Sin duda, una de las cuestiones que puede
suscitar el interés de los críticos de la literatura árabe moderna - y que, de hecho,
ha producido investigaciones valiosas - es la de analizar cómo se han ido formando en esa
literatura los llamados "géneros nuevos" (la novela, el cuento, la obra
teatral, el ensayo, etc.). Tipos de escritura que, contando con parciales antecedentes en
la cultura medieval, aparecen a partir de la Nahda contemporánea
conformados de otra manera y expresando los problemas y aspiraciones de la nueva realidad.
Será metodológicamente más acertado, en
consecuencia, hablar de formación (lo que implica una génesis y un desarrollo) que de
aparición sin más, ya que cualquiera de esas formas de escritura no puede ser vista como
mera imitación del mismo género presente en literaturas occidentales, aunque, y en
segundo lugar, la controvertida cuestión de la influencia no pueda soslayarse y deba ser
tenida en cuenta.
Otros géneros, presentes asimismo en las
letras árabes contemporáneas, han tenido un desarrollo particular: son aquellos que,
aunque modificados por el paso del tiempo, cuentan con un turát que los
enraíza con etapas anteriores de esta misma literatura.
La poesía, claro está, sería el ejemplo
paradigmático de este segundo grupo de géneros "con pasado". Dedicación
básica para los árabes desde los tiempos preislámicos hasta nuestros dias, la poesía
siempre ha estado presente en la vida de la comunidad árabe.
Otra cosa, sin embargo, es analizar los
avatares de la formulación concreta de tal poesía, es decir, del poema, que este género
sí se ha ido transformando desde los orígenes de la qasída hasta la
actualidad.
Así han ido apareciendo nuevas formas a
través de las cuales el creador va persiguiendo la total e íntima adecuación entre el
sentimiento (la poesía) y la presentación de su palabra (el poema).
Pues bien, junto a la nómina de géneros que
hemos ido citando tan brevemente aparece otro igualmente enraizado en el pasado medieval y
que también sigue teniendo carta de naturaleza en la literatura árabe moderna y
contemporánea: la literatura de viajes (al-rihla).
La rihla, a partir de la época
de la Nahda cobra otro gran impulso debido al tipo de cuestiones y de
problemas que sus autores plantearon a través del viaje y que su posterior escritura se
encargó de registrar.
El viaje árabe moderno, hijo absoluto de su
tiempo, se vincula indisolublemente con la cultura del momento en que acontece tal viaje.
Desde este punto de vista es testigo y documento no sólo del país o países visitados -
algo obvio - sino sobre todo de la propia comunidad nacional del viajero.
Este doble reflejo - de lo exterior y de lo
interior - será uno de los aspectos más sobresalientes del género y al que el
investigador deberá prestar una atención mayor.
La literatura de viajes - y esta
consideración que introduzco puede extenderse sin dificultad a toda literatura de viajes,
en cualquier lengua y en cualquier tiempo - es un género difícil de definir a priori
y de incluir definitivamente en alguno de los apartados a los que nos tiene acostumbrados
la preceptiva literaria.
Es un género móvil, que no se da de una vez
para siempre, sino que fluctúa, que se relaciona con otros, pero que visto desde fuera se
resiste a una clasificación férrea y definitiva.
El tema está bien definido (es un viaje a un
ámbito exterior), pero el modo en que tal recorrido se acomoda a la escritura es diverso:
hay libros de viaje más próximos a la crónica histórica, al informe científico,
diplomático o político, otros que se asemejan a tratados filosóficos o ensayísticos y
otros más que - sobre todo en nuestros días - tienden a la divulgación periodística
cuando no a convertirse en simples guías de turismo, etc.
En literatura árabe ha sucedido algo similar:
desde los primeros ejemplos de obras medievales que manifestaban un interés puramente
geográfico y matemático y que proporcionaban una información muy precisa, tendente a
agotar el detalle, de países y pueblos situados en el exterior del imperio 'abbasí, se
va pasando a un tipo de rihla (ya en su sentido más restringido) que, sin
desdeñar esta serie de informaciones prácticas, va concediendo cada vez más importancia
al conocimiento y valoración de las sociedades con las que el viajero entra en contacto.
El yo del escritor actúa con mayor
intensidad sobre lo visitado. Se pasa de una mera descripción a una visión. (Y
entiendo visión como un mecanismo complejo que hace intervenir al propio autor, a
su ideología y a sus condicionamientos culturales y nacionales en el texto final).
Este segundo momento estaría representado
sobre todo por los escritores magrebíes (y entre ellos los andalusíes) que, bien por
razón del peregrinaje o bien por la del viaje de estudios a Oriente, analizan las
sociedades islámicas o cristianas que van visitando.
A este respecto es importante mencionar la rihla
del valenciano Ibn Ýubayr, quien, tras recorrer las ciudades shamíes en poder de los
francos cruzados, tiene ocasión de plantear unas muy interesantes consideraciones
personales sobre la relación entre ambas culturas. No es ahora momento de entrar en
detalles sobre este punto, aunque sí señalaremos que algunas de sus reflexiones
prefiguran la visión que siglos después - a partir del XIX - ciertos intelectuales
árabes dieron sobre la civilización occidental y sus relaciones con la árabo-islámica.
El viaje árabe moderno y contemporáneo
Tras su momento de esplendor medieval, la rihla
árabe aparece de nuevo como modelo pujante de escritura en el período de la Nahda
moderna.
Y esto sucede porque los escritores e
intelectuales árabes encontraron en el género la posibilidad de aunar su experiencia
directa - como viajeros y personales descubridores del Occidente - con la reflexión más
meditada acerca de su propia civilización, de su pasado histórico, del inmediato
presente y también de su futuro.
Y tal vez no esté de más mencionar que si
bien los árabes, a partir del siglo XIX, conocieron en sus propios países ciertos
aspectos del Occidente - sin duda los más negativos, representados por la intervención
colonial, el empleo de la fuerza y la agresión militar - también sentieron la necesidad,
previa o simultánea, de iniciar su particular conocimiento del Otro, recorriendo ese
territorio extranjero y, en ciertos casos, residiendo allí durante algún tiempo.
Sería ingenuo, cuando no tendencioso, seguir
viendo al Hombre árabe moderno como sujeto paciente de la Historia, sin más
posibilidades de acción que su respuesta - con la aceptación o el rechazo - a los retos
que esa historia les plantea.
Digámoslo más claramente: ese negar voz
propia e iniciativa a los árabes ha otorgado al Occidente una importante baza
justificativa a su intervención en el mundo árabo-islámico.
Pero ésta es una cuestión que nos alejaría
bastante del tema central de nuestro estudio.
Podemos comenzar preguntándonos sobre los
motivos que llevaron a estos hombres (intelectuales) de la Nahda a salir de
sus países y a permanecer un tiempo en naciones occidentales.
Cuando leemos cualquiera de esas obras
observamos que lo que va a primar en el interés del escritor-viajero no es sólo la
presentación a sus futuros lectores de las novedades o curiosidades que un país extraño
le podía deparar - aunque el registro de posibles exotismos o rarezas no esté ausente
del todo en el relato -, sino que lo que pretende es sobre todo la comprensión en
profundidad de los mecanismos de funcionamiento de esa sociedad extranjera y que después
el mundo árabe - inmerso ya en un proceso de renacimiento y de transformación - podría
utilizar para su propio desarrollo.
Los intelectuales árabes del siglo XIX -
comenzando por al-Tahtáwí - viajaron a Europa (Francia e Inglaterra
principalmente) y en seguida ese territorio - sus estructuras políticas, realizaciones
sociales, su lengua, su cultura y después sus agresiones colonialistas - se convirtió en
tema de conocimiento y de análisis, provocando una vía de reflexión cuyo componente
básico era lo exterior, ese mundo alejado y cercano al mismo tiempo, pero que también
condujo a un re-conocimiento de lo propio, expresándolo en términos religiosos,
culturales o nacionales.
La literatura de viajes árabe al mundo
occidental en ese primer tiempo - y pensamos que también en épocas siguientes - viene a
representar en si misma las dos líneas maestras del pensamiento y del vivir árabe
contemporáneo: el descubrimiento del Otro y el redescubrimiento del Yo o, en términos
colectivos, del Nosotros. En este sentido - y sin desdeñar otras valoraciones estéticas
- la rihla se convirtió en testigo y documento del tiempo árabe
contemporáneo.
El viaje hacia el exterior - en este caso el
mundo occidental - y luego su escritura actuaba a la manera de un boomerang: se
salía para conocer lo extraño y se terminaba por volver indefectiblemente a lo propio.
La reflexión sobre el ámbito externo significaba también pensar lo interior,
reflexionar sobre sí mismo, tanto personal como colectivamente. En consecuencia, esta dimensión
especular de la literatura de viajes es uno de los presupuestos necesarios para
compreenderla en toda su extensión y en toda su complejidad.
Leer una obra de viaje no es sólo conocer
unos países más o menos nuevos para nosotros, sino también descubrir al autor de lo
escrito en el texto. Podemos llegar a interpretar las dudas y las certezas que
caracterizaban al autor y a su cultura.
El viaje árabe a España
Aunque es cierto que los países que atrajeron
con más intensidad a los viajeros árabes contemporáneos fueran Francia y Gran Bretaña,
otras geografías merecieron también su interés, y entre estas últimas está desde
luego nuestro país: España.
El estudio de este viaje concreto revela que
existen ciertas características compartidas con el viaje árabe al mundo occidental,
aunque al mismo tiempo se observan otras varias que lo particularizan y que, en parte, le
dan tintes autónomos y diferenciadores con respecto a aquél.
España, como país contemporáneo al viajero
árabe, podía ser tan desconocido como Francia o Inglaterra, y la necesidad de llegar a
conocerlo y de transmitírselo a los lectores hace que en tales obras abunden las
referencias a distintos aspectos de la vida española: descripción de ciudades,
monumentos, caracterización de la vida política, económica o social de sus habitantes,
datos sobre la lengua, el vestir, un repaso a la historia pasada y presente de la nación,
etc.
Pero simultáneamente España tenía un
componente del que carecían otros países occidentales y que la convertían en algo más
próximo y familiar, en algo más conocido, si se prefiere. Algo que actuaba como nexo y
punto de relación con el viajero y su cultura: me refiero obviamente a lo andalusí.
España, por su pasado árabe y musulmán,
dejaba de ser un Otro absoluto y aparecía ante el viajero como un déjà-vu muy
particular. El escritor llegaba al Sur, recorría las calles andaluzas, visitaba la
mezquita cordobesa o el palacio de la Alhambra, observaba rostros y costumbres, y en ese
momento el espacio y el tiempo cambiaban el ritmo mantenido hasta entonces.
La distancia física con lo visitado se
acortaba hasta casi desaparecer ("¡Por Dios, estoy en mi país y con mi gente!"
escribía uno de ellos) y el tiempo se detenía un instante para marchar hacia atrás y
conducir al viajero a un pasado que fue suyo: a al-Andalus.
Estos viajeros contemporáneos concederán tal
primacía en su escritura a rememorar lo andalusí (describiéndolo y sintiéndolo a un
tiempo), a visitar las ciudades hoy andaluzas, ayer andalusíes, que podemos afirmar sin
riesgo de equivocarnos o de exagerar que "eso" era lo verdaderamente importante
en su viaje.
Desde luego no es un mero recurso estético o
de captación de lectores el que muchas de estas obras se titularan Rihla
ilà-l-Andalus o al-Rihla al-andalusiyya, aunque el recorrido no se
limitase al sur español, sino que englobara otras geografías más extensas.
Pero debemos pasar de la constatación al
análisis que explique el porqué de este hecho.
Lo primero que observamos es que la visión
árabe - física e intelectiva - del pasado andalusí no es tan exótica o efectista como
la que presentaron los viajeros occidentales que también visitaron España.
El viajero occidental por España - francés,
inglés o americano - se dejó fascinar por el pasado árabe del país. Visitó y
describió con detalle los monumentos andalusíes y sintiendo - igual que los propios
árabes - la fuerza que emanaba de ese pasado glorioso se propuso recordarlo y también
reconstruirlo (con la palabra e con el dibujo).
Sin embargo, aquello no dejaba de ser algo
pretérito, algo que fue y que nunca volvería a la vida, y que además no tenía ningún
vínculo con la civilización de origen del viajero. Lo andalusí se teatralizaba, se
hacía vestigio e imaginería, tanto más bello y evocador cuanto más extremo y alejado
del presente.
Los viajeros árabes, a partir de finales del
siglo XIX vinieron a España con la conciencia de pertenecer a una cultura y civilización
en crisis, directamente amenazada por el colonialismo europeo, y al encontrarse ante los
edificios andalusíes, signo de esplendor y gloria, se enfrentaron con su propia historia
colectiva. Recordaron con admiración el pasado, pero al mismo tiempo no dejaron de
referirse a su final: el dolor por la pérdida de al-Andalus será otra de las ideas más
tratadas en los textos que comentamos.
El escritor árabe, en eso momento de sorpresa
y de enfrentamiento dramático, reacciona de forma diferente a como hicieron los viajeros
occidentales: el árabe interioriza el símbolo y lo conduce hacia su comunidad nacional;
no llena el pasado con personajes del pasado -aunque los recuerde-, sino que lo acerca al
presente.
Las figuras a las que él desearía ver,
actuando, viviendo y reflexionando, dentro de los palacios árabes no son los andalusíes,
sino sus propios conciudadanos, los árabes de su tiempo.
Si Washington Irving - por poner sólo un
ejemplo - llenó la Alhambra de sultanes, princesas cautivas y lamentos, es decir, de
fantasmas o fantasías, los escritores árabes quisieron verla como espacio de reflexión,
como lugar habitado, aun simbólicamente, de hombres y mujeres árabes, vivos y
conscientes, como ellos mismos.
Lo andalusí, en este caso, deja de ser un
absoluto pasado, se encarna en su presente y trata de proyectarse en su futuro. Es un
orgullo y también lección y moraleja. Es un paraíso perdido, una posibilidad de escapar
de la crisis y de la desesperanza en la que se encontraba el mundo árabe.
Esta vía de tratamiento de lo andalusí,
iniciada como se ha dicho en el siglo XIX, continuará a lo largo del presente siglo. Y
serán justamente los escritores mashriquíes más comprometidos con la idea del arabismo
(al-'uruba) los que con mayor fuerza insistirán en la relación simbólica
al-Andalus /mundo árabe contemporáneo.
Algo que a ellos les sugirió su personal
experiencia de viajeros por España, pero que otros creadores -poetas, novelistas,
dramaturgos- plantearon asimismo en sus respectivas obras literarias.
Un intento de escribir el presente en forma de
pasado.
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