clarificación de los procesos humanos básicos

a) Proceso de fascinación o vértigo

            El hombre de vértigo ve las realidades de su entorno como “objetos” para satisfacer sus propios deseos, y, consecuentemente, es incapaz de responder a las apelaciones de las realidades ambitales, fundar campos de juego y tener encuentros. Encerrado en sí mismo, en una soledad absoluta, carente de sentido porque no se desarrolla como persona, llega a perder su propia identidad. Al anular el encuentro, el vértigo le enceguece para los valores. Es cierto que en un principio le produce exaltación, porque al comienzo el vértigo lo promete todo, aunque en realidad no sólo no da nada sino que lo quita todo. El hombre fascinado puede incluso sentirse seguro, por dominado o por dominador, pero como en realidad es incapaz de establecer ningún modo valioso de unidad, se va quedando en vacío, desvalido, y le va invadiendo un sentimiento de tristeza. Para evitar ese desamparo se lanza desesperadamente en pos de más realidades fascinantes. Pero eso no hace más que alejarlo más y más de cualquier posibilidad de encuentro, y la tristeza se va convirtiendo en angustia, hasta desbordarse en la desesperación. El que se entrega al vértigo acaba ahogado en el absurdo que supone renunciar a cualquier relación de encuentro. La consecuencia final es la destrucción, la suya propia y la de su entorno.

            En la película Pinocho[12], cuando el muñeco de madera va camino de la escuela para iniciar el proceso de su formación, se deja fascinar por la falsa promesa de grandes ganancias inmediatas y corre tras el zorro Juan y Gedeón. En el teatro de Romboli, en una imagen plástica de la esclavitud en que ha caído creyendo caminar hacia la libertad, aparecen junto a él otras marionetas movidas por hilos entre los cuales se envuelve el pobre Pinocho mientras sigue cantando “Soy libre y soy feliz”.

            Pinocho es liberado, pero no tarda en caer de nuevo en las redes del tentador, y se dirige con su compañero Polilla a la “isla de los juegos”, en la que “no se estudia”, “todo es de balde”, “puedes hacer lo que quieres”, “nadie te dice nada”,hay mucha comida y mucha bebida”... El proceso de vértigo está perfectamente expresado en la frase de Pinocho “Portarse mal es divertido” y en las figuras negras y siniestras que cierran con llave las lúgubres puertas y van a preparar las jaulas, en tanto que la feria aparece silenciosa y vacía. Mientras tanto, Pinocho sigue haciendo todo lo contrario de lo que lo desarrollaría como persona. Fumar y beber son el símbolo de cómo Pinocho –en el nivel espiritual- se está encaminando hacia la destrucción, que queda reflejada en los niños convertidos en burros. Le preguntan a uno de ellos cómo se llama y contesta con un rebuzno. Se ha despersonalizado totalmente, ha sido destruido.

            Entregarse a un proceso de vértigo se paga a un precio muy alto (“Silencio, se han divertido los niños, ahora que paguen”), implica ir deformándose como persona, avanzar por el camino contrario del que le llevaría a su desarrollo, a la plenitud y, por tanto, a la felicidad.

b) Proceso de éxtasis o encuentro

            Por el contrario, el éxtasis es, en principio, muy exigente, pues supone el olvido de los propios intereses egoístas de obtener ganancias inmediatas de realidades y acontecimientos. Exige mucho pero, a diferencia del vértigo que no da nada, el éxtasis lo da todo al final. El proceso de éxtasis tiene lugar cuando un hombre sensible a los valores es atraído por una realidad que le ofrece posibilidades de juego creador, y adopta ante ella una actitud de apertura y colaboración. El éxtasis fomenta las relaciones de encuentro, es fuente de luz para captar los grandes valores y confiere al hombre identidad personal, en cuanto lo orienta hacia la meta valiosa que es su pleno desarrollo.

            En el cuento de Mme Leprince de Beaumont, La Bella y la Bestia[13], el monstruo actúa como un amigo de verdad y busca generosamente el bien de la amada aun a costa de su propia desgracia. Su disposición hace posible el encuentro con la Bella. El encuentro lleva todo a su plenitud. Al patentizarse la verdad de una realidad, surgen sus cualidades y resplandece su belleza profunda. Creando formas de encuentro, el hombre se desarrolla como persona, y esto le produce alegría; al sentir que se eleva a lo mejor de sí mismo, le invade el entusiasmo, que hace brotar en él un sentimiento de optimismo ante la vida, de felicidad interior y júbilo festivo. Del encuentro brota siempre la fiesta:

«Apenas hubo pronunciado estas palabras cuando vio el castillo refulgente de luces. Se oía música y se veían fuegos artificiales, como si se estuviera celebrando una gran fiesta; se volvió hacia la Bestia de terrible aspecto, y cuál no sería su sorpresa al ver que había desaparecido. A sus pies vio un príncipe más hermoso que la luz del sol, que le daba las gracias por haber acabado con su encantamiento»[14].

            Si el proceso de vértigo estaba jalonado por sentimientos de tristeza, angustia, desesperación y destrucción, el de éxtasis lleva al hombre a su perfeccionamiento espiritual y llena su vida de ilusión.

8. La riqueza de los valores

            Los procesos de vértigo y de éxtasis han quedado ya bien comprendidos por el alumno: las fuerzas instintivas han tirado de Pinocho y de su amigo Polilla, les han hecho ver un espejismo de ganancias o de placeres, y finalmente los han anulado. Por el contrario, Juan Salvador Gaviota ha sabido salir de sí para realizarse, ha sido dueño de sí mismo, libre para elevarse hacia lo valioso, incluso al precio de un gran sacrificio como el de entregar la propia vida; no se ha quedado en lo objetivo inmediato -la comida y la seguridad-, sino que ha creído en la existencia de un valor más elevado –la libertad fecunda-, y, comprometiéndose con él, lo ha encontrado.

            El rango de cada valor se mide por su eficacia para conducir al hombre a su realización personal. El que opta por esa meta de plenitud humana, acepta los valores desde la fe y la generosidad, es decir, en actitud de encuentro; ve cómo dichos valores se le revelan en un campo común de juego, cómo le invitan a acogerlos con desprendimiento y a darles vida en acciones concretas de su propia vida. Acoge el valor como un don, con confianza y agradecimiento, y colabora con él generosa y esforzadamente. Es una relación dialógica: los valores promocionan al hombre, lo conducen a su meta, suscitándole al mismo tiempo su participación en ellos. Los valores no se imponen a sí mismos sino que ofrecen posibilidades de realización personal a quien se muestra creativo. Cuando Pinocho se entera de que su padre está en el fondo del mar, dentro del vientre de la ballena Monstruo, sale corriendo para intentar salvarlo a pesar de los peligros que puedan acecharle. Esta disposición generosa encamina a Pinocho por la vía del éxtasis o la creatividad. Al llegar a la orilla, Pinocho aparece ahogado sobre la arena. Pero en realidad quien ha muerto es el títere sin personalidad que se dejaba manipular y reducir al nivel de los meros objetos. Su proceso de formación ha terminado, ya no es un muñeco de madera ni tiene deformaciones, sino que es «un niño de verdad». A su alrededor todo es paz y felicidad.

            El valor, lo valioso, es por principio deseable, y lo auténticamente deseable para el hombre es la realidad que mejor promocione sus posibilidades humanas, que lo haga más plenamente hombre. Por eso es de suma importancia que lo que se desea sea analizado a la luz de ese valor último y excelso, para no lanzarse vertiginosamente a la búsqueda de lo apetecible sin una visión totalizadora de la realidad en sus vertientes objetiva y ambital. A través de la delicada y hermosísima historia de La Bella y la Bestia, su autora, Mme Leprince de Beaumont, muestra que lo realmente valioso, aquello que nos da la felicidad, no son los objetos que poseemos, sino los valores que alcanzamos elevándonos al nivel de la creatividad y abriéndonos a la experiencia del encuentro. De lo contrario, si nos quedamos en la primera figura chata que nos invita a poseerla nos encaminamos hacia nuestra propia destrucción.

            Los ejemplos vivos que el intérprete-lector ha seguido desde su génesis le han demostrado que las experiencias de vértigo alejan al hombre de los valores y lo arrojan al vacío, mientras que las experiencias de éxtasis son modos de encontrarse con los valores que llevan al hombre a su pleno desarrollo como ser humano. Los valores no son ya para él realidades extrañas y ajenas, sino apelaciones llenas de sugerencias de grandes posibilidades, a las que merece la pena responder comprometidamente.

Conclusión

            El niño tiene en sí mismo la capacidad de pensar, y a nosotros nos corresponde enseñarle a “pensar bien”, ayudarle a ajustar su mente a cada tipo de realidades y acontecimientos. Orientarle para que aprenda a distinguir, con tanto rigor como naturalidad, 1) unas realidades de otras -objetos o ámbitos-, 2) el distinto rango de los planos de realidad correspondientes a los meros objetos y a los ámbitos, 3) las actitudes adecuadas a cada modo de realidad; 4) las diferentes formas de unión que puede crear con los objetos –unión de mera vecindad física- y con los ámbitos –unión de entreveramiento propia de las experiencias reversibles-. Con ello aprende a reflexionar, a no quedarse en la primera impresión u opinión y mirar las realidades en su mutua vinculación.

            Mediante la reflexión descubre los procesos básicos del desarrollo humano y conoce qué actitudes lo agostan como persona y cuáles, por el contrario, lo llevan a plenitud. Este descubrimiento le facilita elementos de juicio suficientes para elaborar sus propios juicios de forma coherente y bien fundamentada antes de formarse una opinión, adoptar una actitud y tomar una decisión. Esto significa que, de forma totalmente natural y espontánea, aprende a jerarquizar los valores con la fuerza que le brinda el ideal que le mueve y le atrae.

            No es necesario que una obra contenga valores o criterios morales para que sea éticamente provechosa para el educando, siempre que sea de calidad y él haya aprendido a interpretarla: los alumnos “entran” en la historia y la piensan, la reviven empatizando con los personajes, entienden su lógica interna, buscan alternativas, y esa experiencia de vida les da luz para comprender su propia realidad. Si enseñamos a los niños y jóvenes a leer la honda vida humana que encierran las obras, les enseñamos al mismo tiempo a interpretar la vida en general, y, por consiguiente, a reflexionar sobre sus propios conflictos vivenciales.

            Cada obra será una nueva experiencia de vida, una nueva exigencia de interpretación y elaboración de juicios de valor. De este modo, el “método lúdico-ambital” de análisis que propone la Escuela de Pensamiento y Creatividad no queda limitado a una actividad que solamente pueda realizarse en una etapa concreta; se convierte en un valioso recurso pedagógico para todos los niveles de la escolarización con sólo elegir las obras literarias o cinematográficas adecuadas.

            A través de los análisis realizados con el método lúdico-ambital, el joven intérprete se hace cargo de lo que implica esa realidad dinámica que es la persona humana y realiza dos descubrimientos decisivos para su formación integral:

1. Aprende lo que significa pensar con rigor y conceder a la propia inteligencia las tres condiciones que la llevan a madurez: largo alcance, amplitud y profundidad[15]. Estas condiciones no se consiguen con técnicas de adiestramiento de la mente, sino que exigen poner la mente en tensión, para ver más allá de lo inmediato, considerar varios aspectos de la realidad al mismo tiempo, y ahondar en la articulación profunda de las experiencias[16]. Las tres dimensiones de la inteligencia suponen el ejercicio de un pensamiento riguroso y la voluntad de vivir de forma creativa.

Largo alcance

            Debemos ejercitar la capacidad de superar las apariencias, penetrar en cada una de las realidades y captar su sentido profundo. Esto supone hacer justicia a cada realidad, no violentarla, y reconocer en cada instante en que nivel de realidad nos estamos moviendo.

            La mera ausencia de trabas puede parecer a primera vista la forma óptima de libertad, pero una inteligencia de largo alcance penetra más allá de la apariencia y se percata enseguida de que la libertad de maniobra es una primera forma, muy sencilla y pobre de libertad. La auténtica libertad consiste en elegir única y exclusivamente aquellas posibilidades que colaboren a alcanzar el ideal ajustado a mi ser persona, es decir, que mis potencias y posibilidades se orienten a la consecución de la “figura de hombre” que estoy llamado a realizar.

Amplitud

            Para comprender el rango y el valor de nuestras acciones, debemos contemplarlas en el contexto concreto en que están inmersas. Le relación sexual íntima, por ejemplo, es vehículo expresivo del amor entre dos personas. Pero si se la desgaja de éste, se la vacía de sentido; se la rebaja de rango, del nivel 2 de la creatividad se la reduce al nivel 1 de la mera búsqueda de gratificaciones personales[17].

Profundidad

            Una inteligencia penetrante supone conocer a fondo el lenguaje de la vida creativa, tener una idea clara de la plenitud de sentido de cada término, la densidad de contenido que le corresponde, su verdadero poder expresivo.

            Al oír una palabra, como libertad, hay que entenderla en relación con todos los términos vinculados a ella: creatividad, valores, sentido de la vida, obligación, normas, cauce...

            Una mente rígida, sin capacidad de profundizar, se quedará encapsulada en cada concepto. Por el contrario, aquel que vive creativamente es capaz de penetrar en el sentido del lenguaje creativo, que exige tensión de mente y estilo relacional de pensar. Pero la flexibilidad de mente no es innata y aprender a pensar con rigor y vivir de forma creativa exige la ayuda de un método adecuado, que implica tanto el análisis teórico como la entrega a actividades creativas.

2. El intérprete-lector descubre también la posibilidad de que todas las personas sean creativas. Con ello se revaloriza la vida cotidiana, incluso la más sencilla, y se redime a multitud de personas de graves frustraciones causadas por lo que llama Viktor Frankl el “vacío existencial”[18].



[1] Alfonso López Quintás, Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid, 1999.
[2] El calificativo de lúdico-ambital responde al hecho de que el método supone un entreveramiento de ámbitos en un campo de juego común.

[3] Alfonso López Quintás, Literatura y formación humana, San Pablo, Madrid, 1997

   ----, Cómo formarse en ética a través de la literatura, Rialp, Madrid, 1994
[4] La memoria de los cuentos, Espasa, Madrid, 1998, págs. 294-298.
[5] En adelante, con la palabra “obra” haremos referencia a “obra literaria” y a “obra cinematográfica” indistintamente.
[6] Por “juego” entendemos el hecho de encauzar nuestra capacidad creadora bajo unas determinadas normas fundando nuevos modos de realidad, como pueden ser las relaciones de convivencia, las jugadas de un deporte, etc. Cada juego es en sí mismo fuente de luz, y se realiza a la luz que él mismo desprende. Un claro ejemplo lo tenemos en una confrontación deportiva entre dos equipos: se considera buena jugada aquella que está dotada de sentido, es decir, aquella que conduce a la meta deportiva, a obtener un tanto. El hombre crea “campos de juego” no sólo con los demás seres humanos, sino con todas las realidades que presenten carácter de ámbito y que, por tanto, le ofrecen posibilidades de encuentro. Para el tema de “El juego y su poder formativo”, véase Alfonso López Quintás, El encuentro y la plenitud de la vida espiritual, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1990, pp. 153-191.
[7] Para un estudio pormenorizado de los procesos de vértigo y éxtasis, véase A.L.Q., Inteligencia creativa, BAC, Madrid, 1999, pp. 317-398.
[8] Cf. Richard Bach, Juan Salvador Gaviota, Pomaire, Barcelona, 1972, p. 76.
[9] Para el tema de la manipulación, véase A. López Quintás, La revolución oculta, PPC, Madrid, 1998.
[10] O. cit. p. 83.
[11] Cf. Alfonso López Quintás, Inteligencia creativa, BAC, Madrid, 1999.
[12] Versión cinematográfica de la obra de Carlo Collodi Las aventuras de Pinocho, Alianza editorial, Madrid, 1995.
[13] La memoria de los cuentos, Espasa, Madrid, 1998, págs. 305-316.
[14] O. cit. 316.
[15] Cf. A. López Quintás, El espíritu de Europa, Unión Editorial, Madrid, 2000, pp. 196-236.
[16] Cf. A. López Quintás, El espíritu de Europa, Unión Editorial, Madrid, 2000, pág. 217.
[17] Para el tema del amor personal, véase A. López Quintás, El amor humano. Su sentido y su alcance. Edibesa, Madrid, 41992.

[18] Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Linn, Piper, Munich 71989, p. 141.