Inseguridad y certidumbre
(conferencia en Madrid, 1999. Edición: Renato José de Moraes)
Julián Marías
Hoy vamos a hablar de un tema que parece paradójico: "Inseguridad y certidumbre". Y parece que en cierto modo hay alguna oposición, pero veremos lo que late debajo de esa contraposición.
La vida humana es inseguridad. Ortega diría que es radical inseguridad. Y efectivamente es así. Por lo pronto, hay un hecho que solemos olvidar a fuerza de manifiesto: es lo que los escolásticos llamaban contingencia. Una realidad contingente es algo que existe pero podría no existir. Es evidente que nosotros, cada uno de nosotros, existe -aquí estamos- sí, pero no somos necesarios. Contingente se opone a necesario; necesario es lo que tiene que existir. La vida humana, evidentemente, no; es real, en cada caso, pero es contingente. De modo que la inseguridad es a radice, es decir, desde su mismo comienzo, desde su origen.
Esto, por una parte; por otra, está expuesta a terminar en cualquier momento. Siempre se ha dicho que el niño puede morir unos días después y que no hay nadie tan viejo que no pueda vivir un día más. Pero dentro de esto, la vida humana tiene una inseguridad radical, en el sentido que puede dejar de existir en cualquier momento.
No solamente eso, sino que además está dependiente de innumerables factores de inseguridad: el azar, que está entretejido con la vida humana absolutamente: casi todo lo que nos ocurre, casi todo lo que nos afecta, lo que nos ha ocurrido en el pasado, depende de azares. Depende de la coincidencia en nuestra vida -en nuestras trayectorias más o menos proyectadas, con mayor o menor coherencia-, de ingredientes, de elementos extraños a ellas, que no se pueden prever y que naturalmente la alteran. De eso hablamos ya el otro día: recuerden ustedes que yo hacía una afirmación, yo insistía en el inmenso puesto que el azar tiene en toda vida, incluso en lo que afecta a sus rasgos capitales, en lo más profundo de ella. Pero insistía en que, con todo, eso que es enteramente ajeno, eso que interrumpe mis proyectos, que altera las trayectorias proyectadas, sin embargo, la vida reobra sobre ese azar ajeno, enteramente ajeno, inseguro, casi siempre imprevisible y hace con él la propia vida, es decir, lo absorbe, lo digiere, diríamos, lo asimila, hace con él nuestra propia vida, y a veces hace lo más auténtico, lo más profundo de nuestra vida.
Pero la inseguridad es manifiesta. Hay naturalmente la interferencia de las demás libertades con la mía. Yo tengo mi libertad, yo proyecto y ejecuto acciones que he planeado, que he decidido, que he querido, sí, pero hay las demás libertades humanas -y aquí me refiero ya no a la interferencia de los azares, que pueden tener cualquier origen, que pueden ser enteramente ajenos a toda vida humana: muchos azares son cósmicos, piensen ustedes en las tempestades o en los accidentes-, pero hay además la interferencia de las demás libertades.
El hombre no vive aislado, el hombre vive en sociedad, en compañía, y cada una de las personas tiene evidentemente su propia libertad, y eso hace que la conducta de los demás sea, en gran medida, imprevisible. Recuerden ustedes como cuando vivimos en una sociedad bien conocida, afín a nosotros, regulada por un repertorio de usos que tienen vigencia, tenemos una cierta normalidad y, por tanto, la inseguridad es menor. Estoy aquí, en esa habitación, con muchas personas, pero cuento con que están sometidas a un sistema de usos y de vigencia parecidos a los míos, que creo conocer, y por tanto en cierto modo preveo lo que supongo que va a ser su conducta. Espero que no se van a indignar demasiado conmigo, espero que no me van a agredir, espero que no me van a matar. No es que sea absolutamente seguro, pero cuento con ello, y puedo hablar con cierta tranquilidad.
Si yo estuviera ahora en una selva de Borneo, entre cortadores de cabezas, pues no sé, estaría un poco menos tranquilo y no sé si me atrevería a hablar con la naturalidad y la calma con que estoy hablando. La interferencia con las otras libertades es un factor capital de inseguridad. hay además la inseguridad de lo colectivo como tal. Lo colectivo engendra inseguridad; ustedes piensen, por ejemplo, que en muchos países actualmente -y en el nuestro en otras épocas que no son por fortuna la actual-, pueden ocurrir cosas enteramente imprevisibles, que alteren absolutamente las formas de la vida. Los que no somos nada jóvenes hemos vivido, por ejemplo, la experiencia increíble de la guerra civil, que naturalmente fue la gran inseguridad sobrevenida que alteró absolutamente todos los proyectos, todas las instalaciones en la vida en que habíamos vivido hasta aquel momento. Pero en fin, en grandes partes del mundo, basta abrir un periódico o ver la televisión, esto está pasando actualmente, y es naturalmente otro factor, un inmenso factor de inseguridad.
Y hay otro más, a lo cual aludía otro día en ese curso, pero que me parece importante, quizá de los más importantes, es que independiente de las acciones individuales humanas, incluso de las acciones colectivas, de las acciones que ejecutan una gran sociedad, una gran comunidad, o una nación, o varias, que tienen sus proyectos, que hacen una guerra, la revolución, hacen una transformación social del tipo que sea, hay algo que aumenta la inseguridad, y es que el resultado siempre es profundamente distinto del conjunto de las acciones individuales. Recuerdo la imagen de los hilos de un tapiz, que forman la trama, pero hay el tapiz mismo, que es el resultado que va más allá de las voluntades, de las voluntades individuales, incluso colectivas, las voluntades que representan con mayor o menor autenticidad la voluntad de un país, de una sociedad, de una clase, de lo que sea.
Como ven ustedes, por tanto, el grado de inseguridad de la vida humana es extremo. La expresión "inseguridad radical" es absolutamente evidente, y hay que contar con ella. Por tanto, es engañoso todo intento de fingir una seguridad que no tiene. En general, los intentos, que han sido muchos y lo siguen siendo, de dar seguridad a la vida humana consiste en su simplificación, consiste en su reducción a formas de realidad que no son la humana, que no son personales. Es evidente que la naturaleza tampoco es enteramente segura, pero tiene un tipo de regularidad, el hombre -por lo menos el hombre moderno- cree en las leyes naturales, cree que hay leyes naturales que se cumplen. Sí, pueden incluir factores de complicación, pero en definitiva, siempre se ha creído, por ejemplo, que los astros tienen regularidad, se pueden conocer las órbitas de los planetas, los desplazamientos incluso de estrellas remotas o hasta de nebulosas. Todo esto -piensen ustedes en los eclipses- se puede predecir con inquietante precisión, incluso astros más bien erráticos, que son los cometas, también se conocen sus trayectorias, y se preven, se anuncian y hasta poco se anunció que era la última aparición en este siglo de un cometa famoso, que aparecería no sé cuando, no me acuerdo, y no me importa demasiado, porque no voy a estar (risas).
Como ven ustedes, si se reduce la realidad a lo meramente cósmico, evidentemente hay una cierta mayor seguridad, o una inseguridad menor, y naturalmente los cuerpos físicos tienen caracteres, tienen un peso atómico, tienen un número atómico, tienen los elementos y sus compuestos en una cierta regularidad, una cierta seguridad de comportamiento, todo eso da una cierta naturalidad, una cierta seguridad. Evidentemente es menos seguro ya lo biológico, pero con todo también hay una serie de comportamientos que se pueden prever, y que son más bien conocidos. Y también hay evidentemente ciertos comportamientos psíquicos, en la medida en que es un mecanismo de la psiqué humana, o económicos...
Lo que es cierto es que ha habido toda una serie de intentos de dar una cierta seguridad a la vida. Especialmente esto es interesante en la edad moderna, y muy especialmente desde el siglo XVIII. Y de un modo creciente: sobre todo el siglo XIX ha tratado de dar seguridad a la vida. Hay un hecho que me parece sumamente interesante, que es el que en la filosofía del siglo XIX ha usado enormemente un concepto: "lo definitivo". Ustedes piensen, por ejemplo, en Hegel: Hegel termina su historia de la filosofía con un capítulo que titula: “Resultat”. Es un poco el balance general. Está el espíritu que se conoce a sí mismo y termina parodiando el verso sobre la fundación de Roma: Tantae moles erat se ipsam cognosce de mente: de tal volumen, de tal peso fue el que la mente, el espíritu se conociera a sí mismo. Y ya está terminado. En definitiva, Hegel tiene la impresión de que la filosofía y el conocimiento del espíritu termina con él. Es evidente que también ocurre algo muy parecido con Comte, el gran intérprete da la historia, que habla de la ley de los tres estados, que ha hecho evidentemente un esfuerzo de comprender los cambios de la realidad humana. Sí, pero el último estado es el estado positivo, este es el definitivo. No es posible que haya algo después del positivismo, que haya un estado después del positivismo. Lo mismo ocurre con Marx. Marx también llega a algo que es definitivo, no prevé que la realidad humana siga cambiando.
Estos son intentos, intentos de dar seguridad a la vida humana. ¿A qué precio? En definitiva, al precio de la deshumanización. La deshumanización, en el sentido radical de la palabra, es la despersonalización. Si la vida humana no es humana; si la vida humana es cósmica, es material, es elemental, o es meramente biológica, o es puramente social, tendrá una cierta seguridad, no tendrá esa radical inseguridad que antes hemos recordado. Pero si es la vida humana, si es nuestra vida, si es lo que hacemos y lo que nos pasa, si es el diálogo de mí con lo que me rodea, si es la realidad proyectiva, móvil, cambiante, entonces la inseguridad la penetra por todas partes. Es inseguridad radical, que llega hasta la raíz. Lo cual es evidentemente difícil de tolerarse para muchas personas, y esto ayuda a entender, por qué el hombre, sobre todo el hombre de los dos últimos siglos, o tres quizá, acepta con cierta facilidad la renuncia al que es más propio de él, al que es más propio de la vida humana, a cambio de seguridad. Esto ha terminado en una época que es la época de la seguridad; la seguridad social es una de ellas. Pero el puesto que tiene... Quizá me ha ayudado personalmente a entender un poco esto y a pensarlo el contraste, porque yo no tengo seguridad social, por supuesto, ni ninguna otra seguridad. Lo cual me hace un bicho raro en este mundo, pero claro, sobre todo en los últimos 50 ó 60 años, el peso que ha tenido la seguridad es algo increíble.
Yo pienso y lo digo a veces, los jóvenes, incluso no tan jóvenes, han nacido a la vida adulta en la época en que lo primario, lo capital, es la seguridad. Y no ha existido nunca ese tipo de seguridad -que es en muchos sentidos justificada, y deseable, y admirable, lo que se quiera-, no ha existido ni poco ni mucho. Evidentemente no ha existido nada de ello en la mayor parte de la historia...
Entonces tenemos que resignarnos a que la vida humana sea inseguridad, radical inseguridad, y tenemos que vivir, a pesar de todo. Y yo aspiro a que vivamos sin renunciar a lo que somos. Es decir, somos inseguridad, hay que aceptarla. Porque si no, si no aceptamos lo que somos, a cambio de una imagen, de una pretensión, de una ilusión -en el sentido negativo de la palabra- de seguridad, entonces perdemos nuestra realidad. Lo cual me parecería lamentable. Entonces, ¿qué hacemos con la certidumbre? Porque el hombre necesita certidumbres; evidentemente, el hombre necesita saber, el hombre necesita entender, necesita alcanzar certidumbre respecto de algunas cosas. Ya veremos cuales, y en qué medida y qué consecuencias tiene eso.
El hombre necesita no tener una total inseguridad; que sea radical es una cosa, que afecte a su raíz misma es inevitable. Que la inseguridad sea total, es otra cosa. El hombre piensa, el hombre necesita pensar, el hombre necesita razonar, porque necesita saber a qué atenerse. Porque en esa inseguridad que lo rodea, y que lo constituye, insisto yo, tiene que proyectar, tiene que elegir, tiene que hacer algo en cada momento, y para eso necesita saber a qué atenerse. Por consiguiente, necesita certidumbres. Las tiene, en medio de la inseguridad tiene certidumbres, tiene certidumbre de que está existiendo, de que tiene de proyectar, de que su vida le es dada, pero no le es dada hecha, que tiene por tanto que hacerla, que tiene de cierto modo de inventarla, de eso está cierto, de eso tiene certidumbre. Que es insegura, claro, pero eso se sabe con certeza: “yo estoy absolutamente cierto de que mí vida es insegura”, esa puede ser la fórmula total. Es que esto no es certidumbre? Lo es, claro que lo es. No impide la inseguridad, pero dentro de ella me permite cierta orientación. El hombre conoce las cosas, el hombre tiene certidumbres, el hombre lleva toda su historia -que yo creo que no es tan larga como dicen ahora, creo que son unos cuantos miles de años, no hay ni huella, ni muestra de nada anterior a unos cuantos miles de años. Pero evidentemente ha ido acumulando certidumbres.
Una de ellas, una certidumbre absolutamente capital, que conquistó el hombre hace 27 siglos más o menos, 28, es que las cosas consisten, tienen consistencia. El que lo formuló, no creo que fuera el primero que cayó en ello, ¿quién sabe?, pero quien lo formuló, fue Parménides, Parménides de Elea: las cosas consisten. Ustedes imaginen una situación, que es probablemente la de grandes porciones de la humanidad y quizá de toda la humanidad en épocas más antiguas, mucho más antiguas, en que no se tenía la certidumbre de que las cosas consistieran. No consistieran en tal o cual cosa, mas sí tuvieran consistencia, que las cosas tuvieran una cierta manera de comportarse, una manera de ser, con la cual se puede contar. Hay realidades sólidas, hay realidades líquidas, hay realidades gaseosas, de esas realidades algunas son respirables, el aire es respirable... Hay realidades que son potables, que se pueden beber, hay realidades que son comestibles, otras muchas no son, algunas no son ni deglutibles, otras no, no son digestibles.
Hay una de las certidumbres radicales, es la tierra, el suelo, en el cual podemos estar, podemos poner el pie, podemos acostarnos y descansar. Por eso los terremotos -hay otros fenómenos que producen tantas víctimas o más- pero los terremotos son algo atroz, porque es justamente la negación del poder estar, la negación de la estabilidad del mundo, del suelo, de la tierra. El hombre ha vivido durante milenios contando con ello; es evidente que en países que hay terremotos frecuentes, muy frecuentes, la vida tiene un carácter bastante distinto, que por ejemplo aquí donde estamos nosotros ahora, aquí en España hay terremotos mínimos, no contamos con terremotos. En otros lugares no los olvidamos. La gente casi habla de antes del terremoto y después del terremoto. Yo estaba en dos ciudades, una es Cuzco, que visité por la primera vez después de un tremendo terremoto. Había huellas por todas partes. Otra fue en el sur del Chile, en Concepción; estaba destruida la ciudad en una proporción enorme, había habido un tremendo, uno de los terremotos habituales. Se reconstruyen las cosas y la gente sigue viviendo, esperando al próximo terremoto. Es un estado de ánimo evidentemente curioso, pero en definitiva son atenuaciones a esa grave certidumbre de la consistencia, que las cosas consisten. Ustedes imaginen lo que sería vivir sin pensar que no hay consistencia, que las cosas no consisten. Ese es un mundo por ejemplo mágico, no se puede contar con nada porque las cosas no consisten en nada, no tienen un comportamiento que se pueda prever, con la cual se pueda contar, incluso provisionalmente, con inseguridad. Eso es fundamental, es una certidumbre básica, absoluta.
Hay luego otro tipo de certidumbres que son la articulación de la realidad. Es evidente que esta vieja distinción entre lo mineral, lo vegetal y lo animal -que son formas importantes, fundamentales de consistencia- es evidente que el hombre se ha acostumbrado desde muy pronto a vivir en un mundo con los tres reinos, como solía decirse, con consistencias digamos genéricas, pero que evidentemente permiten una serie de certidumbres sobre el comportamiento de las cosas, de las realidades. Hoy es evidente, por ejemplo, que el trato que tenemos con el mineral, con el vegetal y con el animal son completamente distintos. Hay además otros tipos de consistencia, también más concretas. Ustedes piensen lo que significan las especies, las especies vegetales, y de un modo más directo las especies animales. Las especies animales son cientos de miles, probablemente millones, de los cuales conocemos, tenemos certidumbre, de unas cuantas. Evidentemente de ciertos tipos de animales, los animales domésticos, los animales habituales, los animales frecuentes, los animales peligrosos, de los cuales tenemos certidumbre. Sabemos lo que es un toro, sabemos lo que es una oveja, sabemos lo que es un caballo, sabemos lo que es un perro, sabemos lo que es un tigre, lo que es un león, lo que es una mosca, lo que es una avispa etc. Y tenemos evidentemente una serie de certidumbres sobre ellos, y por tanto de pautas de conducta respecto de ellos. Piensen ustedes en el desarrollo de todas las ciencias; el hombre ha hecho ciencia desde muy pronto, y esta ciencia está llena de certidumbres. Piensen en la matemática. Ahora la matemática nos parece una cosa que se aprende en los libros que hay que pasar para aprobar exámenes, y ustedes piensen lo que ha sido la matemática en Grecia, el descubrimiento de los objetos matemáticos. Yo escribí un ensayo bastante largo sobre el descubrimiento de los objetos matemáticos en Grecia. El descubrir lo que era el triángulo, lo que era el círculo, lo que era la pirámide, lo que era el cono, lo que era la esfera, sus propiedades, modo de ser calculados y medidos, cómo operar con ellos. Esto era un tipo curioso de descubrimiento de un tipo curioso de consistencias, que eran meramente consistencias sin existencia. Eso es un modelo de comportamiento, es evidente que para un griego el modelo de realidad eran los objetos matemáticos, que son permanentes, que son fijos, que no les pasa nada, que no se alteran. Sí, pero pasa que no son reales; si fueran reales... Evidentemente ha sido el modelo de las realidades supremas, incluso Dios, de cierto modo. Se lo ha visto como algo que fuera como los modelos matemáticos, pero además fuera real, tuviera realidad.
Ustedes piensen el crecimiento fabuloso de las certidumbres científicas. Hoy la ciencia tiene un número increíble de certidumbres, absolutamente, que se han ido acumulando, que se han ido depositando, que han hecho posible la técnica. No olvidemos que la técnica es también algo originario, es un ingrediente de la condición humana, el hombre es un animal técnico, por supuesto, y siempre lo ha sido. Pero desde el manejo de una piedra tallada toscamente, o pulimentada, hasta la técnica actual, imaginen ustedes, hay una distancia de abismo. Pero la técnica desde hace mucho tiempo es técnica científica, una técnica nacida de la ciencia y por consiguiente nacida de las innumerables certidumbres científicas que han alcanzado un grado de perfección y de certeza en muchos casos extraordinaria. Precisamente en medio de esa radical inseguridad, en la cual he insistido morosamente, hay también la acumulación de innumerables certidumbres.
¿Y la filosofía? La filosofía, Ortega decía que era la busca de la certidumbre radical sobre la realidad radical. Y decía que la realidad radical es mi vida, la mía, de cada cual, una frase que tiene que repetir cada uno: "lo que yo hago y lo que me pasa", yo y mi circunstancia, yo en diálogo activo con lo real que me rodea desde mi cuerpo hasta las más remotas constelaciones, o Dios, si existe, que también forma parte de mi circunstancia. Algo que se constituye en mi vida, que se manifiesta en mi vida, que es por tanto, como dice Ortega, realidad radical. Pues bien, es la busca de una certidumbre radical respecto a la realidad radical, con lo cual precisamente entramos en el punto de partida.
Hemos visto que la inseguridad, la inseguridad radical, la inseguridad plena, es la vida, la vida humana. Es curioso, hemos visto en una especie de recorrido panorámico y hemos visto que en la medida que las cosas son menos reales, son menos inseguras. Curiosamente. Y hemos visto cómo cuando el hombre ha buscado con razón, primariamente, alguna seguridad, lo ha hecho pagando el precio de su reducción a formas inferiores de realidad, a formas menos reales; a última hora, a su condición de persona. Y entonces resulta que, cuanto más realidad, hay más inseguridad.
Pero por otra parte, esa realidad más real que todas las demás, la máxima realidad conocida, que es la persona, necesita certidumbres para poder proyectar, para poder elegir, para poder decidir, para poder vivir, justamente, humanamente, para poder vivir en medio de la inseguridad. Esta es la situación, y esta es la empresa de la filosofía. ¿Dirán ustedes utópica? Sí, en cierta medida sí. Es evidente que la filosofía, si apretamos las cosas, no puede tener éxito, porque no puede superar la inseguridad: se nutre de ella. Pero claro, ya es bastante, el estar en la certidumbre de que la vida es insegura, es una certidumbre. El problema está en abrazarse con esa condición. Piensen en que quizá el núcleo de la cuestión está en que el hombre acepte su inseguridad, tenga la certidumbre de su inseguridad.
Yo les hablaba el otro día del carácter contingente del hombre: el hombre nace en un momento, podría no haber nacido, podría no existir. Se ha insistido mucho en la filosofía contemporánea en la facticidad, decir que el hombre es un facto, un hecho... No estoy muy seguro, es más que un hecho.
Pero en todo caso es algo relacionado a la contingencia, la inseguridad, incluso de la existencia. Por otra parte, tenemos la mortalidad: el hombre, puede morir, a cualquier momento. No es solamente que puede morir, es que tiene que morir. No solamente es posible que muera, es cierto. No olviden ustedes una fórmula: Mors certa, hora incerta, la muerte es cierta, la hora incierta. Justamente, sabemos con certidumbre que hemos de morir, no sabemos cuando. Hay una incertidumbre respecto al cuando, no respecto al desenlace. Decía Pascal: “Sea como sea la comedia, el último acto es sangriento”. Así es la cosa, evidentemente, pero no sabemos cuando. Es decir, la incertidumbre se mantiene, se conserva, lo cual es interesante en muchos sentidos. Pero evidentemente tenemos esa certidumbre y ¿no podemos tener más certidumbres? El hombre suele desviar la mirada, cuando se encuentra consigo mismo, cuando se encuentra con su condición, desvía la mirada, mientras se afana por conocer el comportamiento de los minerales de los astros, de los vegetales, y hasta de los animales, todos los comportamientos sociales, económicos, lo que sea. Cuando se trata de sí mismo, cuando se trata de su condición personal, siente una especie de temor, una especie de pavor. No se atreve a enfrentarse con su inseguridad, y por tanto no busca las certidumbres que podría tener, que yo creo que son muchas, y que se han ido acumulando, y que se han ido consiguiendo a lo largo del tiempo. Yo creo que el hombre está en una enorme cantidad de certidumbres respecto de su propia realidad, respecto de sí mismo. Certidumbres que va olvidando, que no pone en conexión unas con otras, que toma aisladamente, que va abandonando. Yo creo que esto hace justamente que no haga lo que podría hacer, que es superar, mediante la certidumbre, la inseguridad que le pertenece y que no puede evitar nunca.
Vean ustedes que si decimos que buscamos una certidumbre radical respecto a la realidad radical, y decimos “la realidad radical es nuestra vida”, ahí tenemos ya la certidumbre, porque encontramos exactamente la realidad en la cual radican todas las demás. Es la realidad en la cual aparece, se manifiesta, se constituyen como reales todas las demás. Es por tanto el área, el ámbito en que aparece toda realidad en cuanto realidad. En cuanto realidad, que es lo que se trata. No se trata de las cosas, sino de la realidad. La filosofía ve cómo, y dónde, y cuándo se originan las realidades, y qué puesto tienen ellas, y a qué tipo de realidad pertenecen, ah, esto sí lo sabe la filosofía, lo sabe quizá mejor que nunca, aunque no lo domine. Es una certidumbre preciosa, conoce su propia inseguridad, ve su carácter dramático, proyectivo, temporal, con una memoria que salva en cierto modo el pasado, que es certidumbre respecto a lo que ha sido, que puede anticipar o prever en algún grado el futuro y por tanto anticiparlo, tener certidumbre respecto de él, de su configuración, por lo menos respecto de sus deseos, de sus proyectos: todo eso son certidumbres. Y evidentemente un problema capital, la certidumbre definitiva, bueno, que va a ser de mí, esa realidad radical que es mi vida y que está evidentemente amenazada por la muerte, que es cierta, que es inevitable; a pesar de saber que va morir, no sabe de todo, por supuesto, ¿qué quiere decir morir, qué significa, qué es esto de morir?. En general se contentan con cualquier aproximación, con cualquier simplificación, aunque sea evidentemente falsa. Es curioso, porque este es el problema radical. Y respecto de él, hay evidentemente un elemento de inseguridad capital, pero no es posible, no caben certidumbres, no caben ciertas certidumbres, aunque estén amenazadas por un fondo último de inseguridad. Es que el hombre ha puesto su empeño, su esfuerzo, en intentar precisamente alcanzar la certidumbre posible respecto a la propia inseguridad.
Si ustedes repasan un poco los caminos que ha recorrido el pensamiento humano, yo lo veo con asombro, con una cierta zozobra el momento en que el pensador, cuando se va a enfrentar con las cuestiones últimas, con las cuestiones radicales, desvía la mirada, o cierra los ojos. Cierra los ojos porque prefiere no plantearse la cuestión, prefiere no tomar posición plena ante la inseguridad, y tratar de buscar alguna certidumbre, quizá parcial, quizá penúltima, respecto de esa cuestión, de la cual depende, a eso quería llegar, el sentido entero de la vida, el sentido de la realidad radical, que somos cada uno de nosotros. Porque es evidente que si no sabemos, o no tenemos alguna certidumbre acerca de esto, todas las demás certidumbres, que son justificadas justamente en vista de esta certidumbre radical, son penúltimas, y a última hora vanas, a última hora inútiles. Y esto es lo que creo que está causando un grado extraño de desorientación del mundo.
Piensen que es la época de la seguridad, el hombre está lleno de seguridades, tiene incomparablemente más seguridades que ha tenido nunca, pero cuando miramos la dignidad humana, la dignidad personal, evidentemente vemos un estado inquietante de incertidumbre, de inseguridad, de vacilación respecto al sentido mismo de esta vida, que es la que está viviendo cada uno.
Probablemente es una de las épocas, no digo la única, ha habido algunas también análogas, pero es una de las fases de desorientación más difundida, en la cual, el hombre, a última hora, rodeado de seguridades, sabe menos a qué atenerse, está más menesteroso de certidumbre.
Muchas gracias.